EL OCIO DE LOS PORTEÑOS

Las casas de antes, la mayoría de una sola planta, eran  grandes, espaciosas, con techos muy altos y varios ambientes y “recámaras”, simplemente revocadas y pintadas a la cal y generalmente con un solo baño.

La cocina, donde naturalmente la reina era una gran cocina a leña, era espaciosa, no muy bien iluminada y sólo allí había fuego, porque obviamente, no había calefacción ni estufas en los dormitorios.

Había muy pocas casas con más de un piso y a las que había se las conocía como “los altos de… “, según quienes fueran sus dueños.

Casi todas disponían de generosos terrenos de entre 20 y 40 metros de frente, con amplios patios plantados con naranjos, En el frente una gran puerta de madera con visillos y una o dos ventanas con postigos y “banderolas”, que daban gran luminosidad al Salón principal y que era por donde se accedía a la vivienda y servía como lugar de recepción para las visitas y para el desarrollo de las “tertulias”.

Una pequeña Sala a continuación. usualmente utilizada como comedor de diario, sala de costura, o simplemente para “estar”, permitía el acceso a un segundo patio hacia el que daban los dormitorios, la cocina y el baño, separados por una galería, que protegía el tránsito hacia la cocina o el baño, en casos de lluvia.

Como cielorraso de los dormitorios y a veces también de la cocina y el baño, una estructura armada con tirantes de madera y ladrillos cubiertos con tierra (una técnica constructiva conocida como “bovedilla”), los aislaba del calor y la humedad, de los techos de tejas

Y atrás de todo, en los fondos, un tercer patio, donde crecían exuberantemente hermosas flores, junto a rendidores árboles frutales que hacían las delicias de los niños, prestos siempre para hacer subrepticias excursiones, sin que nadie los viera, para arrancar esas tentadoras manzanas o esos jugosos duraznos que estaban al alcance  de sus pequeñas manos.

Tardes de mate
Valga este introito para referirnos ahora al rito bien rioplatense “del mate”, porque precisamente en ese segundo patio, alejado del bullicio de la calle y por lo tanto, donde se gozaba de mayor privacidad, era donde las familias se reunían a la tarde, al caer el sol (“con la fresca”, como se decía), para tomar mate y cambiar chimentos e informaciones.

Eso era posible porque en aquel entonces, la señora de la casa, muy pocas veces salía de ella, salvo para hacer las compras (cuando el nivel económico de la familia, no le permitía disponer de servicio) y el hombre regresaba de su trabajo nunca más allá de las cinco de la tarde, circunstancias éstas que permitían  disfrutar más en familia, sin considerar los beneficios de una vida trasquila, casi sin riesgos de violencia.

Reunión con los amigos en el Café
En una sociedad “machista” como indudablemente era la nuestra en aquellos tiempos, el hombre tenía derechos, que jamás pudieron  ser compartidos por las mujeres. Uno de ellos, era el de reunirse con sus amigos, fuera de las casas; en algún bar o Club, para jugar a los naipes, para hablar de política o hasta para jugar a  las bochas.

Pero lo más común era que se reunieran en algún Bar del barrio o aún “del centro”, para sentarse alrededor de alguna mesa, quizás puesta en la “vereda”, para trenzarse en infecundas discusiones sobre política, carreras de caballos o economía.

Las tertulias
Una vez por semana, generalmente los sábados, nuestras mujeres solían convocar a familias amigas y a veces, a visitantes de nota, accidentalmente de paso por la ciudad, escritores de moda o político famoso para compartir lo que se llamaba “una tertulia”.

En la Sala principal de la casa amoblada y acondicionada con lo mejor que se tenía, los anfitriones eperaban  a sus invitados. Ella ubicada sobre un estrado, sentada en una silla, rodeada de otras para que las ocuparan las señoras invitadas y más sillas, pero éstas fuera de ese estrado, destinadas a los hombres.

Un piano o clavicordio en una esquina y una moza con los avíos del mate prestos, completaban la escena. A medida que llegaban, las visitas, eran llevadas al salón y allí se ubicaban, según  fuera su sexo en los lugares destinados para ellos.

Un murmullo “in crescendo”, a medida que se iban aflojando las tensiones de los contertulios, iba dominando  los silencios y los murmullos hasta que sueltas ya las lenguas y las inhibiciones, comenzaba un activo intercambio de informaciones, comentarios sobre sucesos “alarmantes” o “vergonzosos” que afectaban el pudor de la “gente decente”, algún intento de meter la política en las conversaciones o las maravillas del nuevo espectáculo que se presentaba en la ciudad, eran matizadas con el mate, que por riguroso turno iba llegando hasta las manos de todos, que después de sorberlo, se lo entregaba a la moza, que pacientemente había esperado a su lado, para llevarlo a cebar de nuevo.

Pero no sólo se hablaba allí. También la presencia entre los asistentes de alguien dotado o dotada para la música o el canto, era aprovechada para que los deleitara con sus virtudes y después, hasta quizás se armara un baile que llevaba a estas tertulias hasta altas horas de la noche, si es que los anfitriones, previendo esto, habían preparado algún “tentempié” para los invitados (ver Usos y costumbres de antaño).

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