EL CASERÓN DE ROSAS (1822)

Hay ciudades en el mundo que, indiferentes a veces para los propios habitantes del país al que pertenecen, tienen para extraños, elementos que las identifican. Así, para los argentinos poseen significados Boulogne-Sur-Mer o Grand Bourg, quizás como también, Toulouse o Medellín, evocados por razones históricas o afectivas.

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Una vez, el cuidador del viejo cementerio de Southampton nos preguntó, al grupo que lo recorríamos, qué pasaba con ese «tipo» que «habitaba» ese lugar (se refería a JUAN MANUEL DE ROSAS).

Dos veces se lo habían hecho preparar para llevárselo y otras tantas había tenido que enterrarlo. Estos movimientos inconexos a los cuales somos todavía propensos los aquí nacidos, se manifiestan también en nuestro acervo arquitectónico. Así, probablemente volvamos a construir el viejo caserón de Rosas en Palermo y con el tiempo volvamos a tirarlo, hasta que alguien vuelva a tropezar con su primitiva traza (ver La Residencia de Rosas en San Benito de Palermo).

En Virrey del Pino, partido de La Matanza, a esca­sos 25 km de la Capital, se levantó desde el siglo XVII el casco de una estancia que, a pesar de nuestros movimientos a los que hago referencia, sigue en pie, albergando un Museo.

Comprada en 1822 por la firma Rosas, Terrero y Cía. pasa a pertenecer a JUAN MANUEL DE ROSAS cuando éste asume el gobierno. Ampliada y arbolada por él, es declarada Monumento Histórico Nacional en 1942.

En 1970, la Municipalidad compra el casco más una hectárea lindera y crea a mediados de 1972,  el “Museo Histórico del Partldo de La Matanza”.

Hoy, con la mampostería y las aberturas prácticamente completas, varias habitaciones carecen de solado y sus cubiertas lastimadas dejan que las inclemencias del tiempo se lleven la decoración, que aún se observa en las paredes. Impedido el acceso por razones de seguridad a la planta alta, el único lugar “activo”, ha sido en estos años la capilla, donde solía celebrarse misa los domingos.

No obstante este deterioro manifiesto, a los costados de la casona aparecen desde baños públicos, con techo “cala” (a escala de los museos del Smithsonian Institute), hasta un semihuevo de contorno irregular, que con una imagen en su interior oficia de gruta.

En 1986, la intendencia comenzó a construir un edificio de notables proporciones, sin preocuparse de entorno, escala y otras historias aprendidas, como tampoco al parecer de usuarios, destino, costos y lo más importante, prioridades (la restauración del viejo casco).

Esos movimientos de trayectoria errática que menciono seguirán ocurriendo en la búsqueda de nuestra ansiada identidad. Cuando la encontremos sabremos qué hacer, si desenterrar o dejar definitivamente las cosas como están (Arq. Alejandro Lonetti).

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