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EL GAUCHO, UN PERSONAJE VITUPERADO
«Los que son acomodados, como lo son generalmente los que viven en el Litoral, usan chupa o chamarra, chaleco, calzones, calzoncillos, sombrero, calzado y un poncho y los peones o jornaleros y gente pobre, no gastan zapatos; los más no tienen chaleco, chupa, ni camisa y calzones, ciñéndose a los ríñones una jerga que llaman chiripá; y si tienen algo de lo dicho, es sin remuda, andrajoso y puerco, pero nunca les faltan los calzoncillos blancos, sombrero, poncho para taparse y unas botas de medio pie sacadas de las piernas de los caballos y vacas.
Se reducen sus habitaciones a ranchos o chozas, cubiertas de paja, con las paredes de palos verticales hincados en tierra y embarradas las coyunturas sin blanquear, las más sin puertas ni ventanas, sino cuando mucho de cuero. Los muebles se reducen, por lo general, a un barril para traer agua, a un cuerno para beberla y un asador de palo. Cuando mucho agregan una olla, una marmita y un banquillo, sin manteles ni nada más; pareciendo imposible que pueda vivir el hombre con tan pocos utensilios y comodidades, pues aun faltan las camas, no obstante la abundancia de lana.
Por supuesto que las mujeres van descalzas, puercas y andrajosas, asemejándose en todo a sus padres y maridos, sin coser ni hilar nada. Lo común es dormir toda la familia en el propio cuarto y los hijos que no oyen un reloj ni ven regla en nada, sino lagos, desiertos y pocos hombres vagos y desnudos corriendo tras las fieras y toros, se acostumbi a lo mismo y a la independencia. No conocen med para nada; no hacen alto en el pudor, ni en las comodidades y decencia, criándose sin instrucción ni sujeción alguna y son tan soeces y bárbaros, que se matan entre sí algunas veces, con frialdad que sí degollasen una vaca…
La religión corresponde a su estado, y sus vicios capitales, son una inclinación natural a matar animales y vacas con enorme desperdicio, repugnar toda ocupación que no se haga corriendo y maltratando caballos, jugar a los naipes, la embriaguez y el robo…»(“Memoria sobre el estado rural del Río de la Plata”, Félix de Azara.
«….Lo que me asombraba y confundía era ver cómo se lo pasaban estos mestizos, que casi todos son carreteros. Por lo general no saben lo que son medias ni zapatos, duermen siempre vestidos, o en tierra sobre un cuero al sereno, o sentados en sus nichos. ¿Y la comida? Mataban por la tarde, sueltos los bueyes, uno o dos animales, lo que bastase para la tarde y el día siguiente, y todavía caliente lo desollaban. Tomaba cada uno la parte que le agradaba y chorreando sangre, la ensartaban en un palo que clavaban en el suelo, de modo que la carne tocase la llama que estaba debajo en el centro. Así volviéndola a un lado y otro se la comían medio «charruscada». Echaban en medio de las brasas la cabeza con pelo y cuernos, hasta que la piel reventase por el calor y entonces decían que estaba cocinada. El mismo sistema observan siempre. Por esta razón todos los indios están dispensados por Roma de comer carne en cualquier día, porque no tienen ningún otro alimento.» (Carta del Padre Gervasoni a su hermano Angelino Gervasoni, publicada en el Nº 38 de La Revista de Buenos Airea).
Felix de Azara y su injusta descripción del gaucho (1745)
«Los que son acomodados (se refiere el cronista a los habitantes de la campaña en el Litoral), usan chupa o chamarra, chaleco, calzones, calzoncillos, sombrero, calzado y un poncho y los peones o jornaleros y gente pobre, no gastan zapatos; los más no tienen chaleco, chupa, ni camisa y calzones, ciñéndose a los ríñones una jerga que llaman chiripá; y si tienen algo de lo dicho, es sin remuda, andrajoso y puerco, pero nunca les faltan los calzoncillos blancos, sombrero, poncho para taparse, y unas botas de medio pie sacadas de las piernas de los caballos y vacas.
Se reducen sus habitaciones a ranchos o chozas, cubiertas de paja, con las paredes de palos verticales hincados en tierra y embarradas las coyunturas sin blanquear, las más sin puertas ni ventanas, sino cuando mucho de cuero. Los muebles se reducen, por lo general, a un barril para traer agua, a un cuerno para beberla, y un asador de palo. Cuando mucho agregan una olla, una marmita y un banquillo, sin manteles ni nada más; pareciendo imposible que pueda vivir el hombre con tan pocos utensilios y comodidades, pues aun faltan las camas , no obstante la abundancia de lana.
Por supuesto que las mujeres van descalzas, puercas y andrajosas, asemejándose en todo a sus padres y maridos, sin coser ni hilar nada. Lo común es dormir toda la familia en el propio cuarto y los hijos que no oyen un reloj, ni ven regla en nada, sino lagos, ríos, desiertos y pocos hombres vagos y desnudos corriendo tras las fieras y toros, se acostumbran a lo mismo y a la independencia; no conocen medida para nada; no hacen alto en el pudor, ni en las comodidades y decencia, criándose sin instrucción ni sujeción, y son tan soeces y bárbaros, que se matan entre sí algunas veces con frialdad que si degollasen una vaca..La religión corresponde a su estado y sus vicios capitales son una inclinación natural a matar animales y vacas con enorme desperdicio, repugnar toda ocupación que no se haga corriendo y maltratando caballos, jugar a los naipes, la embriaguez y el robo». Félix de Azara, 1745 (texto incluido en “Memoria sobre el estado rural del Río de la Plata”, Buenos Aires 1943).
Algunas voces reivindicatorias
Roberto L. Elisalde en una nota que firma para el diario La Nación, nos recuerda que muy lejos de estas críticas, están las juicios reivindicatorios de Charle Darwin, el célebre naturalista francés que entre fines de 1832 y comienzo de 1833, durante su estadía en Buenos Aires, tuvo oportunidad de conocer gente y lugares que le dejaron una profunda impresión y refiriéndose específicamente al “gaucho” los describió diciendo que “los gauchos o gentes del campo, son muy superiores a las gentes que residen en las ciudades,; es siempre más agradable y más simpático, es más atento o educado, y es más hospitalario” (Roberto L. Elizalde).
Y lo expresado por otro notable personaje y estudioso de la Historia argentina, el padre Ignacio Furlong, que ha dicho con respecto al gaucho: “Es indiscutible que esa prosapia de hombres, llamados gauchos, a lo menos de la provincia de Buenos Aires, al sur del río Salado, no eran unos bárbaros, unos idiotas, unos tarados; no eran un insulto a la cultura y a la civilización. En la época hispana, si no eran apreciados ni tenidos en consideración, tampoco fueron perseguidos, ni se trató jamás de eliminarlos por la fuerza de las armas, como tampoco se pensó jamás en acabar cruelmente con los indígenas”.
Agregando luego que después de 1810, se vio en el gaucho “la materia prima, ideal y abundante, para integrar los ejércitos y remitirlos a los fortines, donde, lejos de sus hogares, perecieron de miseria y melancolía”. Afirmó que después de Caseros fueron perseguidos como en la antigua Grecia se hizo con los ilotas, y rescató la voz de Nicasio Oroño en el parlamento denunciando procedimientos “bárbaramente antihumanos”. Rescató los escritos de Sarmiento, alguna vez simpáticos para con el gaucho, pero no omitió aquella carta a Mitre del 24 de setiembre de 1861: “Tengo odio a la barbarie popular… Mientras haya chiripá, no habrá ciudadanos…. ¿Son acaso las masas la única fuente de poder y de legitimidad? El poncho, el chiripá y el rancho son de origen salvaje”