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LA CIUDAD DE ASUNCIÓN EN 1812
El inglés John Parish Robertson describe la capital del Paraguay tal como se mostró a sus ojos dos años después de la revolución de mayo de 1810.
«De la ciudad diré muy poco. Como ciudad, en nuestra acepción de la palabra, nada puede decirse. En extensión, arquitectura, comodidad o población, no se compara con ninguna ciudad inglesa de quinto orden. Es cierto que tiene una catedral, y cuando pensamos en Gloucester, Salisbury y aun en Chester y otras catedrales, el nombre suena bien».
«Pero ni tiene Asunción mayor pretensión a compararse con las ciudades nombradas, como su mezquina y blanqueada iglesia episcopal no admite parangón con ninguno de los magníficos y sólidos edificios que, con el nombre de catedrales, adornan ese país (Inglaterra)».
«Su Casa de Gobierno, con título de palacio, es una mísera, baja, blanqueada aunque extensa estructura. Sus mejores edificios «aunque nada suntuosos», son los conventos y tan pocas casas particulares buenas y cómodas hay, que tardé un mes en encontrar una bastante amplia, con el alquiler más elevado que nunca se pagó allí, de trescientos sesenta pesos u ochenta libras esterlinas por año, para el establecimiento reducido que intentaba instalar en esa antigua capital».
«De tales casas no había más de media docena en el lugar. Las demás eran pequeñas, míseras tiendas con tres o cuatro habitaciones anexas, mientras la mayor parte de las moradas eran simples chozas, formando estrechas callejuelas, o aisladas, rodeadas por pocos naranjos».
«No se puede decir que hubiera más de una calle en la ciudad y ésa no pavimentada… La situación de la ciudad, sin embargo, es magnífica. Está en anfiteatro sobre la ribera del majestuoso y plácido río Paraguay».
«Los habitantes de Asunción y suburbios ascendían, en tiempo de que escribo, a diez mil. Había poquísimos negros y no muchos mulatos entre ellos. La gran masa de la población era mestiza de español e indio, tan atenuada respecto al aspecto de la última casta, que daba a los naturales el aire y la apariencia de descender de europeos».
«Los hombres son generalmente bien formados y vigorosos, las mujeres casi invariablemente hermosas. La ligereza y sencillez de su vestido, y sus atractivos personales, todavía más notables que en las correntinas, agregado al escrupuloso cuidado de su aseo personal, les dan aire interesante y encanto atrayente. Cuando las solía ver con sus cántaros en la cabeza viniendo de los pozos y manantiales, siempre me recordaban otras tantas Rebecas» (ver Cómo veían los europeos a los argentinos).