NAPOLEÓN MIRA HACIA AMÉRICA (1808)

En 1808, la política napoleónica hacia el Río de la Plata se basaba en la suposición de que de los once virreyes y capitanes generales que gobernaban en las colonias españolas de América, sólo uno, SANTIAGO DE LINIERS, podía ser captado para poner en marcha un proyecto que hab{ia germinado en su mente para hacer pie en estas tierras.

—¿Conocéis a Santiago de Lniers?
—Si, Majestad. —Entonces, tenéis 24 horas para ir a Buenos Aires. Haced testamento. Maret lo enviará a vuestra familia. —Pero, Majestad, permitidme al menos despedirme de mi esposa.
—No hay tiempo para ello. Debéis partir mañana mismo.

Se afirma que este diálogo se desarrolló entre el emperador NAPOLEÓN BONAPARTE y el MARQUÉS DE SASSENAY, un día de mayo de 1808, y constituyó el comienzo de la ejecución en los planes napoleónicos hacia la América española. CLAUDIO ENRIQUE ESTEBAN BERNARD, marqués de Sassenay, hijo del vizconde de Sassenay, había nacido en Dijón el 25 de noviembre de 1760. A los 17 años era subteniente en el Regimiento de Caballería de Berry, de donde pasó, en 1781, al Regimiento de Dragones de Condé con el grado de capitán. Muerto su padre dos años más tarde, se vio en posesión de una herencia de más de cuatro millones de libras, lo que le permitió pasear por los brillantes salones de la sociedad francesa del siglo XVIII, hasta que estalló la Revolución.

SASSENAY se trasladó a los Estados Unidos de América. En 1798, en Delaware, se casó con FORTUNATA BRETTON DES CHAPELLES, una joven de 20 años, dedicándose entonces al comercio. En 1799 viajó a Buenos Aires en el navio «Wilmington», que transportaba un cargamento de su propiedad, y entre febrero y julio de 1800 conoció a SANTIAGO DE LINIERS, con quien estableció una amistad, continuada luego en ocasión de un segundo viaje que realiz{o en 1801. En esta oportunidad se quedó en el Plata dos años. Pero como hacía tiempo que añoraba la patria lejana, Sassenay se acogió a un decreto de amnistía en favor de la nobleza, volviendo a Francia en 1803 y recuperando sólo una parte de las antiguas propiedades que le habían sido confiscadas.

Estaba, pues, ocupado en rehacer su fortuna, cuando conoció en una cena al minis­tro JEAN PAUL MARET, quien se interesó por sus viajes al Río de la Plata y su amistad con .SANTIAGO DE LINIERS. Fue así como MARAT  lo recomendó ante NAPOLEÓN, quien en esos momentos buscaba, precisamente, un hombre capaz de desempeñar la misión que proyectaba. Napoleón pensaba que el origen francés del virrey del Río de la Plata lo haría volcar sin prejuicios a su proyecto. Y no estaba equivocado. Por su culpa y sus conocidas simpatías hacia Napoleón, el héroe de las invasiones inglesas resultaba, en los planes de éste, el personaje más atractivo para tender la seducción de su halago y su poder y, por lo tanto, dominar por su intermedio al Río de la Plata.

Fue entonces que SASSENAY acompañado por sus dos hijos se enfrentó con la misión que le ordenaba Napoleón. Redactó su testamento, unas instrucciones para su agente en Borgoña y una carta a su mujer. Se embarcó a las cuatro de la tarde del 30 de mayo de 1808 en el navio «Consolador». Ya -en alta mar, SASSENAY pudo en­terarse de las instrucciones. Debía, en resumen, hacer reconocer la nueva dinastía napoleónica, recoger informes sobre el estado de la América española, observar el efecto producido por los cambios que se verificaban en España y comunicar las resoluciones del reciente Congreso de Bayona.

Dueño NAPOLEÓN de la corona de España y de las Indias gracias a la cesión que había hecho Carlos IV y la renuncia a sus derechos de Fernando Vil, había convocado en Bayona a un Congreso hispano con representantes nominales de las colonias americanas, para reformar la Constitución española y proclamar rey a su hermano José. Era obvio, entonces, que la parte más difícil de la misión de SASSENAY ante LINIERS, consistía en hacer acatar el dictamen del Congreso de Bayona, que pondría el Río de la Plata a los pies de Napoleón.

Al llegar a Montevideo, SAS SENAY habló con el gobernador FRANCISCO JAVIER ELÍO y viajó luego a Buenos Aires. Habiendo solicitado una audiencia con LINIERS, lo hicieron esperar dos loras en antesalas y su viejo amigo SANTIAGO DE LINIERS rechazó su abrazo y a los pocos minutos, enterado de la misión que traía, rechazó terminantemente las pretensiones napoleónicas. Sin embargo, prometió respetar la vida y la libertad del enviado, aunque tendría que ser devuelto a Europa, previa escala en Montevideo. La tragedia, de todas maneras, iba a cebarse en SASSEAY. A punto de partir de Montevideo, llegaba a esta ciudad el general MANUEL DE GOYENECHE, quien como delegado de la Junta Central de Sevilla, traía instrucciones de arrestar a todos los franceses que se encontraran en el virreinato.

Así, el marqués estuvo diez meses en los calabozos de Montevideo. Pudo escapar de su cautiverio, pero fue nuevamente aprehendido y esta vez, férreamente engrillado,  fue remitido a Buenos Aires, donde sólo la protección que le brindó LINIERS lo salvó de muerte. Devuelto a Montevideo en la sentina de un navío, casi alcanza un trágico fin, porque lo habían ubicado frente a un tigre enjaulado que, en un viraje de la nave, le acercó peligrosamente su zarpa por entre las rejas.

Tras pasar otros cinco meses detenido en la Banda Oriental, SASSENAY fue enviado a Cádiz, y allí permaneció un tiempo, en compañía de centenares de franceses también prisioneros, a bordo de un pontón. Un día, la rebelión estalla. Los guardias españoles son muertos y el pontón queda a la deriva, en alta mar, arribando a la orilla ocupada por el ejército francés que los pone a salvo.

Después de tantas desventuras, SASSENAY logró llegar hasta su castillo, pero era tal su condición física y los cambios producidos en su rostro en los últimos años,, que los criados no lo reconocieron y trataron de echarlo. Sólo la intervención de la esposa, horrorizada ante el aspecto del marqués, impide este novelesco desenlace. Tras una brevísima actuación como diputado, SASSENAY se retiró a la vida privada y murió, finalmente, el 8 de noviembre de 1840.

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