MUJERES SOLDADOS ARGENTINAS

En la Historia de la Patria, hubo mujeres cuyo destino las llevó a tener que dejar la tibieza de sus hogares y de sus hijos, para acompañar a «su hombre» en las lides en las que tuvieron que estar, como protagonistas predestinados a una vida riesgosa y llena de sacrificios.

Fueron ellas, las «Mujeres soldados», muchas esposas, madres e hijas que compartieron los peligros de un vida heroica, para que la Patria naciera y se consolidara como Nación. Rescatamos aquí la historia de algunas de ellas y gustosamente agregaremos el nombre y la vida de aquellas que nuestros usuarios nos hagan llegar (ver Mujeres en la historia argentina).

MANUELA PEDRAZA (1806)
UNA TUCUMANA RECOMENDADA (1780/??). Muchos episodios ocurrieron durante la jornada vivida en Buenos Aires el 12de agosto de 1806, que revelaron el valor y el patriotismo del pueblo alzado en armas contra el invasor inglés.

Algunos han sido recogidos por la crónica, otros se han perdido en el anonimato y muchos, como fueron vivencias eminentemente populares, han sido felizmente asumidos por la tradición oral. Y es el caso que nos ocupa, una muestra de que algunos de estos hechos, no sólo han trascendido el ámbito coloquial de “fogones” y “saraos”, sino que han merecido el reconocimiento público por las características poco comunes que revistieron

Hablamos de una acción protagonizada por Doña MANUELA PEDRAZA, oriunda de Tucumán, esposa de un cabo de milicias de esa provincia, quien acompañando a su marido en la lucha que se libraba en las calles de Buenos Aires, durante la segunda de las invasiones inglesas, atacó a uno de los piquetes de ingleses que se hallaban atrincherados en la Recova, sometiendo a un nutrido fuego a los defensores de la ciudad.

Sin que pudieran detener su empuje, llegó a los fortificados, mató a uno de los soldados y tomando el fusil de su víctima, continuó con su avance, haciendo fuego sobre los sorprendidos soldados ingleses, que se vieron obligados a abandonar sus posiciones. Luego de esa jornada, SANTIAGO DE LINIERS mencionó a MANUELA PEDRAZA en su informe al Rey, recomendándola para ser nombrada «subteniente de infantería, con derecho a uso de uniforme y sueldo  correspondiente a su grado”.

LAS MUJERES EN EL FRENTE DE BATALLA POR LA INDEPENDENCIA | [ LAS MUJERES EN EL FRENTE DE BATALLA POR LA INDEPENDENCIA ] La desigualdad -y/o machismo- existe incluso desde aquellas épocas. “

JUAN AZURDUY DE PADILLA (1811)
AMAZONA Y MONTONERA (1780-1862). Heroína de la guerra de la independencia en el Alto Perú. Nació en Chuquisaca (hoy Sucre, Bolivia), el 12 de julio de 1780. Se educó en un convento hasta los dieciocho años.

En 1802 conoció al soldado Manuel Asencio Padilla y el 8 de marzo de 1805 contrajo matrimonio con él. “Desde aquel instante siguió a su marido como la sombre al cuerpo que se desplaza en plena luz y soportó todas las vicisitudes y padecimientos de la cruel contienda que los envolvió”, frase consagratoria que le dedicó un investigador.

En 1811, acompañó a su marido en la campaña del ejército patriota enviado desde Buenos Aires hacia el Alto Perú al mando de ANTONIO GONÁLEZ BALCARCE. Luego de Huaqui, sus bienes fueron confiscados por JOSÉ MANUEL DE GOYENECHE, el comandante realista que había derrotado a CASTELLI y debieron huir a las  montañas.

Pero los triunfos de Tucumán (1812) y Salta (1813), les permitieron regresar a Chuquisaca. Fue entonces cuando Juana decidió, no sólo acompañar a su marido, sino combatir también con él.

El 4 de abril de 1815, al mando del batallón Leales y bajo las órdenes de su marido que ya era Coronel de milicias, se batió con denuedo, en el cerro Carretas, contra los realistas comandados por el general Miguel Tacón. El 3 de abril de 1815, acompañó e su marido en le entrada triunfal en Chuquisaca.

Soportó estoicamente el sitio a que la sometió el general español La Hera en el pueblecillo del Villar, pero, finalmente, venció a sus enemigos y los hizo retirar con precipitación, después de dos horas de rudo combate. En esa oportunidad presentó a su marido usa bandera tomada a los españoles.

Al llegar el año 1816, habiendo cumplido ya numerosas hazañas, acompañada por una tropa de amazonas, dirigía personalmente devastadoras cargas de caballería y luchaba a la par de los más valientes. El general BELGRANO comunicó al Director Supremo  Pueyrredón que Juana había tomado una bandera enemiga en el asalto de Chuquisaca y la recomendaba, lo mismo que a sus compañeras (1).

En “La Laguna” continuó batiéndose valerosamente y en marzo de 1816, con su marido reclutaron una tropa de indígenas con los que iniciaron la llamada “guerra de las republiquetas”. La “republiqueta” de los Padilla era una de las más vastas y tenía su cuartel general en La Laguna.

Con este ejército rudimentario, la pareja de guerrilleros siguió los vaivenes de la suerte cambiante de las armas patriotas, causando serios perjuicios a los españoles, mediante acciones de guerrilla, veloces, imprevistas y fulminantes.  Durante esta sangrienta  campaña, Juana perdió a sus cuatro hijos, pero tuvo después una niña.

El 14 de septiembre de 1816, el coronel PADILLA fue derrotado por el general español AGUILERA, en la batalla de Viluma, no obstante la valerosa ayuda de su mujer y de sus soldados, viéndose obligado a ponerse en fuga con ella, con su ayudante, otra mujer que les servía de compañía y con el capellán POLANCO.

Fueron perseguidos y alcanzados. Para salvar la vida de su mujer, a quien rogó que huyese y se alejase lo más pronto posible, el coronel PADILLA desenvainó el sable y cargó con bravura contra sus adversarios, cuerpo a cuerpo, pero una bala enemiga lo hirió de muerte.

Estando caído en el suelo donde se desangraba, el general AGUILERA se arrojó sobre él y ordenando al capellán Polanco que lo absolviese, lo degolló. Después de la muerte de su marido Juana continuó su lucha y se radicó en Salta, donde se unió a GÜEMES y allí, junto al caudillo salteño, siguió dando muestras de su valor y astucia.,

En 1825, luego de la batalla de Ayacucho (9 de diciembre de 1824), que concretó la independencia del Alto Perú, el gobierno de Salta le entregó, a su pedido, cuatro mulas y cincuenta pesos fuertes para viajar de regreso a Chuquisaca y allí tuvo el orgullo de recibir la visita de Bolívar, el victorioso general que le había dado la independencia a su patria.

Falleció el 25 de mayo de 1862, en su ciudad natal, acompañada por la única hija que le quedaba, después de haberle dado cuatro hijos y un marido a su querida Bolivia.

(1). Con motivo de la valiente actuación  que le cupo en la acción librada en Villar, Alto Perú, donde arrebató una bandera a las fuerzas realistas, el 26 de julio de 1816 y desde Tucumán, el general MANUEL BELGRANO, elevó una recomendación para JUANA AZURDUY DE PADILLA, expresando en dicho documento:

“Excelentísimo señor: paso a manos e V.E. el diseño de la bandera que la amazona Juana Azurduy tomó en el Cerro de la Plata, como a once leguas al este de Chuquisaca, en la acción a la que se refiere el comandante MANUEL ASENSIO PADILLA, quien no da esta gloria a su esposa, por moderación, pero que por otros conductos fidedignos, me consta que ella misma arrancó de las manos del abanderado, ese signo de la tiranía, a esfuerzos de su valor y de sus conocimientos en la milicia  poco comunes en mujeres.

Recomiendo a V.E.  a la señora AZURDUY ya nombrada,  que  continúa en sus trabajos marciales  del modo más enérgico y a quien acompañan algunas otras más  en las mismas penalidades , cuyos nombres ignoro , pero que tendré la satisfacción  de ponerlos en consideración  de V.E., pues ya los he pedido».

Esta vez si se hizo justicia y a JUANA AZURDUY DE PADILLA, de nacionalidad altoperuana (hoy Bolivia), por disposición del Directorio, le fue otorgado el grado y los sueldos de Teniente Coronel de Milicias Partidarias de los Decididos del Perú, con fecha 13 de agosto de 1816, “por honor a su patriotismo distinguido”.

GERTRUDIS MEDEIROS DE FERNÁNDEZ CORNEJO (1812)
El general MANUEL BELGRANO elevó al gobierno de Buenos Aires, un memorial pidiendo recompensa para doña GERTRUDIS MEDEIROS DE FERNÁNDEZ CORNEJO, viuda del capitán FERNÁNDEZ CORNEJO, muerto en acción durante la Batalla de Tucumán.

En esta nota, Belgrano relata los importantes servicios esta patricia salteña, digna de ser recordada por su noble y desinteresado amor a la causa de la patria. Hija de José Medeiros, gobernador-intendente de Salta, y esposa del capitán Juan Fernández Cornejo, explorador del río Grande de Jujuy y del Chaco, al fallecer su esposo, doña Gertrudis llenó el hueco que aquél dejara en la filas de los patriotas.

No obstante tener sobre sí el cuidado de dos hijas menores, no puso jamás límite a sus sacrificios y ofrendas en pro de la patria: todo lo suyo estuvo siempre a disposición de la causa del pueblo.

Aprisionada por los realistas, en una de las invasiones llevadas por aquellos a la capital salteña, vio saqueada su hacienda, talados sus campos, convertida en cuartel su casa solariega, y derruidas otras de sus propiedades para hacer con los adobes, reparos y trincheras.

Libertada al fin por los patriotas, pero arruinada del todo y sumida en la más espantosa miseria, ya nada pudo dar, sino su persona, y la dio con el mayor entusiasmo.

Atacada en 1814 en su hacienda de Campo Grande, único bien que le restaba, resistió, con las armas en la mano, al frente de sus peones, a la fuerza realista que la combatía. Vencida, y de nuevo prisionera, fue enviada a Jujuy, obligándosele a hacer el camino a pie, sin consideración a su debilidad y sexo. No pudo, sin embargo, domar la desgracia su ardiente patriotismo.

Como en Jujuy no la encerraron y podía andar libremente por todas partes, se convirtió en confidente de los patriotas; de ella dijo, el coronel ALEJANDRO HEREDIA, que las noticia más completas y verídicas recibidas por GÜEMES, acerca de los movimientos, número y estado de las fuerzas españolas, fueron siempre las que recibía por conducto de la señora de Cornejo.

Cuando acosados los realistas por los gauchos salteños, se disponían a evacuar a Jujuy, determinaron llevarla al socavón de Potosí.

Ella lo supo y se escondió, no saliendo a la calle hasta la ocupación de la ciudad por los patriotas. Doña Gertrudis no necesitaba de más méritos para merecer el aplauso de sus contemporáneos y el respeto de la posteridad; pero la miseria, noblemente soportada, hizo más bella e interesante su personalidad.

Mientras la patria luchó por la libertad, sufrió con sus hijas las amarguras de la indigencia, viviendo solas y abandonadas sin quejarse, ni reclamar nada a nadie.

Sólo mas tarde, cuando se desvanecieron los peligros y lucieron para la patria días menos agitados, invocó los servicios de su esposo para solicitar, la viudedad que le correspondía, callando, con gran delicadeza, sus personales sacrificios.

Desgraciadamente, no pudo acompañar a su justísima petición los despachos de su esposo, extraviados en uno de los lances de su accidentada vida, siendo esta la causa que la impidió conseguir lo que con tanta justicia solicitara.

Desencantada quizá, pero sin quejarse jamás, no renovó su empeño; resignándose a terminar su vida en un rincón, ignorada y en el olvido. Su vida «de inmolación constante, ha dicho el señor Mantilla, le asegura un puesto de honor en la historia. Muy pocas de las mujeres que actuaron en el vasto escenario de la Independencia americana la excedieron en mérito ni la superaron en servicios, siendo en su patria la primera» (ver Mujeres soldados.

MARÍA REMEDIOS DEL VALLE (1813)
Conocida como «La madre de la Patria», fue protagonista de una triste historia de injusticia y olvido. La heroica mujer que ayudada por sus dos hijas, no vaciló en desafiar a los realistas, para dar consuelo y apoyo a los soldados de MANUEL BELGRANO, luego de la derrota de Ayohuma.

«La victoria es nuestra», afirmó Manuel Belgrano cuando en la mañana del 14 de noviembre de 1813 vio descender en desfilada por la cuesta del Taquiri, rumbo a la Pampa de Ayohuma a las tropas del virrey del Perú, otra vez al mando de JOAQUÍN DE LA PEZUELA, su reciente vencedor en Vilcapujio.

Trabada la lucha, la suerte de las armas sonrió al jefe realista y Belgrano debió apurar la copa de la amargura hasta las heces, mientras el ejército independentista, soportaba heroicamente el cañoneo que barría sus filas, «manteniéndose con tanta firmeza -así lo reconoció Pezuela- como si hubiese criado raíces en el lugar que ocupaba».

Al analizar la desgraciada jornada de Ayohuma para nuestras armas, dijo BARTOLOMÉ MITRE «Nunca se ha hecho un elogio más grande a las tropas argentinas y merece participar en él una animosa mujer de color, llamada María, a la que conocían en el campamento patriota con el sobrenombre de “Madre de la Patria”.

Acompañada de dos de sus hijas, con cántaros en la cabeza, se ocupó, durante todo el tiempo que duró el cañoneo, en proveer de agua a los soldados, llenando una obra de misericordia como la Samaritana, y enseñando a los hombres, el desprecio de la vida».

En sus “Memorias”, GREGORIO ARÁOZ DE LA MADRID, quien participó de la acción, también aporta su testimonio diciendo: «Es digno de transmitirse a la historia, una acción sublime que practicaba una morena, hija de Buenos Aires, llamada tía María y conocida por “Madre de la Patria”, mientras duraba este horroroso cañoneo como a las doce del día 14 de noviembre y con un sol que abrasaba.

Esta morena tenía dos hijas mozas y se ocupaba con ellas de lavar la ropa de la mayor parte de los jefes y oficiales, pero acompañada de ambas se le vio constantemente conduciendo en tres cántaros que llevaban a la cabeza, agua que sacaba de un lago o vertiente situado entre ambas líneas y distribuyéndola entre los diferentes cuerpos de la nuestra y sin la menor alteración».

Allá por 1827, muchos porteños solían cruzarse, en la Plaza de la Victoria o en los atrios cercanos, con una morena anciana que pedía limosna apenas con un hilo de voz. Decía llamarse MARÍA REMEDIOS DEL VALLE y su alimento diario dependía de la caridad de los conventuales.

Un día se cruzó con ella el general JUAN JOSÉ VIAMONTE, veterano de la primera campaña en el Norte. Creyó reconocerla y le preguntó su nombre. Al escuchar la respuesta, dijo a sus acompañantes: “Esta es La Capitana, la Madre de la Patria, la misma que nos acompañó al Alto Perú.

Se trata de una verdadera heroína”. Valido de su condición de legislador, a poco solicitó para la pobre mujer una pensión en mérito a «los servicios prestados en la guerra de la Independencia».

La Comisión de Poderes propuso que se le diese el sueldo de capitán de Infantería, mas el despacho no llegó al recinto. VIAMONTE volvió a la carga un año después y debió soportar que se alegase falta de facultad de los diputados porteños para recompensar servicios hechos a la Nación.

Aunque no le gustaba hablar, VIAMONTE tomó la palabra y manifestó que la mujer había seguido al ejército de la patria desde 1810 y que no existía ninguna acción en la que no hubiera tomado parte. “esta benemérita mujer «, continuó diciendo “es bien digna de ser atendida porque presenta su cuerpo lleno de heridas de bala, y lleno también de cicatrices producidas por el castigo a los que había sido sometida por los realistas, y no se debe permitir que deba mendigar como lo hace».

Su declaración conmovió a todos los oyentes y fue apoyada por los testimonios de otros diputados, entre ellos TOMÁS MANUEL DE ANCHORENA, antiguo secretario de BELGRANO en el Alto Perú, cuyo testimonio fue decisivo al afirmar que era la única mujer a la que BELGRANO había permitido marchar con el ejército, cuidando a los heridos y dando consuelo de los moribundos.

Puesta en consideración la propuesta de VIAMONTE, por absoluta mayoría se aprobó el pago del sueldo correspondiente al grado de capitán y se dispuso que se escribiese y publicase una biografía de María, además de erigírsele un monumento.

Pero el expediente se perdió entre un mar de papeles y María siguió mendigando hasta el día de su muerte y murió el 28 de octubre de 1847 (¿?) en la miseria, porque además de las heridas que le provocaron las balas realistas, debió sufrir en carne propia, el incumplimiento de la ley aprobada por sus compatriotas.

Desde 1944, una callecita cercana al parque Avellaneda lleva el nombre de esta heroína a la que nunca se le reconocieron sus indudables méritos (extraído de un artículo de Enrique Mario Mayochi).

JUANA «LA DRAGONA» (1816)
Como era de costumbre en los revueltos tiempos de nuestras guerras civiles, en diciembre de 1816, una mujer llamada JUANA MONTENEGRO, acompañaba a su esposo, soldado en el Regimiento de Dragones, que mandaba JUAN M. LORENZO. Cargaba la tal Juana un enorme sable, que hacia las delicias de los pifiones y traviesos del cuerpo, que siempre hallaban medios de hacer chacota del famoso sable de la amazona.

Pero Juana hacía oídos de mercader, diciendo de vez en cuando: «Sigan nomás echándolas de graciosos, que yo les prometo que llegando la ocasión, han de ver a qué he venido».

Esta ocasión no tardó en llegar: perseguía LORENZO con su gente a las fuerzas del artiguista JUAN MIGUEL CHIRIBAO, que merodeaba alrededor del pueblo de Mandisoví (antiguo nombre que llevaba la que hoy es la ciudad de Federación, en la provincia de Entre Ríos), cuando impensadamente chocaron perseguidos y perseguidores, trabándose en combate inme­diatamente.

Momentos después de producido el choque, un fuerte aguacero hizo imposible el uso de las armas de fuego, quedando así con ventaja los artiguistas, superiores en número a las fuerzas de LORENZO. Este era muy decidido y animoso, no se amilanó y muy al contrario, con voz resuelta y enérgica mandó: «Carabina a la espalda, sable en mano y a la carga».

JUANA MONTENEGRO obedeció la orden como cualquier soldado. Desnudó el sable, origen de tantas bromas, y colocada al lado de su esposo se mezcló en la pelea, fuerte y entusiasta, tan pujante como el «dragón más impetuoso del Regimiento. Dispersados y sableados los artiguistas, ella siguió encarnizadamente  la persecución de los que huían, volviendo luego al campamento, dueña de un fusil, que luego de haberle dado muerte, le arrancara personalmente a uno de los soldados enemigos que había perseguido.

Transmitida la proeza de esta mujer guerrera al gobierno, el Supremo Director JUAN MARTÍN DE PUEYRREDÓN, dictó un decreto, “mandando que dicha JUANA MONTENEGRO revistarse como plaza en el Regimiento de Dragones, con haber de soldado durante toda su vida, y que se le diera las gracias por su valeroso comportamiento”. Desde entonces la Montenegro dejó de usar su apellido para ser llamada por todos «La Dragona».

MARTINA CHAPANAY (1800-1887)
Una valerosa mujer mestiza, nacida en San Juan, que entremezclando leyendas y verdades, pasó a la historia como protagonista de una vida tumultuosa y violenta, que rozando muchas veces las fronteras del bandolerismo, la llevó a compartir hombro a hombro con los hombres de su época, los rigores de sus luchas por la Independencia primero , con las montoneras luego y que hasta llegó a ser “la chasqui de SAN MARTÍN. Fue ladrona de caminos, bandolera, Robín Hood con cara de mujer, cuchillera sin sosiego y heroína de la Patria (ver Martina Chapanay).

LA DELFINA (1821)
UN AMOR HASTA LA MUERTE (¿?/1839). En mayo de 1821, el caudillo entrerriano FRANCISCO RAMÍREZ comenzó su lucha contra algunas provincias que se habían aliado con el santafecino ESTANISLAO LÓPEZ para combatirlo y como fue siempre su costumbre, nunca dejó de ir al frente de su tropa, infundiéndole con su coraje, su espíritu de caudillo indomable.

Pero no iba solo a estas contiendas. Siempre lo acompañaba “LA DELFINA”, una mujer de legendaria belleza y coraje que se suponía era hija ilegítima de un  virrey portugués y que profundamente enamorada de Ramírez, siempre lo acompañaba en sus combates.

LA DELFINA, vestía traje de oficial y chambergo con la misma pluma de avestruz que rubricaba  el escudo de la nueva República de Entre Ríos, participando junto a su amado en los entreveros que se oponían a su destino. En las galas de sociedad, con la misma gracia que llevaba el uniforme, cambiando el chambergo por las flores y la peineta, y el sable por el abanico, seguía siendo “La Delfina”.

Luego, en el campamento de La Bajada, donde había bailes, títeres, juegos de naipes, riña de gallos, carreras y hasta corridas de toros, dejará el abanico por la guitarra y seguirá siendo “La Delfina”-

Nadie sabe a ciencia cierta si fue rubia o morena, blanca o mestiza. Alguno (el poeta MOLINA) le atribuye voz de sirena criolla y destrezas musicales. Y ni siquiera ella sabía si Delfina era su nombre o su apellido (hay quien dice que su verdadero nombre era DELFINA MENCHACA).

Unos la creen hija ilegítima de un virrey portugués, otros le suponen un origen humilde que la hizo terminar como criada por una familia de estancieros afincados en Río Grande Do Sul. Hay también quien dice que eso de acompañar a un guerrero, no empezó con Ramírez y hasta hay quien le asigna un pasado “non sancto”.

La verdad de todo es sin embargo, que “La Delfina” era una mujer valiente y de acción. ANÍBAL V´ZQUEZ en su obra «Caudillos entrerrianos: Ramírez», la describe como una mujer joven de resplandeciente belleza, de terso cutis blanco, de facciones delicadas y negra cabellera. Es una heroína a su modo, viste uniforme militar que según Mitre consistía en una casaquilla colorada , galoneada de oro y un sombrero a lo chambergo emplumado de rojo y negro”

Su valor era llamativo, casi exhibicionista. Amaba los uniformes y hábil como amazona y en el uso de las armas, acompañó a su “Pancho” como coronela del ejército federal, en todas las batallas que éste debió librar entre 1817 y 1821, unidos en el amor y en la lucha por los ideales del caudillo.

No se separaban un instante, vestida ella con el uniforme de coronela galopando a su lado y luchando en las batallas como un soldado más. Porque además de apasionada era intrépida y valiente.

Desde que el destino los unió en febrero de 1817 (¿?), hasta que su dulce compañía,  le significó la muerte a su amante en 1821, los campos de combate de Gualeguaychú (12/1817); Saucesito (25/03/1818); Arroyo del Medio (04/01/1819); Ñandubay (05/01/1819); San Nicolás (09/11/1819) y Cepeda (01/02/1820), la vieron sable en mano combatiendo junto a su amado.

Aquel 10 d julio de 1821, RAMÍREZ  se encontraba en Córdoba y después de haber sido derrotado en uno de esos entreveros, librado en proximidades de Río Seco, inició la retirada, seguido por la DELFINA. Habiendo tomado ya un distancia prudencial de sus perseguídores, se dio vuelta para ver cómo lo seguía la Delfina y con estupor vio que el caballo de ésta había rodado y que solados de la partida enemiga ya la rodeaban.

Sin dudarlo, volvió grupas, marchando en auxilio de su amada y cuando llegó al grupo, fue recibido a tiros, muriendo instantáneamente con un balazo en el corazón. Uno de los soldados decapitó su cadáver y su cabeza fue enviada a Estanislao López, que la hizo embalsamar y luego la puso en exposición en la Iglesia Matriz de Santa Fe.

VICTORIA ROMERO DE PEÑALOZA (1842).
Esposa del caudillo riojano ÁNGEL VICENTE  PEÑALOZA, el Chacho, a quien acompañó a lo largo de sus campañas militares. Más capaz que ella en las lides militares no hubo, fue salvajemente herida en la cabeza por salvarle la vida a su marido, inmortalizada luego por la copla popular. Según  la  tradición, era mujer de temperamento varonil e independiente, que no vacilaba ante el peligro.

Nació en la Costa Alta de La Rioja, donde su figura se había hecho legendaria. Los habitantes de la provincia sentían por ella el mismo cariño que por el Chacho, pues ambos compartían las penurias de los desheredados. En la batalla del Manantial, librada por el Chacho contra fuerzas federales en 1842, Victoria realizó una hazaña que cimentó su fama.

En medio de la lucha, viendo a su marido acorralado, se lanzó en su ayuda. «Debió su vida, escribió JOSÉ HERNÁNDEZ en su biografía del Chacho, al arrojo e intrepidez de su mujer, quien, viendo el peligro en que se hallaba, reunió unos cuantos soldados y poniéndose a su frente se precipita sobre los que atacaban a PEÑALOZA, con una decisión que habría honrado a cualquier guerrero».

Su gesto le valió recibir un feroz sablazo que un enemigo descargó sobre su cabeza, causándole una herida desde la frente hasta la boca. El capitán IBÁÑEZ la salvó a su vez matando al heridor. La  tremenda  cicatriz desfiguró el rostro de Victoria, que la disimulaba cubriéndose la cabeza con un manto. La copla popular aludía así al hecho: «Doña Victoria Romero, /si usted quiere que le cuente, / se vino de Tucu­mán / con una herida en la frente».

No por ello dejó de acompañar a su marido en la paz y en la guerra. «La esposa del Chacho venía con frecuencia al campamento y al combate, dice EDUARDO GUTIÉRREZ-, a compartir con su marido y sus tropas los peligros y las vicisitudes. Entonces, el entusiasmo de aquella buena gente llegaba a su último límite y sólo pensaban en protestar a la Chacha (como la llamaban), su lealtad hasta la muerte».

En 1863 el Chacho se encontraba refugiado en Olta, La Rioja, buscado por fuerzas nacionales que tenían la orden de castigar al caudillo sublevado, y pese a que se había rendido, lo ultimaron de un, lanzazo en presencia de Victoria. Ésta, junto con su hijo adoptivo, fue tomada  prisionera y posteriormente liberada. Se ignora que fue luego de ella y ni la fecha ni el lugar de su muerte se supo.

SARGENTO PRIMERO CARMEN LEDESMA (1850/?)
Esta negra fortinera, conocida en el Fuerte General Paz como “mama Carmen” había nacido en Buenos Aires a mediados del siglo XIX y en 1874 quedó a cargo del Fuerte, cuando el Coronel HILARIO LAGOS, al mando de efectivos del 2 de Caballería de Línea, debió marchar hacia la localidad de Mercedes, asediada por el cacique PINCÉN y sus bravos.

Lo primero que hizo fue vestir con ropas de soldado a todas las mujeres que se hallaban en el Fuerte; distribuyó las pocas armas que habían quedado disponibles y dispuso que se continuaran realizando las tareas diarias y propias del Fuerte, a los efectos de que no se notara la ausencia de los soldados..

Todas las mañanas presidía el acto de izar la Bandera y al atardecer el de arriarla. Durante el día se ocupaba de instruír a las mujeres en el manejo de las armas con la ayuda de dos soldados que habían quedado con parte de enfermo y seleccionó cuidadosamente los lugares donde se debía reforzar la defensa, ubicó en el mangrullo los dos pequeños cañoncitos que le habían dejado, estableció los puntos débiles del Fuerte, racionó agua y comida para el caso de un asedio por parte de los aborígenes y tomó previsiones para atender a los heridos que se producirían en caso de un ataque.

Una tarde, el Fuerte fue atacado por una partida de aborígenes que esperando no encontrar resistencia, se vieron sorprendidos por una fuerte descarga de fusilería acompañada por un disparo de cañón, que los puso en fuga. A su regreso, el Coronel LAGOS encontró el Fuerte vigilado, bien dispuesto para la defensa y con todas las “indefensas” mujeres que habían quedado rigurosamente vestidas con uniforme y listas para rendir honores al Jefe que regresaba.

Tomó conocimiento de todo lo realizado por esta valiente mujer y junto con el relato que envió a las autoridades castrenses, solicitó que se le concediera el grado de Sargento Primero como recompensa.

Así fue que la Sargento Primero CARMEN LEDESMA comenzó a revistar con ese grado en los registros del Ejército Argentino. Lamentablemente su historia se pierde en la distancia y el olvido y nada más se supo de ella, salvo que tuvo 16 hijos y que  varios de ellos murieron  combatiendo por la Patria.

CARMEN FUNES, UNA FORTINERA DE AGALLAS (1881)
Doña CARMEN FUNES (1863/1916). Apodada “La Pasto Verde”, en 1881 se instaló en el antiguo “Fuerte Roca”, y se convirtió en una una legendaria mujer que acompañó a las tropas que hicieron la Campaña al Desierto.

Durante un período de seis meses, seis mil soldados protagonizaron la conquista del desierto que terminó con el dominio indígena sobre un vasto territorio de 20.000 leguas. Los soldados soportaron durante su marcha la dureza del clima y las enfermedades que hacían más graves los rigores de la guerra y la mayor parte no recibió ningún reconocimiento.

Estas condiciones extremas fueron compartidas por muchas mujeres que la historia ignora. Una de ellas fue CARMEN FUNES que al terminar la campaña, se quedó en un pueblo cercano a Bahía Blanca e instaló una cantina. En 1899 cuando el progreso llegó bajo la forma del tren, abandonó el pueblo y se trasladó a Plaza Huincul, en la provincia de Río Negro, un sitio desolado y sin agua, donde parecía que la vida humana era imposible.

Pero doña Carmen conocía la existencia de un manantial y allí levantó su rancho. Ese lugar se convirtió en una parada obligada para los viajeros que encontraban un refugio, después de una larga marcha bajo el sol ardiente y fuertes vientos.

En 1913 el ferrocarril llegó a Zapala y nuevamente doña Carmen vio arruinado su negocio, dedicándose entonces a cuidar un poco de ganado que había logrado reunir.

Cuando en 1915 el Gobierno envió una comisión de geólogos para investigar la presencia de petróleo, el rancho de doña Carmen les sirvió de primer alojamiento. La mujer murió el 15 de diciembre de 1916 y fue enterrada cerca del lugar donde se levantaba su rancho. Allí se construyó un monolito que la recuerda y donde siempre hay alguna flor colocada por la gente de los pueblos cercanos.

Abajo las faldas, ponerse el kepís
Cuando ocupamos Guaminí, no habíamos llevado las mujeres de la división. No sabíamos lo que íbamos a encontrar y no queríamos tener ese estorbo, en el caso en que tuviéramos que librar batalla en campo raso con enjambres de indios, que fue al fin lo que nos cupo en suerte”.

Pronto advertimos que habíamos hecho mal en dejarlas; los soldados las extrañaban amargamente, languidecían, desertaban, no lavaban su ropa ni soportaban la campaña con buen humor, así que, como al cabo de tres meses, se enviara a la frontera un destacamento encargado de escoltar un convoy de uniformados, se decidió que al mismo tiempo, se nos trajeran a nuestras  mujeres, pero antes de llegar al Fuerte, el destacamento fue atacado por un gran número de indígenas.

Al mando de esta columna, venía un oficial perspicaz por demás, que, desde que avistó a los indios, se dio cuenta que su considerable número, haría muy difícil la resistencia. Reunió a sus hombres y a las mujeres que traía y les dijo «Tengo bastante gente para resistir, pero esos demonios me van a quitar la caballada. Muchachas, a ustedes se las confío. Rodéenla, y no dejen que nadie se aproxime”.

—Está bien, teniente —respondieron y una de ellas pidió un revólver “para en caso de ser necesario” dijo. Al acercarle el arma, el teniente se detuvo diciendo: —Un momento — Si ustedes se presentan con esas ropas los salvajes se van a encarnizar en robar la caballada. Hay que evitarlo. Hay uniformes suficientes en los cargueros; conque así ¡faldas abajo y a vestirse de reclutas!, pero sobre todo, hagan honor al glorioso uniforme que les confío!

Los indios coronaban ya las alturas y tomaban sus disposiciones para el combate, cuando fuera de su vista se presentaba un espectáculo inusitado. En ese momento de solemne tensión que siempre precedía a una carga, ver a las mujeres, faldas abajo, como les había dicho el teniente, poniéndose la bombacha y la chaquetilla azul, ocultando sus largas cabelleras bajo el kepis y saltando sobre el caballo, mientras que los soldados con el arma pronta y el ojo atento, pero no del lado de los indios, se cambiaban dicharachos fuertemente condimentados sobre las formas más o menos redondeadas que las indiscreciones de esa rápida toilette dejaban en descubierto por un momento.

La carga fue brillantemente rechazada y la caballada se salvó. Los indios llegaron, sin embargo, muy cerca. Sólo un año después vinieron a saber, cuando los hicimos prisioneros, que ese día se las habían visto con mujeres soldados” (extraído de «La Pampa”, un libro de Alfredo Ebelot, París, 1889)

1 Comentario

  1. Laura Garcia Ces

    Excelente relato histórico muy valioso.

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