El arcón de la historia Argentina > Crónicas > GAUCHOS, ESTANCIEROS, CRIOLLOS Y CACIQUES
GAUCHOS, ESTANCIEROS, CRIOLLOS Y CACIQUES
Cuatro personajes del pasado argentino, que guerreando, trabajando, comerciando y hasta mateando, fundieron sus tan disímiles personalidades y apetencias, en uno solo, que reunirá las características de todos ellos: «el criollo».
Los pueblos nativos del noroeste y el centro-sur de la República Argentina, luego de los lógicos enfrentamientos con el conquistador español, ingresaron a la vida de la sociedad rioplatense fusionándose étnicamente en un alto porcentaje con los españoles, dando lugar a un tipo humano clasificado como «criollo argentino» (ver Criollos y criollismo).
En el resto de nuestra extensa área geográfica, al no existir problemas de enfrentamientos, la comunidad integrada por gauchos, finqueros o estancieros criollos y pobladores de aldea o pequeñas ciudades, se encontraba unificada por las características del trabajo que realizaban y la ausencia de grandes y significativas riquezas que eliminaba las posibilidades de la existencia de una oligarquía explotadora.
Sólo un pequeño grupo minoritario en Salta y Tucumán adquirirá con el tiempo una ideología explotadora y capitalista, que causa con el correr de los años graves problemas, no sólo en esas provincias, sino en el resto del país.
En la pampa húmeda y en la semiárida existen enfrentamientos de grupos aborígenes con españoles, pero llega el momento que las relaciones se estabilizan y los indios que viven más cerca del cristiano, tratan de vivir en paz con él, salvo cuando guerreros invasores provenientes de zonas muy alejadas o de Chile, malonean cerca de Buenos Aires, en el sur de Córdoba, San Luis y Mendoza.
Muchas veces los pampas e incluso los ranqueles, son obligados a invadir, por razones de solidaridad étnica, cooperación o simplemente por miedo de recibir el castigo de los invasores, sobre sus bienes y familias, si se negaran a participar en el asalto y el pillaje.
Cuando el español sale a reprimir o castigar los malones, suelen pagar las consecuencias las tribus más cercanas y pacíficas, al confundirlas con los invasores.
Eso sucede muchas veces y ya después de la Revolución de Mayo, los criollos argentinos castigan a pacíficos pampas y boroganos, creyéndolos comprometidos en robos o asesinatos. Esta situación de injusticia y errores muy justificables, sucederán siempre a lo largo de la lucha contra el indio.
Promediando la segunda mitad del siglo XVIII, los asaltos y depredaciones son fruto en varias ocasiones, de insidias y venganzas de hombres blancos que viven con caciques maloqueros. Son estos hombres prófugos de la justicia, ladrones, aventureros, los que, buscando su propio beneficio, incitan a los indígenas para invadir campos y poblaciones del «huinca».
También existieron caciques araucanos que promovidos por comerciantes chilenos, invadían nuestras tierras para llevar en sus malones miles de vacas, caballos, ovejas y pertenencias que luego se vendían en Chile con muy buenas ganancias. Ésta era la política de los toldos sobre los cristianos y de éstos que devolvían cada malón con una violenta réplica, para quitarles a los indios, en lo posible, lo que se habían llevado.
Pero tengamos presente que muchas parcialidades aborígenes no deseaban el malón ni la guerra, sino trabajar en paz, criar vacas y caballos e incluso sembrar primitivamente alguna sementera de maíz, zapallo y avena.
Entre los años de 1800 a 1852 vivían en una extensa zona de Buenos Aires, comprendida desde Tandil, Azul, Tapalquén, Olavarría, Las Flores y otras áreas de la costa atlántica, hasta las márgenes del Río Salado, dos ó tres docenas de caciques indios con sus respectivas tribus que alcanzaban a sumar aproximadamente unas 6.000 almas.
Estos indígenas convivían con los gauchos y los estancieros criollos sin causarles ningún tipo de problemas. Trabajaban en las estancias o criaban hacienda en sus campos, dedicándose muchos de ellos a la fabricación de ponchos, matras (mantas), fajas, pellones, caronas, lazos y todo tipo de sogas que cambiaban por elementos que les eran necesarios.
Todas estas tribus tenían permiso del gobierno y de los propios estancieros, para potrear y cazar en toda esa amplia zona y jamás hubo quejas ni enfrentamientos por ambos lados.
Ya años antes, los caciques pampas PASCUAL CUYUPULQUI y LORENZO CALPISQUI que vivían en las proximidades de Bahía Blanca, entraban a los campos de Chascomús, Ranchos, Guardia del Monte, Corrales del Vecino, Tuyú, Luján y Cañada de Morón, por detrás de la línea defensiva de fortines, a potrear y cazar sin producir ningún problema con los pobladores de esos pagos.
Muchos otros caciques pampas e incluso araucanos, convivían fraternalmente con los gauchos y los estancieros criollos en el sur y sudeste de la pampa húmeda, como CURUNAHUEL, CALFUGÁN, FRACAMÁN, SUÁN, HULETÍN, JUAN CATRIEL, JUSTO COLIQUEO, IGNACIO COLIQUEO, COLUMAGÚN y otros más que sería largo enumerar.
Del mismo modo, en otras regiones del país, sea en la Pampa central, el sur de Córdoba o el extremo sudoeste de Buenos Aires, vivían en paz y trabajo, grandes jefes indios como PANGHITRUZ-GUOR, más conocido con su nombre cristiano de MARIANO ROZAS o el recto y digno cacique CHUILALEO.
Si los indígenas hubieran sido educados en la paz y el respeto, enseñándoles a trabajar en diversas actividades, sin mezclarlos en las luchas políticas, sin engañarlos, explotarlos o despojarlos de sus tierras con el uso de la fuerza, hubieran estado desde el principio, incorporados a la vida nacional y asimilados totalmente a la gran estirpe criolla argentina.
Si entre los años 1800 y 1852, tantas tribus vivieron en paz, dentro de las propias tierras del cristiano, por qué no se aprovechó esa política inteligente dándoles instrucción, semillas, herramientas, buenos sementales, el aprendizaje de oficios, buen trato, atención sanitaria, sin necesidad de matarlos o explotarlos, como fue la determinación de la ambición capitalista inhumana que se apoderó de muchos hombres públicos argentinos.
Para ROSAS, RAMOS MEJÍA y los cientos de estancieros criollos y de gauchos afincados en las tierras del sur, los hermanos indios no eran ningún problema, pues todos ellos vivían con la misma austeridad igualitaria y democrática de los caciques y capitanejos indígenas. La codicia y el dinero no significaban fines determinantes para sus vidas. La tierra sobraba y sus dueños reales o ilusorios no tenían depósitos en bancos extranjeros, ni divisas, ni hacían negociados.
La vieja sociedad criolla argentina era tan aborigen y popular como los mismos Príncipes del Desierto. Los viajeros, los naturalistas, los comerciantes, los políticos, conocían las llanuras del interior y la fama de esas ubérrimas pampas sin dueño y con millones de vacas, ovejas y caballos, sin marca ni señal. Esta riqueza conmueve al extranjero y a los hombres públicos que a partir de la segunda mitad del siglo XIX, manejan el país.
Desde ese momento la suerte de los indios, de los gauchos y de los viejos estancieros criollos está echada. Todos ellos molestan, ya no puede existir una comunidad sin fines de explotación capitalista, porque una nueva clase social reclama para sí, no el dominio proindiviso de la tierra argentina, sino la parcelación de esos campos en grandes tajadas, para crear imperios agropecuarios que den prestigio, fortuna, viajes y poder. Indios, gauchos y estancieros criollos tienen los días contados y la sentencia de muerte decretada, desde las oscuras trastiendas de la ciudad portuaria.
«Todos son ladrones, asesinos, anarquistas, libertarios que no aceptan sumisión ni vasallaje y luchan atrás de caudillos analfabetos que desdeñan la civilización y el progreso. Vagos que no saben trabajar, atrasados que sólo matean a la sombra de las plantas y enlazan vacas ajenas para carnearlas».
«La sabandija criolla no puede tener cabida en esas tierras que le pertenecen y donde ha vivido en paz y fraternal comunidad humana. Sólo sirven para los cantones, la guerra, los fortines, para defender los campos y las vacas de estos nuevos ricos que se apropian de todo. No quedan más posibilidades que la cárcel o el exterminio. Indios, gauchos y estancieros criollos tienen, al fin de cuentas, idéntico y fatal destino»».
Fuentes. “Los jinetes de las Américas”. Edward Larocque Tinker, Ed. Guillermo Kraft, Buenos Aires, 1952; “Los gauchos y el ocaso de la frontera”. Helgio Trindade, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1986; “El Gaucho”. Bonifacio del Carril, Ed. EMECÉ, Buenos Aires, 1978; “Estampas del pasado”. Busaniche y J. L. Solar, Ed. Hachette, Buenos Aires, 1971; “Nuestra Patria”. Carlos Octavio Bunge; Ed. Estrada, Buenos Aires, 1910; Revista “Todo es Historia” Números 131, 242 y289; “Crónica Argentina”. Editorial Codex S.A., Buenos Aires, 1979; “Historia Argentina”. José María Rosa, Editorial Oriente S.A., Buenos Aires, 1981; “Diccionario Histórico Argentino”. Ione S. Wright y Lisa M. Nekhom. Emecé Editores, Brasil 1994; “Reconstruyendo nuestra raíz charrúa”. Gonzalo Abella, Montevideo; “La raza pampeana y la raza guaraní. Los indios del Río de la Plata en el siglo XVI”. Samuel Quevedo Lafont, Ed. Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, Buenos Aires, 1900; “El mundo de los charrúas”. Daniel Vidart, Montevideo.
Hola. Muy linda la página. Me gustaría saber mucho más sobre nuestro país y lo criollo de esencia
Gracias.