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MATANZA DE GANADO (1750)
El exceso de animales yeguarizos y vacunos que poblaban nuestra campaña a mediados del siglo XVI, facilitó la acción predadora e inconsciente de aprovechados personajes, que obtenían pingües ganancias devastando una riqueza que nunca más volvió a nuestras tierras (ver Las vaquerías)..
En 1618, tratando de controlar las matanzas de ganado que se realizaban para provecho personal de unos pocos, en perjuicio de toda la población, las autoridades establecieron la prohibición de matar ganado vacuno sin autorización ni límite, y así comienza el pastoreo nómade como forma de explotación ganadera, dando origen a una figura emblemática de nuestro campo: el gaucho.
No obstante esta norma, las «vaquerías» continuaron y Fray Pedro Parras nos relata pormenores de esta actividad, ya decididamente ilegal desde 1618.
: “… Pasamos mi compañero y yo a hacer tiempo a la estancia de don Antonio Rodríguez, distante del convento de San Pedro cuatro leguas, donde había capilla para decir misa y todas providencias para vivir con conveniencia.
Una de las mayores fue ver un día, encerradas en una ensenada que hace el río, a más de diez y ocho mil yeguas y más de la mitad de ellas con sus crías. Habían recogido este ganado de todas las tierras de la estancia, que son siete leguas, a fin de matar algunos caballos enteros (que por acá llaman baguales), para que las yeguas con esta diligencia, procreasen mulas, aportando don Rodrigo los borricos.
En dos días mataron más de doscientos hermosísimos caballos y vendieron cinco mil yeguas a dos reales y medio cada una, ya que tienen poca estima por estos animales, por la multitud que de ellos tienen.
Vi también durante los días de mi permanencia allí, que mataron dos mil toros y novillos, para quitarles solamente el cuero, el sebo y la grasa, quedando la carne esparcida por el campo y me fue singularmente curioso, el modo de matarlos:
Montan seis o más hombres a caballo y dispuestos en semicírculo, apartan unos doscientos o más toros de la manada. En medio del semicírculo que forma la gente a caballo, se pone el vaquero que ha de matarlos, teniendo en su mano un asta de cuatro varas de largo, en cuya punta lleva una media luna de acero de buen corte.
Dispuestos todos en esta posición, comienzan a correr hacia los animales, para espantarlos hacia el que los espera armado con la vara. A medida que los toros pasan por delante de él, con gran habilidad y grandísima suavidad, les corta con ésta el corvejón del pie, por sobre el codillo y luego de que el animal cae herido, pasa a otro y luego a otros.
Así hasta que ha cumplido con su tarea y doscientos o más toros yacen en el suelo sin poder moverse. Es tal la habilidad de estos hombres que también cumplen con esta faena, montados a caballo y he visto que sin que su caballo disminuyera su carrera, en una sola carrera, un solo hombre derribaba ciento veinte animales.
Llega luego el turno de los demás peones, que despaciosa y tranquilamente van degollando al toro herido, para luego desollarlo, quitándole el cuero de tal forma, que éste queda totalmente entero, sin cortes ni hendeduras que amengüen su valor.
A continuación estaquean el cuero y lo cubren con sal, esperando que el sol haga lo suyo para agruparlos luego en grandes pilas que serán exportadas a España, a Cuba o a los Estados Unidos (fray Pedro Parras).