VACUNA CONTRA LA VIRUELA EN ARGENTINA (18/05/1813)

Es conclusión firme, que los españoles trajeron la viruela al Nuevo Mundo ya que en 1588 estalló la que fue la primera epidemia de viruela que asoló Buenos Aires, peste que aún no era conocido por los primitivos habitantes de América.

Luego hubo otras epidemias más en los años siguientes, hasta que en 1621, se produjo una que tuvo muy graves consecuencias para la población de Buenos Aires.

En 1701 un gran número de barcos que traía esclavos en sus bodegas, tuvo que hacer cuarentena a causa de la presencia de brotes de viruela entre su carga humana pero, de todas maneras, murieron contagiados por el mal traído por éstos desgraciados, cuatrocientos pobladores de la ciudad.

Alarmado por la presencia de esta peste en sus colonias, Carlos IV ya a comienzos del siglo XIX, en 1805, envió una importante partida de la recientemente descubierta «vacuna Jenner» e introdujo en el Río de la Plata, la vacunación antivariólica, que ya había sido experimentada en estas tierras, a través del trabajo del doctor MIGUEL O’GORMAN y del Protomedicato, creado en 1799, con vacunas traídas desde el Brasil,

En 1805, un barco negrero portugués arribó a Buenos Aires con tres jóvenes africanos a los que se habían inyectado vacunas frescas y que estaban «en excelente estado para la trasmisión del deseado profiláctico contra la viruela».

Al cabo de unos días, los doctores JUAN GARCÍA VALDEZ y SILVIO GAFFAROT pudieron presentarle al virrey SOBREMONTE las primeras vacunas producidas en el país.

El doctor COSME ARGERICH y otros ofrecieron sus servicios y al cabo de pocas semanas, cientos de niños fueron vacunados, dando origen al reclamo de ANTONIO MACHADO CARVALHO, propietario de los esclavos que habían sido utilizados, solicitando ser el adjudicatario del crédito de haber introducido la vacunación en el Río de la Plata. Vacunación obligatoria-

El 18 de mayo de 1813, el Segundo Triunvirato, dispuso la obligatoriedad de la vacuna antivariólica en el país, pero a menudo, la ley fue ignorada.

Durante la guerra de la Independencia, el gobierno de Buenos Aires, no tenía por único enemigo a los ejércitos españoles, también debió hacer frente al peligro de la viruela que asolaba muchas regiones del interior.

La vacuna descubierta por el inglés Jenner ya era un arma conocida para luchar contra la enfermedad, y el doctor SATURNINO SEGUROLA fue el encargado de difundirla Sin embargo su trabajo no fue fácil.

La mayor parte de la gente desconfiaba de la vacuna y en muchos casos su obstinación era apoyada por algunos médicos locales. Segurola envió a las autoridades una carta donde se quejaba amargamente de la irresponsabilidad de la gente y advertía que, aunque se bautizaban de 15 a 20 niños todas las semanas en la Catedral, eran muy pocos los padres que se avenían a vacunarlos, exponiéndolos al fatal contagio.

La mayoría opinaba que el virus de la vacuna no preservaba y que por el contrario, los males venían de la vacuna. Más de uno alegaba que las vacunas eran viejas y que esperaban las frescas que debían venir del Brasil.

Finalmente Segurola pidió al gobierno que aplicara penas a los médicos que se oponían a la vacunación y el Triunvirato resolvió que los padres presentaran certificados de vacunación de sus hijos y que si no lo hacían, debían pasar por el hospital para que los chicos fueran inoculados obligatoriamente y se encargó a la Policía la vigilancia del cumplimiento de estas normas.

Mientras tanto, la vacunación debió extenderse a las fuerzas armadas de la Revolución que en muchos lugares, como la Banda Oriental eran diezmadas por el mal y para ello, se utilizaron las vacunas, cuya importación desde Londres, pasó a ser abundante, lo que permitió distribuirla también en el interior del país.

En 1817 un rumor alarmante corrió por el país. Se decía que muchas de las personas vacunadas habían contraído igualmente la enfermedad.

El 24 de junio de ese año, el gobierno inició una investigación de la que resulto que el doctor Saturnino Segurola había vacunado a una «pardita» perteneciente a la casa de don Ignacio Freyre y luego, con el mismo suero, a otros niños. Unos días más tarde pudo observarse en la niña la presencia de 5 o 6 pústulas del tipo varioloso.

Tras la investigación, practicada por las autoridades del protomedicato, se estableció que las pústulas que se advertían en la pardita no era de la verdadera viruela sino de la falsa, llamada «cristalina», vulgarmente «viruela boba», enfermedad tan distinta de la viruela verdadera, en sus períodos y benignidad, que si fuese sola ella la que se padecía en la vida, era inoficiosa la vacuna.

Al mismo tiempo que se difundieron estos resultados de la investigación, se exhortó nuevamente a todos a «que por lo mismo que hay viruela, es obligatorio llevar a sus hijos a la vacunación». El general SAN MARTÍN pagó personalmente a quienes fueron enviados a Mendoza para vacunar a su tropa.

En 1821, BERNARDINO RIVADAVIA estableció un Departamento oficial de vacunación. Durante los años siguientes, se hicieron progresos considerables en la erradicación de la viruela en las Provincias Unidas del Río de la Plata y el Instituto de Vacunación de Londres, nombró miembros honorarios a Rivadavia y a MADERO y les encomendó la administración del programa de vacunación de Buenos Aires.

Durante el gobierno de ROSAS la situación cambió; las vacunas importadas de Gran Bretaña eran caras y a veces (especialmente durante el bloqueo británico), imposibles de conseguir, pero gracias a los experimentos realizados por el padre FELICIANO PUEYRREDÓN y el doctor FRANCISCO JAVIER MUÑIZ con vacas argentinas, se logró obtener la vacuna antivariólica en el país y ya no se dependió más de la ciencia que venía del exterior, para atender esta peste.

Luego tuvo algunos rebrotes preocupantes, porque a pesar de estos avances, la población indígena, que tenía muy poca o ninguna inmunidad, por largo tiempo, fue presa fácil de la epidemia. En 1873 la viruela diezmó a las tribus indígenas de la Patagonia. Los indios, temían de tal forma a la viruela, que con frecuencia decapitaban a los enfermos para evitar más contagios

En 1880, la «Administración de Vacunas», pasó a formar parte de la Asistencia Pública y de «Administración Sanitaria», bajo el control del gobierno federal. La vacunación pasó a ser exigida a todos los niños a partir de los cinco años (ver Epidemias desde la época colonial  en Argentina).

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