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EL GAUCHO VISTO POR UN VIAJERO INGLÉS
Dice SAMUEL HEIGH en su obra “Bosquejos de Buenos Aires, Chile y Perú”, refiriéndose a este personaje: “El criollo de la campaña argentina, conocido como “el gaucho”, es un hombre alto, moreno. Cuando apenas puede tenerse en pie, después de ser apartado del pecho materno, se le coloca a caballo en la delantera de la silla paterna y aprende así al mismo tiempo, a conocer el suelo que pisa y el fiel animal que ya no abandonará hasta la muerte. Vivirá siempre montado a caballo, utilizando una pesada montura de cuero que le servirá como almohada durante la noche».
«Va armado con un gran cuchillo de catore pulgadas de largo que lleva atravesado en su espalda o en su bota, boleadoras, un lazo de cuero y una larga lanza con hoja curvada con la que desjarreta al ganado para abatirlo. Con su cuchillo, cortaba los trozos de carne que le apetecían y cuereaba al animal dejando el resto para alimento de perros y fieras. Ponía a secar el cuero, luego de salarlo y cuando ya estaba a medio curtir, lo vendía o lo canjeaba por víveres o bebidas y en algunos raros casos, sabiendo que lo hecho era un delito, dejaba el cuero colgado de un alambrado, para que lo recupere el dueño del establecimiento».
«Vivía por eso, a base de carne, con un poco de maíz tostado y siempre yerba para beber su “cimarrón” (es decir mate amargo). Su techo era el cielo o la enramada de un rancho, rudimentario refugio que albergaba a su familia, a la que visitaba ocasionalmente. Amaba hacer correr a sus caballos y probarse a sí mismo en luchas individuales (y hacer apuestas en ambas circunstancias); practicaba deportes, incluyendo juegos en equipos montados a caballo (no muy diferentes de nuestros modernos polo o “pato” ); participaba en bailes de campo, en fiestas regionales, siempre aficionado a la poesía, especialmente a baladas sentimentales y idílicas, acompañándose generalmente por la guitarra».
«Aislado de los amigos y de las ciudades por inmensas distancias, no poseía otros medios para reunirse al común de los hombres, ni tenía otra ayuda para procurarse alimento, que la que le proporcionaba su caballo. Verdadero árabe de América, poseía con este nobilísimo animal, el instrumento más indispensable para la vida, la fuente de riquezas, el amigo inseparable en el reposo y en el trabajo, en la guerra y en la paz”.
“El gaucho pasa más de la mitad de su vida sobre el arzón, y a menudo come y hasta dormita sobre la silla. A pie camina mal y al arrastrar las inmensas rodajas de sus pesadísimas espuelas, que le impiden caminar como nosotros, parece una golondrina desterrada y sujeta a morar en la tierra. Hasta hace pocos años, los mendigos de Buenos Aires, pedían limosna a caballo, y más de una vez he visto al gaucho, subir a caballo, hasta para ir el corral y traer agua del pozo. La abundancia de caballos es causa de que nadie se preocupe de evitarles el cansancio, y el gaucho va casi siempre al galope, muy raras veces al tranco”
“ Sin fatigarse puede recorrer durante varios días contínuos ciento veinte y hasta ciento ochenta millas cada veinticuatro horas, cambiando caballos”. De esta sola necesidad de vida aérea, sacan forma y medida mil elementos de la vida física y moral del gaucho, desde su esqueleto hasta la más tierna expansión de sus sentimientos. Las tibias del gaucho son muy encorvadas por su presión continua sobre el cuerpo del caballo y la tensión prolongada de los músculos. Sus músculos lumbares y los demás que mantienen erguido cuerpo, están tan desarrollados, que hacen sospechar antiguas monstruosidades en lo que no es sino natural. El gaucho detesta por instinto la agricultura, la industria y todo lo que le obligue a trabajar de a pie o sentado. Por consiguiente, es carnívoro por excelencia y muy aficionado al aguardiente de uva, aunque rara vez cae en aquel estado de ebriedad tan común entre las clases más pobres de Europa” (ver El gaucho rioplatense)