CANÉ, MIGUEL (1851-1905)

Miguel Cané (hijo) fue una destacada figura pública, diplomático, escritor y crítico literario argentino. Nació en Montevideo el 27 de enero de 1851, mientras su familia se hallaba en el exilio, para combatir a Rosas.

En 1853 regresó a Buenos Aires después de la caída de Rosas. Cursó estudios secundarios en el Colegio Nacional fundado por Bartolomé Mitre, bajo la dirección del canónigo Eusebio Agüero y el ilustrado educador francés Amadeo Jacques.

De su vida en el internado extrajo el material que le permitió escribir «Juvenilia», uno de los libros más frescos y amenos de la literatura argentina (una elegante pero realista reminiscencia de sus días escolares).

Después de recibir su título de abogado en 1872 (algunos historiadores sostienen que, alejado de sus estudios por su actuación en la política y el periodismo, se recibió recién en 1878), ingresó en la vida pública y vinculado desde su mocedad con hombres que tendrían más tarde importante influencia en la política argentina, Carlos Pellegrini, Aristóbulo del Valle, Roque Sáenz Peña, Lucio V. López.

Hizo suyos los ideales liberales de la llamada generación del 80 y fue él, quizás la figura más representativa de este grupo de intelectuales. Pasó a ser no sólo el símbolo sino también el líder del pensamiento de la Generación del 80 y de la “oligarquía porteña”, quienes lo consideraron como su mejor exponente, en su calidad de funcionario público, crítico literario, académico, escritor y diplomático.

Sus escritos comenzaron a aparecer en «La Tribuna», el agresivo periódico editado por sus parientes, los Varela, para los autonomistas y en 1872 pasó a revistar como periodista de «El Nacional», entre cuyos editores se hallaban Vélez Sarsfield y Sarmiento, por quien sintió siempre verdadera admiración.

Más tarde comenzó a publicar sus trabajos en  «La Prensa», «La Nación» y «El País». A partir de la revolución encabezada por Mitre en 1874, comenzó a actuar en política partidaria, enrolándose en las filas oficiales durante las presidencias de Avellaneda, Juárez Celman, Carlos Pellegrini y Luis Sáenz Peña, con el mismo ímpetu y coraje que ponía cuando hacía periodismo.

En 1875 fue diputado provincial y en 1876 ocupó una banca en la Cámara de Diputados de la Nación. Reelecto en 1880, luego de un breve período como Director de Correos y Telégrafos, prefirió una representación diplomática ante los gobiernos de Colombia y Venezuela que desempeñó durante 1881 y 1882 (de esta experiencia nació su donosa publicación “En Viaje”).

Continuó luego en la diplomacia, representando al país en Austria Hungría (1883), Alemania (1884), España (1886). En 1892 fue nombrado Intendente Municipal de la ciudad de Buenos Aires, y en 1893 obtuvo la cartera de Relaciones Exteriores y accidentalmente la de Interior, bajo la infortunada presidencia de Luis Sáenz Peña.

Luego de esa experiencia reanudó la carrera diplomática, más ajustada a sus condiciones de hombre mundano y culto, pasando a desempeñarse en 1901 como Ministro Plenipotenciario ante el gobierno de Francia, en París.

Vuelto al país, en 1903 ocupó una banca en el Senado, función que desempeñó hasta 1904. Falleció el 5 de setiembre de 1905.

Fue Cané un prolífico autor y también tradujo “Enrique IV” de ‘Shakespeare, precediéndolo de un extenso estudio y es en esa obra, donde trasuntan las mayores virtudes de la generación a que perteneció, como también sus debilidades y limitaciones genéricas: el diletantismo, el cosmopolitismo, la pasión por la cultura intelectual, la distinción espiritual, el galicismo mental y expresivo, la ilimitada curiosidad literaria.

Espíritu liberal, según la concepción romántica del siglo xix, adepto a la filosofía positivista, aunque mostróse acérrimo anticlerical en las horas de lucha que dividieron a los argentinos en torno a las leyes de educación pública, registro y matrimonio civiles, bajo la presidencia de Roca y Juárez Celman.

En materia de creencias religiosas, Cané optó comúnmente por la posición agnóstica y excéptica. Sus escritos lo muestran un observador de las costumbres y discriminador de las ideas de amplia lectura de libros particularmente franceses, pero extendida con amor a muchos escritores británicos e italianos.

Lo definen los títulos de algunas recopilaciones de sus artículos: «Charlas literarias», expresión del “causeur” de pluma ágil que siempre fue; «Notas e impresiones», brillantes crónicas periodísticas, digresivas, líricas, satíricas, conmovidas, ora burlonas ora serias; “Prosa ligera”, que dio ocasión a un comentario de Paul Groussac: “al fin Cané ha encontrado el título que más le convenía”.

Sabía narrar con vivacidad e ingenio y lo asistía, en la pintura de tipos cómicos, una rica vena humorística derivada, en cierta forma de Dickens. Estas cualidades se hacen evidentes en sus dos libros más orgánicos, “Juvenilia” y “En viaje”.

Juvenilia” ha alcanzado en la Argentina una difusión extraordinaria, siendo obligado éxito de lectura escolar, pese a los vocablos y giros galicados no infrecuentes en la prosa de Cané.

Con los años, a medida que él se acercó con mayor simpatía a las letras españolas, depuró su estilo. Las travesuras juveniles que forman casi toda la materia de este libro, están narradas con espontáneo gracejo porteño.

En las crónicas de «En viaje», la diversidad de las facultades del escritor encontraron su expresión más completa: narrador ingenioso y divertido, pintor diestro del paisaje, los hombres y las costumbres; sociólogo empírico, sin pedantería, crítico inteligente y cortés. Se le consideró frívolo, fundándose en apariencias antes que en la sustancia de su espíritu.

Era hombre de fuertes pasiones y sentía calurosa simpatía por el bien y la belleza. Le indignaba lo malo, torpe o vulgar. En el fondo era un moralista. Estaba dotado de la facultad de comprender, amar y admirar. Tampoco puede decírsele un escéptico fundamental; sólo que la ponderación de su juicio le alejaba de todo extremo filosófico.

Había adoptado la filosofía amplia y serena, indulgente, que en Francia encontró, en su tiempo, la más alta expresión en los libros de Renán; pero en la mayoría de sus escritos y sus discursos se advierte una insistente intención social, la preocupación por la suerte del hombre en la democracia.

Creyó en el hombre y en la razón y, salvo en ciertas horas de desfallecimiento, en el progreso. Fue patriota, pero aborreció el patrioterismo, así como, por “contrario census”, las formas ridículas o exageradamente frívolas del cosmopolitismo, degenerado en snobismo en ciertos ambientes argentinos de su tiempo.

Ni siquiera falta en los escritos de la edad madura la nota pesimista sobre la suerte de la humanidad, que el político, al acercarse a la ancianidad, temió ver soterradas bajo el aluvión inmigratorio y amenazada por las nuevas doctrinas sociales. Las más nobles iniciativas de la inteligencia lo contaron entre sus promotores y defensores, pues tenía fe idealista en el valor de la cultura en las sociedades humanas.

Se contó así entre los fundadores de la Facultad de Filosofía y Letras, cuyo decanato ejerció entre 1900 y 1904, estimulando los estudios humanísticos y la investigación científica. Valoración. Crítico, ensayista, narrador, “chroniquer”, la obra fragmentaria de Cané aparece reunida sólo en parte, en varios libros, el primero “Ensayos” (1877) el póstumo “Discursos y Conferencias”, todos los cuales han sido, reeditados y ampliamente difundidos después de su muerte por “la cultura argentina”.

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