PIDIO UN SUMARIO, PERO FUE PREMIADO POR CONDUCTA HEROICA (1879)

EL CAPITÁN GÓMEZ SE CREE MERECEDOR DE UNA SANCIÓN Y EN CAMBIO ES PREMIADO POR SU CONDUCTA HEROICA EN COMBATE (dixit Jorge Abasto).

Mientras se entablaban negociaciones para lograr el sometimiento de los caciques del Sur, en las tolderías de Reuque se preparaba una invasión que pretendía tomar por sorpresa a las tropas acantonadas de JULIO ARGENTINO ROCA.

Justo en el lugar donde mezclan sus aguas los ríos Neuquen y Limay, formando el río Negro, existía un paso sobre el cual el general Roca ordenó la creación de un puesto de avanzada, designándose al capitán JUAN J. GÓMEZ, del 7 de Caballería, para que al frente de 30 tiradores de su Regimiento, se hiciera cargo del mismo.

El Fortín consistía en un recinto cercado por una fuerte empalizada, seis ranchos de barro, cañas y paja y un mangrullo.

A pesar de la permanente vigilancia y las descubiertas que se efectuaban, no se observaban novedades alarmantes. Pero una mañana, el capitán salió antes de aclarar, para dar un galope a su caballo y oyó unos murmullos sospechosos.

Con gran cautela pudo observar desde una elevación del terreno que gran cantidad de indios se disponía a cruzar desde la otra orilla del río. Inmediatamente regresó para alertar cuanto antes a sus soldados. Envió a un espía quien informó que la indiada se acercaba por el agua y que era más de un centenar. Salía el sol cuando la gritería del malón estalló como un latigazo infernal.

Esperaban hallar desprevenidos a los milicos y se arrojaron con toda furia contra la empalizada, siendo recibidos por una nutrida descarga que les causó varias bajas.

El oleaje de bárbaros se estrellaba una y otra vez contra el coraje de una tropa enardecida. El capitán GÓMEZ se multiplicaba y ya era imposible sostener los fusiles. Los caños quemaban y los sables se teñían con la sangre de los cuerpo a cuerpo. En cierto momento los atacantes se alejaron y continuaron tirando desde atrás de los médanos, pero aproximadamente a las 10 de la mañana, volvieron a atacar ferozmente.

Los defensores parecían de hierro, aunque las bajas reducían su número peligrosamente. Cuando dio la impresión de que los salvajes se replegaban, hizo su aparición un cacique araucano gigantesco, que dió nuevas energías a los indios vacilantes.

Fue entonces cuando salió a relucir el temple guerrero del capitán GÓMEZ. Se dio cuenta que si los indios conseguían afirmarse en su ataque, podrían llegar a aplastar a los pocos milicos que aún se hallaban en condiciones de resistir. Sin pensarlo dos veces se apoderó de la carabina del soldado que tenía más cerca y apoyándose en la puerta del corral, apuntó al medio del pecho del hercúleo cacique e hizo fuego.

El líder de la indiada recibió la descarga en pleno pecho. Abrió los brazos en un saludo mortal y sacudiendo su imponente cabeza se desplomó, en el preciso momento en que un grupo de salvajes lograba introducirse en el fortín, recibiendo una sableada hija del valor y la desesperación.

Pero se fue desmoronando el empuje al faltar el nervio impulsor y se produjo el desbande después de más de seis horas de un endiablado combate.

Los muertos de la guarnición del capitán GÓMEZ fueron cuatro, pero los heridos más de quince y se perdieron cincuenta caballos. Casi todos arrebatados de sus propios corrales, lo que el capitán Gómez consideraba un motivo de crítica imperdonable con respecto a su conducta militar.

¡Adiós su reputación y su ascenso tanto tiempo esperado!. Redactó el parte de la batalla con suma modestia, diciendo: «…  no se pudo llevar a cabo la persecución de los atacantes, debido al estado de la tropa. Apenas disponíamos de 10 hombres en estado de moverse.».

Al día siguiente de esta jornada, el capitán GÓMEZ recibió una sorpresa mayúscula. En vez de la sanción que esperaba, por «el mal desempeño» que creía haber tenido, pudo oir en la formación de la tarde, que el coronel CONRADO VILLEGAS, en la Orden del Día, destacó su conducta heroica y lo recomendó para un ascenso.

Pero las palabras de su superior fueron el mejor premio para un soldado de la talla del capitán JUAN J. GÓMEZ, forjado en el yunque de hombres como VILLEGAS, VINTTER, CAMPOS, CERRI, MOROSSINI, BIEDMA, SOLÍS, TEODORO GARCÍA, MONTES DE OCA, RHODE, NADAL, LEYRÍA, VOILAJUSSON, ROMERO, monseñor ESPINOSA, FERNÁNDEZ ORO, OLASCOAGA y tantos otros que, sin distinción de grados o cargos, protagonistas todos ellos, también de una increíble conducta heroica, fueron actores principales de las duras jornadas, que permitieron la recuperación de inmensos territorios que son hoy parte de nuestra Patria y que a pesar de ello, son hoy acusados de genocidas (ver Campañas al desierto).

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