PRIMERA PULPERA (19/12/1610)

El Cabildo de Buenos Aires concedió licencia a MARÍA RODRÍGUEZ para que atendiera una tienda de pulpería. Esta fue probablemente la primera mujer que ejerció ese oficio y el precedente más antiguo de la romántica pulpera de Santa Lucía.

Desde los primeros tiempos de la Colonia las pulperías adquirieron enorme importancia porque fueron, al mismo tiempo, centro de intercambio comercial, club y el lugar donde se podía recibir noticias del mundo.

Hubo pulperías de pueblo y de campaña y las que estaban situadas a lo largo de los caminos adquirieron enorme importancia porque funcionaban también como postas. En la pulpería se vendían todos los artículos de primera necesidad: carne, grasa, sebo, yerba, azúcar, velas, cigarros, galletas y bebidas.

También se compraban para revender plumas de avestruz y cueros curtidos. Por todo eso el pulpero era un personaje fundamental, árbitro de transacciones comerciales y mediador de relaciones humanas.

Muchos de ellos tuvieron cierta fama de pícaros y tramposos y así lo delatan las crónicas de la época y los libros del Cabildo donde aparecen innumerables disposiciones sobre las pulperías, del tipo: «Que no se cambie el vino de un barril a otro, con la intención de obtener mayores ganancias, alterando su contenido».

Pero también es cierto que ser pulpero era una profesión peligrosa por el permanente riesgo de los malones y bandidos y por eso muchos atendían detrás de barrotes. La pulpería era un lugar de reunión casi exclusivamente masculina.

Las mujeres de más alta condición social jamás las pisaban y mandaban a sus criados a hacer las compras. Cuando María Rodríguez solicitó el permiso, se le concedió con la condición de que «siempre tenga abierta la tienda y no salga de su casa al tiempo de las visitas generales».

Esas «visitas», eran en realidad, inspecciones realizadas periódicamente por las autoridades. Más tarde hubo pulperas famosas como DOÑA SERAFINA, que atendía en el camino de Loma Verde a Buenos Aires, hacia 1843, cuando todavía el peligro de los malones hacía estremecer a la gente (ver Las pulperías).

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