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UNA MUERTE QUE NO DEBERÍA SER OLVIDADA (1975)
“Si tu corazón es incapaz de albergar amor. Si tu conciencia no sabe distinguir el bien del mal. Si tu razón se nubla por la pasión … y no sabes perdonar: Heredarás el odio !!.y jamás podrás vivir en paz.
Con estas palabras, que alguien dijo durante el sepelio del coronel Argentino del Valle Larrabure, fue despedido este heroico soldado, muerto durante los trágicos episodios ocasionados en nuestra Patria, por la irracionalidad de grupos violentos durante la década de 1970.
Sorprende el contraste del comportamiento humano que esta oración expone, entre quienes apelan a la violencia para imponer sus ideas y quienes comprenden que el diálogo la concordancia y escuchar la voz de las urnas, son los únicos caminos para lograrlo.
En la noche del 10 al 11 de agosto de 1974, durante la presidencia de María Estela Martínez de Perón, efectivos del ejército revolucionario del pueblo (ERP), identificados como “Compañía Decididos de Córdoba” y vistiendo uniformes militares para sorprender a la guardia, en una operación conocida como “Copamiento de la Fábrica Militar de Villa María”, tomó por asalto dicho establecimiento militar en la provincia de Córdoba, con el múltiple propósito de apoderarse de material y armamento militar, capturar rehenes para negociar la liberación de los presos políticos y tomar prisionero a algún técnico en la fabricación de explosivos, ya que todo esto le era necesario en la lucha contra las Fuerzas Armadas que habían emprendido en Tucumán.
A las 23:30, luego de instalar su base de operaciones en el cercano Hotel “El Pasatiempo”, se inició el asalto. Ciento cincuenta hombres era la dotación de la Fábrica y sesenta guerrilleros fuertemente armados, tomaron rápidamente los puestos de vigilancia, gracias a la ayuda recibida por parte de dos soldados voluntarios asimilados a la causa revolucionaria y luego la Sala de Armas y los depósitos, mientras un reducido grupo, desprendiéndose del grueso de los asaltantes, se dirigió al Casino de Oficiales.
Allí se estaba realizando una reunión social con la presencia de toda la Plana Mayor de la Fábrica y sus esposas y entre ellos, el subdirector de la misma, mayor Argentino del Valle Larrabure.
Mientras eran sometidos a un intenso fuego que partía de la casa particular del Director de la Fábrica, teniente coronel Guardone, lograron acceder al edificio y rápidamente pudieron desbaratar cualquier intento de defensa. Maniataron al Mayor Larrabure, le colocaron una capucha y se retiraron, cubriendo su retirada con sus armas.
Los asaltantes, llevándolo con ellos, tan sorpresivamente como habían llegado, se retiraron en los camiones y automóviles que los habían traído y luego de un enfrentamiento con la policía local en las cercanías del Hotel “El Pasatiempo”, se dispersaron por la ciudad y se perdieron en la oscuridad de los montes circundantes.
Se llevaban con ellos al mayor Larrabure (la guerrilla lo necesitaba como técnico para la fabricación de explosivos), aproximadamente 100 fusiles FAL, 10 ametralladoras Mandsen, 4 ametralladoras de 7,62 mm (MAG), 60 subfusiles PAM-M3A1 y numerosos cajones de munición, entre otros armamentos.
Dejaban tras de si, al guerrillero Ivar Brollo, muerto en combate y a Manuel Alberto González, herido y tomado prisionero. Dos militares heridos (el teniente coronel Guardone, herido en una pierna y el capitán del Ejército Adolfo García, herido por un escopetazo en el abdomen al resistir su captura) y tres policías heridos (2 de ellos de suma gravedad), al momento de regresar los guerrilleros provenientes del cuartel hacia el hotel (uno de ellos murió al poco tiempo).
Más tarde se supo que César Argañaraz herido en el enfrentamiento con la Policía, había fallecido mientras era atendido por el médico del ERP y que Juan Carlos Boscarol, murió en el vuelco del vehículo en el que huía,
La edición del “El Combatiente” del miércoles 14 de agosto de 1974 en un artículo firmado por Mario Roberto Santucho, el ERP se adjudicaba la autoría del hecho, confirmaba el éxito de la operación e informando que se había logrado tomar la unidad y “recuperado” dos toneladas de armas y municiones”
Un año más tarde de estos acontecimientos, el 23 de agosto de 1975, estrangulado con una cuerda, el cadáver del mayor Larrabure, apareció en un zanjón ubicado en inmediaciones de la calle Ovidio Lagos y Muñoz, poco antes de la intersección con la ruta 178, un barrio de la periferia rosarina. Había permanecido 372 días encerrado en una de las denominadas “cárcel del pueblo” (1) sometido a todo tipo de torturas y humillaciones, por su firme negativa a colaborar con la guerrilla en la fabricación de explosivos.
Un hombre de 1,75 de estatura y casi ochenta kilos de peso, era casi una figura inhumana. Había perdido 47 kilos y eran evidentes las marcas que dejaron los golpes y las torturas a las que fue sometido y las que dejara el alambre con el que seguramente, como se dijo luego de efectuada la autopsia, fuera sometido al llamado “garrote vil” para doblegar su voluntad (2)
Ahora, yo me pregunto. El Mayor Larrabure fue muerto en combate?. Participó en algún enfrentamiento previo con los guerrilleros que justifique una represalia?. Torturó? o formó parte de alguna estructura represiva?.
Entonces lo que pasó fue un simple asesinato y como tal ha quedado impune. El secuestro, detención y asesinato del militar son delitos, todos punibles por la Justicia argentina y nadie jamás se preocupó por prender y castigar a los culpables, todos ellos, perfectamente identificados y en muchos casos, devenidos en funcionarios de los gobiernos que los protegieron. Los Juan Arnold Kremer, Mario Firmenich, Esteban Pernía, Abal Medina, Mario Roberto Santucho, todos ellos integrantes y figuras destacadas de esta organización guerrillera estaban vivos aún mucho después de producidos estos hechos. Es que nadie se atrevió a exigirles que rindieran cuentas?. La justicia, si no es pareja, no es justicia.
Para colmo, como ellos, escribieron la Historia, lo hicieron a su gusto y paladar. Magnificaron la violencia de quienes se le opusieron, justificaron la suya exponiendo su “idealismo”, tergiversaron los hechos (hasta contaron con periodistas “especializados” que sembraron la hipótesis del suicidio, para negar el asesinato y pretenden pasar a la Historia como los libertadores del pueblo argentino.
La dictadura militar nació porque ellos existían y si esas organizaciones se vanagloriaban llamándose “ejércitos”, deberían aceptar que cuando dos ejércitos se enfrentan, lo hacen para aniquilar al enemigo, empleando para ello todos los recursos a su alcance y si ellos tenían ese objetivo y decididos a lograrlo a sangre y fuego, no es comprensible que le nieguen a su oponente los mismos derechos.
Las guerras las libran los ejércitos y son los soldados y sus jefes los que deben morir, no los ciudadanos indefensos e inocentes. Y menos, quienes han comprendido que las metas del ser humano en la política, deben ser alcanzadas mediante la conciliación, el consenso y el voto. No mediante las armas ni sembrando el terror.
El coronel (ascendido post-morten) Argentino del Valle Larrabure, fue ejemplo para sus pares, un héroe y por fin, un mártir, pero que a medida que pase el tiempo, será leyenda.
Porque este es el destino que Dios le marcó; un destino que él asumió como solo los grandes lo hacen. Cumpliendo con sus deberes de hijo primero, con sus responsabilidades de soldado después y de esposo y padre luego. Aprendiendo con honor y profundo respeto profesional el duro oficio de las armas y dejando finalmente el ejemplo de su muerte.
El dolor físico, las angustias morales, el temor a lo desconocido, el pánico a lo siniestro, el olor de la maldad, son todos ingredientes de la muerte que padeció el mayor Larrabure. Una muerte que todos soñamos morir, pero que muy pocos se atreverían a enfrentar.
Trescientos setenta y dos días y trescientas setenta y dos noches de interminables sufrimientos. Temores, dolores y vejaciones que hasta sus propios carceleros hicieron suyos, admirados por el valor y la resistencia que oponía su cautivo a los más sutiles y despiadados tormentos a que lo sometían.
Un cautivo que lejos de ser doblegado, mostró una fuerza interior rayana en lo sobrenatural y que sólo leyendo las cartas que en medio de tanto dolor, le escribiera a su esposa y a sus hijos, puede uno comprender.
Porque el mensaje que en ellas nos legó, es que nunca se dejó vencer y que en su infinita misericordia, jamás se perdió en las tinieblas de la apostasía, ni juzgó a sus captores. Es más, los perdonó. Hizo que cada uno de le flagelaron su cuerpo, sintieran como en carne propia los dolores del cilicio y le rogaran ceder a sus exigencias. Exigencias que de cumplirse, harían terminar como por arte de magia, tantos dolores, tantas humillaciones, tanto sufrimiento.
Pero el mayor Larrabure era un soldado. Un noble, auténtico y pundonoroso soldado que jamás habría aceptado usar como moneda de trueque sus convicciones ni su concepción del honor militar.
Quienes le pedían colaboración en su mesiánica aventura sediciosa, no sabían que estaban ante quién con su firmeza, su rechazo a la violencia como camino en la búsqueda de soluciones utópicas, su fe en las instituciones, su formación cristiana, se transformaba en un muro infranqueable para sus innobles designios. Y así fue condenado a muerte y así lo aceptó. Sabiendo que si accedía a colaborar con el ERP viviría, prefirió morir ante renegar de sus convicciones y por eso se convirtió en mártir. No porque sufrió. No porque murió.
Fue mártir y será leyenda porque tuvo la opción y eligió morir antes que renegar de su fe, antes de rendirse a los infames demandas de quienes lo habían secuestrado para sumarlo a sus filas de dementes revolucionarios.
Fue mártir y será leyenda porque nació con la marca de los elegidos para ese camino. Porque permitió que se derramara su sangre, sangre fecunda, que con su mudo mensaje, nos habla de testimonio, de grandeza, de victoria, de heroísmo.
Dos por dos medía la cárcel en la que Larrabure permaneció cautivo durante más de un año. Fueron suficientes para albergar tanta grandeza de espíritu y fueron cuna del silencio que cubrió los cielos de nuestra patria, como música congelada en el tiempo y destinada a enriquecernos, con la sublime lección del perdón.
Hay muertos que viven y no mueren. Hay hombres cuya sangre será simiente de legiones nobles. Hay elegidos que trasmiten la consigna de ser dignos.
Quiera Dios darnos fuerza para seguir el camino que este hombre nos marcó, dándonos una elocuente lección de grandeza moral y de audaz coraje. Quiera Dios iluminar a quienes no comprenden que sólo en el amor y no con odio y rencor, es posible la hermandad entre los hombres y será posible construír un mundo mejor para nuestros hijos.
(1). Las “cárceles del pueblo”, según quien las describiera, consistían en un pozo de 2×2 metros cavado en la tierra en los fondos de alguna “guarida”, utilizada como refugio por la guerrilla o eran unos recintos, también de muy escasas dimensiones, ubicados en garages, galpones o depósitos abandonados, en los extramuros de algún pequeño pueblo periférico.
(2). El “garrote vil”, o simplemente “el garrote”, fue una máquina utilizada en España para aplicar la pena de muerte desde 1820 hasta 1978, fecha en la que se abolió esa pena capital. Su versión vernácula consiste en la colocación de una correa, que ciñendo el cuello de la víctima, dificulta su respiración. Un trozo de madera colocado por detrás del cuello, entre éste y la correa, permite que girándolo, se vaya apretando cada vez más el dogal, hasta provocar la muerte por asfixia.