LAS CASAS DE ANTES EN BUENOS AIRES (1890)

La casa colonial
La arquitectura colonial era muy simple y sin adornos y todas las casas tenían un estilo común que las caracterizaba, aunque podían variar según fuere la región, ya que para su construcción, dependían de la disponibilidad de los materiales que ellas demandaban.

La fachada
Las casas coloniales solían tener una fachada simétrica con una distribución equilibrada de puertas y ventanas a ambos lados de una entrada central y muchas presentaban un portal o una galería cubierta en la parte frontal que proporcionaba sombra y protección contra el sol y la lluvia.

Techos a dos aguas con tejas de cerámica
En reemplazo de los techos de paja, comunes a principios de la época y aunque había un cierto número de casas con terrazas, los techos de las casas coloniales eran generalmente a dos aguas, lo que significa que tenían una pendiente inclinada en ambos lados para facilitar el drenaje del agua de lluvia.

Balcones y terrazas
Algunas casas presentaban balcones o terrazas en la parte superior, que ofrecían vistas panorámicas y podían ser utilizados como áreas de descanso.

Interiores
Tenían desniveles entre el paso de un espacio a otro; sus habitaciones eran altas y tenían patios y jardines interiores (Muchas tenían uno, dos y hasta tres patios o jardines interiores que proporcionaban ventilación cruzada y un espacio al aire libre privado).

Tenían una distribución interna que se centraba en la comodidad y la funcionalidad, con áreas destinadas a diferentes propósitos, como áreas de estar, comedor, dormitorios, cocinas y áreas de servicio.

Detalles de la construcción
Nichos profundos para puertas y ventanas grandes para permitir la entrada de la luz y el aire, con celosías o rejas de hierro que proporcionaban cierta privacidad y seguridad; molduras para los marcos de las puertas; utilización del hierro para rejas y/o barrotes para las ventanas; pisos de baldosas de terracota o de ladrillo

Materiales de construcción
Construidas sus paredes con adobe o utilizando los materiales disponibles en la zona (madera, piedra, ladrillo u otro material autóctono) y sus escaleras, entrepiso, ventanas, puertas y techo de madera. Durante los primeros años, hasta que comenzó a llegar el vidrio desde Europa, en las ventanas se ponían planchas de mica (1).

Elementos decorativos
Las paredes de las casas coloniales estaban revocadas con barro y pintadas a la cal, generalmente blanca y a menudo contaban con detalles ornamentales, como molduras, cornisas y pilares tallados, que agregaban un toque de elegancia y sofisticación.

El estilo colonial, con sus fachadas blancas y techos a dos aguas de tejas rojas, floreció a fines del siglo XVIII y principios del XIX en Buenos Aires, cuando comenzaron a ponerse de moda las “casas chorizo.

Las casas “chorizo”
La ciudad de Buenos Aires, comenzó a sustituir lentamente las casas de adobe y paja, por viviendas construidas con muros de ladrillos, zaguanes con “puerta cancel”, patios interiores y habitaciones alineadas a lo largo de los patios, poniendo de moda entonces, el tipo de casa que se conoció como «Casa chorizo».

Aprovechaba así al máximo, las posibilidades que ofrecían la generalidad los lotes urbanos que medían 8,66 m. por 25/30 y aún más metros de fondo. Los frentes, por esa misma razón, tenían escasas aberturas, pero la estructura interior les daba iluminación y ventilación a través de esos patios.

Según los especialistas, las casas con patios y habitaciones corridas, seguían el modelo del sur de España, que a su vez, fue un legado de la arquitectura romano pompeyana. Los urbanistas, en general, coinciden en que fueron los romanos, quienes desarrollaron este tipo de viviendas y que los árabes conservaron el estilo, durante los 700 años que duró su ocupación en España.

El mismo esquema fue recuperado aquí, a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Los maestros de obra de esa época, no tenían problemas para continuar con la tradición, porque casi todos ellos eran italianos inmigrantes y estaban prácticos en ella.

La “casa chorizo”, que hoy muchos gustan reciclar, tiene pues su origen en la antigua Italia, fue repetida por los andaluces a lo largo de los siglos y definitivamente adoptada por los porteños, para quienes, aún ahora, es un símbolo de la arquitectura de la ciudad de Buenos Aires (Roxana Fernández para el diario Clarín).

Más tarde, ya en pleno siglo XIX, en el Buenos Aires de entonces, salvo los edificios destinados a la administración pública, eran pocas las casas que se destacaban por la calidad de su construcción o la riqueza de su contenido.

Sólo hacia fines del siglo XIX, los porteños y españoles radicados en el Río de la Plata, comenzaron a mostrar por medio de sus domicilios, el nivel social que habían adquirido, hasta trayendo muchos de ellos, artesanos y obreros desde Europa, para competir con sus vecinos en el lujo y la calidad del diseño de sus propiedades.

Fueron famosas en esa época y no precisamente por ser exponentes de un frívolo lujo, sino por ser sede de importantes y destacadas actividades sociales, culturales y benéficas, algunas casas que quedaron en nuestra historia, precisamente por haber albergado, parte de la misma.

Casa Chorizo - Construidas entre 1870 y 1930, las Casas Chorizo tienen un  importante #patrimonioarquitectónico porque abarcan 6 períodos de estilos  diferentes: neoclásico, neorrenacentista, francés, art nouveau, secesión y  art déco. Esta #

Esta es una de ellas
Muchas se le asemejan en Buenos Aires. La fachada tiene cierto empaque señorial. Las puertas, de roble macizo; los herrajes, de bronce. También de bronce el llamador: una mano que aprieta una bola con la punta de los dedos. Sobre el dintel, dos angelotes en actitud de vuelo sostienen una corona de hojas de acanto. Tres anchos balcones saledizos de hierro; uno corresponde al escritorio; los otros, a la sala. Entremos.

Zaguán espacioso con piso de losas romboides negras y blancas. Y el encaje de hierro de la puerta cancela. Traspuesta la cancela, el primer patio, de baldosas pulidas: estrado para las morosas tertulias con mate en el verano, y cancha del rango y la rayuela en todo tiempo.

En medio, el aljibe de mármol con su brocal bordeado de tiestos: hélíotropos, dalias y geranios. Tinajas panzonas a lo largo del corredor, de cuya cenefa penden globos de colores —que son tan lindos— y jaulas pajareras. Macetones con jazmines del cabo que florecen allá por diciembre y de noche invaden la casa con vaharadas de su fragancia penetrante.

En la pared frontera al corredor una tupida madreselva trepadora se está el año entero atisbando lo que ocurre en la casa de al lado. Hacia adentro, dos patios más: aromos, acacias que amarillean florecidas en setiembre; parra, perales, durazneros, pileta de lavar, cuerdas para secar la ropa al sol; la cocina, el cuarto de plancha, el de los trastos viejos, la despensa, la leñera, el gallinero y las piezas oscuras para la recua de la servidumbre.

La Sala
A la derecha, la sala. En una de sus testeras un piano vertical —marca Rönich, traído de Hamburgo— en cuya tapa de arriba hay potiches, un vaso con violetas de marfilina y un pastor de porcelana que se pasa la vida sonriendo a una pastora —hecha de su misma pasta— por encima de una ca­rretilla de mimbre llena de rositas rococó. El “cubreteclas” del piano es de teriopelo, con palomas bordadas que llevan corcheas en el pico.

Musiquero repleto de álbumes con valses de Ramenti y Cremieux, paráfrasis de «Lucia de Lammermoor», «Norma» y «Roberto el diablo», y melodías para arpa de Mme. Cecile Chaminade, en transcripciones para piano, que son tan románticas. En la otra testera, gran sofá tapizado de felpa granate, flanqueado por dos sillones ceremoniosos.

Sillas, butacones y un vis-a-vis Luis XV con respaldos de esterilla dorada. Largos tarjeteros de rafia a cada lado de la consola de espejo, con postales —se estilan mucho— que tienen «pensamientos» o simples saludos enviados desde Mar del Plata durante los veraneos.

En casi todos los asientos, almohadones pintados; uno de ellos con la cara de un gato persa cuyos ojos son piedras verdaderas. Retratos del señor y la señora hechos con peto natural. El, con los bigotes enhiestos y cuello palomita; ella, bata de mangas jamón y camafeo sobre el pecho opulento.

En una vitrina atiborrada de chucherías —regalos de cumpleaños— un cuadro con mariposas multicolores cazadas en la estancia por uno de los abuelos cuando era chico. Cortinajes pesados que caen en elegantes pliegues hasta tocar el suelo. La alfombra mullida «silencia el rumor de las pisadas», como se dice en las novelas de Carlota Braemé, que todas las señoras leen por entregas.

Araña de seis picos para la luz de gas. Cuando pasa el tranway de caballos que va a la Floresta, los caireles de la araña tiemblan y al chocar entre sí producen un cristalino tintineo. La sala solo se abre los días de recibo: primer y tercer jueves del mes, o en ocasión de circunstancias especiales. Entonces se quitan las fundan de los muebles y se quema benjuí en el sahumador de terracota que está en una rinconera de petiribí.

El comedor y el escritorio
Cuadrando el primer patio —después de los dormitorios amplios con doseles de damasco sobre la cabecera de las camas—, el comedor de muebles monumentales: aparador, trinchante, cristalero, sillas de respaldo alto alrededor de la mesa larga en cuyo centro se alza un bronce art-nouveau —es la gran moda— sobre carpeta de macramé, y en las paredes oleografías con pescados y frutas. (los almuerzos y las comidas constan de cinco o seis platos, cuando menos).

Presidía la mesa el jefe de la familia con autoridad omnímoda. Los hijos no hablaban sino cuando los padres les dirigían la palabra, y no fumaban ante ellos porque quemar tabaco y echar humo por las narices se estimaba como seria inconveniencia y falta de respeto censurable.

A la izquierda del zaguán, el escritorio: sillones de cuero, diplomas, biblioteca mural atestada de libros cuyos tejuelos tienen iniciales de oro. En sitio destacado, un gran retrato de cuerpo entero de Carlos Pellegrini, hecho por el acreditado fotógrafo Bixio, de la calle Buen Orden. (el retrato proclama la filiación política del dueño de casa.)

Sobre pedestal de madera una botella, acostada, que tiene un barquito adentro, producto de la habilidosa artesanía de algún presidiario, sin duda, que lo habrá enviado para obtener unos pesos en recompensa, como se acostumbra. En una mesa baja el último número de ‘»Caras y Caretas», que trae en la tapa una caricatura del general Roca dibujada por Cao: los ojos saltones con expresión de zorro astuto.

(1). “No se encuentran vidrios a no ser que se traigan de Europa. Han hallado cierta piedra transparente, que convirtiéndola en láminas, da la misma luz que el papel encerado y tal vez más clara aún (se refería a la mica). Carta del Padre Carlos Gervasoni al Padre Comini de la Compañía de Jesús. Buenos Aires, el 9 de junio de 1729, publicada en el Nº 30 de La Revista de Buenos Aires.

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