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LOS AÑOS VEINTE. OPINIONES
«DE QUÉ CAOS ME HABLAN?. La Junta de Mayo, nació de una corporación municipal de uno de los tantos pueblos en los que, según su propia doctrina, se retrovertían los derechos de soberanía inmanente que hasta entonces detentara el rey por tácita delegación. ¿Cuál sería el pensamiento de los otros. Cuál su doctrina política, cuál su actitud de hecho, en presencia del insólito acontecimiento?. La Junta de Mayo, exclusivamente bonaerense, se apoderó del poder político del virrey por el imperio de perentorias circunstancias, pero para ejercitarlo en la forma eficiente en que era indispensable hacerlo, necesitaba del reconocimiento y de la consiguiente obediencia de los demás pueblos, que también tenían ahora su soberanía, y que podían usarla en la forma que más les acomodara o estimaran más prudente».
«Para lograr su reconocimiento como autoridad, la Junta bonaerense tuvo que ofrecer la paridad a sus hermanos, los otros cabildos, obteniendo a ese precio su aquiescencia. La resistencia iniciada por MARIANO MORENO a la intervención de los representantes de los otros cabildos en el gobierno general, exteriorizó desde el comienzo la pretensión porteña a la hegemonía, pero tal propósito encontró, como era lógico, la resistencia de las ciudades del resto del país»
«La actitud estuporosa de los cabildos del interior en los primeros tiempos, en que reinó en ellos la indecisión propia de organismos sacados de su esfera de acción habitual, produjo al principio, una aparente sumisión a las pretensiones de Buenos Aires, pero en esas corporaciones regionales, que aún no sabían concretar sus aspiraciones o propósitos orgánicos sobre formas de gobierno que reemplazaran a la del rey, había ya una idea central indestructible: no dejarse absorber por otro cabildo, más pobre o más rico en rentas, pero que no tenía más autoridad legítima que los otros de su par igual».
«Paulatinamente se fue concretando en las provincias la forma de cómo se realizaría la coherencia. Había que sacudirse en primer término del yugo que les imponía Buenos Aires. Conservar cada una de ellas su individualidad, de acuerdo con la fatalidad geográfica del país y con la tradición regional que representaban desde antaño sus cabildos y finalmente, tratar en un congreso, todas de igual a igual, de organizar el gobierno general de la Nación, conservando cada una de ellas la totalidad de su soberanía».
«Y ese programa lo fueron realizando como podían: o por la sublevación directa contra el pretendido poder central, o por la oposición pasiva. El año 1816, media república estaba fuera del dominio del poder bonaerense y en el resto, su autoridad era puramente nominal, teniendo que obrar en él como en país conquistado. Sus mismos ejércitos ya no le obedecían sino condicionalmente, aceptaban o no, según su voluntad, los jefes que el Directorio designaba y éste los revocaba o confirmaba a su exclusivo agrado»
«¿Era esto un caos o no? Y si lo era, que bien tiene caracteres de ello, forzoso es convenir en que él estaba establecido mucho antes del derrumbe oficial del Directorio del año 20. Pero el caos era sólo para el pretendido gobierno nacional de Buenos Aires. En las provincias, cada una individualmente, el caos no existía. No había en ellas anarquía, en el sentido de desorden o falta de autoridad que mantuviera las reglas de la existencia de la célula social».
«Los gobernadores o caudillos, como ya empezaban a llamárseles en la literatura oficial, eran prepotentes tanto como sus antecesores, los antiguos tenientes-gobernadores porteñistas o los directores de los inventos institucionales bonaerenses y tan irresponsables como ellos. Y tenían que serlo así, porque las necesidades de la lucha requerían esa concentración de poderes, pero lo eran sólo en lo político, respetando en lo demás la estructura jurídica heredada de la colonia, y lo consuetudinario en los otros aspectos de la vida».
«Cierto es que el Directorio conservaba una sombra de autoridad en algunas provincias, cuyas sublevaciones habían abortado por la presión del ejército y también mantenía las relaciones exteriores. Pero esto último era puramente una ficción. Fuera de lo que podía gravitar como acción externa, a causa de la expedición libertadora de SAN MARTÍN a Chile y de los roces con el Brasil, La República, cuya independencia no había sido aún reconocida por nadie, no tenía relaciones exteriores»
«Es curioso saber y cabe preguntarse: ¿a quién o a quiénes representaba el gobierno directorial que cayó en el año 1820 La verdad es que sólo era expresión de la burguesía de Buenos Aires, pues ni siquiera representaba al pueblo de ésta, a eso que el trío monarquista (Rivadavia, Belgrano y Sarratea), llamaba «el común de la nación».
«Para mantenerse en el poder no vaciló, cuando tuvo mando, en abandonar las fronteras, dejándolas abiertas a la invasión española y portuguesa, trayendo al Ejército del Norte que la defendía de los primeros y que hubiera sido presa de los realistas sin los «anarquistas» de GÜEMES y llamando para el mismo objeto, al Ejército de los Andes, sin detenerse siquiera ante la grandiosidad del objetivo de San Martín»
«Pero había algo que salvaría a la república de la desmembración y de la nueva esclavitud a la que pretendían llevarla la inconsciencia y la torpeza egoísta de la burguesía porteña. Y ese algo era el pueblo. El pueblo, la muchedumbre ignorante, el hombre-masa, que no ha pasado por la disciplina de los clérigos CHORROARÍN y ANDRADE, ni por las aulas de Fray CAYETANO RODRÍGUEZ, pero que siente oscuramente en sí, un concepto de libertad política y de fraternidad argentina. Porque ni el pueblo de Buenos Aires acompañaba a los directoriales»
«Por eso el pueblo, que destrozó 10.000 ingleses y salvó al país del zarpazo de Albión, dejó que PANCHO RAMÍREZ atara el cabestro de sus redomones en las verjas de la Plaza de la Victoria. Por eso el directorialismo estaba condenado a muerte y sólo faltaba el cumplimiento de la sentencia. La ficción de la historia oficial es que el año 20 desapareció la autoridad nacional, pero, ¿es que ésta existía hasta entonces en el hecho? ¿Quién la obedecía ya? ¿Eran sus ejércitos?». Que lo digan SAN MARTÍN y Arequito»
«El año 20 sólo cayó un fantoche, fantoche usurpador y perjudicial, contrario a la tendencia política popular en lo interior. Renunciador de la acción liberadora de las Provincias Unidas en lo exterior, tramitador del desmembramiento del país, mendigo de coronas extranjeras. Estaba muerto, bien muerto, este muñeco, antes de que lo voltearan con un pequeño soplo en el año 20. Este famoso año fue de caos, pero para la burguesía de Buenos Aires, caída de la rama de sus ilusiones y sin saber qué hacer, ahora que su Cabildo sólo encabezaba una provincia, sin pelearse hasta carnavalescamente entre sí, por el famoso bastón de alcaide lugareño, como el día de los tres gobernadores» (Dixit Justo Díaz de Vivar en su obra «Las luchas por el federalismo»).