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LA TRATA (1585)
En 1585, la necesidad de reemplazar a los indígenas que no respondían en los trabajos rudos que se les imponía en el Río de la Plata, en forma totalmente clandestina todavía, se inició “la trata” o comercio de negros arrancados de su tierra en el África, adquiridos a sus reyes en la costa atlántica de ese Continente, por traficantes ingleses, portugueses, holandeses y franceses, quienes luego los vendían como esclavos en América.
La «trata», nombre con el que se conocía esta actividad, se ensañó con los pueblos africanos costeros, cercanos a los puertos del Atlántico o del Indico, dado que tenían una gran densidad demográfica. No hubo larguísimas travesías desde el interior a la costa, como cuenta la historia.
La “cacería” y apresamiento de esclavos tenía lugar en las cercanías de los puertos de San Luis y Gores (Senegal), Boni y Nueva Calabar (Guinea), Elmira, Cabinda, Loango y Benguela (Angola), situados en el Atlántico. Lo mismo sucedió con los residentes relativamente próximos a Capetown, Sofala, Quiloa e Ile de France (Reunión), por el lado del Océano Indico.
La “trata” se efectuaba a través de permisos o “asientos” otorgados por el gobierno de la corona a ciertos comerciantes, al principio, generalmente portugueses, aunque después se incorporaron a este excecrable comercio, los ingleses, franceses y holandeses, siendo las primas e impuestos que éstos pagaban, una fuente de ingresos muy beneficiosa para España.
Durante el siglo XVII, ya sea legalmente o por contrabando, se trajeron veintitrés mil esclavos a Buenos Aires (muchos de ellos fueron enviados al otro lado de la cordillera para ponerlos en venta o para que trabajaran en las minas y plantaciones del Alto y Bajo Perú). A partir de entonces, este comercio se incrementó notablemente.
Comenzando ya el siglo XVIII, en 1703 (con los Borbones en el trono de España y Francia) se otorgaron asientos a los franceses para que intercambiaran negros por cueros. Entre 1708 y 1712, la “Compañía Francesa de Guinea” importó cerca de tres mil quinientos esclavos. En 1713, por el Tratado de Utrecht, Inglaterra obtuvo para beneficio de un súbdito inglés, un asiento similar por treinta años. Representantes de la “Compañía del Mar del Sur” aparecieron de inmediato en Buenos Aires con el fin de alistar todo lo necesario para efectuar las operaciones y de utilizar el tráfico legal de esclavos como eslabón para otro tipo de comercio.
Una vez llegados los esclavos a puerto americano -Veracruz, Cartagena, La Habana y hasta 1813 Buenos Aires, se los sometía a una lastimosa ceremonia: la «carimba» o marca con fuego en el muslo o el brazo derecho, señal de que los introductores, habían pagado el impuesto correspondiente por esta «pieza» de ébano y se los identificaba según sus características físicas, con los siguientes nombres:
“Cabeza de negro” o “cabeza de esclavo”, era todo individuo de cualquier sexo, edad o condición; “pieza de Indias”, era todo hombre o mujer desde los quince hasta los 25/30 años, de complexión robusta, sin taras ni defectos y con todos sus dientes; “un cuarto”, “media pieza” o “cuatro quintos de pieza” era el nombre que se les daba a los que por edad, estatura y salud, no llegaban a satisfacer las condiciones anteriores. “tres piezas de Indias” eran equivalentes a una tonelada de negros. “negro bozal” era el recién llegado de África; “negro muleque” era el negro bozal de 7 a 10 años y “negro mulecón” el negro bozal de 15 a 18 años. “negro ladino” era el que ya había estado en esclavitud durante por lo menos un año en América y ya hablaba castellano.
Para adjudicar esta clasificación, existían “peritos”, que eran los encargados, al arribar un buque negrero al puerto, de subir a bordo para proceder a la clasificación “de la carga” que llegaba. En tiempo del esplendor de la “Campagnie de la France Equinoxiale”, fue habilitado un lugar permanente en tierra. donde los esclavos eran conducidos y mantenidos en muy precarias condiciones de higiene, hasta que una vez clasificados, eran llevados al estrado para su venta. Los negros eran allí palmeados, medidos y luego marcados. Esta costumbre, que perduró hasta bien entrado el siglo XVIII, se realizaba utilizando hierros que se llamaban “carimbar”. Luego de ser adjudicados al mejor postor, eran conducidos a sus nuevos destinos hacia el interior o hacia el Perú, vía Chile o Potosí, según fuere la estación del año o las exigencias del mercader (ver La esclavitud en el Río de la Plata).
Generalmente, un tercio y a veces hasta la mitad de los esclavos que se vendían eran mujeres, pretendiéndose de ese modo, facilitar la unión matrimonial entre los esclavos, para garantizar la continuidad de este sistema servil. Pero tal política no daba los resultados que se buscaban, pues por el contrario, disminuía la natalidad y las muertes prematuras, ocasionadas por el trato inhumano, los rigores climáticos y la insuficiente o mala alimentación, reducían notablemente las existencias de “esta mercadería”.
Fuentes: “La trata de negros: datos para su estudio en el Río de la Plata”. Diego Luis Molinari, Buenos Aires, 1916; “La trata de negros en el Río de la Plata durante el siglo XVIII”. Elena de Studer, Buenos Aires, 1958); “El consulado de Buenos Aires y sus proyecciones en la historia del Río de la Plata”. Germán O. E. Tjarks, Buenos Aires, 1962; “La esclavitud en Buenos Aires”. Contenido en “Observa-ciones sobre Buenos Aires y Montevideo”. Emeric Essex Vidal, Ed. EMECE, Buenos Aires, 1999; “El comercio de esclavos en el Río de la Plata”. Liliana Crespi; “Crónica Argentina”. Editorial Codex S.A., Buenos Aires, 1979; “Estampas del pasado”. Busaniche J. L. Solar, Ed. Hachette, Buenos Aires, 1971; “Mármol y bronce”. José M. Aubin, ED. Ángel Estrada y Cía., Buenos Aires, 1911; “Con sangre de negros se edificó nuestra Independencia”, José Octavio Frigerio, Revista Todo es Historia Nº250, Buenos Aires 1988; “La ruta del esclavo en el Río de la Plata”. Herman Hoff y Manuel Bernalez Alvarado, Ed. UNESCO, Montevideo, 2005; “La esclavitud en el Río de la Plata a partir de 1810”. Andrés Eduardo Guillén, 1997; Más información y apoyo gráfico puede encontrarse en el Suplemento Nº 7 de la Revista “Todo es Historia”.