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CALÍBAR, EL RASTREADOR
El más famoso rastreador de nuestra Historia fue un tal CALÍBAR, nombrado y descrito por DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO en su obra “Facundo” . Ejerció el oficio durante más de cuarenta años y cientos fueron los casos que se resolvieron debido a su pericia (ver Los rastreadores).
Se cuenta que en cierta oportunidad él mismo fue objeto de un robo. Estando ausente de su hogar, le habían robado su apreciada y rica montura y enchapados. Su esposa cubrió un pequeño rastro que halló cerca de una ventana y cuando, dos meses después CALÍBAR llegó a su casa, encontró ese rastro casi desaparecido, pero lo observó con atención. Lo olió y esparció cuidadosamente por el suelo de tierra del rancho.
Un año y medio después, caminando por los suburbios de su pueblo, observó algo en la polvorienta calle. Se agachó y observó largamente aquello que le llamaba la atención. Se levantó y caminó derechamente hacia una casa distante a unos doscientos metros. Y allí estaba su montura, ennegrecida por el tiempo y casi arruinada por el mal uso, pero firme como testigo de que allí vivía el ladrón.
En 1830, un reo condenado a muerte se había escapado de la cárcel. CALÍBAR fue encargado para que lo buscase y el infelíz, previendo que sería rastreado, había tomado todas las precauciones que la imagen del cadalso le había sugerido.
Precauciones inútiles!, que acaso sólo sirvieron para perderlo; porque comprometido CALÍBAR en su reputación y en su amor propio, puso en la búsqueda, todas sus habilidades en movimiento. El prófugo aprovechaba todas las desigualdades del suelo para no dejar huellas; cuadras enteras había marchado ya, pisando en puntas de pie, trepándose a las murallas bajas para seguir su camino, cruzaba un arroyo y volviendo atrás una y otra vez para despistar a su perseguidor, pero CALÍBAR siempre estaba detrás de él.
Lo seguía sin perder la pista, si momentáneamente la extraviaba, al hallarla de nuevo se aferraba a ella exclamando: “Dónde te mi as dir”, Al fin, llegó a auna acequia con poca agua en los suburbios del poblado, cuya corriente había seguido el fugitivo para burlar al rastreador. Todo fue inútil!. CALÍBAR iba por las orillas de la acequia, imperturbable y sin prisa alguna; sin vacilar. Al fin, se detiene, examina unas hierbas y dice: “Por aquí ha salido”.
No hay rastro visible alguno, pero él ha visto una pequeñas gotas de agua que le señalan lo sucedido. Entrando luego en una viña, reconoce las tapias que la rodean y las estudia detenidamente hasta que dice: “Allí adentro está”.
La partida de soldados que iba detrás de él expectante, entra a la casa y cansados de buscar, salen y anuncian que allí no hay nadie. CALÍBAR impasible y sin moverse repite: “No ha salido. Entren de nuevo”. Así lo hacen los agentes y al poco rato, salen con el fugitivo engrillado de pies y manos.
En 1850, algunos presos políticos intentaban una evasión y todo estaba previsto. Quienes los ayudaban a la fuga esperando afuera, estaban prevenidos y atentos, hasta que uno de ellos preguntó “Y Calíbar?. Cierto!, contestaron los demás preocupados y aterrados.
Rápidamente algunos de ellos deciden hacer una gestión y los presos pudieron evadirse y alejarse de sus captores, porque luego se supo que una gestión realizada por familiares de los complotados, había logrado que CALÍBAR permaneciera “enfermo” en su casa durante 4 días (Extraído de “ En el país argentino” de Godofredo Daireaux).
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