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CIVILIZACIÓN O BARBARIE? (1868)
Civilización o barbarie era la disyuntiva que presentaba DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO en su lucha ideológica contra los cauillos en el siglo XIX.
En el auge del progreso liberal, el Presidente Sarmiento estaba empeñado en que la República se poblara con colonias agrícolas, con leyes, escuelas y ferrocarriles.
Y que no quedara lugar para gauchos malentretenidos ni para caudillos montoneros. “Este es un feliz acontecimiento —exclamaría al echar a andar una gran obra ferroviaria— que inaugura la extinción del caudillaje bruto”. Así lo veía la “clase culta”, con robusta fe en aquella gran mudanza que se estaba produciendo en el país..
Desarrollo económico y cultural. Libertades individuales y orden jurídico. ¿Era aquél el amanecer de la “Joven Argentina”» soñada por los románticos del 37?.
Aún parece oírse el eco de esa época cosmopolita y novedosa. La importación entraba a raudales, alentada por el crédito irrestricto y por la ansiedad de gastar y de tenerlo todo. La aduana rendía con ello suculentos aranceles. Los mercaderes se regodeaban con un sinfín de fruslerías “made in England”» que hacían la delicia de los manirrotos.
De consuno con esta prosperidad de importación, más de 400 leyes saltaban de la galera del presidente, sin detenerse en tercos parlamentarios ni en la fiebre amarilla. Y se pone temático e implacable en su lucha contra la insurrección y el analfabetismo.
Aulas y libros para “educar al soberano”; telégrafos y ferrocarriles para integrar la inmensidad; Rémington y ametralladoras para aplastar la «barbarie».
Las ovejas y los trigos, con sus alambrados y plantaciones, estaban modificando el paisaje. Los inmigrantes y la cultura estaban modificando a la gente. La democracia estaba en ablande, con un caudillismo electoral que gana las elecciones con fraude y a tiros. Conspiraciones y atentados no faltaban. Pero nada impide el triunfo de la civilización, injertada sobre un pasado desdeñado y cerril.
Sin embargo, este «festín de la vida» (como le llamara Sarmiento), no alcanza para todos. Hay un paisanaje olvidado en el desamparo, que sufre la prepotencia de los que mandan. Son los criollos irredentos, malos para agachar el lomo sobre el surco, buenos para morir poco a poco en el fortín. Es la chusma enganchada en las levas. Es el gaucho Martin Fierro, en cuyo réquiem, el poeta verseó su melancolía (ver Sarmiento, Domingo Faustino).
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