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EL DINERO DE LOS ARGENTINOS
Como Prólogo de nuestro comentario trascribiremos un tramo del trabajo realizado por Natalia J. Dergam Dylon y Daniel A. Rey que fuera publicado con el nombre de “Historia de la moneda argentina”, a cuya totalidad puede accederse entrando en la página web que lo reproduce:
“Desde su aparición, hace 27 siglos, la moneda formó parte de la vida cotidiana de pueblos y países, reflejando su prosperidad, sus penurias, sus costumbres, sus memorias y sus leyendas”.
“El descubrimiento, conquista y colonización del territorio americano por parte de los europeos trajo como consecuencia la implantación del sistema monetario que paulatinamente se impuso al trueque de bienes que realizaban los diferentes pueblos aborígenes, antes del siglo XVI”.
“La corona española instaló muy tempranamente “Casas de Moneda” o “Cecas” en las principales áreas de poblamiento, comenzando por México y Perú. En 1573 se fundó la Casa de Moneda de Potosí, ciudad ubicada actualmente en la República de Bolivia, en la ladera del cerro que durante varios siglos produjo toneladas de metal precioso con las que se realizaron las primeras monedas que circularon en el Río de la Plata”.
«Las primeras acuñaciones hispanoamericanas fueron confeccionadas de una manera rudimentaria, con técnicas metalúrgicas muy antiguas que demandaban un acabado manual y daban como resultado piezas morfológicamente imperfectas. La terminación de estas monedas denominadas “macuquinas” se realizaba a martillazos y las percusiones dejaban una silueta entrecortada que en la mayoría de los casos estaba muy lejos de un perímetro circular perfecto”.
“Con el tiempo el borde irregular de las macuquinas fue peligroso para el valor de las monedas: se podían depreciar las piezas recortando el metal y disminuyendo su peso”.
«El arte de hacer dinero
Desde el comienzo, las leyes españolas eran muy rigurosas en cuanto a la elaboración de las monedas, tomando en cuenta que en esa época estamos hablando de un circulante confeccionado con metales preciosos que tenían valor en sí mismo”.
“Las reales cédulas disponían que en cada moneda acuñada en una ceca de la metrópolis ibérica o de una colonia hispanoamericana, estuviera identificado el funcionario real que había controlado la acuñación, mediante el grabado de la letra inicial del nombre del ensayador, acompañado del monograma que identificaba a la casa de moneda donde se había labrado la pieza monetaria”.
«A mediados del siglo XVIII, la tecnología para fabricar monedas permitió el reemplazo de la macuquina irregular por una pieza redonda más perfecta, que tenía en el canto un grabado que servía como medida de seguridad adicional, también llamada moneda de cordoncillo, imposibilitando la devaluación de la moneda y evitando su cercenamiento perimetral. Las nuevas máquinas acuñadoras incorporadas a la ceca potosina permitieron la inclusión de novedosos diseños iconográficos de mejor definición que incluían el perfil del monarca español en las monedas”.
«Las modificaciones morfológicas de las monedas hispanoamericanas fueron tan eficaces para preservar su valor que durante el siglo XVIII fueron piezas muy utilizadas para el comercio internacional. Prueba de ello, son las contramarcas chinas que pueden verse grabadas en el circulante monetario español, que con diversos ideogramas identificaban los nombres de comerciantes del Lejano Oriente que habían usado ese metal precioso en sus transacciones”.
“Con el inicio del siglo XIX, el panorama político de Occidente cambió como consecuencia de las guerras napoleónicas que produjo el paulatino decaimiento de la monarquía española, por la pérdida de sus colonias americanas independizadas, y por la hegemonía en los mares y en el comercio internacional que controlaba el Reino Unido de Gran Bretaña”.
«Pero antes de llegar a eso, comencemos diciendo que el uso del dinero como medio de pago, llegó a América en el siglo XVII. Aquí nos manejábamos con el trueque, hasta que se descubrieron los yacimientos de Potosí en 1545, y los colonizadores comenzaron a usar tejos de oro y de plata para pagar sus compromisos y transacciones”.
«El sistema, tolerado en un comienzo por la falta de monedas legalmente acuñadas bajo control, fue combatido luego por las autoridades, obsesionadas por evitar la evasión de los impuestos reales. La fundación de diversas Casa de Moneda hacia fines del siglo XVI tuvo por objetivo, precisamente, la centralización (y el control) de la producción monetaria”.
HISTORIA DE LA MONEDA ARGENTINA (1813)
“Y fueron estas piezas españolas de forma irregular, fabricadas a golpe de martillo, las primeras monedas que circularon por estas tierras, a principios del siglo XVII. Bajo el nombre de macuquinas (vocablo de origen quechua que significa «golpeadas») sobrevivieron incluso a la Revolución de Mayo”.
Y es cuando comienza en realidad, la historia del dinero de los argentinos. Fue el 13 de abril de 1813, cuando la Asamblea General Constituyente ordenó acuñar las primeras piezas nacionales reemplazando el busto de los reyes por el escudo de la Asamblea y se emitió la primera moneda patria.
Recordemos ahora, que desde 1810 y hasta que se creó la Casa de la Moneda en 1880, existían en estos territorios tres casas de moneda con un protagonismo regional destacado: en el centro, la provincia de Córdoba labró monedas de plata (1815); en el noroeste del país, la provincia de La Rioja fue la única que acuñó moneda de oro y de plata (1824) y en el litoral ribereño, la provincia de Buenos Aires innovó, poniendo en circulación, monedas de cobre (1840).
La moneda como medio de propaganda
Pero hay algo más que da a estas piezas, un sabor autóctono inconfundible. Estos plateros nos dejaron en sus piezas, el testimonio de su adhesión al sistema federal de la época. Es en la Córdoba de 1841, donde comenzó por suprimirse el azur heráldico de las monedas por ser el color preferido por los unitarios, colocándose en su reemplazo, dos rosetas y más tarde, puntos, cruces, estrellas y moharras.
Luego, progresivamente se fue sustituyendo el gorro frigio por el federal. El famoso “gorro de manga”, con borla o sin ella caída ya a la derecha, ya a la izquierda, en 1843 se verá en gran cantidad de monedas. Al año siguiente, un Decreto del Gobernador Manuel López creando la Casa de Moneda oficial de Córdoba, suprimió drásticamente estas labraciones particulares. Después de Caseros, ante la renuncia del gobernador López, su hijo Victorio se hizo cargo del gobierno de la provincia y la época de los concesionarios terminó por desaparecer.
El último de estos labradores particulares, José Policarpo Patiño, murió en su ley, fiel al sistema federal al que adhería. En abril de 1852, cuando se produjo una insurrección del Regimiento Patricios, Patiño que era Coronel en dicha unidad, se hallaba desempeñando la guardia frente al despacho del Gobernador.
Ante el avance de un grupo de insurrectos que intentaban penetrar violentamente en ese recinto, desenvainó su espada e intentó detenerlos, pero fue muerto con varios disparos de la turba. Había muerto Patiño, pero su mensaje federal quedó grabado para siempre en los “realitos”, esas curiosas monedas que él y sus ayudantes utilizaron para transmitir su amor por la divisa punzó
Las primeras monedas
Primero, la moneda; después, el Estado. La primera moneda criolla asomó en 1813, cuando la Asamblea General Constituyente ordenó acuñar las primeras piezas nacionales reemplazando el busto de los reyes por el escudo de la Asamblea.
Lo más curioso fue que al principio la mayoría de la gente rechazó la nueva moneda, presumiendo que la situación que simbolizaba, no duraría mucho tiempo: un primer indicio, quizá, de la estrecha relación que habría, en adelante, entre la estabilidad de la moneda y la credibilidad política institucional.
Estas monedas hispánicas perdieron protagonismo recién en 1822, cuando se creó en Buenos Aires un Banco autorizado a emitir billetes, algo que el resto de las provincias resistió durante décadas (la mayoría acuñaba sus propias monedas en defensa de su autonomía).
Con la firma de su Presidente, Pedro Agrelo y de Hipólito Vieytes como Secretario, el 13 de abril de 1813, la Asamblea expidió un Decreto disponiendo acuñar en Potosí (ocupada entonces por el Ejército Auxiliar del Perú, al mando del General Manuel Belgrano), la nueva moneda de oro y de plata de las Provincias Unidas (imagen arriba), y esta será la primera moneda nacional que circuló en el Río de la Plata. (fueron conocidas como las “monedas Patrias”). Se contaba para ello con una magnífica Casa de Moneda, fundada por los españoles en 1574 e instalada con los mayores adelantos técnicos de la época.
Hasta ese momento, los reales españoles coloniales eran la moneda circulante en las colonias españolas del Río de la Plata y a partir de la aparición de las monedas de las Provincias Unidas simultáneamente con éstas, hasta 1822 (1), circularon el “Real” subdividido en diez décimos el “Sol”, también emitido durante este período, cuyo valor era igual al del Real, el “Peso”, que valía 8 reales y el “Escudo” que valía 16 reales.
El busto del rey Fernando VII y el emblema español característicos de sus emisiones de oro y plata, fueron sustituidos por nuestro actual escudo nacional y un sol radiante en el reverso, haciéndose la emisión a nombre de las «Provincias del Río de la Plata» y estampándose además la leyenda «En Unión y Libertad».
Los diseños de la nueva moneda fueron enviados desde Buenos Aires y grabados los cuños por el jefe de talla, don Pedro Benavídez, colaborando en la acuñación, casi todos los empleados de la Casa de Moneda, en especial los de origen americano. Se acuñaron así, monedas de oro de 8, 4, 2 y 1 escudos y de plata de 8, 4, 2, 1 y medio real, además de medallas conmemorativas de las victorias de Tucumán y Salta y otros premios militares.
Lo más curioso fue que al principio la mayoría de la gente rechazó la nueva moneda, presumiendo que la situación que simbolizaba, no duraría mucho tiempo: un primer indicio, quizá, de la estrecha relación que habría, en adelante, entre la estabilidad de la moneda y la credibilidad política institucional.
El Decreto, luego transformado en Ley el 28 de julio de 1813 por Poder Ejecutivo de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, decía: «Expídase orden al Supremo Poder Ejecutivo para que la comunique por su parte al superintendente de la casa de moneda de Potosí, a fin de que inmediatamente y bajo la misma ley y peso que ha tenido la moneda de oro y plata en los últimos reinados de D. Carlos IV y su hijo D. Fernando VII, se abran y esculpan nuevos cuños por el modo siguiente”
«Moneda de plata: La moneda de plata de hoy en adelante debe acuñarse en la casa de moneda de Potosí; tendrá por una parte el sello de la Asamblea General quitado el sol que lo encabeza y un letrero alrededor que diga “Provincias Unidas del Río de la Plata”; por el reverso un sol que ocupe todo el centro y alrededor la siguiente inscripción: “En Unión y Libertad”, debiendo además llevar todos los otros signos que expresen el nombre de los ensayadores, lugar de su amonedación, año y valor de la moneda y demás que han contenido las expresadas monedas».
«Moneda de oro: Lo mismo que la de plata, con sólo la diferencia que al pie de la pica y bajo las manos que la afianzan se esculpan trofeos militares consistentes en dos banderas de cada lado, dos cañones cruzados y un tambor al pie. De una y otra deberán sacarse dibujos en pergamino, que autorizados debidamente acompañen la orden de la nueva amonedación”.
Esta amonedación finalizó en el mismo año de 1813, a raíz de que los españoles volvieron a apoderarse de Potosí, luego de que el 26 de noviembre de ese año, las tropas argentinas al mando de Manuel Belgrano, fueran derrotadas en Ayohuma y obligadas a evacuar la Villa de Potosí, cuya población de ricos mineros era predominantemente realista.
En la retirada, el propio Belgrano había dispuesto volar el edificio de la Casa de Moneda para castigar la hostilidad de la población, quitando al mismo tiempo al enemigo una fuente principalísima de recursos. Ya se habían colocado barriles de pólvora en la sala de la fielatura y encendido las mechas que hubieran reducido a polvo el histórico edificio, cuando la oportuna intervención de algunos españoles, desactivó los explosivos.
Retirado el ejército comandado por Belgrano, emigraron también los funcionarios de la Casa de Moneda que, comprometidos con los patriotas, hubieran sido objeto de represalias. Cuando en 1814 se pensó instalar una Casa de moneda en Buenos Aires, estos empleados se trasladaron a esta ciudad trayendo las herramientas y cuños de aquellas primeras monedas patrias que habían ayudado a acuñar, pero el proyecto fracasó
La pérdida de la Casa de Moneda de Potosí en 1815 obligó a la apertura de nuevos establecimientos emisores monetarios en el país que ya no poseía la centralización política del Virreinato, encontrándose fraccionado el poder bajo el imperio de las autonomías provinciales.
Durante la primera mitad del siglo XIX, existieron tres casas de moneda que tuvieron protagonismo regional de manera diferente: en el noroeste del país, la provincia de La Rioja fue la única que continuó acuñando moneda de oro y de plata; en el centro, la provincia de Córdoba labró monedas de plata, y en el litoral ribereño, la provincia de Buenos Aires, innovó con la circulación de monedas de cobre, emitidas por el flamante Banco porteño.
Nuevamente en Potosí
Ocupada nuevamente Potosí en 1815 por el general José Rondeau, se decidió acuñar una nueva emisión de monedas, y como no se contaba con personal idóneo ni elementos para la amonedación, esos empleados que estaban en Buenos Aires emprendieron entonces viaje a esa ciudad, pero fueron detenidos en Córdoba y su gobernador se incautó de los cuños, interesado en establecer una ceca en esa provincia.
Por ello, la acuñación patria de 1815 en Potosí fue tardía, comenzó recién a partir del 30 de agosto, cuando se nombró a Francisco José de Matos, ensayador primero de la Casa de Moneda, Las piezas acuñadas a partir de entonces llevaron la Inicial F de su nombre. Más tarde se incorporó nuevo personal a la ceca, nombrándose a Leandro Ozio ensayador segundo.
Se cambia entonces la denominación de las monedas, sustituyéndose la palabra “reales” por “soles” y pasando a ser F. L. las iniciales de los ensayadores. Estos funcionarios eran quienes garantizaban mediante esta inscripción, la exacta aleación del metal.
Durante ese período, utilizando para estas emisiones, el metal que provenía íntegramente de las minas que fueron confiscadas a los expulsados realistas y se acuñaron únicamente monedas de plata por valor de 941.315 pesos, amonedación que dejó un beneficio de 130.000 pesos.
Las acuñaciones continuaron después de la derrota de Sipe-Sipe, hasta el 14 de diciembre, fecha en que los patriotas debieron evacuar nuevamente la ciudad. Abandonado Potosí, los patriotas no volvieron a ocupar la ciudad, cuya Casa de Moneda continuó acuñando piezas con el busto del rey de España hasta 1825.
La Primera Casa de Moneda de Buenos Aires
La primera Casa de Moneda que funcionó en Buenos Aires, comenzó a acuñar moneda en 1826. Antes se utilizaron las que fueron las primeras en circular y que habían sido acuñadas en Inglaterra. Tenían un valor de un décimo de real y fueron realizadas en los años 1822 y 1823, pero fueron muy pronto absorbida por la circulación.
Encontrándose el gobierno interesado en una nueva emisión, inició en 1824 gestiones con la firma Robert Boulton para la instalación de una ceca en esta ciudad. Con tal motivo aprobó el gobierno, por ley del 15 de noviembre de ese año, la inversión de una suma no superior a los 80.000 pesos para la compra de máquinas y útiles para la fabricación de moneda en el país.
En esas circunstancias aparece en Buenos Aires un luego célebre naturalista y viajero inglés, John Miers, quien después de diversas gestiones, propone al gobierno, en los primeros meses de 1825, hacerse cargo de la instalación de la Casa de Moneda a un precio muy inferior al ofrecido por la firma Boulton, con la ventaja de ocuparse personalmente de la instalación.
La venta se concretó mediante un contrato por el cual Mies se comprometía a traer de Inglaterra cuatro prensas de acuñar, tres máquinas de laminar, una máquina de cortar monedas y otra para cortar cospeles, y los hornos de fundición, a cambio de la suma de 60.000 pesos que se abonaría en tres cuotas.
En abril de 1826 y después de diversas vicisitudes motivadas por la guerra con el Brasil y la detención en Río de Janeiro de una parte de las máquinas, Miers consigue reunirlas en Buenos Aires. Mientras tanto el Banco Nacional había sustituido al primitivo Banco de Buenos Aires, con la facultad de emitir y acuñar monedas y el gobierno transfiere la ceca a la flamante Institución.
Ésta instala sus talleres en el antiguo edificio del Consulado, ubicado en las actuales calles Bartolomé Mitre y San Martín (2) y el 15 de noviembre de 1826 finalizados los trabajos de instalación se acuñó como recuerdo del hecho, una medalla conmemorativa. La pequeña pieza de cobre, primera medalla acuñada en nuestro país, muestra en el anverso uno de los balancines con la leyenda: «La Casa de Moneda de Buenos Aires» y en el reverso: «Primer ensayo de la maquinarla. D. Juan Miers constructor, 1826”
A partir del año siguiente se acuñaron en esta Casa las primeras monedas de cobre a nombre del Banco Nacional en los valores de 1/4, 5, 10 y 20 décimos de real. Estas emisiones continuaron con diversas alternativas hasta 1831 en que fueron oficialmente suspendidas después de haberse acuñado monedas por valor de 448.937 pesos con 6 reales y medio. En la Casa de Moneda de Buenos Aires se acuñaron también todas las, medallas y premios militares de la época, colaborando en ella en gran proporción, personal de origen inglés.
Las monedas riojanas
La Casa de Moneda de La Rioja, que comenzó sus acuñaciones en 1824 copiando el modelo de grabado empleado en las primeras amonedaciones patrias realizadas en Potosí, decidió por ley del 7 de julio de 1836, firmada por el Gobernador Brizuela, variar el tipo de numerario colocando ahora, en las nuevas piezas el busto del gobernador de Buenos Aires, general Juan Manuel de Rosas y esperando ser congratulados por tal gesto le enviaron algunas de ellas, junto con la Ley que había dispuesto tal homenaje..
El rechazo de Rosas a tal manifestación de obsecuencia, provocó varias idas y vueltas, hasta que los riojanos se dieron por satisfechos con las explicaciones que se les dio y abolieron la ley cuestionada en sesión del 19 de junio de 1837, pero dispusieron entonces la acuñación de una moneda que, sin llevar el busto, expresara su gratitud con una leyenda: “Eterno loor al Restaurador Rosas”.
Esta moneda se acuñó desde 1838 hasta 1840, año en que adherida La Rioja a la Liga Unitaria (24/09/1840), se acuñaron monedas sin leyendas laudatorias. Luego se interrumpieron las labraciones hasta que en 1842, durante el gobierno del coronel Hipólito Tello, volvieron los riojanos a imponer en la moneda circulante el busto de Rosas.
Esta vez sin consultarlo previamente, acuñaron las piezas en relativa abundancia. Eran monedas de plata de 2 reales y ejemplares de oro de 8 y 2 escudos. Ante el hecho consumado no vaciló ROSAS en reaccionar en forma desfavorable «firme e irrevocablemente resuelto a no admitir ese tipo de homenaje, cumple con el deber que le imponen su razón y su conciencia, de renunciar firme y esta vez terminantemente a tan alta y honrosa demostración”, por lo que esta vez, se decide retirar de las piezas que se acuñaban en la Casa de Moneda provincial, las leyendas laudatorias adoptadas en 1838.
Por ello, cambiaron el tipo de las labraciones, que continuaban llevando el escudo nacional con sol en el anverso y el cerro de Famatina con trofeos militares en el reverso, pero suprimieron el sentido político inaceptable de sus leyendas, retornando a la frase anterior, “En Unión y Libertad”, de las primeras amonedaciones independientes. Estas últimas emisiones riojanas terminaron en los primeros meses de 1841 cuando el jefe de los ejércitos federales, general José Félix Aldao, desde Mendoza invade la provincia de La Rioja y ocupa la ciudad capital.
Se acuñan así, en ese turbulento año de 1840, dos tipos de monedas, federales las primeras, unitarias las últimas. En 1841 se suspendieron las acuñaciones riojanas y en 1842, restablecida la ceca con influencia federal, se lanzarían a la circulación las primeras monedas con el busto de Rosas.
Las emisiones monetarias de las provincias coligadas (monedas riojanas y billetes tucumanos) han quedado como testimonio del fallido intento unitario de los años 1840- 1841, encabezado por José Galo de Lavalle
En cuanto al valor de esas monedas, digamos que eran piezas de oro de 8 escudos (una onza) que, si bien son raras, han llegado a nuestros días en mayor proporción que sus similares con leyendas federales. No ocurre lo mismo con las monedas de plata, a pesar de haberse acuñado ambos tipos en el valor de 8 reales (pesos). Lo reducido de la acuñación unitaria ha convertido a estas piezas en ejemplares de extrema rareza.
Las Monedas de Córdoba
Los cordobeses intentaron sus primeras labraciones autónomas de moneda en 1815, cuando el gobernador Javier Díaz se incautó de los cuños de las monedas patrias en tránsito hacia Potosí. Habiendo montado ese año un establecimiento para que se ocupara de tal tarea, sólo se alcanzaron a labrar unos raros ensayos de moneda en plomo (peltre), siendo abandonado completamente el proyecto en 1818. Desde entonces y hasta 1833 no hubo labración de moneda en Córdoba, habiéndose agudizado en consecuencia, la escasez de numerario circulante.
No contando el gobierno provincial con medios idóneos para establecer una Casa de Moneda, y decidido a solucionar el problema, puso en remate el derecho de acuñar monedas por particulares. Las primeras piezas fabricadas por este nuevo sistema eran de plata, muy pequeñas, del valor de ¼ de real y se denominaban vulgarmente “cuartillos”.
En 1838 gana la concesión Pedro Nolasco Pizarro, quien percibe una comisión sobre cada moneda acuñada. Pizarro era platero y sargento mayor del batallón “Defensores de la Federación”. Las labraciones, marcadas con sus iniciales PP o PNP, se prolongan desde 1839 hasta 1841.
Ese año aparece un nuevo concesionario, José Policarpo Patiño, quien estampa sus iniciales JPP en todas las monedas cordobesas hasta 1844. Patiño era coronel del regimiento “Decididos por la Federación” y como no era ducho en el ramo de platería, conchabó a varios plateros de Córdoba, quienes se pusieron en la tarea de acuñar una enorme cantidad de piezas que hoy, transcurridos más de cien años, constituyen un verdadero rompecabezas para los coleccionistas.
Todas estas monedas eran fabricadas a golpes de maza. Grabados los cuños de anverso y reverso se colocaba entre ambos el cospel de plata y con dos o tres golpes se acuñaban las piezas. Por ello, muchas muestran imperfecciones, siendo frecuente la doble acuñación.
El cuño que recibía los golpes se rompía a menudo, siendo sustituido por uno nuevo. Fabricadas así en 1843, se han podido clasificar más de 70 cuños de anverso y 25 de reverso diferentes, que se combinan entre sí en las monedas dándonos una enorme cantidad de variantes.
Las piezas acuñadas tenían un valor de ¼, ½ y un real. Los cuartillos llevan en el anverso un castillo y en el reverso un sol anepígrafe. Los medios, de reducida labración y los reales, muestran el escudo nacional o el castillo de Córdoba. Las leyendas variaban notablemente; en la mayoría de las piezas se consigna “Córdova” en lugar de “Córdoba”.
Otras veces, al grabador no le alcanzó el espacio y estampaba simplemente “Cordov” o simplemente “Cordo”. Los reversos con un sol radiante llevan generalmente la palabra “Confederada”, siendo raros los que muestran la frase “En unión y libertad” o “Libre e independiente”.
Las Monedas de Buenos Aires
El 30 de mayo de 1836 se dispone por decreto la liquidación del Banco Nacional, último refugio del derrotado partido unitario. El extinguido Banco es reemplazado por una nueva institución que se denomina oficialmente “Junta de Administración de la Moneda” y a la que el público, por funcionar en el edificio de la antigua ceca del Banco Nacional, denomina vulgarmente “Casa de Moneda”, aunque no lo fuera.
Se trataba, en realidad, de una nueva institución bancaria que reemplazaba a la anterior en la emisión de billetes y moneda metálica, la admisión de depósitos judiciales y de particulares, el descuento de letras y pagarés, etc. Estaba presidida por Bernabé de Escalada, cuya acertada administración en el cargo, motivará su reelección a lo largo de los años, siendo confirmado después de Caseros.
En 1840, con motivo de la gran escasez de moneda metálica que se siente en toda la provincia, esta Casa de Moneda apócrifa, dispone una nueva emisión de piezas del valor de 2, 1 y ½ real. Estas monedas de cobre, impresas en delgadas láminas de metal, llevan en el anverso el valor en letras dentro de una guirnalda de laurel y la leyenda perimetral: «Casa de Moneda – Buenos Aires y en el reverso, «Viva la Federación» y el valor en números rodeado de dos palmas.
En 1844 era tal la escasez de metálico, que la Casa de Moneda de Buenos Aires, dispone una nueva acuñación de piezas iguales a las de 1840, pero sólo del valor de 2 reales. A partir de este año, recrudecida la guerra contra los unitarios, se consigna en las nuevas emisiones de billetes las leyendas: «Viva la Confederación Argentina – Mueran los salvages unitarios». El papel moneda emitido en esta época abarcaba los valores de 1, 5, 10; 20, 50, 100, 200, 500 y 1.000 pesos.
En cuanto a los diseños, se destaca en las emisiones de 100 pesos de 1841 y 1845, la hermosa imagen del Cabildo de Buenos Aires y en los billetes de 200 pesos de 1845 y 1848, una vista panorámica de la ciudad desde el río. Ambos diseños son grabados en Londres. Otras viñetas representan avestruces, ovejas, caballos y figuras alegóricas. Estos billetes federales continuaron circulando aún después de Caseros, pero los “vivas y mueras” fueron cuidadosamente tapados con una banda de tinta negra.
Primeras monedas de cuproníquel (03/11/1881)
El 3 de noviembre de 1881 se sanciona la ley 1130 unificando el sistema monetario argentino. De acuerdo con ella se acuñan monedas de oro (argentinos y medios argentinos) de plata (de 1 peso, 50, 20 y 10 centavos) y de cobre (de 1 y 2 centavos).
Las de plata emitidas desde 1881 hasta 1883 desaparecen muy pronto de la circulación, en razón de que el valor metálico supera al facial. En cuanto a las monedas de oro y los cobres de 1 y 2 centavos, se acuñan por última vez en el año 1896.
La falta de numerario pequeño, que entorpece las transacciones, obliga al gobierno a la emisión contínua de billetes fraccionarios de 5, 10, 20 y 50 centavos, que además de su corta duración son costosos y antihigiénicos. Para solucionar este problema, se sanciona la ley 3321, del 4 de diciembre de 1895, que establece la acuñación de monedas de cuproníquel (75 % de cobre y 25 % de níquel) en los valores de 5, 10 y 20 centavos.
Estas piezas, con un peso de 2,3,y 4 gramos respectivamente, son acuñadas en la Casa de Moneda de la Nación, sobre cospeles importados de Alemania fabricados por la firma Krupp.
En todas las piezas se estampó el busto de la Libertad, obra del escultor francés Eugenio Andrés Oudiné y en el reverso el valor, dentro de una guirnalda de laurel. Lanzadas a la circulación en 1896, estas piezas continuarán siendo acuñadas con ligeras interrupciones hasta 1942, en que se suspenden las labraciones ante la imposibilidad de obtener cospeles de cuproníquel en Alemania, comprometida en la Segunda Guerra Mundial y en ese año de 1942 se lanzarán a la circulación las primeras monedas argentinas de bronce de aluminio, fabricadas en cospeles de origen nacional.
Una nueva Casa de Moneda
El 29 de setiembre de 1875, en cumplimiento de lo dispuesto por medio de la Ley Nº 911, el Presidente Nicolás Avellaneda dispuso la creación de la “Casa de Moneda de la Nación” en reemplazo de la “Casa de moneda de Buenos Aires” (creada en 1826) y la construcción de un nuevo edificio en la calle Balcarce Nº 677, de la ciudad de Buenos Aires, para instalar allí este organismo, que dependerá del Ministerio de Hacienda y Finanzas Públicas de la Nación
Es la hora de unificar
Apretando la historia, podemos resumir que entre 1816 y 1881, desde la Independencia hasta la organización del Estado, la moneda fluctuó al ritmo de las guerras civiles y los conflictos externos. La anarquía monetaria se sumó a la institucional y coexistieron durante décadas monedas locales y extranjeras, de los valores más diversos. La necesidad de unificar la moneda surgió recién a mediados del siglo XIX, después de la batalla de Caseros.
La Casa de Moneda de la Nación, fundada en 1875 será finalmente la encargada de importar una tecnología moderna de acuñación de origen francés que permitió un año después de su instalación, las primeras labraciones en oro, plata y cobre, unificando el circulante monetario argentino. Desde entonces la Casa de Moneda Nacional se ocupó de la fabricación de la moneda metálica argentina y nació el Peso moneda nacional, el más longevo de nuestra historia (se mantuvo hasta 1970), y su emblemático patacón, una pieza de plata, que pesaba 25 gramos.
Pero la unificación definitiva se concretó recién en 1890, con la Ley de Conversión del Presidente Carlos Pellegrini, cuando el Estado Nacional asumió el monopolio absoluto de la emisión y estableció la convertibilidad del peso m/n en oro, la cual se mantuvo, con algunas intermitencias, hasta la crisis de 1929.
En 1935 se creó el Banco Central, que tomó a su cargo la emisión de moneda y se convirtió, hasta el día de hoy, en la llave de paso que controla el fluir del circulante hacia el sistema económico financiero. Es, desde entonces, el importador y severísimo custodio del papel moneda (un papel especialísimo, casi imposible de falsificar, que fabrican contados países del mundo). Tan estricto es su control que, ante la rotura de una plancha durante el proceso de impresión, los responsables de Casa de Moneda tienen la obligación de reconstruirla y devolverla al Banco (Material enviado por Héctor Manuel López Díaz)
Resumiendo
El profesor José María González ha dicho en una nota publicada en la Revista Militar Nº 706 que “Nadie duda que la emisión de moneda es uno de los actos soberanos que ejercen los países independientes y el nuestro no fue una excepción». La Soberana Asamblea General Constituyente de 1813, entre otras manifestaciones de soberanía, dispuso la acuñación de moneda con símbolos propios y ello fue posible, por los triunfos logrados por Manuel Belgrano en el Norte, lo que permitió a los patriotas la ocupación de la Villa Imperial de Potosí y su célebre Casa de Moneda”.
“Por Decreto del 13 de abril de ese año se dispuso la acuñación de piezas monetarias en oro y plata. Se sigue con el bimetalismo español y a las unidades monetarias de cada metal, se las denomina como en el sistema anterior, escudo y real, respectivamente. Fácilmente se aprecia que el cambio no responde a necesidades económicas, sino políticas. Se desea expresar que el país es soberano y emite su propia moneda”.
“Lamentablemente sobrevinieron las derrotas militares de Vilcapugio y Ayohuma, que obligaron a los patriotas a la evacuación de Potosí, y retomada ésta por los españoles, éstos volvieron a acuñar monedas con las armas y el retrato del monarca español, por entonces Fernando VII”.
“Nuevamente recuperada Potosí por Rondeau en 1815, se hace posible la acuñación patria por breve lapso, ya que a fines del mencionado año, tras la derrota de Sipe Sipe, Potosí pasaría nuevamente a manos de los españoles y esta plaza, se perdería para siempre para nuestro país, pues pasaría a integrar el nuevo estado de Bolivia”.
“Con este breve enunciado se explica la aparición de la primera moneda patria, de vida efímera, ya que la suerte de las armas era cambiante y no se habían producido los acontecimientos políticos y militares que cimentaran nuestra independencia. Recién en 1816 habría de jurarse la Independencia en Tucumán y en los años siguientes, las batallas de Chacabuco y Maipú, permitieron al Libertador general José de San Martín liberar al país del dominio español y continuar su campaña hasta liberar no sólo a Chile sino también al Perú”.
“Vemos así que esas primeras emisiones patrias de los años 1813 y 1815, fueron sobre todo, una expresión de deseos de tener moneda propia. Por ello, en sus improntas, se estamparon el sol americano figurado, de treinta y dos rayos flamígeros y rectos, alternados y en el reverso, el Sello de la Asamblea (escudo argentino sin sol). El nombre de la nación emisora era: Provincias del Río de la Plata”.
“Muchos años habrían de pasar para que el país unificado emitiera su propia moneda. Habrían de sobrevenir momentos de luchas internas, que no permitieron la adopción de medidas de carácter nacional y por supuesto, en las emisiones monetarias de carácter nacional, se reflejaba claramente la situación política en que se desenvolvía la vida en nuestro territorio”.
“A esas primeras monedas patrias, las siguieron en el orden cronológico, las emitidas por las provincias. En 1821 y 1822 en La Rioja se acuñaron reales imitando el sello español (algo insólito en el período independiente) y luego sigue hasta 1860, acuñando en oro y plata, con tipos diferentes y usando las leyendas “República Argentina Confederada” y “Confederación Argentina”.
“En 1822, Buenos Aires emite su moneda propia, es decir la correspondiente a la provincia de ese nombre. Las piezas que aparecen en este año y el siguiente fueron acuñadas en Birmingham, Inglaterra, por gestión de Bernardino Rivadavia, quien es también, quien dispone la creación de la primera Casa de Moneda en nuestra ciudad”.
“Las primeras piezas fabricadas tuvieron lugar en 1827 y también se las denominó «Décimos». Se acuñaron hasta 1831 a nombre del Banco Nacional. “En 1830 hubo monedas acuñadas en Buenos Aires con el retrato de su Gobernador que hasta llevaban leyendas laudatorias al mismo, que fueron suprimidas en el momento en que se impuso la corriente política contraria al mandatario porteño. Estas emisiones, siendo provinciales, reflejaban los vaivenes de la política con un sentido más amplio”.
Luego, en los años 1840, 1844 y 1853 a 1856, se acuñaron a nombre de la “Casa de Moneda de Buenos Aires”, siendo las últimas acuñaciones de Buenos Aires las de 1860 y 1861. Debe destacarse que todas las emisiones fueron en cobre. Como en el caso de La Rioja, las leyendas respondían al momento político de su emisión”.
“Conjuntamente con las anteriores, hubo otra acuñación provincial de importancia. Córdoba emitió moneda entre 1833 y 1854. La totalidad de las piezas se ejecutaron en plata”. “La característica de estas monedas fue su precaria confección hasta que en 1844 se instala la Casa de Moneda de Córdoba. Hasta entonces se acuñó por medio de concesionarios, que carecían de los elementos que le permitieran trabajos prolijos. Si bien algunos quedaron en el anonimato, hubo dos que se identificaron con sus iniciales estampadas en las monedas: fueron ellos Pedro Nolasco Pizarro (PNP – 1839-1841) y José Policarpo Patiño (JPP – 1841-1844). La unidad monetaria también era el real”.
“Las emisiones de La Rioja, Buenos Aires y Córdoba, fueron sin duda, las más importantes por el lapso de sus emisiones y por la cantidad emitida. Pero en un análisis, aunque no sea muy profundo de las otras emisiones provinciales, debemos recordar que aunque brevemente, pero a veces con connotaciones políticas graves, se acuñó en Mendoza, Tucumán y Santiago del Estero”.
“En la primera de las provincias citadas, en 1822 se estableció una casa de moneda que se llamó “El Cuño”. La idea fue del gobernador coronel Pedro Molina, que creyó que así podría combatir la escasez de numerario”.
“La gran cantidad de falsificaciones que aparecieron, motivaron reacciones de tal magnitud, que obligaron al gobernador a dejar su cargo en 1824. Esas monedas también insólitamente llevaban las armas de España. En 1835, vuelto al cargo el gobernador Molina insistió en emitir moneda, pero fracasó, ya que logró emitir un pequeñísimo número de ellas”.
“Tucumán era una provincia donde se hacía notar la escasez de moneda, lo que llevó al gobernador, general Bernabé Aráoz a emitir moneda también del tipo “macuquino” con sello español. Estas emisiones se realizaron entre 1820 v 1821, según se conoce por pruebas documentales, ya que las piezas llevan fechas anómalas”.
“También en este caso, la falsificación fue tan grande, que el gobierno se vio obligado a dar curso forzoso a sus emisiones y a las fraudulentas. El descrédito de todas, era tan grande, que en 1824 el gobernador Javier López, ordenó retirarlas a todas de circulación”.
“En Santiago del Estero, como ocurría también en todas las provincias después de la Independencia, la escasez de moneda era muy grande. Por ello, en 1823, el gobernador. Felipe Ibarra emitió piezas de un real con símbolos propios (una estrella entre ramas de laurel), en una época en que las otras provincias que habían emitido moneda, lo habían hecho con símbolos hispánicos. También aquí hubo problemas por la baja ley de la plata, que motivó críticas y quejas contra el gobierno”.
“Como puede apreciarse, luego de las emisiones de 1813 y 1815 ordenadas por la Asamblea Constituyente de 1813, hubo solamente acuñaciones a cargo de las provincias citadas, ya que no todas emitieron moneda”, aunque hubo una significativa amonedación en 1854.
El 26 de enero de ese año, el gobierno de la Confederación Argentina, ejercido por el capitán general Justo José de Urquiza, con sede en la ciudad de Paraná (provincia de Entre Ríos), contrata la acuñación de monedas de cobre de 1, 2 y 4 centavos”.
“Poco se sabe de estas amonedaciones, ya que la única constancia que existe de ellas, es el contrato suscrito con José de Buschenthal y que la acuñación se realizó en una “ceca” europea, no descartándose la posibilidad de que se haya contratado también alguna ceca americana en otra ocasión. Ésta fue entonces, la segunda emisión con carácter nacional”.
“El análisis de todas las monedas emitidas por el país hasta este momento, nos lleva a la conclusión que unas, tuvieron carácter nacional (a nombre de las Provincias del Río de la Plata y Confederación Argentina) y las otras fueron provinciales, a cargo de sus respectivos gobiernos. En conjunto, tenemos entonces, que las emisiones tienen origen en 1813 y que las últimas piezas llevan fecha 1861 y corresponde a Buenos Aires”.
“Pasaron veinte años sin que se efectuaran emisiones de moneda metálica con ningún carácter y ello trae aparejado que a la suma de todas las existentes de cualquier origen, se agregue la moneda boliviana y se difunda el papel moneda fraccionario. En muchas partes del país se había generalizado el uso de papel moneda emitido por particulares, muchas veces de casas de comercio, a veces convertidas en bancos. Algunos eran fabricados en el país y otros encargados a competentes firmas extranjeras”.
“El cuadro presentado, aunque en apretada síntesis, en lo referente a nuestra moneda circulante, es suficiente para apreciar que esa caótica situación exigía una ordenación acorde con la que se pretendía en la vida nacional. Era inaceptable la circulación de moneda extranjera, la de distinto origen nacional o provincial y por supuesto la particular. El país clamaba por una moneda metálica, con una denominación única para todo el territorio nacional y que fuera la Nación quien la emitiera”.
“El 23 de setiembre de 1875 finalmente se sancionó una ley de moneda nacional que no llegó a cumplirse. Era la que establecía como unidades monetarias el “Colón”, para el oro y el “Peso Plata”, para la de este metal. Y la verdad es que hubo de espetarse la sanción de la Ley 1130 dictada el 3 de noviembre de 1881, para que esto se cumpliera”.
“Y a esta si se la podrá llamar “amonedación nacional”. Por ella, por primera vez se emite a nombre de la República Argentina y también por primera vez, aparece en una moneda argentina el término “Peso”, como su unidad monetaria.
(1). Estas monedas hispánicas perdieron protagonismo recién en 1822, cuando se creó en Buenos Aires un Banco autorizado a emitir billetes, algo que el resto de las provincias resistió durante décadas (la mayoría acuñaba sus propias monedas en defensa de su autonomía)
(2). Otros historiadores afirman que se instaló en un viejo edificio perteneciente a la orden de los Bethlemitas, ubicado en la esquina sudeste de Méjico y Defensa, donde funcionó el Hospital de Belem y que al pasar esta finca al poder del Estado, se convirtió en el Cuartel de Restauradores.
EL PESO, UNIDAD MONETARIA ARGENTINA (1881)
Papel moneda y otros valores fiduciarios
En julio de 1813 la Asamblea General Constituyente del Año XIII decretó un empréstito forzoso con el objeto de construir y armar la marina de guerra. Según este mandato los capitalistas debían anticipar la suma de quinientos mil pesos por vía de préstamo. A cada prestamista se le entregaba un pagaré con el sello del Estado y firmado por el gobierno.
Después de dos meses, los pagarés serían admitidos en pagos de deudas y luego de seis se recibirían como si se tratara de dinero efectivo. Al año cumplido, debían pagarse a la vista. “Esta ley es notable, porque contiene el verdadero germen de una moneda de papel, o papel moneda, y fue el embrión de la circulación fiduciaria que juega un papel tan importante y tan interesante en la evolución argentina”.
Pero en la historia de nuestros billetes, hubo sin embargo, como sucede con muchas otras cosas, muchos pequeños senderos que fueron señalando el camino, porque hay varios antepasados de aquellos primeros billetes.
Uno de ellos es producto de la iniciativa del virrey Santiago de Liniers, quien en 1808 intentó aliviar las penurias de las cuentas públicas emitiendo «vales patrióticos», que no prosperaron por el hábito difundido de utilizar valores «metálicos». Claro que la fuerza de las costumbres no podía alterar el problema: la fragilidad de las finanzas del estado.
Tan es así que las guerras de la Independencia y su influencia sobre la economía fueron agravando la cuestión, hasta que comenzaron a darse las condiciones propicias para que se aceptara algún sucedáneo fiduciario.
Nacieron así los «pagarés sellados» del empréstito forzoso de 1813, resuelto por la Asamblea General Constituyente para que se saldasen las deudas con el estado y se pagasen los derechos aduaneros.
Con idéntico fin, aparecieron después los “villetes amortizables” (sic), creados por el Directorio en 1817, y el «papel moneda» o «papel denominado dinero efectivo», emitido por el Gobierno en 1819 para que fuese aceptado en la Aduana y las “Tesorerías Fiscales”, siendo totalmente voluntaria su validez entre los particulares.
El último paso en esta “prehistoria” de nuestros primeros billetes lo da la Provincia de Buenos Aires en 1820, cuando al ser disueltas las autoridades nacionales, resuelve expedir, a través de su Ministerio de Hacienda, una “papel billete o amortizable” (sic), para utilizar en la Aduana, en denominaciones de 5, 10, 20, 40, 50 y 100 pesos. fuertes.
Los cafés emiten moneda
Digamos que la cantidad de billetes emitidos entre 1822 y 1823 por el “Banco de Descuento” no fue suficiente para paliar la escasez de papel moneda que soportaba la gente.
Esto causó una seria disputa entre el Banco y el Gobierno de Buenos Aires, cuando la situación se complicó aún más, en los años subsiguientes, cuando el problema adquirió extrema gravedad, especialmente por la falta de valores muy pequeños. La escasez de circulante llegó a provocar que se recurriera a la utilización de fichas, contraseñas y billetes propios, que imprimían los dueños de cafés y comercios en general, obligados a ello, porque no podían atender los requerimientos de sus parroquianos y clientes, por falta de circulante
Nuestros primeros billetes
Nuestros primeros billetes vieron la luz el 12 de setiembre de 1822, impresos por decisión del Banco de Buenos Ayres o Banco o Descuentos (primer Banco de la Argentina), que encargó el diseño al artista francés José Rousseau y eligió a la imprenta de don Pedro Ponce para la confección final de los siete mil ejemplares proyectados.
Estampados a mano, los billetes tenían de nominación de 20, 50, 100, 200, 500 y 1.000 pesos fuertes, con la siguiente paridad fijada en 1812: «una onza de oro equivalía a 17 pesos fuertes o de plata, de a 8 reales cada uno”. Rousseau cobró doscientos pesos por su trabajo y Ponce trescientos cincuenta.
Llegan los billetes ingleses
No obstante, esos billetes impresos por Ponce, serían provisorios, porque el Banco consideraba conveniente imprimir los definitivos en Gran Bretaña, que por entonces contaba con los mayores adelantos en la materia.
Con este propósito, se firmó un contrato con la compañía inglesa “Henckell y Du Buisson” y los nuevos billetes de papel moneda porteño, comenzaron a llegar a Buenos Aires en julio de 1823. Eran de diseño sobrio: “en lo alto y en el centro, un pequeño escudo argentino; el texto, en letras góticas y cursivas, muy al estilo de los billetes europeos de entonces. Los ejemplares tenían valores de 1, 5, 10, 21, 50, 100, 150, 500 y 1.000 pesos fuertes.
Curiosidades de nuestro papel moneda
La historia de la moneda argentina es tan cambiante y compleja como la propia Historia Argentina. Poblada de curiosidades, malentendidos, influencias políticas, escollos burocráticos y aportes del exterior, tiene anécdotas curiosas, decenas de idas y vueltas. Comenzaremos por recordar que en el siglo XX, no sólo tuvimos cinco signos monetarios diferentes (los Estados Unidos, por ejemplo, se maneja con el dólar desde 1794 hasta la fecha), sino que en el camino perdimos trece ceros en el valor de nuestra moneda.
Y hay más. Por ejemplo: hasta 1864, nuestros primeros ejemplares de papel moneda, se imprimían de un solo lado, el valor se dejaba en blanco para que la autoridad que los firmaba, completara el importe y eran firmados, numerados y fechados uno por uno, y a mano. Crecían en superficie a medida que aumentaba su cantidad de ceros (el tamaño se hizo uniforme recién en 1970).
Las falsificaciones. El problema fue que los falsificadores no demoraron en entrar en acción. El gobierno intentó desalentarlos imprimiendo una leyenda en los billetes («la ley castiga a muerte al falsificador y sus cómplices»), pero la amenaza cayó en saco roto y las autoridades optaron por tercerizar la fabricación de monedas:
Para ello, le encomendaron la tarea a una firma estadounidense, que terminó inmortalizando en nuestros primeros billetes, los rostros de sus propios próceres. Sí, aunque no se lo crea, Thomas Jefferson, George Washington (imagen) y Benjamín Franklin desfilaron por nuestra moneda antes que San martín y Belgrano.
También Juan Manuel de Rosas encargó billetes al exterior, aunque esta vez a Londres y con el expreso pedido de que llevaran impreso el eslogan del momento: «Viva la Confederación Argentina. Mueran los salvajes unitarios». Y otra curiosidad: para no repetir la experiencia estadounidense, se le solicitó a los ingleses la impresión de algún animal autóctono.
La recomendación no valió de mucho: los ingleses, que poco sabían del país de las vacas, incluyeron en el diseño un canguro australiano. Y otra picardía que el rosismo escribió en la historia del dinero fue una serie de monedas acuñadas en 1843, que llevó grabado el gorro frigio con su penacho cayendo hacia la derecha, cuando en el símbolo de la libertad cae hacia la izquierda.
En 1881 nace una moneda nacional.
La gran variedad de tipos de moneda nacional en circulación (pesos moneda corriente, pesos fuertes, etc.), y la libre circulación de “vales” y monedas extranjeras autorizadas que existía, conformaban una situación muy desordenada, caótica e incontrolable, que era necesario terminar.
Fue entonces que para unificar el sistema monetario en el país, se determinó la creación de una “moneda nacional”, “anclada” al peso de oro y plata y se dispuso que los bancos de emisión, renovaran toda su tenencia de billetes, a la nueva “moneda nacional”.
El primer signo monetario fue el “Peso Moneda Nacional” (m$n), creado en 1881, durante la presidencia de Julio Argentino Roca, por medio de la Ley Nº 1130 (sancionada el 5 de noviembre de 1881), con el fin de crear una moneda común para todo el territorio y unificar el sistema monetario, hasta ese momento bastante caótico: circulaban pesos fuertes, pesos corrientes, reales y hasta pesos bolivianos, fue la moneda vigente en la República Argentina durante el período que va desde 1881 hasta nuestros días.
Para poder emitir el primer signo monetario común a todo el país, en 1880 se había creado la “Casa de la Moneda de la Nación” que fue la encargada de importar una tecnología moderna de origen francés que permitió emitir, a partir del 14 de febrero de 1881, los primeros billetes impresos en el país. Desde entonces, todas las emisiones monetarias se harán a través de esa “Casa de la Moneda de la Nación”, creada en 1880 (ver La Casa de Moneda en la Argentina).
En 1897 se sancionó la Ley N° 3505 que autorizó a la Caja de Conversión (aún no existía el Banco Central) a modificar los billetes y poner una imagen de la «Efigie del Progreso» en lugar de los retratos de los presidentes y funcionarios de los últimos gobiernos.
Estos billetes estuvieron en circulación hasta 1942, cuando el Banco Central (creado en 1935) decidió emitir sus primeros billetes propios. Pero todavía no se trataba de billetes totalmente hechos en el país, ya que la provisión de papel especial y las planchas de metal grabadas con las ilustraciones alegóricas o de retratos de próceres argentinos, continuaban elaborándose en Europa.
“De lo aquí extractado, se advierte que a partir de esta Ley, la amonedación responderá a un ordenamiento legal, que no permite excepciones. Ya no habrá más que un emisor legal que será la Nación. Queda prohibida la emisión de moneda por otra autoridad y se unifica de tal forma la moneda en todo el país”.
“Queda así instituido un ordenamiento monetario que habrá de perdurar hasta nuestros días. Las variantes que se han producido son de otro orden. Las piezas de oro y plata han desaparecido y las emisiones monetarias han respondido a razones de carácter económico, pero hasta nuestros días, el “Peso” ha llegado como única unidad monetaria y ha sido siempre emitido por la República Argentina”.
Las 5 monedas de curso legal que tuvieron vigencia en la República Argentina
En su bicentenaria historia, la Argentina tuvo muchos cambios económicos y varias devaluaciones, pero, curiosamente, sólo cambió 5 veces de moneda de curso legal. Desde que en 1881, mediante la Ley Nº 1130 se estableció el «peso moneda nacional» como valor fiduciario vigente en la República Argentina, hubo cinco monedas de curso legal entre ese año y 1969.
El Peso Moneda Nacional (1881-1969)
El Peso moneda nacional ($ m/n), tuvo larga vida, ya que perduró hasta el 31 de diciembre de 1969. Sobrevivió a dos guerras mundiales, a la década infame y a la “Revolución Libertadora”. Pero no por eso, dejó de sufrir cambios, algunos muy curiosos.
En el año 1942, “La Casa de la Moneda Argentina”, incorpora a sus talleres las primeras máquinas calcográficas e imprime billetes grabados en acero, que se realizan en Inglaterra, sobre papel húmedo. La impresión se efectúa a un solo color.
Los Pesos Ley (1970-1983)
El 1° de enero de 1970 hubo un cambio drástico en el país: apareció el “Peso Ley 18.188” ($ Ley) y se mantuvo vigente hasta 1983. La unidad equivalía a 100 pesos de los pesos moneda nacional (100 “mangos” o una “gamba” según la jerga popular).
Este nuevo signo monetario vino a reemplazar al “Peso moneda nacional” y el cambio golpeó duramente los bolsillos de los argentinos: El “Peso Ley” subsistió hasta 1983. La inflación lo fue devorando, hasta que en 1982, llegó a emitirse un billete de 1.000.000 de pesos ley. En ese momento se decidió cambiar nuevamente la moneda y se creó el “Peso Argentino”.
El Peso Argentino (1983-1985)
Mediante el Decreto Nº 22.707, del 6 de enero de 1983, durante la presidencia de facto de Reynaldo Bignone, se creó el “Peso Argentino” ($a), que entró en vigencia el 1º de junio de ese año. Otro duro golpe para el bolsillo de la gente: cada Peso Argentino equivalía a 10.000 pesos ley y marco un nuevo récord, pero esta vez de fugacidad. Fue la moneda nacional que tuvo vida más corta: no llegó a permanecer dos años en los bolsillos de los argentinos y fue reemplazada por el “Austral”..
El Austral (1985-1922)
El 15 de junio de 1985, el Peso Argentino fue reemplazado por el Austral (A), que llevó el nombre del plan económico diseñado por Juan Vital Sourrouille, ministro de Economía durante la presidencia de Raúl Alfonsín. El Austral se convirtió en la moneda de curso legal el 14 de junio de 1985, cuando Alfonsín firmó el Decreto 1093 que ponía en marcha el Plan Austral, que buscó contener la inflación. Cada austral equivalía a 1.000 pesos argentinos (o a mil millones de Pesos Moneda Nacional). Al principio, el Plan Austral parecía exitoso. Pero hacia 1986 la nueva moneda comenzó a perder valor frente al dólar y nunca más se recuperó. En 1989 el Austral se depreció 5.000% anual con respecto al dólar. Y hasta se emitieron billetes de 500.000 australes y un millón de australes y monedas de 1.000 australes.
El Peso (1992-…. )
En 1992, el Austral fue reemplazado por el “Peso” ($). El Decreto del Poder Ejecutivo N° 2.128 del 10 de octubre de 1991 dispuso la puesta en vigencia del “Peso” ($), que entró en circulación a partir del 1º de enero de 1992. Cuando entró en vigencia, cada “Peso” equivalía a 10.000 australes, su valor estaba a la par con el dólar y los billetes llevaban la leyenda “convertibles de curso legal”. La “convertibilidad” duró 10 años. Luego vino la devaluación. Y las cuasimonedas (el Patacón, el Lecop, entre otros, eliminadas en 2003). Pero el mismo Peso sigue siendo la moneda de curso legal hasta hoy (2024)
El profesor José María González ha dicho a este respecto en una nota publicada en la Revista Militar Nº 706 que “Nadie duda que la emisión de moneda es uno de los actos soberanos que ejercen los países independientes y el nuestro no fue una excepción». La Soberana Asamblea General Constituyente de 1813, entre otras manifestaciones de soberanía, dispuso la acuñación de moneda con símbolos propios y ello fue posible, por los triunfos logrados por Manuel Belgrano en el Norte, lo que permitió a los patriotas la ocupación de la Villa Imperial de Potosí y su célebre Casa de Moneda”.
“Por Decreto del 13 de abril de ese año se dispuso la acuñación de piezas monetarias en oro y plata. Se sigue con el bimetalismo español y a las unidades monetarias de cada metal, se las denomina como en el sistema anterior, escudo y real, respectivamente. Fácilmente se aprecia que el cambio no responde a necesidades económicas, sino políticas. Se desea expresar que el país es soberano y emite su propia moneda”.
“Lamentablemente sobrevinieron las derrotas militares de Vilcapugio y Ayohuma, que obligaron a los patriotas a la evacuación de Potosí, y retomada ésta por los españoles, éstos volvieron a acuñar monedas con las armas y el retrato del monarca español, por entonces Fernando VII”.
“Nuevamente recuperada Potosí por Rondeau en 1815, se hace posible la acuñación patria por breve lapso, ya que a fines del mencionado año, tras la derrota de Sipe Sipe, Potosí pasaría nuevamente a manos de los españoles y esta plaza, se perdería para siempre para nuestro país, pues pasaría a integrar el nuevo estado de Bolivia”.
“Con este breve enunciado se explica la aparición de la primera moneda patria, de vida efímera, ya que la suerte de las armas era cambiante y no se habían producido los acontecimientos políticos y militares que cimentaran nuestra independencia. Recién en 1816 habría de jurarse la Independencia en Tucumán y en los años siguientes, las batallas de Chacabuco y Maipú, permitieron al Libertador general José de San Martín liberar al país del dominio español y continuar su campaña hasta liberar no sólo a Chile sino también al Perú”.
“Vemos así que esas primeras emisiones patrias de los años 1813 y 1815, fueron sobre todo una expresión de deseos de tener moneda propia. Por ello, en sus improntas, se estamparon el sol americano figurado, de treinta y dos rayos flamígeros y rectos, alternados y en el reverso, el Sello de la Asamblea (escudo argentino sin sol). El nombre de la nación emisora era: Provincias del Río de la Plata”.
“Muchos años habrían de pasar para que el país unificado emitiera su propia moneda. Habrían de sobrevenir momentos de luchas internas, que no permitieron la adopción de medidas de carácter nacional y por supuesto, en las emisiones monetarias de carácter nacional, se reflejaba claramente la situación política en que se desenvolvía la vida en nuestro territorio”.
“A esas primeras monedas patrias, las siguieron en el orden cronológico, las emitidas por las provincias. En 1821 y 1822 en La Rioja se acuñaron reales imitando el sello español (algo insólito en el período independiente) y luego sigue hasta 1860, acuñando en oro y plata, con tipos diferentes y usando las leyendas “República Argentina Confederada” y “Confederación Argentina”.
“En 1830 hubo monedas acuñadas en Buenos Aires con el retrato de su Gobernador que hasta llevaban leyendas laudatorias al mismo, que fueron suprimidas en el momento en que se impuso la corriente política contraria al mandatario porteño. Estas emisiones, siendo provinciales, reflejaban los vaivenes de la política con un sentido más amplio”.
“En 1822, Buenos Aires emite su moneda propia, es decir la correspondiente a la provincia de ese nombre. Las piezas que aparecen en este año y el siguiente fueron acuñadas en Birmingham, Inglaterra, por gestión de Bernardino Rivadavia, quien es también, quien dispone la creación de la primera Casa de Moneda en nuestra ciudad”.
“Las primeras piezas fabricadas tuvieron lugar en 1827 y también se las denominó «Décimos». Se acuñaron hasta 1831 a nombre del Banco Nacional. Luego, en los años 1840, 1844 y 1853 a 1856, se acuñaron a nombre de la “Casa de Moneda de Buenos Aires”, siendo las últimas acuñaciones de Buenos Aires las de 1860 y 1861. Debe destacarse que todas las emisiones fueron en cobre. Como en el caso de La Rioja, las leyendas respondían al momento político de su emisión”.
“Conjuntamente con las anteriores, hubo otra emisión provincial de importancia. Córdoba emitió moneda entre 1833 y 1854. La totalidad de las piezas se ejecutaron en plata”.
“La característica de estas monedas fue su precaria confección hasta que en 1844 se instala la Casa de Moneda de Córdoba. Hasta entonces se acuñó por medio de concesionarios, que carecían de los elementos que le permitieran trabajos prolijos. Si bien algunos quedaron en el anonimato, hubo dos que se identificaron con sus iniciales estampadas en las monedas: fueron ellos Pedro Nolasco Pizarro (PNP – 1839-1841) y José Policarpo Patiño (JPP – 1841-1844). La unidad monetaria también era el real”.
“Las emisiones de La Rioja, Buenos Aires y Córdoba, fueron sin duda, las más importantes por el lapso de sus emisiones y por la cantidad emitida. Pero en un análisis, aunque no sea muy profundo de las otras emisiones provinciales, debemos recordar que aunque brevemente, pero a veces con connotaciones políticas graves, se acuñó en Mendoza, Tucumán y Santiago del Estero”.
“En la primera de las provincias citadas, en 1822 se estableció una casa de moneda que se llamó “El Cuño”. La idea fue del gobernador coronel Pedro Molina, que creyó que así podría combatir la escasez de numerario”.
“La gran cantidad de falsificaciones que aparecieron, motivaron reacciones de tal magnitud, que obligaron al gobernador a dejar su cargo en 1824. Esas monedas también insólitamente llevaban las armas de España. En 1835, vuelto al cargo el gobernador Molina insistió en emitir moneda, pero fracasó, ya que logró emitir un pequeñísimo número de ellas”.
“Tucumán era una provincia donde se hacía notar la escasez de moneda, lo que llevó al gobernador, general Bernabé Aráoz a emitir moneda también del tipo “macuquino” con sello español. Estas emisiones se realizaron entre 1820 v 1821, según se conoce por pruebas documentales, ya que las piezas llevan fechas anómalas”.
“También en este caso, la falsificación fue tan grande, que el gobierno se vio obligado a dar curso forzoso a sus emisiones y a las fraudulentas. El descrédito de todas, era tan grande, que en 1824 el gobernador Javier López, ordenó retirarlas a todas de circulación”.
“En Santiago del Estero, como ocurría también en todas las provincias después de la Independencia, la escasez de moneda era muy grande. Por ello, EN 1823, el gobernador. Felipe Ibarra emitió piezas de un real con símbolos propios (una estrella entre ramas de laurel), en una época en que las otras provincias que habían emitido moneda, lo habían hecho con símbolos hispánicos. También aquí hubo problemas por la baja ley de la plata, que motivó críticas y quejas contra el gobierno”.
“Como puede apreciarse, luego de las emisiones de 1813 y 1815 ordenadas por la Asamblea Constituyente de 1813, hubo solamente acuñaciones a cargo de las provincias citadas, ya que no todas emitieron moneda”.
“Aunque hubo una significativa amonedación en 1854. El 26 de enero de ese año, el gobierno de la Confederación Argentina, ejercido por el capitán general Justo José de Urquiza, con sede en la ciudad de Paraná (provincia de Entre Ríos), contrata la acuñación de monedas de cobre de 1, 2 y 4 centavos”.
“Poco se sabe de estas amonedaciones, ya que la única constancia que existe de ellas, es el contrato suscrito con José de Buschenthal y que la acuñación se realizó en una “ceca” europea, no descartándose la posibilidad de que se haya contratado también alguna ceca americana en otra ocasión. Ésta fue entonces, la segunda emisión con carácter nacional”.
“El análisis de todas las monedas emitidas por el país hasta este momento, nos lleva a la conclusión que unas, tuvieron carácter nacional (a nombre de las Provincias del Río de la Plata y Confederación Argentina) y las otras fueron provinciales, a cargo de sus respectivos gobiernos. En conjunto, tenemos entonces, que las emisiones tienen origen en 1813 y que las últimas piezas llevan fecha 1861 y corresponde a Buenos Aires”.
“Pasaron veinte años sin que se efectuaran emisiones de moneda metálica con ningún carácter y ello trae aparejado que a la suma de todas las existentes de cualquier origen, se agregue la moneda boliviana y se difunda el papel moneda fraccionario. En muchas partes del país se había generalizado el uso de papel moneda emitido por particulares, muchas veces de casas de comercio, a veces convertidas en bancos. Algunos eran fabricados en el país y otros encargados a competentes firmas extranjeras”.
“El cuadro presentado, aunque en apretada síntesis, en lo referente a nuestra moneda circulante, es suficiente para apreciar que esa caótica situación exigía una ordenación acorde con la que se pretendía en la vida nacional. Era inaceptable la circulación de moneda extranjera, la de distinto origen nacional o provincial y por supuesto la particular. El país clamaba por una moneda metálica, con una denominación única para todo el territorio nacional y que fuera la Nación quien la emitiera”.
“El 23 de setiembre de 1875 finalmente se sancionó una ley de moneda nacional que no llegó a cumplirse. Era la que establecía como unidades monetarias el “Colón”, para el oro y el “Peso Plata”, para la de este metal. Y la verdad es que hubo de espetarse la sanción de la Ley 1130 dictada el 3 de noviembre de 1881, para que esto se cumpliera”.
“Y a esta si se la podrá llamar “amonedación nacional”. Por ella, por primera vez se emite a nombre de la República Argentina y también por primera vez, aparece en una moneda argentina el término “Peso”, como su unidad monetaria.
NOMBRES DE NUESTRA MONEDA EN LUNFARDO
Lejos del idioma oficial, la gente ha inventado un rico “lunfardo” por medio del cual, el signo monetario argentino, ha cambiado cerca de treinta apodos desde que se creara el “peso nacional” en 1875.
Y las sucesivas conversiones monetarias han llegado a tales extremos que hasta exigieron explicaciones didácticas en las escuelas, cuyos alumnos, siempre prácticos en estos asuntos, comenzaron a identificar a los billetes por su color. Pero veamos el desarrollo cronológico de esta historia:
El “peso moneda nacional”. se bautiza, junto con el “fuerte de plata”, por medio de la Ley 733, de septiembre de 1875. En 1881, con la Ley 1130, llega el “patacón” y luego los hermosos “cobres” del decenio.
Pero ¿y el billete..?. Ambos términos pasan al dialecto, donde ya corren los “morlacos” los “bolivianos o norteños”, las “rupias” —gitanismo que Juan Mondiola reverdecerá en los años 40— y “nacionales”.
El algo raro sucedería en 1899: la emisión de los primeros billetes (de factura y diseño galos) coincide con la primera devaluación, que ocurre cuando la paridad peso-dólar pasa de m$n 2,273 a 2,40. O, tomando la divisa central de aquel momento en el Río de la Plata, la libra sobre de 11,364 a 11.99.
Además, el peso oro (o$a, llamado argentino) se congela en un valor familiar a generaciones de escolares: 2,2727 nacionales. No obstante, el impúber “sope”,vale lo suyo y es moneda corriente.
Los Pesos no eran pesos. Y si no, que le pregunten a poetas y compadritos del arrabal de Buenos Aires, que como decía Juan Marambio Catán en 1920: «cafishio pelandrún / que disfrasáu ‘e misiú / palmaba 50 “gruyos” en Junín y Lavalle”.
O a Felipe Yacaré Hernández que, en Lunanco, habla de otro lunfa y explica: «La laburó con riendas… tuvo coche / y amarrocó unos cuantos “patacones» o un ignoto redactor de P.B.T. que escucha asombrado la protesta de una madre ofendida «¡Nuestras niñas nunca dirán “vento”, señor!», mientras discutían acerca del estreno de una exitosa película.
El saínete de Julio Doblas (1890- 1935) pudo no ser genial, pero llevó (o trajo?) al centro, tipos y jerga de otro mundo y de paso, los primeros lunfardismos para el peso moneda nacional: «Hoy sin “guita” y sin amor / solo tiene un cadenero / que la trata con rigor», resumía Doblas la melancólica decadencia de una cocotte. “Guita”, “vento”, “biyuya” (en genovés, billete), “menega”, “tovén” alcanzan así las candilejas.
Con cierta demora, claro. En los días del Centenario, al efectivo local, los orilleros ya le dicen de todo menos peso. Desde «vesdes» como “sope” o “sopardo” hasta con resabios coloniales (“duro”, “rial”, “grullo”), sospechosos italianismos (“fasule”, “gamba”), contagios brasileños (“mango”, o sea billete de mil reis) y falacias aborígenes, como por ejemplo, “patacón”, como se llamó al peso fuerte de plata acuñado en 1881
En 1916, la Ley Sáenz Peña y el voto secreto hacen presidente a Hipólito Yrigoyen. Su primer billete, de diseño francés y tonos celestes, es de 50 centavos, emitido en junio de 1918. Lo llamarán, cómo no, “radical” y existirá hasta 1948, cuando aparece los “medio peso”, de estilo italiano de la preguerra. El «musolino«.
En “Rico Tipo”, un semanario que solía tirar casi 200.000 ejemplares, alguien quiso ponerle al “peso” nuevamente en vigencia (y no para referirse a los barrenderos). El director y dueño de la revista, vetó el chiste, decían que quizá fue para no malquistarse con las autoridades y poner en peligro su cuota de papel.
El Peso, aparecido en 1921, tuvo dos traducciones lunfardas: “cuerito”, porque se arrugaba fácil y “loro”, nadie sabe por qué, aunque quizás lo haya sabido Bartolomé Aguilar, cuando en 1935, en su tango “Responso reo”, escribió “lo afanó en doscientos loros/ con chamuyo más toro/ que tangazo de Contursi”.
Así, dominaban sus matices castaños. El Peso Moneda Nacional vuelve a devaluarse cuando, en mayo de 1935, la Caja de Conversión se transforma en Banco Central mediante la Ley 12.160, cuando el dólar sube (ley 12.160). Durante la década siguiente, el diseño francés cede a una inspiración tan británica como aquella ley.
Los conservadores van olvidando la viñeta femenina del Progreso impuesta por los radicales. Ahora éstos —nostálgicos— la reviven en desabridos “Australes”.
El “canario” de cien, se transforma en la “gamba” (nombre de un antiguo billete italiano de 100 liras) y la “media gamba” (m$n 50) se contagia de la libra esterlina y adopta el color lechuga, los de m$n 10, que eran de color verde nilo, ahora se tornan en color tomate y durante los años 50, se los conoce como “bataraces”.
Casi nadie habla ya de los “vintenes” —amorosamente conservados en Uruguay— o de los “patacones” cuando, en 1950 (Año del Libertador general San Martín), se abandona el billete de medio peso, por una moneda de 50 centavos que según la calle, se llamará la “chanchita”, nombre que se remonta a la “chancha gorda”, una bella moneda que se emitió en 1941, realizada en cromo-níquel, que como la que se acuñó en 1978, durante el Mundial de Fútbol que se jugó en Buenos Aires, no tuvo mayor circulación.
El período que va de 1892 a 1941, fue la época de los “níqueles” y de la “chancha” a secas, una moneda de 20 centavos que también era conocida como los “vintén”. Los “cobres” de uno y dos centavos, cuyá reaparición se produjo entre 1941 y 1947, cuya ceca apareció en los 10 centavos de Austral.
Por un capricho monetario, “cueritos” y “cocineros” —billetes estilo francés ambos, de m$n.5, color rosa— perduraron durante casi 50 años hasta que el “cocinero”, fue reemplazado por los billetes de 5 Australes, que repetirán su color. En 1969, la “Ley 18.188” acabó con los nacionales, que habían durado 70 años.
Los Pesos Ley solo llegaron a estar en vigencia durante 13 años. Los Argentinos, en circulación a partir de 1983, no alcanzaron ni siquiera dos años en la calle y su valor máximo era de 10.000, el mismo tope que tuvieron los Moneda nacional, que era una sábana color malva también de 10.000, valores muy por debajo de los Ley 18.188, cuyo billete máximo era de 1.000.000, todo un récord en la historia de nuestra moneda y que se conocía con el nombre de “un palo”.
Resumiendo y comparando, tenemos que 1 Austral, equivalía nominalmente a 10.000 Pesos Argentinos, a 10.000.000 de Pesos Ley y a 1.000.000.000 de Pesos Moneda Nacional,