LAS FUERZAS ARMADAS ARGENTINAS. SUS ORIGENES

Es conocido el  lema que referido a la Fuerzas Armadas Argentinas, dice que “El Ejército Argentino nació con la Patria, en Mayo de 1810”, pero ello, quizás no sea tan así. Hay argumentos suficientes para afirmar que en realidad podría consignarse como su real fecha de nacimiento el 14 de agosto de 1806,  fecha en la que el Cabildo de Buenos Aires, luego de nombrar a SANTIAGO DE LINIERS Comandante de Armas de la ciudad, alertado sobre una posible nueva invasión de los ingleses, convocó  a la formación de milicias y Batallones. Pero vayamos al principio de la historia (ver El Litoral).

Antes de la Revolución de Mayo
El desairado papel que en 1806 desempeñaron las tropas veteranas  españolas de Buenos Aires y las milicias  creadas por la Real Orden  del 14 de enero de 1801, cuya responsabilidad, por otra parte,   recae íntegramente en las autoridades, a quienes incumbía su organización  y empleo y su necesidad  vital  de prepararse para resistir una segunda  invasión, que no dejaría de producirse con fuerzas y medios mucho más importantes, aconsejaron  la formación de una milicia ciudadana, sobre la base de una verdadera democracia militar.

La iniciativa de esta medida le correspondía  al Cabildo de Buenos Aires, que era el organismo reunía la mayor consideración y respeto en aquellas jornadas, por lo que, en cumplimiento de tales prerrogativas, el 14 de agosto de 1806 propuso la designación de  SANTIAGO DE LINIERS como Jefe militar de Buenos Aires y luego de enviar lo actuado a la Junta Central de Sevilla, convocó  a la formación de milicias y Batallones. (ver “Las invasiones inglesas”).

Pero el Congreso General, si bien reconoció  la innegable necesidad  de esta propuesta, considerando que el Congreso carecía de la necesaria competencia técnica para disponer medidas orgánicas y de facultades para su eventual realización,  dictaminó que “se remita su resolución a la Junta de Guerra”

Después de laboriosas deliberaciones — en las cuales LINIERS tuvo una intervención destacada — la Junta de Guerra resolvió que todos los ciudadanos, de entre 18 y 45 años, sin distinción de clase o de origen, debían alistarse en los nuevos cuerpos a organizar, y que para un mayor estimulo entre las diversas unidades, el personal fuese agrupado según su origen, formándose de este modo,  cuerpos de nativos y tercios de españoles.

El entusiasmo unánime con que los habitantes de Buenos Aires acogieron el nuevo sistema orgánico militar, como también la personal dedicación de LINIERS en la formación y alistamiento de las unidades de bisoños y las gestiones realizadas por el Cabildo para  obtener recursos y para salvar las dificultades que a diario surgían,  permitieron al año siguiente — al  producirse la segunda invasión inglesa — presentar un núcleo armado poderoso y homogéneo, que, a la par que el fracaso de los planes de conquista, logró una demostración palmaria de la influencia de los factores morales en la guerra, especialmente, si los inspiran un acendrado patriotismo y la Inquebrantable voluntad de vencer.

Preponderaba en el nuevo ejército la infantería, que alcanzó para formar diez batallones. Cinco de ellos estaban constituidos por nativos. y los otros cinco por peninsulares. A los primeros pertenecían los tres batallones del «Cuerpo de Patricios» (nacido como la «Legión de Patricios Voluntarios Urbanos de Buenos Aires», el 15 de setiembre de 1806 y formado con ciudadanos de Buenos Aires); el de los  «Arribeños», con naturales de las provincias del interior y el de los  «Pardos y Morenos», con negros y mulatos.

Los de peninsulares se denominaron «tercios» y se distinguieron por el nombre de las provincias de origen de sus componentes: gallegos, andaluces, cántabros, catalanes y montañeses. La caballería contó con seis escuadrones: tres de Húsares, el de Cazadores, el de Migueletes y él de Carabineros de Carlos IV.

Para la artillería se organizaron: el Cuerpo de la Unión (equipado y sostenido con fondos del Cabildo), la Compañía de Milicias Provinciales y el Cuerpo de Indios, Pardos y Morenos. Esta fuerza disponía de un tren volante compuesto por cuarenta y nueve piezas (de los calibres 4, 6, 8 y 12 libras) y del material fijo emplazado en las Baterías de la Recoleta, Retiro, Muelle, Residencia y Fortaleza, que, en conjunto, alcanzaba a cincuenta piezas de 24 libras.

La forma eminentemente popular en que estos cuerpos fueron organizados se repitió en el método seguido para la designación de sus jefes y oficiales. Sabido es, en efecto, que a estos últimos los eligió la tropa de cada cuerpo y que ellos, a su vez, nombraron a sus respectivos jefes.

Pero este sistema anormal de nombramientos,  no tenia validez alguna para el Tribunal de Cuentas del virreinato, encargado de la liquidación de los sueldos que los milicianos — oficiales y soldados — debían recibir mientras estuviesen prestando servicio efectivo. Para salvar este inconveniente, fue preciso recabar del virrey Sobremonte — que en esos días se hallaba en la Colonia — la ratificación de los nombramientos, no siendo aquél remiso en extender los decretos y firmar los respectivos despachos militares.

Basta examinar los libros de «Tomás de razón» del mes de octubre de 1806, para ver la considerable cantidad de decretos  del ausente virrey, nombrando  jefes y oficiales para los cuerpos de milicias que acababan de ser creados en Buenos Aires

Robustecidos moralmente y prestigiados por el éxito que coronó su acción  en los sucesos de julio de 1807 (Segunda invasión de los ingleses),  todos estos Cuerpos quedaron subsistentes, ahora, con el carácter de fuerzas armadas permanentes.

A las ya nombradas,  no tardó en sumarse otra unidad, los “Granaderos de Liniers”, creada en octubre de 1807, con la que el héroe de la Reconquista, estimó necesario aumentar las tropas de guarnición de la ciudad, tal vez, para contar con una fuerza que le fuera totalmente adicta  ya que, según declarara más tarde, “el Cabildo acapara casi todos los puestos de oficiales y fueron nombrados ciudadanos franceses y españoles, muchos de los cuales eran antiguos veteranos subsistentes”., pero de cuyo descrédito e ineficacia da pruebas lo que el Cabildo de Buenos Aires, en oficio del 1º  de agosto de 1807, decía a su apoderado en la corte, al referirse a los pasados sucesos:

«De todos estos males ha sido causa la impericia, abandono, ignorancia y cobardía de loa oficiales y jefes veteranos; porque, si falta el marqués (de Sobremonte), a lo mejor, ellos pudieron cumplir con sus deberes; pero nada más hicieron que seguir sus huellas, escudándose con la fuga o allanándose al juramento y viniendo de la campaña muchos de ellos a prestarlo.

Pero ¿qué podía esperarse de unos jefes que en lo que menos han pensado toda su vida ha sido en arreglar sus regimientos y sujetarlos a la disciplina?… ¿Qué se podía esperar de los oficiales subalternos, que, a excepción de uno u otro, muy raros, los demás han hecho su carrera en el pasatiempo, el juego, el baile, el paseo, sin contraerse, ni aun por momentos, a nada de lo concerniente al servicio?

“¿Qué podíamos, por fin, esperar de unos hombres que tienen tanto esmero en sus regimientos que el «Fijo de infantería» sólo cuenta hoy con setenta y dos soldados de servicio, y para éstos hay noventa y cuatro oficiales; que el de Dragones, que  cuenta con otros tantos soldados como aquél, poco más o menos, y mayor el número de oficiales, sucediendo a poco menos lo mismo,  con el de Blandengues? Estos son malos servidores, infames vasallos, que es preciso, cuando menos, retirarlos a Europa y sacarlos de la molicie en que se hallan, ajena de su Instituto y de la cual redundan tantos males al Estado y a la patria».

Las rivalidades surgidas entre el elemento peninsular y el criollo — como principal consecuencia del alzamiento de Elío en Montevideo contra la autoridad del virrey — no tardaron en extenderse a los cuerpos armados mixtos de Buenos Aires, formados por españoles y por nativos.

Los sucesos del 1º de enero de 1809, cuando  el partido peninsular, encabezado por ÁLZAGA y el Cabildo de Buenos Aires, e Instigado por los reaccionarios de Montevideo, exigíó la abdicación del virrey Liniers, vieron desplegarse frente a frente, con las armas en la mano, a los cuerpos militares que en 1807, fraternalmente combatieron con valor sin par y se cubrieron de gloria, en la jornada del 5 de julio, contra el común enemigo.

Mientras la mayor parte de los tercios españoles apoyaba la» pretensiones de los revolucionarios, los cuerpos nativos, dirigidos por SAAVEDRA, se hicieron cargo de la defensa del virrey, imponiéndose con su actitud decidida a los revoltosos, obligándolos a deponer las armas.

A consecuencia de este triste episodio, que pudo costar ríos de sangre y hasta modificar profundamente el curso de los acontecimientos del siguiente año, si las fuerzas nativas hubiesen demostrado irresolución o procedido con menor energía, los tercios españoles de gallegos, catalanes y cántabros  (que fueron los que tomaron las armas para apoyar a los que exigían la renuncia ce Liniers), quedaron disueltos y los cuerpos criollos, contando con la adhesión de los tercios de andaluces y montañeses (que no hablan hecho causa. común con los anteriores), vieron definitivamente establecido su predominio militar y desde aquel día, se hizo imposible la estabilidad  de un gobierno que no contaba con el apoyo de sus bayonetas.

En junio de 1809, BALTASAR HIDALGO DE CISNEROS reemplazó como virrey a SANTIAGO DE LINIERS  y en su paso por Montevideo, es aleccionado por los reaccionarios acerca del peligro  que significaba para la corona, la existencia en el Río de la Plata, de tantos y tan bien organizados cuerpos militares

Fue entonces, que luego de largas y ríspidas tratativas, acuerdos y discordancias  protagonizadas por criollos y españoles, con el manto aparente de la “utilidad pública”, que ocultaba la verdadera intención de restar preponderancia de los criollos en la vida y la administración de la Colonia,  después de ensalzar el valor  de los milicianos en los pasados sucesos de armas y luego de asegurarles una “conveniente indemnización”, en compensación por la generosidad demostrada por sus componentes al renunciar a sus sueldos, dispone  la disolución de todos los cuerpos de voluntarios y la reorganización de las fuerzas armadas.

El Manifiesto publicado a este efecto establecía  “1º.- Los Cuerpos urbanos que se hallan a sueldo, se reduzcan a cinco Batallones, formándose dos de ellos con con los tres que tiene ahora el Cuerpo de Patricios; otro con el de “Andaluces” y otro con el de “Arribeños”. Cada Batallón  constará de nueve Compañías, incluso la de Granaderos, con la fuerza efectiva que les estaba señalada y sus planas mayores (pertenecían a los cuerpos veteranos), integradas con un comandante, un sargento mayor, dos ayudantes, dos abanderados, un capellán, un cirujano, un tambor mayor y dos pífanos.

2°.-  Un batallón de Granaderos (se refiere al llamado hasta entonces «Granaderos de Liniers»), de seis compañías, con igual fuerza en ellas que las anteriores y la misma plana mayor.

3º.  Un Batallón de artillería volante, en igual fuerza y número de compañías que el antecedente.

4º- Un Escuadrón de Húsares, con ciento cincuenta plazas en tres Compañías, un comandante, un mayor, un ayudante y un portaguión.

5º. Un Batallón de «castas» (pardos y morenos), con igual fuerza que la de los cinco primeros.

6º. Del cuerpo del comercio se formarán dos o más Batallones, si fuese posible, con igual fuerza de la de los cinco primeros; pero como estos Batallones se han de componer de sujetos que necesitan atender a sus particulares negocios e intereses, no deberán hacer servicio sino cuando lo exigiesen las circunstancias».

Quedaban de este modo disueltos uno de los Batallones de Patricios y las unidades de caballería: Carabineros de Carlos IV, Cuerpo de Cazadores, Escuadrones 2º  y 3º  de Húsares y el de Migueletes; además, en la artillería, el Cuerpo de Indios, Pardos y Morenos y la Compañía de milicias provinciales.

Con el personal de tropa de estas unidades disueltas se completarían los efectivos de ordenanza de los Cuerpos que continuaban en servicio, pudiendo también una parte de ellos, enrolarse voluntariamente en las unidades veteranas hasta llenar las vacantes. Otra medida, de no escaso valor moral por su significado, era la contenida en el articulo 11 de la providencia del virrey, el cual rezaba textualmente:

«Para evitar las rivalidades que suele introducir la nominación de Cuerpos por provincias cuando no hay un motivo de preferencia en el distinguido mérito que todos contrajeron en las bizarras acciones anteriores, se nombrarán los batallones con el número que se les asigna, a saber: 1º  y 2º  a los dos de Patricios; 3º  al de Arribeños; 4º  al de Montañeses, y 5º  al de Andaluces; 6º, 7º y 8º, si los hubiese, a los de comercio. El de la Unión se nombrará de «Artillería volante»; el de Granaderos, de «Fernando VII»; el de Castas conservará su actual nombre, y el escuadrón de Húsares por ser único, se denominará «del Rey».

He aquí enumerados todos los cuerpos de voluntarios que los hombres de Mayo encontraron en 1810, cuando se produjo la Revolución que abrió el camino a la libertad de la República Argentina.

Después de 1810
La Primera Junta aprendió la lección que nos dieran las dos invasiones de los ingleses y decidió la reorganización de sus Fuerzas Armadas, dotándolas de una sólida y racional estructura orgánica, mejor armamento y efectivos más capacitados y entrenados.  El fracaso de los veteranos españoles, durante la primera de ellas, cuando estando mal preparados espiritual y profesionalmente, debieron ser socorridos por las milicias urbanas para rechazarlos y el éxito de las nuevas unidades de voluntarios criollos, que decididos a defender su ciudad, con alto espíritu combativo, lograron provocarles una dura derrota en la segunda invasión, fueron los estímulos que tuvo para revertir esta situación.

HISTORIA DEL PRIMER EJERCITO ARGENTINO. AL CALOR DE LOS HECHOS DE MAYO DE 1810 | MANGRULLO AL SUR

El 27 de Mayo de 1810, según cuenta JUAN BERUTI, «todas las tropas de Artillería, Infantería y Caballería formaron un cuadro en la plaza; salió la Junta, el Presidente las arengó, y juraron obediencia; y luego hicieron una descarga de artillería y fusilería, con lo cual se concluyó». Dos días después, el 29, a instancias del Secretario de Guerra y Gobierno, MARIANO MORENO, la Junta emitió una proclama, considerada el nacimiento formal del Ejército Argentino, por la cual reconocía el protagonismo de las tropas durante la gesta del 25 de Mayo y ordenaba varias medidas para aumentar «la fuerza militar de estas Provincias».

Alterando todo lo que había dispuesto el virrey CISNEROS en 1809, elevó todos los Batallones de Infantería a Regimientos, asignándoles 1.116 efectivos cada uno. Ordenó reincorporar a los que habían sido dados de baja, «que actualmente no estuvieron ejerciendo algún arte mecánico o servicio público» y dispuso una leva de «todos los vagos y hombres sin ocupación», entre 18 y 40 años.

Dispuso que el vocal de la Junta  MIGUEL DE AZCUÉNAGA, que  tenía a su cargo la «Armería Real», entregara fusiles a cada cuerpo, en función del número de soldados, se obligó a los vecinos a depositar en casa de Azcuénaga todas las armas que tuvieran en su poder y mandó pagar sueldo a todos los soldados y oficiales  alistados.

Hubo después, para satisfacer demandas  circunstanciales, diversas fusiones, eliminación y creación de nuevas unidades (el Regimiento América y el 6 de Infantería entre otros),  pero en esencia, este fue el Ejército que se gestó después de 1807,  que nació formalmente el 29 de mayo de 1810 y que estuvo en mil batallas para lograr  nuestra Independencia.

Que liberó a dos países hermanos de América, vivió horas tristes en los tiempos de las luchas civiles, que debió luchar sin comprender contra los aborígenes, en las guerras con Brasil y el Paraguay; que supo de tristes derrotas (Vilcapugio,  Ayohuma, Sipe-Sipe, Huaqui y tantas otras de triste recuerdo), que defendió nuestra soberanía en cruentos y muchas veces desiguales combates por tierra y por mar. Un Ejército que desde su nacimiento nutrió sus filas con hijos del país, que supieron honrar a su patria, con valor, hidalguía y honestidad, sin llevar en sus corazones el odio, la prepotencia ni los mezquinos intereses de muchos de aquellos que los llevaron al combate.

Fuentes: “La Primera Junta y la reestructuración militar durante el año 1810”, Coronel Ulises Mario Muchietti, Revista Militar Nº 715, Buenos Aires, 1986; “Las fuerzas militares de Buenos Aires al producirse la revolución de Mayo”, Juan Beverina, Buenos Aires, 1830; “Las unidades veteranas del primer ejército de las Provincias Unidas del Río de la Plata”, Coronel Ulises Mario Muschietti, Revista Militar Nٹ 711, Buenos Aires, 1983; “Hemeroteca” particular.

1 Comentario

  1. Rodrigo

    Buenas Noches,

    Pregunto, ¿de dónde sacaste la lámina de tu trabajo?.
    Se que es de Louis de Beaufort un francés que vivió en Argentina
    pero a esa no la conocía.

    Slds
    Rodrigo Galeano

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