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LA MÚSICA EN LA ARGENTINA. SUS ORÍGENES
Cuándo, dónde y cómo nació la música que nos identifica como argentinos?. Sabemos que como lo es generalmente con la música latinoamericana, nuestra música es una derivación de la música tradicional española, portuguesa e italiana, con una particular y muy decisiva influencia africana y de las culturas indígenas americanas precolombinas de los aztecas y los mayas, pero principalmente de los incas.
Aunque la única evidencia musical del periodo precolombino que se conserva, se encuentra en las crónicas escritas a partir del siglo XVI por los conquistadores españoles y portugueses y los misioneros, se sabe que desde antes que llegaran los españoles, algunas de las sociedades andinas, ya habían desarrollado una gran habilidad en el manejo acústico del espacio natural y arquitectónico y una mano de obra altamente especializada en la construcción de instrumentos musicales.
El tlapitzalli (flauta), el teponatzli (tambor de madera), una especie de trompeta hecha de caracola, varios tipos de sonajas y escofinas y el huehuetl (timbal), kaskahuilla (grupo de varios cascabeles), kultrun (un membranófono de madera cubierto con un parche de cuero), ocarina (o flauta globular), siku (varias cañas de diferente tamaño unidos en una o dos hileras), etc. son algunos de ellos y muchos aún suenan en valles y quebradas de la patria.
Primeros músicos europeos
Con la llegada de los españoles y su música, comienza a gestarse el nacimiento de nuestra música vernácula. Con la expedición de don Pedro Mendoza, en 1535, llegaron varios músicos, entre ellos JUAN JARA (ex músico del rey de Portugal), DIEGO DE ACOSTA (que vino como “maestro de los ministriles), JUAN GABRIEL LEZCANO, ANTONIO RODRÍGUEZ, SEBASTIÁN DE SALERNO.
Y con los primeros soldados y colonizadores, también llegaron los misioneros, quienes difundieron la doctrina cristiana entre los aborígenes por medio de la música, como lo hicieron ALONSO BARZANA (1528-1598) en Tucumán, y SAN FRANCISCO SOLANO (1549 -1610) en el Alto Paraná y más tarde JUAN VIZCAÍNO DE AGÜERO.
Las culturas española y portuguesa comenzaron a dominar entonces todo el arte vernáculo, incluida la música, por lo que la mayor parte del arte era de carácter sacro, y en lo que específicamente a la música se refiere, la Iglesia era el principal ámbito de su ejecución y tenía capillas musicales en las grandes ciudades de Hispanoamérica.
Desde antes de 1620, la Catedral de Buenos Aires ya tenía al menos, dos órganos, como se deduce por el hecho de que por entonces se buscase un “experto” para el mismo, y en 1621 la Compañía de Jesús compró uno en Flandes y lo trajo para sus misiones en América.
La música, dentro de sus características europeas, adoptó prácticas, giros melódicos y uno que otro rasgo autóctono, que le confirieron cierta identidad propiamente hispanoamericana. En esta forma, se dio el caso de compositores americanos que nunca salieron de las fronteras de su país, y cuyas obras fueron compuestas en el más puro estilo europeo, comparable al de los mejores músicos del Barroco Italiano.
Finalizando el siglo XVI, coincidiendo con la declinación militar y económica de España y Portugal, su influencia musical disminuyó notablemente y la “gavota”, “el paspié” y “el fandango”, que ocupaban un lugar destacado en el repertorio de las danzas coloniales, fueron poco a poco desplazados por la música indígena, a la que se añadió, a partir de fines del siglo XVII una notable influencia africana debida a la presencia de los esclavos que comenzaban a llegar a América.
Muchos músicos fueron luego los que llegaron como portadores del mensaje musical que emplearon como argumento efectivo para la evangelización, difundiendo la música entre los indígenas y será justo agregar a los anteriormente ya nombrados, a JUAN VAISSEAU y LUIS BERGER, a ANTONIO SEPP, que llegó al Río de la Plata en 1691 y que fue un compositor nada vulgar y un músico de merecida fama, ya que dominaba el arte de tocar la flauta, la corneta, el piano, el clarín, la trompa marina, la viola y la tiorba (instrumento musical parecido al laúd, pero algo mayor, con dos mangos y con ocho cuerdas más para los bajos);
A DOMÉNICO ZIPOLI, quizás el más importante de los músicos que llegaron al Río de la Plata. Arribó a Buenos Aires en 1717, precedido de una merecida gloria conquistada en toda Europa, como organista famoso, musicólogo de nombradía y un compositor de nota; y al padre CAYETANO CATTÁNEO, que llegó en 1730 y que si bien no era músico, se dice que su carisma provocaba el arribo a las misiones, de gran cantidad de indios músicos, cantores y bailarines para recibirlo y homenajearlo.
Pasado el episodio de la conquista, los indígenas con su particular afición a lo musical en su tradición y cultura, se apropiaron con verdadera pasión de la música religiosa en las reducciones, siendo absolutamente indispensable para todos los oficios religiosos y cada momento de la jornada en la comunidad y no la trataron como “ajena”.
Salvo entre los aztecas, cuya música que era enteramente religiosa y era ejecutada por músicos profesionales, en la mayoría de las sociedades originarias de los territorios hoy ocupados por Sudamérica, aunque sus conventos y monasterios fueran los ámbitos de mayor presencia, los aborígenes revelaron una gran fascinación por la música festiva, los cantos y las danzas y no sólo por la música ritual o guerrera.
En 1610 se festejó en Buenos Aires la beatificación de San Ignacio de Loyola, oportunidad en la cual, entre otros festejos, se oyó la “armoniosa resonancia de timbales, clarines y otros instrumentos músicos”, que posiblemente fueron tocados por vecinos de la ciudad, según cuentan las crónicas de la época.
En 1617, el Cabildo, para la fiesta de Corpus Christi, mandó realizar algunas danzas y al año siguiente, para el día del santo patrono, San Martín de Tours, ordenó que hubiese música, de la cual padre DIEGO RIBERO fue el trompeta. Por su parte, los jesuitas, que realizaban su labor misional en las regiones del Río de la Plata, y muy especialmente en la zona guaranítica, inculcaron de tal manera, el arte musical a los indios, que muy pronto éstos se convirtieron en entusiastas participantes en las fiestas bonaerenses.
Recordemos que en el Colegio Máximo, se le prestaba una gran atención a la música y el teatro y que ya en 1714 actuaba allí una orquesta, que durante mucho tiempo fue la única que hubo en toda la ciudad, hasta que fue disuelta en 1734.
Buenos Aires era aún un villorrio, y las misiones guaraníticas hacía diez años que se habían establecido, cuando, en 1620, el padre DIEGO DE ALFARO ofreció una función a cargo de veinte indios “buenos cantores y. músicos de vihuelas de arco”, y otros que ejecutaron “armoniosas danzas y saraos”; todos pobladores de las misiones.
Por 1746 debieron ser abundantes los bailes, tanto públicos como privados, porque el entonces obispo, fray JOSÉ PERALTA BARRIONUEVO, los prohibió terminantemente. La resolución episcopal no dio el resultado esperado, porque pocos años después, en 1752, su sucesor, monseñor CAYETANO MARCELLANO Y AGRAMONT, volvió sobre el asunto, amenazando a los bailarines con excomunión.
El Cabildo se opuso terminantemente a esta medida y el conflicto se solucionó acordando que el obispo suprimía la excomunión y el Cabildo procuraría evitar “los escandalosos bailes de fandango”.
Al finalizar el año 1747, se juró fidelidad en Buenos Aires al nuevo monarca, Fernando VI, motivo por el cual hubo múltiples fiestas, una de las cuales, que estuvo a cargo de los indios de las misiones, consistió en una función pública de una ópera, “alegres, revisados, adagios y fugas”.
Por esta época las iglesias tenían algunos tiples que, al decir de un testigo ocular, eran mejores que los que entonces había en las catedrales de Salamanca y Sevilla. También al promediar el siglo XVIII hubo en Buenos Aires una fábrica de órganos, de la cual no han llegado hasta nosotros mayores datos.
En este tiempo estaba en Santa Fe el padre FLORIÁN PAUCKE, célebre misionero, magnífico cronista y famoso músico, por lo cual la sociedad porteña hizo un petitorio unánime para que fuese llamado a Buenos Aires a dar un concierto con sus indios músicos, como en realidad lo hizo, aunque no se sabe cuándo.
Em 1757 PEDRO AIGNASE y DOMINGO SACOMANO fundaron un Coliseo que los documentos de la época llamaban “casa de ópera de música”. Allí actuaron, algunas bahianas traídas del Brasil, que cantaban al son de guitarras y se presentaron numerosos espectáculos con la presentación de músicos tanto españoles como criollos y aborígenes hasta que en 1759 les fue cancelada la concesión y el compositor BARTOLOMÉ MAZA y el músico FRANCISCO YANDERMER se hicieron cargo del teatro.
Y aunque todas tendrán los contenidos de las que aquí hemos expuesto, muchas son la referencias que podríamos incorporar acerca de este tema, sin agregar nada nuevo, hasta que finalizado el siglo XVIII, la evolución de la música en los antiguos territorios hispano-luso-americanos, comenzando el siglo XIX, desembocó en el llamado período nacionalista, haciendo del desarrollo artístico para la fundación de un arte vernáculo, un objetivo nacional
Que en el caso específico de la música en la República Argentina, se tradujo en la creación de conservatorios estatales para la formación de músicos, subsidiando compañías de ópera y orquestas sinfónicas, alentando la instalación de salas para conciertos, estimulando en fin, la actividad musical y la formación de músicos que le dieran vida a una auténtica “música nacional”.
El 8 de julio de 1822, fundada por VIRGILIO RABAGLIO, se inauguró en Buenos Aires, la primera “Escuela de Música” que El 27 de julio de ese mismo año, durante el gobierno de MARTÍN RODRÍGUEZ se funda la “Academia de Música y Canto”, en cumplimiento de políticas culturales inéditas, buscando, no sólo instalar un espacio desde el cual afianzar el aprendizaje de la música, sino que, como se puso en evidencia luego, fue debido al interés de su ministro BERNARDINO RIVADAVIA, en fomentar la creación de entidades asociativas.
El 1º de octubre de 1822 el sacerdote JOSÉ ANTONIO PICAZARRI fundó la “Sociedad Filarmónica” y el 24 de octubre del mismo año, fue puesto a cargo de la Academia de Música y Canto.
La Academia estaba instalada en los altos del Tribunal de Comercio y a su inauguración concurrieron varios altos funcionarios del gobierno nacional que junto a gran cantidad de público, disfrutó un Programa que incluyó: la presentación de la canción “La gloria de Buenos Aires”, una poesía de JUAN CRUZ VARELA; la ejecución de uno de los conciertos para piano de Jan Ladislav Dussek, cavatina” de la “Urraca ladrona”, cavatina de la “Italiana en Argel”, cavatina de “Torbaldo y Dorlizka”, de Gioacchino Rossini y algunas obras de Mozart (ver La primera Academia de Música en la Argentina).
El 15 de enero de 1823, en las Salas del Consulado, SANTIAGO MASSONI, uno de los profesores más aventajados que se conocían entonces en el Río de la Plata, ofreció un Concierto de Violín y completando el programa, un joven de 15 años llamado PEDRO ESNAOLA, se lució ejecutando diversas obras en el piano, sin siquiera pasar por su mente que años después, en 1860 escribiría una nueva versión de muestro primer Himno Nacional.
Pero fue entonces que ese mismo año de 1823 apareció en Buenos Aires un tal MARIANO PABLO ROSQUELLAS. Un músico, cantante, violinista y compositor, que nacido en España, fue educado y perfeccionados sus estudios en Italia y llego a ser primer violinista de la Capilla de Medinaceli
Llegado a Buenos Aires, pudo realizar sus sueños de empresario y uniéndose con la Compañía de los Hermanos TANNI y aficionados locales, dirigidos por el violinista SANTIAGO MASSI, comenzó una intensa actividad musical que trajo aparejada la creación de una notable afición en la sociedad porteña por la música italiana, especialmente por la Ópera, estimulando a muchos jóvenes para que se volcaran a las academias para dedicarse con entusiasmo a su estudio.
Debutó con su Compañía el 28 de febrero de 1825 en el antiguo Teatro Coliseo (ubicado en la esquina de las actuales calles Reconquista y Presidente Perón, hoy pleno centro de Buenos Aires con una selección de arias italianas, causando el asombro del público porteño ante esta música que le era desconocida.
El diario El Centinela escribe al respecto: ““Por fin hemos oído en Buenos Aires algo que se aproxima a la perfección del canto, y que da una idea completa de la belleza de la música italiana”.
Estimulado por el éxito de esa su primera presentación, se lanzó de lleno a la organización de conciertos y espectáculos musicales. Representó (por primera vez en América) la ópera “El Barbero de Sevilla” de Gioacchino Rossini y a continuación, actuando ahora él, como tenor al frente de su compañía, diversas Óperas del mismo Rossini (“La Cenerentola”, en 1826 “L’inganno felice”, en 1826, “Otelo”, en 1827, “Tancredo”, en 1828 y de otros autores no menos famosos (Giuletta e Romeo” de Zingarelli en 1826; “Don Giovanni”, de Mozart, en 1827.
Finalmente, rescatamos de la obra “Buenos Aires, desde 70 años atrás” de JOSÉ ANTONIO WILDE algunos comentarios vinculados con la actuación de ROSQUELLAS, para que no sean olvidados los nombres de aquellos pioneros de la actividad musical y la creación de nuestra música vernácula y para que sepamos acerca del gusto de nuestros ancestros.
“ … pero poco faltó para que los alumnos se animaran a más. El gusto por la música italiana estimuló la creatividad de nuestros autores y así pudieron disfrutarse sobre los escenarios de Buenos Aires, espectáculos operísticos y conciertos que ofrecían autores e intérpretes criollos cuyos nombres comenzaban a sembrar la semilla de los que es nuestra identidad musical.
A los de MARIANO PABLO ROSQUELLAS, ANTONIO PICAZARRI, ESTEBAN MASSINI y SANTIAGO MASSI, debemos agregar entonces los nombres de ESTEBAN ECHEVERRÍA, MANUEL FERNÁNDEZ, JUAN BAUTISTA ALBERDI, FLORENCIO VARELA, REMIGIO NAVARRO, HILARIÓN MORENO, JERÓNIMO TRILLO, MANUEL ROBLES, JOSÉ RIVERA INDARTE, VICENTE PERALTA, VIRGILIO CARAVAGLIO, VICENTE RIVERO, VICENTE LÓPEZ Y PLANES, FRANCISCO VILLALBA, LORENZO MARÍA LLERAS y GABRIEL PONDS.
Nombres todos ellos de músicos, poetas y compositores criollos que dejaron su impronta, creando nuestra identidad musical, formando dignos sucesores e inscribiendo en los registros de nuestra historia, hermosas canciones que aún hoy nos representan: aires, tonadas, estilos, danzas, vidalas, cielitos un colorido repertorio que se cantó en los campos de batalla, en los salones familiares, en la “rancherías” y en las carpas que en la campaña se levantaban en busca del descanso reparador” (ver La música argentina durante el período colonial).
Primera Cátedra de Música en Córdoba (19/08/1857)
El celebrado músico italiano INOCENTE CÁRCANO, inauguró en la ciudad de Córdoba la cátedra de música, creada en el Colegio de Montserrat por el Congreso de la Confederación Argentina en Paraná, a instancias del entonces ministro de instrucción pública, doctor JUAN DEL CAMPILLO.
Fuentes: “La cultura en Buenos Aires hasta 1810”. Luis Trenti Rocamora, Ed. Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1948; Historia Argentina”, Ediciones Océano, Barcelona, España, 1982; “Diccionario Histórico Argentino”. Ione S. Wright y Lisa M. Nekhom. Emecé Editores, Brasil 1994; “Músicos argentinos durante la dominación hispánica”, Guillermo Furlong. Ed. Huarpes, Buenos Aires, 1945; «Panorama de la música popular argentina». Carlos Vega, Ed. Losada, Buenos Aires, 1944; “Los primeros músicos en América”, Ricardo Augusto Zavadivker, Ed. Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría, Buenos Aires, “La Historia en mis documentos”. Graciela Meroni, Ed. Huemul, Buenos Aires, 1969; “Estampas del pasado”. Busaniche y J. L. Solar, Ed. Hachette, Buenos Aires, 1971; “Mármol y bronce”. José M. Aubin, Ed. Ángel Estrada y Cía., Buenos Aires, 1911; “Historia de las Instituciones Políticas y Sociales Argentinas”. José C. Ibañez, Ed. Troquel, Buenos Aires, 1962; «Los instrumentos musicales aborígenes y criollos de la Argentina». Carlos Alberto Vega, Ed. Centurión, Buenos Aires, 1946.