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AGUA PARA BUENOS AIRES (27/06/1862)
Hasta la década de 1820, la provisión de agua potable de la ciudad de Buenos Aires era bastante problemática, a pesar de estar ubicada a orillas del Río de la Platas.
Las aguas barrosas y salobres que provenían de su primera a napa, no eran convenientes para su consumo y hasta 1822, los habitantes de la ciudad debían recurrir a los aguateros que vendían su producto, tampoco demasiado limpio y saludable, pues, buscaban cargar su “carros aguateros” adentrándose en el Río, donde presumiblemente el agua era más clara (ver Agua para Buenos Aires Colonial).
En la campaña, mal que mal, disponían de otros recursos para proveerse de agua, tanto para consumo humano como para dar de beber a los animales. Aguadas, tajamares, jagüeles, aljibes eran algunos de ellos y a pesar de su gran proliferación a lo largo y a lo ancho de nuestro territorio, hubo épocas de dramáticas sequías que trajeron grandes problemas a la gente en el campo (ver Agua para el Gaucho y su ganado).
Pero volviendo a las ciudades, diremos que recién en 1822, el ingeniero inglés BEVANS, llegado al país invitado por BERNARDINO RIVADAVIA para se hiciera cargo de la construcción del Puerto de Buenos Aires, intentó la perforación de un pozo profundo (más allá de la primera napa), que fracasó por razones técnicas y la idea sólo fue retomada recién cuarenta años más tarde.
En 1862 la idea originada en la época de Rivadavia, de perforar pozos artesianos, es decir, pozos de los cuales el agua mana por la propia presión a la que está sometida la napa profunda de la que proviene es puesta nuevamente en marcha por el ingeniero agrimensor y geólogo francés ADOLFO SOURDEAUX.
Como se necesitaban instrumentos y maquinarias especiales los hizo traer de Francia. Realizó perforaciones de entre 75 y 150 metros de profundidad en ambas márgenes del Riachuelo y esta vez el emprendimiento tuvo éxito: El 27 de junio de 1862, a pesar de las críticas y las burlas de quienes habían visto fracasar los anteriores intentos, SOURDEAUX logra el éxito y del pozo que abriera en la localidad de Avellaneda (provincia de Buenos Aires, comienza surgir un agua abundante y clara. Fue éste el primer pozo artesiano que funcionó en el país.
A pesar de este primer éxito, y de la recomendación de seguir en esa línea hecha por la Sociedad Científica Argentina, creada en 1872, el tema vuelve a caer en el olvido hasta los años 1880, cuando es retomado en el interior. En San Luis, previa la sanción de una ley nacional en 1883, se encuentra agua a 600 metros.