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EL VALLE DORADO (1927)
El «Valle Dorado» es como se conoce a partir de 1927, el valle de los ríos Negro y Neuquén. Para 1882 la Conquista del Desierto estaba definitivamente consolidada. Los últimos fortines, como el de la Primera División, subsistían aún como símbolo de una cruenta epopeya que, iniciada con el general Ángel Pacheco y cuyo punto culminante fue alcanzado por los generales Roca, Olascoaga, Racedo y Fernández Oro, terminó con la incorporación a la soberanía nacional de un inmenso territorio indómito y primitivo.
Por ese mismo año, también, el gobierno nacional encaró la primera obra de infraestructura que posibilitaría el desarrollo de esa región recuperada: el primer canal de riego en el Valle del río Negro, una obra que, posteriormente, sugirió al Presidente Roca, la idea de planear el regadío integral y racional del Alto Valle del río Negro y Neuquén.
Para encarar ese ambicioso proyecto, el gobierno argentino solicitó los servicios del ingeniero César Cipolletti, un especialista italiano que se había consagrado realizando obras similares en las provincias de Mendoza, San Juan y Tucumán.
Pero no fue él, justamente, quien llevaría adelante la obra. Fallecido en alta mar mientras efectuaba el viaje que lo traía a la Argentina, sucedió a Cipolletti el ingeniero Ballester, quien en 1927 procedió a la inauguración del dique que desde entonces sirve para abastecer de agua a toda la zona del Alto Valle.
Y es esa obra, precisamente, la que hoy provoca la admiración de los turistas y viajeros que recorren la zona al descubrir el inusitado poderío técnico y económico del Valle del Río Negro y Neuquén.
Porque las cifras, en verdad, son elocuentes: 800 mil toneladas de manzana, 200 mil toneladas de peras, un millón de quintales de uva y una considerable producción de tomates, duraznos, ciruelas, cebollas y guindas se recogen anualmente y se transforman en divisas.
Pero eso no es todo: las plantas empacadoras de frutas y las fábricas e industrias elaboradoras de derivados de frutales asombran por su nivel técnico que, día a día, cosechan más prestigios en los mercados del exterior. En la actualidad existen más de 600 establecimientos industriales entre los que se destacan las empacadoras, las bodegas, enlatadoras, aserraderos, fábricas de cajones, sidreras y secaderos de frutas.
P o r otra parte, de las 60 mil hectáreas sembradas que posee el valle, el 50 por ciento de la producción sirve para satisfacer la demanda externa, lo que en pesos se traduce en unos 150 millones de dólares por año. El auge de la comercialización de las frutas en el Alto Valle ha llevado a los productores a manejar con mejor criterio los negocios.
Así, por ejemplo, se han levantado diversos frigoríficos que permiten almacenar las frutas «sin que sufran alteraciones durante varios años».
Es más: los productores han adoptado un sistema que permite que a medida que se producen los pedidos desde el exterior, las manzanas son ambientadas nuevamente y mediante una serie de procesos automáticos «q u e comprenden distintos baños, lavados y clasificaciones según el peso y la medida, quedan en condiciones de ser embaladas y enviadas al país comprador».
En este sentido, son muchas las empresas que han decidido unificar las distintas ramas de la actividad y poseen chacras y campos con plantaciones y frigoríficos estratégicamente ubicados, plantas de empaque, aserraderos, medios de transporte terrestre, puestos en el mercado de abasto porteño y hasta navíos frigoríficos, que junto s una amplia red de agentes, facilita la comercialización mundial de frutas argentinas.
Esa iniciativa de los grandes productores del Alto Valle del Río Negro impulso a la vez, a que los pequeños y medianos productores se unieran en torno a una cooperativa, que en la actualidad reúne a unos 4.500 de ellos, y que persigue el propósito de efectuar sus propios empaques y encontrar los sistemas de comercialización más ventajosos.