ANDANZAS DE LA PERICHONA (04/04/1810)

La Perichona, nombre con el que se conocía a ANA PERICHÓN, regresa de Río de Janeiro al Río de la Plata, de donde ya había sido expulsada dos veces.

Bonita, elegante, picaresca, mundana, ocurrente, graciosa, son solo algunos de los adjetivos que esta mujer misteriosa inspiró en tiempos de la Colonia.

Había llegado a Buenos Aires, desde Francia, por primera vez en 1797,  con sus padres y hermanos y rápidamente comenzó a relacionarse con la crema de la sociedad.

Uno de sus más fervientes admiradores fue SANTIAGO DE LINIERS, que según las malas lenguas le facilitó su incursión en los negocios y la colocación de sus parientes en los puestos públicos.

La casa de «madame Perichón» se convirtió en un verdadero «estado mayor» desde donde se controlaba todo lo que ocurría en la ciudad.

Por las tardes acompañaba a LINIERS vestida con lujosos uniformes militares y recorrían juntos los lugares de instrucción. Pero las noches eran el verdadero reinado de «la Perichona», que organizaba ruidosas fiestas calificadas por el Cabildo como «festines y bacanales».

Por supuesto, su conducta desafiaba a los murmuradores y se la acusaba de todo, hasta de hechicera. Cuando se produjeron las invasiones inglesas, trabó amistad con WILLIAM CARR BERESFORD, el general invasor, y según dicen la capitulación honrosa que le concedió LINIERS fue fruto de su influencia.

Una noche de 1809, el escándalo llegó al colmo cuando la dama cantó con doble intención unas estrofas que ofendían al rey Fernando y a los españoles. Inmediatamente fue expulsada a Río de Janeiro. Y esa ciudad se convirtió en nuevo escenario para sus andanzas.

Su casa fue centro de reuniones políticas, fue la favorita del embajador inglés lord STRANGFORD y se ganó el odio de la princesa Carlota Joaquina.

En diciembre de 1809  la Perichona decidió regresar a Buenos Aires, pero no le permitieron quedarse y debió volver a Río de Janeiro. Recién a mediados de 1810 se autorizó su regreso al Río de la Plata. Se estableció en una quinta, y desde entonces se pierden sus huellas (ver La Perichona).

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *