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SALTA FESTEJA LA CORONACIÓN DE FERNANDO VII (00/10/1809)
En 1809, en la provincia de Salta, uno de los territorios del virreinato del Río de la Plata que mostraba la más fervorosa adhesión a la corona de España, se prepara para festejar el acceso de FERNANDO VII al trono (ver Los realistas nativos de Jujuy y Salta).
Cuando en setiembre de 1809 se conoció aquí la noticia de la abdicación de Carlos IV y la subida al trono de Fernando VII, de inmediato, se reunieron los miembros del Cabildo para decidir sobre los festejos a realizarse para celebrar el advenimiento del nuevo rey y los entusiasmados salteños planearon un extenso y variado programa de actos que incluía representaciones teatrales, instalación de magníficos arcos ornamentales, corridas de toros, danzas populares y otras muchas actividades festivas.
No hubo tiempo de hacer troqueles para acuñar monedas con la efigie de Fernando VII en la ceca (la fábrica de monedas en Potosí), pero a pesar de las circunstancias, la ceremonia resultó fastuosa y comparable a la que tuvo lugar cuando Carlos IV heredó el trono, veinte años atrás.
Se sacaron testimonios escritos de la jura de lealtad que se había realizado en esa provincia. Uno de ellos destinado al monarca cautivo, por intermedio de la Junta Suprema, el otro al virrey y el ultimo para el gobernador intendente de la provincia.
Testimonios similares, provenientes de todas las capitales del virreinato, llegan a la mesa de redacción de la «Gaceta», uno de cuyos redactores escribe: «Un clima de adhesión y fidelidad a nuestro amado soberano, reina en las provincias» (ver El regreso de Fernando VII).
Pero, en medio de estos festejos, llegó la orden de que se constate urgentemente, si la jura era un hecho real, porque noticias procedentes de Europa hablaban de la terrible situación que afligía la Península, ante la amenazadora presencia de Napoleón Bonaparte.
Se anunciaba el reemplazo de Fernando VII por un hermano de Napoleón, una noticia que todavía no había llegado a América, pero que, aunque eran rumores sin confirmación, provocaron un inmediato y clamoroso rechazo.
Un sentimiento general de indignación se abatió sobre el corazón de los «leales salteños», que manifestaban ruidosamente su oposición al usurpador francés. Insultos de toda clase se dirigen en público contra Bonaparte.
Pero pronto, confirmadas esas nefastas noticias, la indignación y la furia debieron postergarse. Otros problemas comenzaban a demandar la atención de los españoles y simpatizantes de la corona que habitaban en estas tierras. Los vientos de libertad habían comenzado a soplar (ver La Revolución de Mayo de 1810. Antecedentes).