El arcón de la historia Argentina > Crónicas > LAS MILICIAS
LAS MILICIAS
Desde el siglo XVIII. paralelamente con los “Blandengues” (imagen) y aún desde antes de que este cuerpo se creara y después, reforzando su presencia, la otra fuerza con la que se contaba para proteger las fronteras amenazadas por los aborígenes, eran las llamadas “milicias”: cuerpos precariamente organizados, instruídos y disciplinados que estaba integrados originalmente por “voluntarios” y más tarde por reclutados por medio de la “leva” (1).
Las antiguas “milicias” españolas, que se organizaron en las colonias de Hispanoamérica, lo fueron a partir del «Reglamento para las Milicias, disciplinas de Infantería y Caballería del Virreynato de Buenos Ayres», aprobado por S. M. y «mandado observar inviolablemente”.
Se dividían en urbanas y rurales. Ya no dependían directamente de los Cabildos, pues los gobernadores-intendentes nombraban a sus comandantes.
El “Consejo de Guerra” de Madrid las inspeccionaba por medio de los “subinspectores de tropas regladas y milicianas”, y el virrey distribuía los grados y disponía las promociones. Prácticamente no se las convocaba a “alardes ni reseñas” (2) ni se las ejercitaba, pues la guerra de Tupac-Amaru había demostrado que eran “peligrosas para los intereses de la corona”.
Las rurales, generalmente integradas por peones de las estancias bajo la jefatura de sus patrones, sólo recibían el adiestramiento y las armas que este les daba. Estaban encargadas de cooperar con los blandengues, veteranos en la defensa contra los indios.
En Buenos Aires, teóricamente, los rurales del norte tenían su centro en Las Conchas (Tigre), y los del sur en Quilmes o San Vicente. Pocas veces recibían sueldo y la mayoría eran incorporados “a ración”, es decir, a cambio de su servicio, se les proveía de lo necesario para su manutención.
Los urbanos se reunían excepcionalmente, carecían de adiestramiento y no tenían armas de fuego. Las milicias de caballería, en sus cuarteles ubicados en la Plaza Monserrat, de la ciudad de Buenos Aires, tenían un depósito donde se guardaban las “chuzas” (o lanzas) y allí recibían alguna somera instrucción, que más le servía para pasear garbosamente el Estandarte Real durante los festejos y ceremonias, que para el combate. De estas “milicias de caballería ligera” saldrian luego, los húsares criollos que actuaron durante las invasiones inglesas.
Mas importancia que éstos, tenían las “milicias urbanas de comercio”, cuerpos de infantería, formadas por los mercaderes y sus dependientes, que periódica y obligatoriamente debían hacer “alardes y reseñas”, instruírse militarmente y comprar armas de fuego a su cargo.
Por lo general, los milicianos urbanos de infantería, eran peninsulares de absoluta fidelidad hacia las autoridades. De los “urbanos del comercio” surgirían más tarde, los cinco tercios (catalanes, montañeses, gallegos, vizcaínos y andaluces), que se distinguieron durante las invasiones inglesas.
A partir del 14 de enero de 1801, dispuesto mediante una Real Cédula, la frontera quedó defendida por las siguientes unidades compuestas por milicianos (ver Frontera indígena sur del virreinato del Río de la Plata)[
En la Frontera de Luján: Regimiento de Voluntarios de Caballería de la Frontera de Buenos Aires, con cuatro escuadrones y un total de 1.204 plazas.
En la campaña de Buenos Aires: 5 compañías independientes a cargo del comandante de Frontera, distribuidas en 6 fortines, guarnecidos por el Cuerpo de Blandengues.
En La Carlota: Compañía de Partidarios de la Frontera de Córdoba: con 100 plazas.
En la ciudad de Mendoza: Regimiento de Voluntarios de Caballería de Mendoza, con dos escuadrones y un total de 600 plazas y la Compañía de Voluntarios de Artillería de Mendoza, con 54 plazas.
En la ciudad de San Luis: Regimiento de Voluntarios de Caballería de San Luis: con dos escuadrones y un total de 600 plazas
Las milicias durante las invasiones inglesas
En 1807, SANTIAGO DE LINIERS, investido al mando militar para la defensa de Buenos Aires, ante la amenaza de una segunda invasión por parte de los ingleses, dispone alistar una fuerza capaz de poner a la ciudad a cubierto de un nuevo y más poderoso ataque que el sufrido en 1806.
Adopta entonces, para la organización de sus fuerzas, un procedimiento democrático, sin paralelos quizás en los anales de las instituciones armadas: Los milicianos, o sea los vecinos civiles convocados y alistados en los cuerpos de tropa, conocidos a partir de entonces como los “Patricios”, eligen a sus oficiales y éstos, a su vez, por mayoría de votos, a sus jefes.
Los patriotas que vivieron esas jornadas y que actuaban como jefes y oficiales en los cuerpos nativos, aún los de más alta autoridad y jerarquía, no eran entonces militares de carrera, sino civiles que se hasta ese momento se desempeñaban como comerciantes, profesionales, empleados, hacendados, artesanos, etc., elegidos por sus mismos subalternos para ejercer las responsabilidades del mando.
Tal el caso de CORNELIO SAAVEDRA, un hombre que se desempeñaba como comerciante y que había ocupado diversos cargos en la administración pública. En sus “Memorias”, cuenta que “… el 6 de setiembre de 1806, los Patricios reunidos en el Consulado, me proclamaron como su primer jefe y comandante, siendo ese, el comienzo de mi carrera militar”.
El pueblo y las milicias ciudadanas en mayo de 1810
Las milicias ciudadanas organizadas a comienzos del siglo XIX son consideradas como el origen del Ejército Argentino y están absolutamente identificadas con nuestra nacionalidad desde el primer instante de nuestra vida independiente, por lo que es lícito decir que el Ejército Argentino, nace el mismo día en que nace la Nación
Los cuerpos militares creados por España y existentes en el virreinato del Río de la Plata, habituados, durante muchísimos años, a la vida sedentaria de guarnición, no estaban preparados para la guerra.
Su función casi no había sido otra que la de dar boato y prestancia a las ceremonias palaciegas de los virreyes y las victorias sobre el invasor británico, en 1806 y en 1807, fueron casi exclusivamente el triunfo de la vocación heroica del pueblo de Buenos Aires, de sus batallones de novicios y voluntarios y de jefes sin experiencia en el arte de la guerra, más que de los conocimientos castrenses de los jefes y oficiales que los comandaron.
La revolución del 25 de mayo de 1810 planteó entonces una situación nueva que era preciso afrontar y resolver, fuera como fuese. Tanto nuestros gobernantes como las autoridades del área y las milicias y unidades surgidas durante las invasiones inglesas, llegado el mes de Mayo, se hallaron frente a una responsabilidad inesperada e insoslayable. Era menester defender con las armas lo logrado en esas gloriosas jornadas y era a esa precaria milicia que le correspondía hacerlo
La Legión de Patricios Voluntarios de Infantería, los Pardos y Morenos, los Arribeños, los Húsares, Cazadores y Migueletes, el pueblo de Buenos Aires, fueron los testigos y en el caso de los Patricios y de los porteños, protagonistas principales de los sucesos de Mayo. A partir de ellos, se fue estructurando las que conocemos como “las milicias de Mayo”.
Porque nacieron a partir de entonces y fueron los ideales de Mayo, los que llevaron con honor en cuanto combate o circunstancia los tuvo como protagonistas. Militares profesionales y milicianos, hombres y mujeres del pueblo, todos unidos para defender a la Patria.
Y ya se sabe cómo cumplieron. Ya está claro que al principio fueron muy rudimentarias su organización y su estructura. Todo faltaba en material, equipamiento y armamento, menos espíritu militar y resolución para triunfar, que es lo único que no se puede enseñar ni comprar. Todo fue necesario adquirirlo sobre la marcha.
Así surgieron sacerdotes como fray LUIS BELTRÁN que se hizo fabricante de armas, benefactores como LARREA que financió nuestra primera Escuadra, las damas mendocinas que donando sus joyas permitieron armar al Ejército de los Andes, MANUEL BELGRANO, brillante abogado, economista y escritor, que cargando al cinto la espada de general, se puso al frente de nuestras tropas, MARÍA REMEDIOS DEL VALLE (1766-1847), conocida como «La madre de la Patria» por su valor y entrega y hasta JOSÉ DE SAN MARTÍN, que abandonó su carrera en Europa para venir a sumarse a la lucha que habían emprendido sus compatriotas.
Y tantos ejemplos más, que demuestran que las milicias argentinas que surgieron después de Mayo de 1810 eran el pueblo todo, encolumnado detrás de un sueño de libertad y soberanía, que por fin se hizo realidad, recién en 1853, con la promulgación de nuestra Constitución.
“A este pueblo, no lo conquistaremos nunca”, fueron las palabras del general español GERÓNIMO VALDÉS, desalentado por la valerosa resistencia que le ofrecían estos “endemoniados gauchos” comandados por GÜEMES. Y fue así, porque no hubo remisos ni indiferentes. Cada hombre y cada mujer era una pieza importante de esa estructura preparada para la lucha, sea con la espada o con la palabra, en tierra o en el agua, y fueron ellos, los que lograron finalmente asegurar militarmente nuestra independencia (ver Orígenes de las Fuerzas Armadas Argentinas).
(1). Sistema de conscripción compulsiva que mandaba a servir a las fronteras a los “vagos y entretenidos” y muchas veces a los delincuentes para que cumplieran alguna pena por delitos cometidos).
(2). De antiguo uso en España “Formación militar durante la cual se pasa lista de los soldados que componen una unidad y se inspeccionan sus armas.
Fuentes. “Actas y Asientos del extinguido Cabildo y Ayuntamiento de Buenos Aires”. Manuel Ricardo Trelles, Ed. Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1885; «El virreinato de las Provincias del Río de la Plata. Su organización militar”. Juan Beverina, Ed. Círculo Militar Argentino, Buenos Aires, 1935; “Breve Historia de los argentinos”. Félix Luna, Ed. Planeta, Buenos Aires, 1994; Historia de la Revolución Argentina”. Vicente Fidel López, Ed. Imprenta y Librería de Mayo, Buenos Aires, 1881; «Historia Argentina». José María Rosa, Editorial Oriente S.A., Buenos Aires, 1981.