ELLOS Y NOSOTROS, UNA GRAN DIFERENCIA !! (1816)

Recordar a los hombres que lucharon y lograron la independencia de las Provincias Unidas, hoy, la patria de los argentinos, hace que miremos con tristeza, la gran diferencia que hay entre esos políticos, militares, sacerdotes, comerciantes y simples ciudadanos y los que hoy medran, ejerciendo cargos, que mancillan con una indigna conducta.

Eran Quijotes de levita, sotana o uniforme. Convergían hacia San Miguel de Tucumán. Cruzaban un desierto que no puede haber imaginado el manchego.

La Confederación Argentina que empezaba a nacer en el corazón de aquellos soñadores empecinados e irreductibles, era tierra baldía. Apenas un paisaje lunar situado entre el último día de tarea de Dios y antes de la obra del hombre.

Era el año 1816 y empezaba amenazador: España se aprestaba a reconquistar el espacio perdido por el impacto napoleónico. Una armada de quince mil hombres al mando de MORILLO iba a dar cuenta de «subversivos» que se llamaban MIRANDA, BOLÍVAR, SAN MARTÍN y otros.

El Congreso de Viena había restaurado un poder europeo – mundial entre valses, aventuras de boudoir y champagne. Talleyrand y Metternich -dos genios- edificaban un nuevo orden mundial.

Seguramente que entre los cristales del salón de Schónbrunn, alguien les debe haber contado de cierta remota conspiración de abogados, curas y militares que aspiraban a un contra- congreso, con vino carlón, cielitos, arroz con leche y locros en un ignoto país allende los mares.

Habrán sonreído con suficiencia, porque de esas pampas sólo se conocían los relatos de misioneros o viajeros excéntricos. Entonces la Argentina era más bien un océano de tierra amenazadora. Ir de Buenos Aires a Tucumán llevaba unos veinte días, siempre que no se topase con barriales o indios levantados. Una legua podía costar todo un día de tironeo con la cuarta.

Un cargamento de muebles, libros o alimentos podía necesitar seis meses de carreta para llegar a destino. Las jaurías, a veces de tres mil canes cimarrones, solían atacar las galeras con los ojos rojos como ascuas, enfurecidas de hambre. Eran implacables con cristiano de a pie o con animal enfermo.

Las galeras se amarinaban como naves y se partía entre gritos de postillones, llantos de adiós y ladridos de perros queridos. Después, largos y tediosos días. Mucho polvo en el aire y monotonía de sucesivos cardales. Gritos de teros asustados. Noches impenetrables. Pampa húmeda y vacía. Salitrales infinitos. A veces, polvareda de potros cimarrones.

Estos hombres pasaban las horas de traqueteo tratando de fijar la vista en Rousseau o en Chateaubriand. De un sacudón las hojas saltarían del sosegado Samuel al inquietante Apocalipsis.

El rigor de la jornada no amainaba en la noche de la posta. Se bendecía un catre sin chinches o sin vinchucas que «se inflaban con nuestra sangre hasta adquirir el tamaño de una avellana», según contara MANTEGAZZA. Un científico inglés anotó que los mosquitos'» parecían pichones de langostas marinas» y que sólo era posible dormirse después de la cena (la de ellos, se entiende).

Raramente la carne de la fiambrera era fresca y se accedía a un buen asado. Generalmente aparecía un puchero peligroso y misteriosamente residual, donde se disimulaba entre picantes la carne abombada. Modesto progreso.

Es muy raro que alguien nos haya contado que aquellos hombres, aquellos fundadores, iban acosados por terribles dudas, dolores de muelas, desengaños de amor, melancolía, indigestiones, picaduras, pasmos y deudas.

Nunca nos pusimos a pensar en esos hombres como hombres comunes. Como hombres que soñaban un modesto «progreso» de casas con jardín, bibliotecas de nogal, caminos seguros y asados de carne fresca, rociados con vinos de Mendoza. Y por cierto que no eran hombres comunes.

Eran hombres que soñaban un sueño y no se limitaron sólo a soñar. Lucharon para que su sueño fuera una realidad. Pero seguramente nunca imaginaron que su sueño llegaría a tener autopistas, aeropuertos, silos, comisiones de energía atómica, o a suponer que sólo ciento diez años después, aquellos desiertos serían la sexta potencia financiera del mundo (porque eso, aunque parezca mentira fuimos).

Pobres y solemnes, todos fueron llegando hacia fines de junio a Tucumán. Se repartieron en las casas de familia. Sus huesos doloridos se amodorraron entre sábanas de hilo que olían a alhucema. El 9 fue la gran sesión en casa de un tal ZAVALÍA. Allí lanzarían su desafío al mundo.

Todos respondieron con una sola aclamación, cuando el Secretario del Congreso, JUAN JOSÉ PASO preguntó si querían que las Provincias de la Unión fueran una nación libre e independiente de los reyes de España». Y la respuesta fue unánime. Nunca habrá resonado más argentinamente el ¡Arriba, Argentina!.

Un sinrazón patriótica
Las copias del Acta fueron expedidas inmediatamente a Buenos Aires y de allí partieron en sobres lacrados hacia las orgullosas cancillerías europeas: Habrán pensado que se trataba de una burla, pero ya BOLÍVAR reanudaba su ofensiva retornando de Haití y SAN MARTÍN se encontraba con PUEYRREDÓN para definir la estrategia naval – militar más novedosa de la época: el insólito cruce de los Andes y el desembarco en Pisco. La sinrazón patriótica y genial vencía al sórdido cálculo, a las conveniencias de la mediocridad.

El miércoles 10 fueron los grandes festejos oficiales con uniforme de gala, música incesante, guirnaldas de flores y bandas con consignas patrióticas. BELGRANO, PASO, LAPRIDA. JAVIER LÓPEZ, bailaron toda la noche. LUCÍA ARÁOZ fue la reina de la fiesta. GERTRUDIS ZAVALÍA, TERESA MUÑECAS, JUANA ROSA GRAMAJO (tan cercana al corazón de San Martín) y DOLORES HELE, la seductora y seducida amiga de BELGRANO, fueron el centro de una infinita noche con vino suave de Cuyo y el profundo tinto de los valles riojanos.

Ahora, hoy, sólo queda el desierto, y los perros cimarrones, felizmente? el puma ya no existe. En lugar de las «Postas», está el Automóvil Club y hoteles confortables.

Ya no se oye el canto del gallo ni el tañir de las campanas en Buenos Aires y menos en Tucumán !. Si aquellos fundadores retornasen con sus levitas polvorientas y charreteras bordadas por monjas de la caridad, no comprenderían nuestras tribulaciones.

Esa tristeza de no haber sabido administrar tantas cosas que tuvimos. De perder todo, aún rodeados de riquezas. De no tener inventiva ni siquiera para administrar con astucia.

Ellos verían que el único desierto está ahora en el fondo de nuestros ojos. Es el desierto que fluye de nuestro interior. Por la falta de coraje, de fantasía, de propósito generoso, de empuje fundacional.

Nuestra eterna queja les parecería una flojera. Si pudiesen romper ese cristal velado que nos separa de los muertos, nos preguntarían: «¿En qué lujo de santidad o de heroísmo están ustedes usando cada instante de sus vidas? ¿En qué grandeza emplean todas las maravillas del poder?».

Sentimos en nosotros una sana rebelión contra la decadencia. No nos conformaremos en nuestra generación con seguir perdiendo años y lamentos. Hay signos saludables de esta reacción que nos unen más allá de creencias partidarias. No es posible que esos héroes del pasado, que sólo a veces, suelen merodear especialmente alrededor de los días patrios, cuando escuchen otra vez el estremecedor ¡Arriba, Argentina!, sea solamente por algún gol de Messi en un partido de fútbol.

1 Comentario

  1. Mary

    Lei la nota, me parece un disparate el precio del menu, puchero, copa de vino y postre, $950. Un roboooo.

    Responder

Responder a Mary Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *