LA MESALINA SALVA LA VIDA DE BOLÍVAR (25/09/1828)

LA MESALINA SALVA LA VIDA DE BOLÍVAR. El 25 de setiembre de 1828, Manuela Sáenz, le salvó la vida a Simón Bolívar, ante el ataque de un grupo de asesinos que irrumpió en el dormitorio del general venezolano, mientras éste se encontraba enfermo en cama.

Llamada «la coronela», «la libertadora», «la forastera» y «la Mesalina», según la nombraran sus admiradores o sus enemigos, esta valiente mujer, había nacido en Quito en 1797 y era hija natural de una criolla y un funcionario de la corona española.

Desde su adolescencia fue motivo de escándalo en una sociedad pacata y prejuiciosa. A la muerte de su madre, fue llevada al Convento de Santa Catalina, de donde las monjas la despidieron por sus amores con un oficial.

Manuela adhirió desde un principio a la causa la revolución americana y auxilió a las tropas en operaciones en los territorios quiteños, llevándoles armas y alimentos hasta que su padre decidió encaminarla en el papel femenino al que estaba destinada, casándola con el médico inglés JAMES THORNE.

En 1822, cuando se celebraba la derrota de las las tropas españolas en Perú, conoció a BOLÍVAR, que llegaba triunfante a la ciudad de Quito y surgió entre los dos, una relación construida sobre la pasión y los ideales comunes, que solo con la muerte podía concluir.

Mientras la ciudad murmuraba sobre los amores de la señora y el general, Manuela oficiaba de dueña de casa en los salones de Bolívar, vestida de hombre. Montaba a caballo acompañando a su amante y formó parte del Estado Mayor de éste con el grado de coronela y hasta participó activamente en la batalla de Ayacucho.

La noche del 25 de setiembre de 1828, un grupo de treinta hombres entró en el Palacio de San Carlos, para matar a BOLÍVAR, que yacía enfermo al cuidado de Manuela. Espada en mano, ésta hizo frente a los asesinos, mientras el general lograba ponerse a salvo, saltando por una ventana.

El tiempo que siguió fue de desdichas. BOLÍVAR fue desterrado y ella, que no podía soportar la distancia, intentó suicidarse haciéndose picar por una víbora, pero sobrevivió y destruída anímicamente, permaneció sus últimos años en la ciudad de Paita, en el Perú, acechada por las enfermedades y la miseria.

Murió en 1856 durante una epidemia de difteria y su cuerpo fue arrojado a una fosa común. A causa del temor que provocava la posible difusión de la peste, su ropa, medallas y hasta la correspondencia que había mantenido con BOLÍVAR, fueron quemadas y hasta la historia oficial de América, ha intentado borrar su nombre (ver Mujeres en la Historia Argentina).

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