HALLAZGOS Y MISTERIOS DEL PASADO ARGENTINO

En la Argentina hay más de 400 sitios arqueológicos descubiertos. Fósiles, momias, restos humanos y materiales de alfarería son algunos de los objetos que se encontraron en el territorio y trascendieron en el mundo.

Desentrañar el enigma de la Argentina prehistórica es difícil. El tiempo borra sus huellas y son pocos los recursos para financiar excavaciones.

Pero ya desde 1872, con los trabajos que realizara el perito FRANCISCO PANCRACIO MORENO, han sido grandes los esfuerzos realizados para dilucidar este misterio que nos involucra.

Hitos importantes de esta búsqueda han sido establecidos por investigadores de la talla del profesor REX GONZÁLEZ, cuya gestión al frente del Museo Nacional de Ciencias Naturales de La Plata, marcó el camino de innumerables investigadores, arqueólogos, lingüistas, etc. que muchas veces, sin contar con los medios y el apoyo oficial necesarios, han avanzado en estas tareas, logrando aclarar muchos de los interrogantes que hasta hace poco, no tenían respuesta.

El “megaterio” vivió en La Pampa
El megaterio (del Latín “megatherion”, donde mega es grande y therion es bestia), era el espécimen mayor de un grupo de mamíferos desdentados que pobló el continente americano, hace más de 60 millones de años y se extinguió hace algunos milenios. Parecido a los actuales perezosos, pero con 5 y hasta 6 metros de largo, se alimentaba con hojas y ramas de los árboles.

En la Pampa es donde han aparecido los mejores fósiles de este animal, el primero de los cuales apareció en 1785. Fue enviado a España y estudiado por JUAN BAUTISTA BRU, disecador y pintor anatómico del Real Gabinete de Historia Natural, de Madrid.

La descripción anatómica y el montaje de este primer ejemplar de megaterio y mamífero fósil, tuvo una influencia extraordinaria en el desarrollo de la paleontología.

El sabio paleontólogo CUVIER fue quien puso en evidencia la importancia del trabajo de BRU diciendo “el megaterio es, de todos los animales fósiles de gran talla, el último gran descubrimiento y hasta ahora, el más raro. Sin embargo, es el primero del que conocemos la osteología de modo completo, porque se ha tenido la fortuna de encontrar reunidos casi todos los huesos y al mismo tiempo, se ha montado su esqueleto con el máximo cuidado (José María López Piñero en Revista «La aventura de la Historia», Madrid, enero de 1999)

En 1832, durante su presencia en el Río de la Plata, en el curso de una expedición que realizara a los canales del Beagle, CHARLES DARWIN encontró huesos de megaterio y de otros fósiles de mamíferos gigantes, en el acantilado de Punta Alta, provincia de Buenos Aires

Sir Woodbine Parish y u interés por la Arqueología
Sir Woodbine Parish, primer cónsul británico en Buenos Aires (1824-1832) fue un entusiasta aficionado a las ciencias naturales.

Durante su permanencia en el Río de la Plata, el funcionario inglés, al margen de sus tareas diplomáticas, trabajó activamente en la recolección de muestras minerales y de restos fósiles de la fauna prehistórica de las pampas, que envió posteriormente a su país, donde se conservan hoy en distintas sociedades científicas y museos.

Entre estos materiales se destacan un fragmento de 1.200 libras de peso del célebre meteorito del Chaco que le fuera obsequiado por el gobierno de Buenos Aires y los restos de dos grandes mamíferos antediluvianos: el gliptodonte y el megaterio.

Reproducimos del libro biográfico de Sir Woodbine Parish, «K C. H. and early days in Argentina«, publicado en 1910 por una nieta del cónsul, la descripción de los trabajos que realizó Parish para obtener los huesos fósiles del megaterio.

«Su más importante contribución a la ciencia fue la colección de huesos fósiles del megaterio y el gliptodonte, que fueron entregados al Real Colegio de Cirujanos y que atrajeron una gran atención a causa de sus dimensiones poco comunes y su buen estado de conservación».

«Se realizaron calcos de los huesos y fueron obsequiados, en cumplimiento de los deseos de sir Woodbine, al Museo Británico, a la Sociedad Geológica y a las Universidades de Oxford y Cambridge».

Varios años antes de que esto ocurriera, Parish había entregado a la Sociedad Geológica algunos grandes huesos fósiles de mamíferos que habían sido encontrados en el valle de Tarija, en los confines de Bolivia.

Ansioso por obtener otros ejemplares, Parish realizó una serie de averiguaciones que le permitieron comprobar que en la provincia de Buenos Aires habían sido hallados frecuentemente huesos y dientes de cuadrúpedos, especialmente en las cercanías del río Salado y en los lechos de sus lagos y ríos tributarios.

Otros huesos fueron también descubiertos en la vecina provincia de Entre Ríos y en la Banda Oriental se encontró un esqueleto casi intacto. Entretanto, Parish recibió la información de que algunos huesos de tamaño extraordinario habían sido hallados en el lecho del río Salado y se los había transportado a Buenos Aires desde la estancia de don HILARIO SOSA.

Al inspeccionarlos, el cónsul comprobó a primera vista su semejanza con los restos del megaterio que en el siglo pasado fuera enviado al Museo de Madrid por el MARQUÉS DE LORETO y que también fueron hallados en la provincia de Buenos Aires. Los nuevos huesos, que eran de propiedad de don Hilario Sosa, eran los de una pelvis, casi intacta, varias vértebras, cinco o seis costillas y cuatro dientes.

Después de mucho solicitarlo, Parish consiguió finalmente apropiarse de ellos y, con la esperanza de obtener el resto del esqueleto, envió al señor OAKLEY, un caballero norteamericano, a realizar las investigaciones necesarias.

El señor Oakley pronto descubrió que en el fango del fondo del río se encontraban enterrados otros huesos y mediante el desvío parcial de la corriente logró rescatar una escápula, un fémur, cinco vértebras cervicales, varios dientes y muchos otros huesos que estaban demasiado deteriorados como para conservarlos.

Además de estos valiosos restos, el señor Oakley obtuvo partes de otros dos esqueletos de megaterios, uno de ellos de un arroyo próximo a Villanueva y el otro de las orillas del lago Las Avenas.

Aunque esta colección de huesos del megaterio era menos completa que la que existía en el Gabinete Real de Madrid, el hecho de que varios de los huesos enviados por sir Woodbine Parish eran los que faltaban en el ejemplar español, fue de una gran ayuda para los zoólogos empeñados en reconstruir el extinguido dinosaurio.

Hallazgos en la provincia de Buenos Aires
En épocas más recientes, muchos equipos interdisciplinarios de universidades y centros públicos siguen sus pasos y comenzaremos a referirnos a ellos, mencionando el trabajo de los miembros del Laboratorio de Arqueología de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata, que dirigidos por Diana Mazzanti, realizaron importantes descubrimientos en la «zona de Tandilia», basándose en mapas, fotografías aéreas y satelitales, y fatigosas recorridas, encontraron pistas enterradas por las primeras comunidades que vivieron en la provincia de Buenos Aires.

En 1981, llegaron a la Cueva Tixi y después a 6 sitios más, con muestras de haber sido habitado por gente hace 10.460 años y donde se encontró una «punta de lanza» en forma de cola de pez, provocó una revolución en materia arqueológica.

Fue en 1982 y Nora Flegenheimer excavaba en el cerro La China, en la provincia de Buenos Aires. cuando hizo este hallazgo, siendo por ello la primera que se pudo tener en sus manos, objeto tan antiguo.

Los trabajos de este equipo se completaron con excavaciones en el cerro El Sombrero y en ambos lugares fecharon 14 objetos que dieron una antigüedad de 10.700 años.

Era así evidente que las sierras bonaerenses les daban diferentes y mayores posibilidades a los primeros seres humanos que las habitaron. Flegenheimer y la investigadora Cristina Bayón concluyeron que esta gente tenía vínculos con otra que vivía en el Uruguay en la misma época. ¿La pista? Instrumentos que encontraron allí estaban hechos de una roca que se halla solamente en las costas uruguayas y saber cómo usaban los lugares estos objetos, sirve también para explicar otros patrones de comportamiento.

Y siguieron los descubrimientos: a orillas de Arroyo Seco, en el partido de Tres Arroyos, el equipo de Gustavo Politis dio con huellas de 12.000 años de antigüedad: huesos de animales extintos como el “megaterio o el caballo americano” con marcas y fracturas producidas por seres humanos, que estaban asociados a artefactos indígenas de piedra.

Allí también se hallaron más de 40 esqueletos humanos un poco más tardíos que aquellas huellas (entre 6.300 y 8.000 años antes del presente). Son cuatro hombres y fueron apuñalados con puntas de proyectiles muy raras en la región, señala Politis. Quién los mató es un enigma. Como tantos otros que siguen siéndolo para el conocimiento de nuestros orígenes.

Restos de 14.000 años en Tres Arroyos
Hace unos 14 mil años, un grupo de homo sapiens persiguió hasta cazar un caballo extinto (Equus neogeus) y un perezoso gigante (Megatherium americanum ) a lo largo de la orilla de un lago cerca de Tres Arroyos, provincia de Buenos Aires.

Decidieron comenzar la faena de los animales en el lugar de la caza, pero luego llevaron las extremidades hasta una loma. Allí continuaron con la carneada, ayudados por grandes herramientas de piedra para fracturar los huesos, y otras más pequeñas para la carne y la piel.

Las pruebas de esta escena prehistórica (no restos humanos, pero abundantes herramientas de piedra y restos de animales cazados), fueron halladas y estudiadas por Gustavo Politis, investigador del Conicet y de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (Unicen), quien luego de ser fechados, informó que los restos hallados tenían entre 14.064 y 13.068 años de antigüedad.

Los estudios realizados posteriormente con el material hallado, permitieron concluir que el poblado allí establecido, había ocupado tierras donde hoy se encuentra la localidad de Arroyo Seco, a cinco kilómetros de la ciudad de Tres Arroyos, en la provincia de Buenos Aires y que había sido el poblamiento humano más antiguo de Argentina y uno de los más viejos y mejor documentados del extremo sur de América.

“Este nuevo hallazgo, dice Politis, junto con otros sitios de América del Sur, confirma la presencia humana en la pampa argentina hace 14 mil años” y que los seres humanos llegaron al cono sur antes de que se estableciera la cultura “Clovis” en América del Norte (entre 11.250 y 10.600 años atrás), la cual marcó por varias décadas el paradigma del poblamiento americano”.

Explica luego que hay varios sitios en la Patagonia (Piedra Museo, Cueva Casa del Minero y Cerro Tres Tetas) que tienen edades cercanas a los 13 mil años, es decir, un poco más recientes.

«Todos estos sitios representan a cazadores recolectores que estaban llegando a estas tierras, con una tecnología para hacer herramientas de piedra. Cazaban guanacos y otros animales ya extintos», explica.

Entre los 13 mil y 12 mil años, ya hay muchos más sitios arqueológicos datados en casi todas las regiones de Argentina. «Esto indica que hace unos 12 mil años todo el territorio argentino estaba ocupado y sugiere que los primeros cazadores recolectores que llegaron al cono sur de América ocuparon muy rápidamente todos los ambientes», explica Politis y agrega para completar el tema: “El sitio sudamericano más famoso y antiguo es Cueva Verde, en el sur de Chile. Tiene una antigüedad de entre 14.500 y 18.500 años”.

Los restos humanos más antiguos de la Patagonia
En octubre de 2020 un grupo de albañiles, mientras realizaban excavaciones para la instalación del gas en una vivienda en construcción en Camarones, pequeña localidad costera situada al sur de lo que hoy es la provincia de Chubut, descubrió los restos humanos más antiguos de la Patagonia y entre los más viejos de la Argentina.

Luego, con la intervención de la Subsecretaría de Cultura de la provincia de Chubut y un grupo de investigadores del IDEAus-CONICET, INCUAPA, UNCPBA, UNPSJB, CENPAT, Universidad del Chubut (UdC) y Universidad Tecnológica Nacional (UTN), estableció que pertenecían a un niño o niña de entre 8 y 9,5 años y un/a adolescente de entre 12 y 15 años (en ningún caso fue posible estimar el sexo), cuya antigüedad oscilaba entre los 10.400 años de uno y los 11.000 años del otro, diferencia cronológica que indica que no eran contemporáneos.

Se encontraron además en ese lugar asociado al niño de menor edad, 50 cuentas de hueso de ave, probablemente de cormorán y también abundante pigmento rojo, lo que señala prácticas mortuorias que tienen casi once mil años de antigüedad.

Un “dinosaurio en la Patagonia
Durante una patrulla por la costa del lago Ezequiel Ramos Mexía, en la provincia de Río Negro, a unos cuatro kilómetros de la zona conocida como “Los Gigantes” (costa rionegrina), efectivos de la Prefectura Naval Argentina, divisaron trece pisadas sobre un terreno rocoso y algunos bloques caídos del mismo,

Se trataba de tres dedos alargados y con extremos puntiagudos, de entre 30 y 50 centímetros de largo, que luego de ser debidamente estudiados se estableció que podrían haber pertenecido a un dinosaurio bípedo, terópodo, de entre 1,20 y 1,50 metros de altura a la cintura, carnívoro y con garras, que había habitado la zona.

abe destacar que los niveles portadores de roca donde se produjo el hallazgo pertenecen a la Formación Candeleros, una unidad geológica con una antigüedad de aproximadamente 100 millones de años y sumamente rica en huellas de dinosaurios y otros vertebrados mesozoicos.

Una mujer mapuche en la Patagonia
En el año 2022 fueron hallados en el sitio arqueológico “Newen Antug”, ubicado en una zona de bosques y lagos andinos en la provincia norpatagónica de Neuquén, los restos de una mujer adulta joven enterrada con una ofrenda de cerámica, dentro de una canoa de madera, una forma de entierro con poder simbólico en la sociedad araucana.

Es el primer hallazgo de un entierro en una canoa, o su representación simbólica en la Patagonia y con 880 años de antigüedad, se convierte en el registro más antiguo que se tiene de una embarcación de este tipo en el sur del país.

La mujer pertenecía a la comunidad indígena mapuche y el hallazgo revela una práctica funeraria poco documentada y amplía el conocimiento sobre las culturas prehispánicas en la región.

Por otra parte, demuestra la presencia de individuos de esa etnia originaria de Chile, desde mucho antes de que se produjera la araucanización de la Patagonia, a mediados del siglo XIX.

Restos del Imperio Inca en Mendoza?
A principios de año 2022, se descubrieron en el sur de la provincia de Mendoza, más de vente estructuras arquitectónicas de baja altura, hechas de piedra que conforman caminos, muros, recintos y espacios construidos en forma geométrica.

En todos los casos, las piezas coinciden con el modo de construcción aplicado por el Imperio Inca a la hora de establecer espacios sagrados y específicos a lo largo del extenso trayecto que en el oeste de América del Sur integra el sistema de caminos establecido para garantizar su expansión territorial, denominado Qhapaq Ñan (Camino de los Justos en quechua).

Por el momento, todo indica que estas ruinas, ubicadas en la Reserva “Laguna del Diamante”, en territorio mendocino, fueron, hace más de cinco siglos, un centro de peregrinación y observación astronómica, instalado en la zona más meridional del Imperio.

El “dragón de la muerte”
En el sur de la provincia de Mendoza, en un yacimiento próximo al Río Colorado, se hallaron restos del “pterosaurio” más grande de Sudamérica y fue registrado con el nombre de “Thanatosdrakon amaru” (de Thanatos (muerte) drakon (dragón) y amarú en honor a la deidad).

Hallazgo en la provincia de Catamarca
En octubre de 2022, investigadores del Conicet descubrieron en la “Cueva Abra del Toro”, a 170 kilómetros de la actual capital de la provincia de Catamarca, el más antiguo sitio arqueológico con rastros de recolectores que habitaron en el lugar (herramientas de piedra, una punta de proyectil y restos de huesos de camélidos que fueron parte de su dieta). Según los científicos, el lugar fue abandonado cuando se produjo una erupción volcánica hace 4.200 años, pero que tras este fenómeno, las poblaciones habían vuelto a ocupar la zona.

Una vieja civilización incaica en Jujuy
Un grupo de albañiles encontró restos óseos y piezas arqueológicas de una antigua civilización incaica en la localidad de Santa Bárbara, Humahuaca, Jujuy.

Eran un conjunto de ollas omaguacas incas de entre 40 y 60 centímetros de altura; «cerámicas alóctonas», es decir, originarias de otros territorios, aparentemente de una misma época o quizás con entre 40 y 50 años de diferencia entre algunas de ellas, que pertenecieron a la corriente prehispánica y que compartían el lugar con restos óseos incompletos con diferentes metodologías de inhumación.

María Isabel Hernández Llosas, Directora del proyecto arqueológico «Tilcara», en la Quebrada de Humahuaca en el norte argentino, ha explicado que los restos de carbón de un «primitivo fogón de cocina», permitieron establecer que este asentamiento databa de hace unos 10.700 años antes del presente.

Otros hallazgos en el lugar, permiten suponer que ése era «una especie de casa de veraneo. Era un campamento usado para cazar, recolectar y preparar alimentos», dice Hernández Llosas, «donde volvían a esos mismos lugares en cada estación del año».

«Con el tiempo, las residencias de verano se hicieron permanentes y en Tilcara, las primeras excavaciones mostraban signos de permanencias mayores que en los momentos previos. Contra la pared de una cueva, esta arqueóloga encontró, cubierta por rocas, una fosa de 1,30 metro de profundidad por 0,80 metros de diámetro, donde se habían depositado dos esqueletos acurrucados y se estima que su antigüedad es de 9.100 años».

Restos humanos de 2.000 años de antigüedad en Melincué
Durante una campaña del proyecto arqueológico “Entornos de Melincué”, un equipo de arqueólogos y voluntarios pertenecientes a la Universidad Nacional de Rosario y el Museo Gallardo de Rosario, realizaron valiosos descubrimientos, entre los que se destaca el de un asentamiento ubicado en la cabecera del departamento General López, al sur de la provincia de Santa Fe.

Allí se hallaron restos de un Fuerte colonial, una Capilla y una serie de estructuras circundantes con evidencias de que alguna vez, a su alrededor habrían convivido soldados, gauchos e indígenas. También se halló un resto óseo humano que datado, dio una antigüedad de 2 mil años y se encontró un “Eutatus”, animal prehistórico que existió unos 5 mil años atrás. Era parecido a un kirquincho, más bien a una “mulita” gigante, medía más o menos 90 centímetros y era único en el país.

Evidentemente, este Fuerte fue un lugar de suma importancia en la historia local y regional, y su exploración proporciona una visión más completa de los asentamientos tempranos en esta área, que los profesionales ponen a la altura de las ruinas de Cayastá y Puerto Gaboto.

Estos descubrimientos han proporcionado una nueva pista para el conocimiento de una época en la que los seres humanos coexistían con la fauna prehistórica, como el eutatus, un animal que habitó la región y cuyos restos, hallados en el lugar, sorprendió a los investigadores.

Un “macrauchenia”en Arroyo Seco
El sitio arqueológico Arroyo Seco, Localidad de la Comuna de Rosario, provincia de Santa Fe, está compuesto por varias capas de materiales de sucesivas ocupaciones humanas y allí, un obrero de la construcción halló un particular elemento que le llamó la atención. No dudo en llevarlo a la Municipalidad, donde se generó sorpresa y misterio, y ahí confirmaron su sospecha: era un animal prehistórico llamado “macrauchenia”.

Un género de mamífero placentario de regular tamaño, herbívoro, que a pesar de su aspecto no es un camélido ni está relacionado con éste. Se alimentaban en la zona de pastizales, de selva y llanuras aluviales, de la vegetación arbustiva y arbórea abundantes en la región y estuvieron en contacto con los hombres que comenzaron a habitar esa parte de América del Sur hace unos 14.000 años.

Restos de 40.000 años en Catamarca
En el año 2018, un equipo de arqueólogos encabezados por Carlos Aschero, encontró en “Antofagasta de la Sierra” (la Puna Catamarqueña), la que sería la evidencia humana más antigua del país y, quizá, de América Latina.

Los restos tienen 40.000 años de antigüedad y consisten en una serie de artefactos de piedra, mechones de pelos humanos y dos huesos de un perezoso gigante extinto. El mechón humano tiene una antigüedad de 40 mil años, algo que pone en discusión las teorías dominantes que aseguran que los seres humanos llegaron a América hace 14 mil o 17 mil años atrás.

 Hallazgos en la provincia de Buenos Aires
En épocas más recientes, muchos equipos interdisciplinarios de universidades y centros públicos siguen sus pasos y entre ellos, haremos mención al trabajo de los miembros del Laboratorio de Arqueología de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata, que dirigidos por Diana Mazzanti, realizaron importantes descubrimientos en la «zona de Tandilia», basándose en mapas, fotografías aéreas y satelitales, y fatigosas recorridas, encontraron pistas enterradas por las primeras comunidades que vivieron en la provincia de Buenos Aires.

En 1981, llegaron a la Cueva Tixi y después a 6 sitios más, con muestras de haber sido habitado por gente hace 10.460 años y donde se encontró una «punta de lanza» en forma de cola de pez, provocó una revolución en materia arqueológica.

Fue en 1982 y Nora Flegenheimer excavaba en el cerro La China, en la provincia de Buenos Aires. cuando hizo este hallazgo, siendo por ello la primera que se pudo tener en sus manos, objeto tan antiguo.

Los trabajos de este equipo se completaron con excavaciones en el cerro El Sombrero y en ambos lugares fecharon 14 objetos que dieron una antigüedad de 10.700 años.

Era así evidente que las sierras bonaerenses les daban diferentes y mayores posibilidades a los primeros seres humanos que las habitaron. Flegenheimer y la investigadora Cristina Bayón concluyeron que esta gente tenía vínculos con otra que vivía en el Uruguay en la misma época. ¿La pista? Instrumentos que encontraron allí estaban hechos de una roca que se halla solamente en las costas uruguayas y saber cómo usaban los lugares estos objetos, sirve también para explicar otros patrones de comportamiento.

Y siguieron los descubrimientos: a orillas de Arroyo Seco, en el partido de Tres Arroyos, el equipo de Gustavo Politis dio con huellas de 12.000 años de antigüedad: huesos de animales extintos como el megaterio o el caballo americano” con marcas y fracturas producidas por seres humanos, que estaban asociados a artefactos indígenas de piedra.

Allí también se hallaron más de 40 esqueletos humanos un poco más tardíos que aquellas huellas (entre 6.300 y 8.000 años antes del presente). Son cuatro hombres y fueron apuñalados con puntas de proyectiles muy raras en la región, señala Politis. Quién los mató es un enigma. Como tantos otros que siguen siéndolo para el conocimiento de nuestros orígenes.

Arqueología urbana en Buenos Aires
“Las mujeres -escribió el viajero francés JULIÁN MALLET en 1809, “son encantadoras, hablan el castellano con mucha corrección y gusto, pero lo que influye en sus atractivos, es la irresistible inclinación que tienen por toda bebida y por el tabaco”.

Esas mujeres, esas costumbres, eran las de una Buenos Aires que estaba cocinando una revolución. Iba a cambiar una forma de gobierno; la vida de todos los días empezaba a ser otra.

“Más allá de lo político -dice DANIEL SCHÁVELZON, especialista en arqueología urbana- es un momento de transición en la vida de la comunidad”. Schávelzon y su equipo excavaron en los terrenos de viejas casas porteñas y analizaron el contenido de los pozos de basura.

Así supieron de costumbres que no habían quedado registradas en los documentos. “Para nuestra sorpresa -dice Schávelzon- encontramos que en los pozos de la época de la revolución, los huesos no estaban quemados sino hervidos. ¡No se comía tanto asado como se supone!

Esto se entiende porque la carne era dura: las vacas eran salvajes, estaban sueltas, comían cuando comían y tomaban agua cuando llovía. Por eso, los gauchos llevaban una ollita de tres patas: ahí dejaban hervir la carne hasta cinco horas. La parrilla horizontal, como la usamos ahora, no apareció hasta fines del siglo XIX.

En el campo, el asado se hacía vertical, en cruz, cuando no había otra po­sibilidad. Se comía mucha carne de vaca (se calcula que se consumían unos 350 kilos al año, contra los 16 que se consumían en Inglaterra- pero vimos que generalmente era guisada, no asada”. En las familias ricas se preparaban banquetes en ocasiones muy especiales.

Así, cuando JUAN MARTÍN DE PUEYRREDÓN y su esposa DOLORES llegaron de España, el menú de bienvenida fue: «Unas aceitunas, sardinas y fiambre, la consabida sopa con pan tostado, arroz y fideos.

Después pescado fresco y al final vino el asado de vaca y algo de cordero; la ensalada de lechuga y unos pepinos; un guiso de garbanzos y lentejas, acompañado de unas albóndigas, tortillas de acelga, mollejas asadas, mondongo y como fin de fiesta, los postres».

A principios del siglo XIX, en Buenos^» Aires se comía mucho pescado, pero como todo bicho que camina va a parar al asador, la dieta de los porteños incluía palomas, pájaros, pavos, gallinas, perdices y hasta iguanas. Los ricos comían mulita, una carne sabrosa, tierna y cara.

Todo esto se bajaba con agua o vino. Francés, en casas ricas. mendocino o sanjuanino, en las más modestas. Como un dato nuevo, empezaban a llegar al puerto cargamentos con ginebra, de Rotterdam, o cerveza, de Inglaterra.

El plato playo y el tenedor aparecieron en el Plata avanzado el siglo XVIII, así que en 1810 sólo se los empleaba en las casas muy ricas. También es de esta época la costumbre de usar un vaso por persona. Antes alcanzaba con uno en la mesa. Buenos Aires era una ciudad con distintos estratos sociales.

Las casonas de tres patios que difundieron las revistas para chicos eran un 8 por ciento de la ciudad. También había casas mucho más chicas, incluso de un solo cuarto, que se construían para alquilar.

De las 44.000 personas que habitaban Buenos Aires en los días de la revolución, el 33 por ciento eran negros. La mayoría, esclavos, aunque había muchos que habían comprado su libertad.

Habían sido cazados en distintas partes de África. Habían sido tatuados y encadenados- una vez antes de embarcarse y otra mirando ya las aguas marrones del Plata. No eran todos iguales: entre ellos había incluso hindúes y musulmanes.

“Con la arqueología -dice Daniel Schávelzon- descubrimos que los afro conservaban una cultura propia. Por ejemplo, fabricaban ollas de barro a la manera africana: moldeando con los dedos”.

“En las paredes o en la base de esas ollas encontramos signos de las religiones africanas. Eso es resistencia cultural”. En los pozos de basura también aparecieron pipas con unas crucecitas que son signos de religiones de Ghana”.

“Al fondo de las casas, cuando los patrones dormían, se hacían ceremonias africanas. La prueba son piedritas de colores que se usaban para ritos de adivinación.”

“La orden de Santo Domingo -dice Schávelzon- tenía gran cantidad de esclavos. En su basura encontramos algo típico. Para leer el futuro, los africanos usan huesos. Pequeños huesitos que se tiran y se leen, descifrando la forma en que cayeron. Pero si un esclavo andaba con una bolsa de huesitos de animal y lo encontraban, seguramente lo castigaban y hasta lo podían quemar por hereje.

Entonces fabricaron objetos con esos huesos: una boquilla, un pedazo de abanico. Encontramos todas esas cosas juntas, rotas, en un paquetito. Son maneras de disfrazar una actividad. Ese paquetito habla de una identidad, de resistencia a la esclavitud”.

Schávelzon tiene una hipótesis que explica qué se hizo de esas personas: «Una resistencia sutil y silenciosa, la más terrible: la no reproducción biológica. La natalidad entre los negros era del 1 por ciento y la mortandad infantil, altísima. Buena parte de la extinción de la población afro quizá fue por su propia voluntad».

Dentro de la ciudad había indígenas, con sus tolderías, a cuatro cuadras de la Plaza Mayor (hoy Plaza de Mayo), en Perú y Chile. Los ricos vivían cerca del Cabildo.

Los pobres, en las afueras de la ciudad: Barracas, Tribunales, Monserrat, Congreso. La elite y los desplazados, cuando iban “a los toros” se ubicaban mirándose frente a frente.

Como ahora, en las tribunas de “locales” y “visitantes”.  Este espectáculo era casi el único que convocaba a multitudes. En 1801 se había inaugurado la Plaza de Toros del Retiro, donde hoy está la plaza San Martín, zona brava conocida como «barrio recio».

La construcción era un edificio de ladrillo a la vista, con palcos de madera y gradas en la parte baja. Tenía capacidad para diez mil personas: no era poco, en una ciudad de cuarenta y cuatro mil habitantes., pero en 1819 fue prohibido.

El Río de la Plata mojaba las tierras de lo que es hoy la avenida Leandro N. Alem. Allí se había construido, a fines del siglo XVIII, la Alameda, un paseo con árboles y bancos.

Los porteños gustaban de chapotear en esas aguas, a tal punto que el virrey Cisneros, en 1809, dictó un “auto de buen gobierno» que señalaba:

“Que echando de ver los excesos que se cometen en los baños públicos de las riberas del río, tan opuestos a la moral cristiana, mando que nadie entre en él a bañarse por los sitios que están a la vista del Paseo del Bajo sino de noche, observando la más posible decencia, quietud y buen orden”.

La sociedad se reunía en las tertulias como la de Mariquita Sánchez de Thompson, en las actuales Florida y Perón. Se encontraban también en el Coliseo Provisional, la sala del teatro.

En 1810 había en la ciudad cincuenta músicos. “La idea del concierto público no se hallaba extendida en nuestro país. La música en el teatro tenía lugar en los intermedios de las obras y se trataba en general de breves números vocales de carácter ligero, tales como tonadillas, saínetes y arias de ópera”, dicen MELANIE PLESCH y GERARDO HUSEBY, autores de “La música desde el período colonial hasta finales del siglo XIX”.

Antes de ir al teatro, las damas de alcurnia se maquillaban la cara con polvo de maíz, que aclaraba la piel, como exigía la moda de la época y calzaban zapatos blancos, signo de que su situación económica les permitía no trabajar. Las damas se habían maquillado en casas que no tenían cuarto de baño incorporado, como que tampoco había cloacas: el baño era una letrina con un pozo ubicado en el patio del fondo y para no salir, cuando hacía frío, era común el uso de las “bacinillas” .

Hallazgos en el “casco histórico”
Es común que en zonas del “casco históricose encuentren pequeños rastros que dejaron atrás los porteños de hace un par de siglos. El último en encontrarse fue en una esquina reconocida de Retiro, en la Ciudad de Buenos Aires.

Las excavaciones que debieron realizarse para construir muchas de las obras que a partir del siglo XX se hicieron en Buenos Aires, descubren verdaderos tesoros arqueológicos que brindan una muy interesante y abundante información acerca de las costumbres, utensilios, dieta y “pecados” de sus antiguos habitantes.

“A veces se rompen letrinas antiguas y es posible encontrar los restos, porque quedan desparramados. A la izquierda un hueso de pescado (surubí) y a la derecha restos del plato en el que fue servido, una cuchara y la base de una botella de vino” (Mercedes Soriano para La Nación)

Unos de los rastros de los “argentinos” más antiguos, se encontraron en Retiro
“Un grupo de obreros, mientras cavaban en una esquina del barrio de Retiro para hacer un edificio, encontró restos de herramientas antiguas y huesos de fauna extinta con fracturas provocadas durante su faenamiento y aunque no había entre ellos restos humanos, los investigadores lograron establecer que el “homo sapiens” ya vivía en el país hace 14 mil años”.

“El barrio de Retiro en la ciudad de Buenos Aires, solía ser una zona de casas bajas y las construcciones no eran profundas, por eso, los objetos arqueológicos encontrados pudieron preservarse por más de 200 años”.

“Todo empezó cuando la esquina de Florida y Paraguay fue elegida para desarrollar allí un nuevo proyecto de viviendas y oficinas. Donde hacía más 200 años era una casa más de los alrededores porteños, iba a construirse un edificio de 11 pisos,. Poco y nada quedaba de esa época en el paisaje citadino, excepto una que otra reliquia enterrada bajo tierra”.

“En el terreno ubicado en la calle en Paraguay 661, que tenía una superficie de 7500 m² se iniciaron las obras de excavación que permitirían la construcción de tres pisos subterráneos de cocheras y fue entonces cuando los obreros se toparon con algunos restos, al parecer muy antiguos que fueron cuidadosamente extraídos”.

“Puestos bajo la lupa de un representante del Centro de Interpretación de Arqueología y Paleontología de la Municipalidad de Buenos Aires, resultaron ser objetos de la etapa colonial: frascos de perfume (algunos con su contenido todavía dentro), restos de vajilla de loza, cucharas, semillas de uva, cáscaras de huevo y restos de animales que habían sido para consumo” (Lucas Viano para La Nación)

Acerca del robo de piezas arqueológicas
El profesor REX GONZÁLEZ comenta el misterioso camino de algunas de las piezas arqueológicas que nos fueron robadas, diciendo:

 «No fueron los conquistadores quienes se llevaron las piezas arqueológicas argentinas que hay en otras partes del mundo. En esta historia pesan los «huaqueros», gente que busca lugares donde haya muchas piezas y las vende. Pesan también los campesinos de las zonas ricas en material arqueológico, que un día hunden el arado y encuentran algo que puede valer más que un año de trabajo.

«Hubo un señor Zavaleta, dijo en una oportunidad el arqueólogo ALBERTO REX GONZÁLEZ, «que fue el más grande «huaquero» del Noroeste Argentino».

«Era un comisario de Amaicha y formó una gran colección de piezas arqueológicas antiguas. Una parte la vendió al Fiel Museum, de Chicago, otras al Volker Kunde Museum, en Dahlen, Berlín».

«Eran casi todas piezas de madera, de metal y de piedra, pertenecientes a viejas épocas de estos territorios del norte argentino». En el Museo del Hombre, de París, hay muchas cosas, entre ellas una coraza patagónica, de siete cueros superpuestos, que usaban los jefes araucanos y se piensa que las habría llevado un viajero que estuvo por aquellas comarcas».

«Una de las más importantes colecciones con piezas argentinas está en Gotem Suecia. Las llevó el explorador Otto Nordenskjold, que trabajó por aquí, a principios del siglo XIX».

«Son, dice González, «piezas pertenecientes a la cultura de San Francisco, de Jujuy. Hay alfarería y urnas. En el país no tenemos ninguna urna de ese tipo entera. Son quizás de la primera cultura que usaba alfarería en gran escala, entre los años 1000 y 500 antes de Cristo.».

Pero esta comercialización no terminó. El arqueólogo cuenta con qué velocidad circulan hoy las piezas: «Un día yo tenía sobre mi escritorio una píeza de una cultura de la «aguada» en el noroeste argentino. Me la había mandado el curador del Museo de Brooklyn para que confirmara su procedencia. Vinieron dos colegas y me dijeron que la conocían: La tenía Fulano hace 8 meses en Belén, en la provincia de Catamarca. Le pregunté a mi colega de Brooklyn de dónde la habían sacado y me contestó: «Me la donó un benefactor, que la compró en Londres».

Al contrario de la creencia popular de que Argentina no es un país con grandes descubrimientos arqueológicos, en el país se han encontrado momias, restos humanos, artefactos antiguos e incluso asentamientos de antiguas civilizaciones. Durante el 2022, se han encontrado múltiples vestigios del pasado que han sorprendido al mundo.

Fuentes. “Removiendo en nuestro pasado”. Nota de Patricia Kolesnicov publicada en el diario Clarín de Buenos Aires; MDZ Online; Notas firmadas por Jorge Pavía, Lucas Viano y Mercedes Soriano y publicadas en Internet; “Temas arqueológicos en debate en Argentina, 1878-1923”. Dialéctica de las propuestas y objeciones acerca del pasado indígena del Noroeste, Javier Nastri, Buenos Aires, 2022; “Cazadores recolectores del Holoceno medio y superior de la cueva Haichol, región cordillerana central del Neuquén”. J. Fernández y H. Panarello, en Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología, Buenos Ares, 2001; «La aventura de la Historia». José María López Piñero en la Revista “Madrid”, enero de 1999.

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