LOS GAUCHOS DE GÜEMES (1811)

El instrumento, el escenario, la organización táctica y el armamento de los guerrilleros que actuaron a las órdenes de Martín Miguel de Güemes en la defensa del norte argentino, durante los intentos de invasión que los españoles llevaron a cabo durante los primeros años del siglo XIX, han sido claramente expuestos y detallados por el general Bartolomé Mitre en su obra “Historia de San Martín”.

Y ha sido Vicente Sierra quien en su “Historia de la Argentina”, completa esta información diciendo: “Los paisanos salteños, diestros jinetes, valientes por herencia y temperamento, sufridos por educación y con un conocimiento completo del terreno, ayudados por toda la población de la provincia, sin diferencias de clases, sexo y edades, desarrollaron una acción militar de singular envergadura, hasta imponerse y anular a tropas aguerridas y bien comandadas, cuyos integrantes, terminaron admirándolos.

Es cierto también que la acción desarrollada por los guerrilleros salteños, tuvo su apoyo en la topografía nativa. Salta era la única ruta por donde fuerzas provenientes del norte, podían penetrar en el Tucumán y descendiendo luego por la Quebrada de Humauaca, llegar a la provincia de Jujuy, primer objetivo de las fuerzas realistas.

Recordemos que Salta está constituida por un macizo de serranías, en el que se suceden valles, planicies, quebradas y desfiladeros, que hacen de ella, un territorio ideal para una guerra irregular y defensiva: los ejércitos organizados como tales, con sus bagajes, artillería y demás impedimentos, no pueden maniobrar y están expuestos a sorpresas en cada vuelta del camino.

Las pocas partidas realistas que llegaron a ocupar la ciudad de Salta, tuvieron que mantenerse encerradas en ella, pues a cada intento que hacían para salir, tratando de llegar a los rícos valles del sur, en procura de ganado y otros alimentos que les eran necesarios para subsistir, eran velozmente atacados sin que tuvieran oportunidad alguna de lograr su objetivo.

Las partidas eran así aisladas y eliminados sus integrantes. Tras de cada árbol, a la vuelta de cada recodo, ocultos en los espesos bosques de espinillo, acechaban los gauchos de Güemes, armados con sus lanzas y sus boleadoras, dispuestos a impedir a toda costa que el enemigo avanzara un solo paso en estas tierras.

La guerra gaucha vista por los realistas (1814)
La guerra gaucha es vista por los españoles, entre preocupados y sorprendidos, porque no atinan a encontrar una forma para contrarrestar la endemoniada táctica de los gauchos de GÜEMES.

El 21 de julio de 1814, el comandante en jefe de las fuerzas realistas en operaciones en el Alto Perú, general JOAQUÍN DE LA PEZUELA, envía una nota al virrey del Perú, señalándole la difícil situación en la que se encuentra su ejército ante la acción de las partidas gauchas de GÜEMES. Transcribimos los párrafos principales de este informe:

«El enemigo, aunque reforzado desde Buenos Aires y pueblo de Tucumán e inmediatos, hasta un número muy subido, no tiene una fuerza suficiente en razón de su escasa calidad para emprender un formal ataque, a causa de que entran en ella de tres a cuatro mil gauchos, o gente de campaña, armados de arma blanca».

«Descubro que su plan, consiguiente a las órdenes del gobierno, es de no dar ni recibir batalla decisiva en parte alguna y sí de hostilizarnos en nuestras posiciones y movimientos».

«Observo que, en su conformidad, son inundados estos interminables bosques con partidas de gauchos apoyadas todas ellas con trescientos fusileros, que al abrigo de la continuada e impenetrable espesura y a beneficio de ser muy prácticos y de estar bien montados, se atreven con frecuencia a llegar hasta los arrabales de Salta para tirotear a nuestros cuerpos por respetables que sean».

«Arrebatan de improviso cualquier individuo nuestro que tenga la imprudencia de alejarse una cuadra de la plaza o del campamento y burlan nuestras salidas, ocultos en la montaña, poniendo en peligro mi comunicación con Salta a pesar de dos partidas que tengo apostadas en el intermedio».

«En una palabra, experimento que nos hacen casi con impunidad una guerra lenta pero fatigosa y perjudicial. El arbitrio para reprimir y castigar estos insultos sería de poner gauchos contra gauchos, con refuerzo de buena tropa de fusil».

«Pero no hay medios para esto, porque aun cuando se consiguiera la gente precisa, se tropieza con el escollo de no haber en qué montarla, por haberse arrastrado al Tucumán con todas las caballadas de estos contornos, que por otra parte son de tan poco espíritu y aguante que cada jinete necesitaría tres, cuando menos, para estar siempre expedito en campaña».

«A todas estas ventajas que nos hacen los enemigos, se agrega otra no menos perjudicial y es la de ser ellos avisados por hora de nuestros movimientos y proyectos por medio de los habitantes de estas estancias y principalmente, por las mujeres relacionadas con los vecinos de aquí y Salta… siendo cada una de éstas una espía vigilante y puntual para transmitir las ocurrencias más diminutas de este Ejército».

En 1817, los gauchos de Güemes detienen a los vencedores de Napoleón
Terminada la guerra con Napoleón, diez mil veteranos que se habían batido contra el primer capitán del siglo, fueron enviados por el rey de España, bajo las órdenes del general Morillo, a pacificar las colonias rebeladas de América.

En 1815, vencieron a Bolívar, logrando desalojarlo de Caracas y así cumplieron su primer cometido en esa parte del Continente.

Reunidos luego estos efectivos en Tupiza para reorganizarse, completar equipo y preparar el plan de operaciones, inician desde allí la segunda etapa de su campaña, dispuestos a sofocar ahora, la revolución iniciada en 1810 por Buenos Aires.

El plan era marchar sobre Jujuy, Salta, Tucumán, con un primer destino en Córdoba antes de proyectarse sobre la sede del gobierno patrio y a esta invasión, la tercera en orden cronológico, se le llamó la de «los sarracenos.

En ocho meses, a contar desde su arribo a Tupiza, el ejército realista estuvo listo para iniciar su ofensiva sobre Buenos Aires. Lo constituían una mitad de españoles pertenecientes a las de tropas peninsulares y otra mitad americana integrada con efectivos peruanos.

Catorce cuerpos de línea repartidos por igual según las armas. Siete batallones de infantería y siete escuadrones de caballería. A saber: el “Regimiento de Gerona”, el “Uno” y el “Dos de Extremadura”, los “Granaderos de la Guardia”, los “Húsares de Fernando VII”, los “Dragones de la Unión” más una brigada de artillería y una brigada de zapadores, en lo que al grupo europeo se refiere.

Y los “Partidarios del Rey”, los “Cazadores; el Castro”, el “Uno del Cuzco”, el “San Carlos”, los “Cazadores a Caballo”,  los “Dragones Americanos”, y el “Chichas” en lo referido al grupo americano que contaba además con dieciséis cañones como dotación de artillería.

La totalidad de esta fuerza, según los mejores datos, alcanzaba a unos siete mil hombres, tal lo expuesto en la “Historia”, del doctor Bernardo Frías.

Este poderoso ejército contaba, además, con un escuadrón de arrieros que conducía quinientas mulas aparejadas, por cuyo flete se pagaba cinco mil pesos fuertes mensuales. Más de mil caballos de batalla traídos a diestro desde la costa del Pacífico y otras tantas mulas de silla.

Un enorme parque, abundantes municiones, vestuario, equipaje, hospitales de campaña y una caja de setecientos mil pesos fuertes en reserva, estando la tropa pagada al día, debiéndosele agregar a esta suma, los envíos mensuales que se le hacían desde el Perú y que no fueron nunca inferiores a los ciento cincuenta mil pesos fuertes por remesa.

Su jefe era JOSÉ ÁLVAREZ DE LA SERNA E HINOJOSA, Mariscal de Campo de los ejércitos de Su Majestad, Caballero de la Orden de San Hermenegildo, un militar de sólido prestigio. Su segundo jefe, JERÓNIMO VALDÉS, futuro conde de Torata. Y sus mandos estaban integrados por nombres como el de OLAÑETA, CARRATALÁ, VIGIL, VILLALOBOS, FERRAZ, SARDINA, LATORRE, CAMBA, GABRIEL PÉREZ y BALDOMERO ESPARTERO, entre otros.

Comienza la invasión
El 3 de enero de 1817, luego de haber tomado Humahuaca el 24 de diciembre del año anterior, se dio la orden de invasión rumbo a Jujuy. Y allá fueron, en el decir popular, los sarracenos, la fuerza realista más poderosa que viera esta parte de América. Venían dispuestos a pelear contra un ejército regular, armado con fusiles, bayonetas y cañones.

Dispuestos a matar, pero no muy dispuestos a morir. Con jefes conocedores, de elementales reglas tácticas y estratégicas y en un medio al que consideraban adicto a su Rey.

Pero con qué se encontraron?. Contra quién tuvo que pelear tan  selecta, numerosa y bien pertrechada tropa?

Pues contra un ejército que no era como los demás ejércitos. Contra dos provincias, Salta y Jujuy, levantadas en armas por sus jefes populares y puestas bajo las órdenes del caudillo MARTÍN MIGUEL GÜEMES, y sin más recursos que los propios y los que le acercaban pobladores y vecinos que los amaban.

Carecían de armas reglamentarias y de uniformes. Eran hombres que iban a la guerra con lo que poseían. Su caballo, su facón, su lanza, su lazo, sus boleadoras y sus ponchos; haciendo la guerra con métodos que no eran precisamente los enseñados en los cuarteles y en las academias militares y que por eso mismo, no guardaban religiosamente, las leyes de la guerra y más que dispuestos a matar, iban al combate, dispuestos a morir.

¿Sus jefes? Improvisados militares criollos. Civiles obligados por las circunstancias a tomar las armas enfrentando a la flor y nata de la oficialidad española: Cortez, Álvarez Prado, Iriarte, Coyechea, Portal, Medina, Pastor. los Quintana, Lanfranco.

Don Pachi Gorriti, que, por promesa, vestía un hábito talar, Zabala, Zerda, Morales, apodado El Costeño, Velarde, Burela, el hombre de los cien combates, el Chocolate Saravia, con el alias referido al color de su piel, el capitán Ontiveros, jefe de una partida del comandante Arias, Rodríguez y tantos otros.

El general DE LA SERNA, antes de iniciar la invasión, los calificó de bandidos y, en un principio, no respetó a los prisioneros que tomaba, haciéndolos fusilar. “¿Cree usted por ventura, escribía el general español, que un puñado de hombres desnaturalizados y mantenidos por el robo, sin más orden, disciplina, e instrucción que la de unos bandidos, puede oponerse a una tropa aguerrida y acostumbrada a vencer a las mejores de Europa?”.

Y no solo eso: DE LA SERNA tenía por una ilusión, el relato que hacía de la clase de enemigos que enfrentaba, de la irregularidad de las operaciones de los gauchos y de su aparición desde los sitios menos pensados”, decía el comandante BÁEZ en carta al virrey de Perú, PEZUELA.

 Y la taba les echó mala
Sin embargo, “a los maturrangos la taba les echó mala”. Al poco tiempo, no más, tuvieron que reconocer que peleaban contra un verdadero ejército, quizás no como los que habían enfrentado en el pasado, pero si, con un alto espíritu de lucha, conocedor del terreno, traductor de la noche y de sus silencios, amado por los pueblos por donde pasaba, decidido a imponer sus «no reglas» en esta guerra.

Valga como ejemplo, la mención de una de las medidas que tomó GÜEMES para terminar con la innoble orden de LA SERNA, de fusilar a los prisioneros que tomaba en combate: Autorizó a los gauchos a sacarles a los prisioneros españoles una tira de piel, de dos dedos de ancho, desde el cuello a la cintura, y devolverles en el acto la libertad. Solo cuando el general español dejara de fusilar a los criollos que apresaba, ellos dejarían de desollar.

Y así fue. El pánico se apoderó del invasor. La llegada de una tromba humana, salida de quién sabe donde, la emboscada letal, la carga suicida a lanza y sable, la descarga imprevista y mortífera de trabucos y naranjeras, la hostilidad que los rodeaba, fueron sumando sus efectos y a partir de ese momento comenzó la derrota efectiva del invasor.

Derrota material que ya venían trayendo a la rastra desde que entraron, y derrota moral que concluyó el 5 de mayo del mismo año cuando los godos, vencidos, dejaron Salta de regreso al Alto Perú.

Los recursos de apoyo que había pedido GÜEMES al Gobierno de Buenos Aires para enfrentar al enemigo finalmente llegaron, pero llegaron después de haberlos echado hacia el Alto Perú. Cuarenta fusiles y 300 caballos flacos que, en definitiva, no fueron para GÜEMES sino para el jefe de la comandancia de San Carlos, don GASPAR LÓPEZ.

A GÜEMES le sobraba pueblo y coraje y ese abandono al que lo sometió el gobierno de Buenos Aires, no le impidió triunfar y pasar a la Historia como el hombre que con sus gauchos, ganó el tiempo y la tranquilidad que necesitaba SAN MARTÍN, para terminar de organizar su expedición libertadora de Chile.

“A este pueblo no lo conquistaremos jamás”, dirá más tarde el general VALDÉZ al LA SERNA y esas palabras serán el epílogo de un viejo relato que recuerda aquellos días de las hazañas de GÜEMES y sus gauchos:

“El caserío perdido en la espesura figuraba como un borrón en la selva salteña. Las ráfagas de viento traían por momentos bochornoso calor mientras el sol radiante iluminaba el paisaje con trazos vigorosos. Ni un solo hombre.a la vista. Sólo mujeres, niños y ancianos habitaban el paraje. Los demás, los fuertes, se habían ido con Güemes”.

De vez en cuando se oía allá a lo lejos, detrás de monte, el rápido galopar de caballos. Los gauchos preparaban la emboscada… Cerca del arroyo está el sendero, que sólo ellos conocen, por el que han de cortar la retirada de la patrulla realista después de atacarla de frente.

En las casas ha llegado la hora del mate cocido. Doña Juana tiene en sus faldas a Francisquito, de apenas cuatro años de edad, y lo riñe porque «corcovea» ante el brebaje demasiado caliente.

El General GERÓNIMO VALDÉZ, jefe de las fuerzas realistas, llega por un atajo y se detiene ante el tierno cuadro… “Es la naturaleza misma; gentes sencillas”, comenta con su ayudante.

Casi se apena de ser enemigo. Sin embargo, allí vienen con él tres mil hombres aguerridos. Francisquito lo mira: ¡el invasor!. Exclama la madre y alcanza a decirle unas palabras al oído. El chicuelo, como luz, monta en pelo en un zaino y parte a la disparada a avisar a los hombres de Güemes la llegada de los “gringos”.

VALDEZ comprende la estratagema. Sabe que en el primer recodo volverá a perder varios de sus hombres. “A este pueblo no lo conquistaremos jamás!” exclama y ordena una rápida retirada a sus hombres.

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