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PRÁCTICAS RELIGIOSAS EN LA ARGENTINA (1818)
Los habitantes, fundamentalmente los de Buenos Aires, siempre mostraron una profunda religiosidad, derivada de su origen hispánico y fueron muchas las prácticas religiosas que se mantuvieron vigentes a pesar del medio agnóstico aborígen que los rodeaba
Sin entrar a considerar las ceremonias que realizaba la Iglesia Católica y la inmensa concurrencia que a ellas asistía, no debemos omitir algunas de las prácticas religiosas observadas por el pueblo con escrupulosa exactitud, hasta hace algunos años, habiéndose borrado aún el recuerdo de algunas de ellas, en la época presente.
Por ejemplo: Al ir a la mesa, antes de empezar a comer, en las casas de la colonia, la persona de más respectabilidad, decía: «Dadnos, Señor Dios mío, vuestra santa bendición y bendecid también el alimento que vamos a tomar, para mantenernos en vuestro divino servicio. Padre nuestro, etc.».
Y después de haber comido: «Os damos gracias por el manjar que nos habéis dado, esperando que, así como nos habéis concedido el sustento corporal, os dignaréis también concedernos un día la eterna bienaventuranza. Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri».
Rarísima era la casa en que dejaba de reunirse de noche la familia, a una hora fija, para rezar el Rosario. A ese acto, concurría todo el personal de la casa, inclusive la servidumbre de ambos sexos y hasta las visitas de confianza solían también asistir. Al primer toque de campana que anunciaba la Oración, todo movimiento cesaba como por encanto.
En un instante, la ciudad quedaba desierta y en silencio. Esto no sólo sucedía en las casas; todos los hombres, a quienes la primera campanada sorprendía en la calle, se paraban en el acto, se sacaban el sombrero, rezaban el Angelus Domini, se persignaban, volvían a cubrirse, y seguían su camino. Desde ese momento daban ya las «buenas noches», si se cruzaban o se encontraban con alguien.
Los españoles y más tarde algunos de sus descendientes, jamás dejaban de persignarse en la puerta, al ir a efectuar su primera salida a la calle.
Los Nacimientos eran otro motivo de atracción y de devoción. Los niños jamás dejaban de pedir su bendición a sus padres, al levantarse y al acostarse; otro tanto hacían con sus abuelos, tíos, etc., en su primer encuentro, a cualquiera hora que fuera. Aun los adultos pedían la bendición a sus padres al separarse de ellos.
Los criados hacían lo mismo con sus amos. Esta señal de respetuosa sumisión ha desaparecido casi por completo, como otras muchas costumbres de tiempos pasados, aunque aún persisten en algunos pueblos de nuestro interior (ver Recuerdos, usoso y costumbres en el Buenos Aires de antaño).