LA CIUDAD DE SANTA FE DE LA VERA CRUZ. SU ORIGEN (15/11/1573)

De regreso de su expedición de empadronamiento de indígenas y después de su encuentro con GERÓNIMO LUIS DE CABRERA, el hidalgo vizcaíno JUAN DE GARAY llegó al fuerte de Cayastá (Santa Fe) y allí, en el mismo sitio donde el 6 de julio de ese año, había fundado este Fuerte, con 40 mancebos de la tierra y 9 españoles, el 15 de noviembre de 1573, como dice el Acta de Fundación (1), funda oficialmente la primitiva ciudad de “Santa Fé de la Vera Cruz”, en la provincia de Calchaquíes  y Mocoretás.

Ochenta años después, debido a las hostilidades de los indígenas de la región, la ciudad fue trasladada al sitio que hoy ocupa, unas doce leguas más al sur del anterior, porque además de que ese lugar era muy vulnerable al ataque de los indígenas, estaba expuesto a la erosión de las aguas y resultaba de difícil acceso para las caravanas.

Su antigua jurisdicción  incluía las actuales provincias de Santa Fe, Entre Ríos y parte de Buenos Aires y era residencia de un teniente de gobernador que dependía de la Intendencia de Buenos Aires. Servía de puerto intermedio entre Asunción y el Río de la Plata y en 1662, el rey de España declaró a la ciudad de Santa Fe “puerto preciso”, por lo que todos los barcos que navegacen por el Paraná, debían detenerse allí (ver La vieja Santa Fe de la Vera Cruz).

La ciudad de Santa Fe vista por un viajero (1780)
Santa Fe tiene apariencia modesta. Sus casas, uniformemente bajas, se alinean a lo largo de unas ocho calles estrechas que parten de la gran plaza central, similar a la de todas las ciudades americanas. Las viviendas poseen techos bajos con tirantes a la vista, muros blanqueados y piso de ladrillo, desprovisto de alfombras o esteras.

En algunas, un corto y ancho zaguán, al que se entra por un portón, conduce al patio, pero la mayoría de las casas abren directamente sus habitaciones principales a la calle. Estas son arenosas, con excepción de una, empedrada  en parte. Unos cinco mil habitantes pueblan el centro v los suburbios.

Durante la estación estival, la siesta es una institución respetada por todos. Se prolonga desde la una hasta las cinco de la tarde.

A esa hora se puede ver a los caballeros, vestidos con camisa, pantalones blancos  y chinelas y las damas, con camisa, pollera v bata transparente y suelta, sentados en el patio o en la puerta de calle. Pasan el tiempo fumando gruesos cigarros —incluidas las mujeres- tomando mate y comiendo sandías (las cáscaras de esta colorida fruta se esparcen por las aceras).

En las cálidas noches de- verano los santafesinos se bañan en el río. Este saludable hábito común a las poblaciones del Litoral, sorprende a los viajeros europeos, poco adictos a la higiene.

Resulta pintoresco el espectáculo de familias enteras, acompañadas por sus esclavos, dirigiéndose a la costa. Hombres y mujeres chapotean a corta distancia unos de otros, en medio de risas y gran jarana. Pero nadie puede encontrar alguna falta contra la decencia: los bañistas están decorosamente vestidos con trajes blancos, ade­cuados para el agua.

Los santafesinos son muy hospitalarios. Comparten sus sencillas casas con los forasteros y tratan de que se encuentren como en su propio hogar.

El único lujo de las familias acomodadas lo constituye la vajilla de plata, en especial las palanganas y jarras de agua que se colocan en las habitaciones. Los tejidos finos del Paraguay son otra de las especialidades de la ciudad, ya que el comercio con esa Intendencia es muy intenso (ver Fundación de ciudades).

(1). El siguiente es un fragmento del texto de la fundación: «… fundo y asiento y nombro esta ciudad de Santa Fe, en esta provincia de Calchines y Mocoretáes, por parecerme que en ellas hay las partes y cosas que conviene para la perpetuación de la dicha ciudad de agua y leñas y pastos, pesquería y casas y tierras y estancias para los vecinos moradores de ella …»

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