LOS BASTONEROS EN LOS BAILES Y MILONGAS DE LA ARGENTINA

En la campaña argentina, el «bastonero» era (y aún lo es), un personaje imprescindible a los efectos del orden. En esos tiempos, en cada baile familiar, apenas se encontraban cuatro, cinco o seis muchachas, para quince, veinte, treinta o más hombres que acudían desde diez y más leguas a la redonda. Las «chicas», en general, sólo disponían de caballos para acudir y debían, además de galopar muchas leguas, disponer de dos o tres días libres y de quien pudiese acompañarlas.

El «bastonero» señalaba las parejas antes de la eje­cución de la pieza, tratando de contentar en lo posible a todos. Para evitar acuerdos con los interesados, ordinariamente se designaba a un anciano de ecuanimidad insospechable. Sin ese freno, todos se habrían precipitado para llegar primero, y como las niñas eran pocas y los varones muchos, por falta de cultura, resultaban inevitables las discusiones e incidentes que, casi siempre, degeneraban en riñas.

En aquellos viejos bailes ni los hombres ni las mujeres mismas podían violar o no cumplir las disposiciones del bastonero sin recibir alguna sanción. Como las muchachas eran pocas y no podían rehusar, al fin del baile estaban rendidas y deshechas de cansancio, y no eran pocos los enamorados que no habían conseguido, en toda la noche, bailar una sola pieza con su simpatía.

Por lo demás, los «puebleros» pagaban la chapetonada, porque los «bastoneros» les jugaban la mala pasada de obligarlos a bailar con las más viejas y más feas, y no tenían más remedio que hacerlo si no querían salir de los bailongos arreados a planazos.

Mientras las mujeres estaban sentadas, antes de cada pieza, el bastonero en alta voz indicaba las parejas: «Ciriaco Pérez con Ramona; Rudecindo López con Juana… Y asi sucesivamente. Luego, imperativamente, decía: «¡Adelante los nombraos!».

Enseguida comenzaba la música. Y no era cuestión de hacerse el loco o el equivocado, porque no faltaba fiscalización, sobre todo femenina, considerando toda sustitución como una ofensa grave para la persona sustituida.

La densificación de la población y la facilidad de trasladarse, trajeron una afluencia mucho mayor de mujeres en los bailes, provocando así,  la desaparición de los antiguos «bastoneros» que por no ser necesaria su actuación, nadie tolerarla en estos tiempos. Sin embargo, no estarían de más en algunos lugares de la campaña, donde, por bailar demasiado con una misma chica o pretender monopolizar­la, no hay casi bailongo, que no termine a puñaladas o a balazos (ver Recuerdos, usos y costumbres en el Buenos Aires de antaño).

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