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EL OSTRACISMO DE SAN MARTÍN (10/02/1824)
Después del fracaso de la conferencia mantenida en Guayaquil con SIMÓN BOLÍVAR el 26 y el 27 de julio de 1822, comprendiendo la imposibilidad de un comando compartido con el general venezolano para finalizar la campaña libertadora que lo había llevado al Perú, el general JOSÉ DE SAN MARTÍN decide dejar en manos de BOLÍVAR esa tarea y regresar a Buenos Aires (ver El enigma de Guayaquil).
De inmediato, partió rumbo al Perú, quizás con su mente ya dominada por la idea de alejarse definitivamente del escenario de sus luchas, como último sacrificio que debía hacer por la causa americana.
Llegado a Lima, convocó con urgencia a un Congreso Constituyente peruano y ante la Asamblea, presentó la renuncia indeclinable al cargo de Protector del Perú.
Más tarde, se embarcó rumbo a Chile, donde llegó en octubre de 1822. Luego de una corta estancia en ese país, donde se reunió con O’ HIGGINS, en enero de 1823, pasó a Mendoza y allí, se sumergió en un profundo análisis de su futuro.
En noviembre de 1823, al llegar a Buenos Aires, tarde para ver a su esposa que había fallecido en agosto de ese año, fue sorprendido por el clima hostil que encontró: se lo acusaba de haberse convertido en un conspirador, mientras que los unitarios seguían sin perdonarle que en 1819, se hubiera negado a combatir contra los federales, incumpliendo así una orden del Directorio y hasta habían pensado someterlo a juicio (ver La desobediencia de San Martín).
Desalentado entonces por lo sucedido en Guayaquil y angustiado por las luchas internas entre unitarios y federales, la desunión y el desorden institucional que imperaba en su Patria y las diferencias que lo enfrentaban con BERNARDINO RIVADAVIA, que le habían demostrado que sus compatriotas habían llegado a extremos insostenibles, enrolados en una disputa que ni los federales, ni los unitarios, deseaban terminar, SAN MARTÍN decidió marcharse del país hacia un ostracismo voluntario.
Se cumplía así, una ley que parece inexorable, guardándole un mismo trágico destino a los grandes hombres que hicieron libres a sus patrias:
Los precursores de las revoluciones en La Paz y en Quito, murieron encadenados en un cadalso. MIRANDA, el gran precursor de la emancipación sudamericana, murió desnudo y abandonado en un calabozo, entregado a sus enemigos por los mismos que lo acompañaron en sus gestas.
HIDALGO, el caudillo popular de la revolución de México, murió en un patíbulo. MANUEL BELGRANO, el númen de la independencia argentina, murió en la más absoluta miseria. O’ HIGGINS, el héroe máximo de Chile, acabó sus días proscrito y lejos de su patria.
ITURBIDE, el verdadero libertador de México, murió fusilado. CARLOS MONTUFAR y su compañero VILLACENCIA, jefes de la revolución de Quito y de Cartagena, fueron ahorcados; RIVADAVIA, el genio civil de América del Sur, murió en el destierro.
Todos los miembros de la Primera Junta de Gobierno tuvieron triste final. SUCRE, el vencedor de Ayacucho, fue alevosamente asesinado por los suyos en un desierto camino. BOLÍVAR y SAN MARTÍN murieron en el ostracismo, aunque el de este último fue un acto deliberado de su voluntad, impuesto por las incongruencias morales de sus compatriotas.
Su decisión es entonces irrevocable y el 10 de febrero de 1824 se embarcó en el buque francés “Le Bayoneisse” y acompañado por su hija MERCEDITAS, que en esa época contaba con siete años de edad, partió rumbo a Europa, con destino final en el Puerto de El Havre en Francia.
Al llegar allí el 24 de abril de 1824, se le negó la visa y debió dirigirse a Escocia, desde donde, luego de permanecer un breve período se trasladaron a Bruselas y poco después a París donde se instaló en una finca ubicada en Grand- Bourg, situada junto al río Sena (ver San Martín es detenido en Francia).
Allí deberá vivir injustas penurias económicas, y una serie de episodios (todos frustrados), que le hacen mantener viva su esperanza de regresar a la Patria, hasta que el 16 de marzo de 1848 se trasladó a la ciudad marítima de Boulogne-Sur- Mer y allí permaneció hasta que se produjo su fallecimiento, a las tres de la tarde del 17 de agosto de 1850 (ver Finales amargos para hombre y mujeres públicos).
Una frondosa correspondencia que dejara entre sus papeles, informará a la posteridad, lo doloroso que fue para él, este alejamiento que se impuso voluntariamente, para no verse obligado a intervenir en asuntos inspirados por las ansias de poder y relevancia de algunos personajes de esa época, que le hicieron sufrir los dolores de su patria (ver San Martín y Matorras, José de).
Un regreso que nunca pudo ser
En 1825, enterado de la guerra que se libraba contra el Imperio del Brasil, SAN MARTÍN ofreció sus servicios militares a LÓPEZ Y PLANES y para ello, el 21 de noviembre de 1828, con la intención de hacer efectivo tal ofrecimiento, se embarcó hacia Buenos Aires adonde llegó el 5 de febrero de 1829.
No desembarcó y a bordo recibíó numerosas visitas que le llevaron noticias de la crisis interna que sufría la Patria y de los sucesos políticos que culminaron con el fusilamiento de MANUEL DORREGO y debió atender también a muchos emisarios que le pedían que se quedara en Buenos Aires y escuchar las críticas de quienes censuraban su intento de regreso.
Fue entonces que luego de pasar 30 días en el puerto de Buenos Aires, afirmando que su presencia no sería de ninguna utilidad y que no desenvainaría su sable en una guerra civil para ser verdugo de sus conciudadanos, decidió regresar a Europa y el 6 de marzo partió con ese destino.
En 1832 ante el pedido que algunos personajes de la época le hacen a través de un conocido patriota peruano, para que regrese a Buenos Aires, les contesta “… Ahora bien, usted debe calcular que habiendo resuelto morir antes que encargarme de ningún mando político y por otra parte conociendo a los hombres más influyentes en Buenos Aires y su larga carrera de revoluciones y picardías, como las injustas imputaciones que hacen a la actual administración, yo no me apresuraré a acceder a sus demandas para servir de pantalla a sus ambiciones».
En agosto de 1838 SAN MARTÍN le ofrece sus servicios a ROSAS, expresando su opinión crítica sobre el bloqueo dispuesto por Francia sobre el puerto de Buenos Aires y alertándolo acerca de un posible incremento de la beligerancia con el país europeo, pero Rosas, agradeciendo y valorando el ofrecimiento le responde que todavía no considera necesarios sus servicios, que sin duda le serán requeridos si la situación se agrava.
En 1840 SAN MARTÍN rechaza el ofrecimiento que le hiciera JUAN MANUEL DE ROSAS para que asumiera como embajador de la Confederación ante Perú.
La muerte de San Martín
Eran las tres de la tarde del 17 de agosto de 1850 en Grand Bourg (Francia) y en su casa, SAN MARTÍN, pidió «Llévenme, hijos, a mi cuarto». Se tendió sobre su cama y recostando su cabeza sobre un almohadón, expiró como si hubiera caído en el sueño más apacible, dejando consternado al médico y afligidos a su hija MERCEDITAS y a su yerno MARIANO BALCARCE, que estaban acompañándolo en esos momentos.
Y así, luego de vivir una intensa y gloriosa vida como militar al servicio de la noble causa de la libertad de América, después de haber pasado veintiséis años de ostracismo impuestos por la ingratitud y las apetencias innobles de muchos de sus compatriotas, murió y pasó a la inmortalidad como “el Libertador de América” (ver La muerte del general José de San Martín).