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ÁLVAREZ DE ARENALES, JUAN ANTONIO (1770-1831)
El Brigadier General argentino, JUAN ANTONIO ÁLVAREZ DE ARENALES, un héroe militar de la guerra de la Independencia argentina, también fue Mariscal de campo de Chile y Gran Mariscal del Perú.
Nació en la Villa de Reynosa, Castilla la Vieja, España el 13 de junio de 1770 y fue una figura consular y prominente en el fenómeno político que la Historia considera como el más grande del siglo XIX.
Fueron sus padres don Francisco Álvarez y doña María González, de antiguo linaje y procedentes de Asturias y tenía nueve años cuando perdió a su progenitor y entonces se hízo cargo de su educación un pariente eclesiástico, Remigio Navamuel, dignatario de la iglesia de Santiago de Galicia.
Desde niño demostró marcada vocación por la carrera militar y a los 13 años de edad, y a pesar de haber sido educado por sus parientes y tutor para ser sacerdote, eligió la carrera militar e ingresó como cadete en el Regimiento de Burgos, en España.
Hacia el año 1794, el entonces virrey del Río de la Plata NICOLÁS DE ARREDONDO, dispuso su traslado a la Banda Oriental, donde tuvo activa participación en la campaña emprendida contra la ocupación portuguesa. En 1808 se trasladó a Buenos Aires y ya radicado aquí, el virrey NICOLÁS DE ARREDONDO, le otorgó el despacho de teniente de las milicias de Buenos Aires, donde perfeccionó sus conocimientos castrenses.
Tras haber completado sus estudios militares, en 1809 fue destinado a la zona de Chuquisaca (hoy Bolivia). En calidad de jefe y juez subdelegado pasó luego al partido de Arque, provincia de Cochabamba.
En el desempeño de ese cargo, ARENALES desarrolló por su espíritu de justicia, sobre todo a favor de la población indígena que era objeto de una denigrante explotación, una efectiva administración que lo erigió en adalid de los indios, contra la opresión y desconsideración del gobierno. Igual acción desplegó después en las subdelegaciones de Cinti y Yamparáez y en virtud del cargo que ejercía, en 1809, ARENALES se halló en el teatro de la revolución que estalló en Chuquisaca el 25 de mayo de 1809 (ver Rebeliones de Chuquisaca y La Paz).
A pesar de haber nacido español, sin dudarlo, se unió a los patriotas en el movimiento revolucionario. Derrotada la rebelión por las tropas realistas de NIETO y GOYENECHE, que ahogaron con sangre ese heroico levantamiento, ARENALES se salvó de la ejecución en mérito a sus destacados antecedentes pero fue enviado como prisionero a los calabozos del Callao (“las terribles casamatas del Callao”).
En noviembre de 1809 logró fugarse y se embarcó en el puerto de Quilca con rumbo al sur del continente. En agosto de 1811, tras sufrir las vicisitudes de un naufragio, llegó hasta los Andes, emprendiendo el camino a pie hasta llegar Salta, donde había formado su hogar con una ilustre dama americana, doña Serafina Hoyos.
En 1812 era regidor y alcalde de primer voto del Cabildo salteño, cuando se produjo la invasión realista del general Tristán. Producida luego la retirada de Belgrano, el combate de Las Piedras y la batalla de Tucumán, la ciudad de Salta se pronunció nuevamente en favor de la libertad, reacción instigada, en primer lugar, por los prisioneros de Las Piedras, que en número de ochenta se hallaban allí confinados y a cuyo frente se puso ARENALES, que hacía así, por segunda vez, su aparición en la escena revolucionaria, asumiendo luego el cargo de gobernador provisional de la provincia de Salta.
Desde entonces su nombre figuró en los hechos más resonantes de la guerra de la Independencia. Al año siguiente entró a formar parte del ejército patriota al mando del general MANUEL BELGRANO y el 20 de febrero de 1813, estuvo con las fuerzas patriotas que triunfaron en la batalla de Salta.
En 1813, se dirigió a la Asamblea Constituyente reunida ese año, solicitándole se le emitiera un documento designándolo ciudadano de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El 6 de julio de 1813, se le concedió la ciudadanía argentina, mediante un decreto que refrendó el Director Supremo, GERVASIO ANTONIO DE POSADAS, “por el aprecio que merecía tan virtuoso europeo, que se había decidido inequívocamente por la libertad y felicidad de la América”.
Fue nombrado Gobernador Intendente de Cochabamba y en diciembre de 1813, al encontrarse aislado por las derrotas patriotas de Vilcapugio y Ayohuma, organizó la guerra de guerrillas tan exitosamente, que JOAQUÍN DE LA PEZUELA se vio forzado a abandonar las provincias norteñas argentinas para proteger la retaguardia realista.
En esa histórica campaña, en los campos de La Florida, el 25 de mayo de 1814, ARENALES, al frente de 300 hombres, lanzó un ataque contra 900 realistas que combatían al mando del coronel BLANCO, logrando una absoluta victoria sobre los realistas, lo que le permitió recuperar la ciudad de Chuquisaca (años más tarde, en 1821, el gobierno de las Provincias Unidas, queriendo perpetuar el recuerdo de ese glorioso hecho de armas, resolvió dar su nombre a una calle de esta capital (de ahí la denominación de la actual calle Florida).
En esa memorable acción, estuvo a punto de perder la vida, cuando un grupo realista que lo había sorprendido y rodeado en momentos en que se consideraba terminada la lucha, se defendió bravamente, logrando ponerlos en fuga, luego de recibir 14 heridas.
Por decreto del Director POSADAS, el 9 de noviembre del mismo año, el valeroso jefe y su tropa recibieron premios y honores especiales.
El triunfo de La Florida tuvo gran importancia en la guerra de la independencia, al asegurar la libertad de Santa Cruz y determinar la evacuación inmediata de las provincias del norte por el ejército de PEZUELA.
A mediados de 1814, con las tropas que pudo reunir, se unió a las fuerzas de JOSÉ RONDEAU en su tercer intento por incorporar el Alto Perú (Bolivia) a la Revolución de Mayo y logra significativos triunfos en Postrer Valle y Samaypata.
Después de la derrota de Sipe Sipe, encabezó la retirada hacia Tucumán, donde permaneció hasta que estalló la guerra civil. Ya con el grado de general, a fines de 1814, cruzó los Andes hacia Chile donde SAN MARTÍN estaba preparando su expedición libertadora al Perú.
El 26 de julio de 1815, el Gobierno de Buenos Aires creó el Regimiento 12 de infantería y nombró al general Juan Antonio Álvarez de Arenales para comandarlo, quien, de inmediato se dirigió hacia Perú, llamado por el general SAN MARTÍN.
ARENALES, a poco de desembarcar en Pisco, fue bienvenido por SAN MARTÍN quien lo puso al frente de una División y le encargó el comando de una expedición al interior del Perú, a la región de las sierras, para obtener el control sobre esa área antes que los realistas pudieran utilizarlas como base de operaciones.
El 6 de diciembre de 1820 derrotó al general O’REILLY en la batalla del Cerro de Pasco y luego triunfó en Nazca. Al año siguiente dirigió una nueva expedición a las Sierras y efectuó una exploración a las costas del río Bermejo “buscando la posibilidad de su navegación”.
Su decisiva participación en la empresa libertadora del Perú, como jefe de la División de la Sierra, es testimonio para asignarle gravitación de primer orden en esta prolongada epopeya redentora. El general SAN MARTÍN siempre lo distinguió como a su ‘compañero” y no escatimó ocasión de manifestar que era “acreedor a toda consideración”.
En abril de 1821, después de ser declarada la Independencia del Perú, Arenales ejerció el mando civil y militar de Trujillo y se convirtió en Gobernador de las provincias norteñas de ese país, con responsabilidad sobre la instrucción de las tropas y la preparación de la Expedición Libertadora del Ecuador.
De acuerdo con el general Sucre, gobernador de Guayaquil, envió a Lima grandes refuerzos organizados según el plan concebido por ambos, y luego efectuó, al mando del ejército del centro, una importante expedición a los puertos intermedios y a la Sierra.
La anarquía existente a la sazón en el Perú y que él, nombrado gran mariscal de esa nación, en vano pretendió neutralizar, lo decidió a alejarse a Chile, donde fue recibido con grandes honores y designado mariscal de campo.
En 1822, tras la partida de SAN MARTÍN del Perú, ARENALES solicitó su retiro y el gobierno peruano, antes de su partida, lo gratificó con el rango de Gran Mariscal. En 1823, después de quince años de meritorio servicio, volvió a Salta y allí, nuevamente fue nombrado Gobernador de la provincia.
Su administración se caracterizó por el orden y la justicia, procurando establecer un gobierno liberal como el de Rivadavia en Buenos Aires. Una grave enfermedad le había impedido inscribir su nombre entre los vencedores de Junín y Ayacucho; pero volvió nuevamente a tomar las armas para combatir al general realista OLAÑETA, a quien venció el 1º de abril de 1825 en la Batalla de Tumusla (cerca de Potosí), terminando así definitivamente con los intentos realistas de retomar el control de las provincias del norte.
En 1825, cuando sobrevino la guerra contra el imperio del Brasil, el general ARENALES, como Gobernador de Salta, se entregó a la organización del contingente de esa provincia y pudo enviar así a la Banda Oriental 500 veteranos bien armados y pertrechados.
El 9 de febrero de 1827, una revuelta encabezada por JOSÉ GORRITI lo depuso como Gobernador de Salta y Arenales se trasladó a Bolivia y vivió en la tranquilidad de su hogar, hasta que el 4 de diciembre de 1831, al pasar por Moraya, pueblecillo situado a doce leguas de La Quiaca (Bolivia), mientras se dirigía a visitar a unos parientes, se sintió muy enfermo y murió en brazos de sus hijos, que le acompañaban.
Al escribir esta nota biográfica, tenemos a la vista una copia auténtica de su partida de defunción, en que se establece que el entierro de los restos del general Arenales se efectuó al día siguiente “en el cementerio de San Antonio de Moraya, anexo del beneficio de San Juan Bautista”.
De la descollante personalidad del general JUAN ANTONIO ÁLVAREZ DE ARENALES se han ocupado elogiosamente nuestros más calificados historiadores, en especial el general MITRE, el doctor LÓPEZ y el doctor BERNARDO FRÍAS, quien en su “Historia del General Güemes y de la Provincia de Salta”, consigna conceptos como estos:
“Era este general uno de los hombres de valor más heroico, de corazón más recto y puro, y de talento más sólido y despierto de entre todos los que aparecieron durante la guerra de la independencia. Su constancia y actividad eran inquebrantables; y estas virtudes, socorridas de una inteligencia vivaz y poderosa, le proporcionaron armamentos y ejércitos creados, provistos, organizados y sostenidos por sus singulares esfuerzos, solo y abandonado como se vio».
«La pureza de su administración y sus claras virtudes, que llegaron a hacerse famosas, le despertaron a su favor el afecto entusiasta de los pueblos que tenían la dicha de contarlo como su jefe, y aun hasta el reconocimiento y respeto de sus enemigos, que habían de llegar a confiar en su delicadeza y caballerosidad; lo más caro de su corazón»
«Dos cosas principalmente llenaban su espíritu de ardiente entusiasmo: la patria y la justicia; de donde resultó ser el partidario más respetuoso del orden y de la ley. Astuto como Aníbal, tenía de este célebre capitán la forma de su cabeza, que era grande y como cuadrada; y, a más de la astucia, la tenacidad en el propósito. Tal era su amor a la verdad, que no mentía ni en chanza; y podía gloriarse de no haber hecho jamás una injusticia».
«Amaba más el deber que la gloria; era considerado y mostró ser hombre firme, y aun de ruda integridad; siendo tanta la austeridad de sus costumbres y su limpieza en el manejo de los negocios a su cargo, que fiscalizaba personalmente la administración de los intereses públicos y los defendía con más celo y empeño que a los suyos propios».
«Vestía siempre de militar, hasta el punto que la muerte lo sorprendió con uniforme. Y al frente de aquellos generales del rey, llenos de condecoraciones y de lujos, seguidos de una corte de servidores, Arenales ensillaba y desensillaba con sus propias manos su mula, y herraba sus cabalgaduras».
«En campaña no tenía más que un solo ordenanza, su caballo de batalla, su mula de marcha y su equipaje en dos petacas. Durante las marchas llevaba en sus propias alforjas su alimento, que consistía en queso, pan, carne cocida y maíz tostado. Su servicio de mesa no pasaba de una servilleta, un cubierto y un jarro de plata».
En 1924, su bisnieto, don JOSÉ EVARISTO URIBURU, publicó en Londres la “Historia del general Arenales”, en la que inserta la foja de servicios militares y administrativos que prestó el benemérito prócer.
En 1948, el Coronel ARMANDO HORACIO CÁCERES se ocupó del prócer, publicando la obra “El General Arenales y la Campaña de las Sierras”, un admirable análisis de la personalidad de Arenales y de su genio militar como estratega (Biblioteca del Círculo Militar, Buenos Aires).
En el centenario de su muerte, algunos diarios le dedicaron conceptuosos artículos, entre ellos La Nación, que publicó una extensa nota biográfica y su retrato. En el mes de octubre del año 1918 se inauguró su estatua en la ciudad de Salta; ese acto constituyó un gran homenaje póstumo. Su decisiva participación en la empresa libertadora del Perú, como jefe de la División de la Sierra, vencedor en La Florida y Pasco, son méritos suficientes para asignarle una gravitación de primer orden en esta inolvidable epopeya.
El general SAN MARTÍN siempre lo distinguió como a su ‘compañero” y no escatimó ocasión de manifestar que era “acreedor a toda consideración”.