EL COMERCIO EXTERIOR ARGENTINO. SUS COMIENZOS (1588)

Mientras el territorio rioplatense pertenecía al virreinato del Perú, (cosa que recién dejó de ser así en 1776 cuando se creó el virreinato del Río de la Plata), esta colonia española no podía comerciar sino con España: los demás países quedaban excluidos para el intercambio comercial y las colonias no estaban autorizadas a comerciar entre sí.

España era, pues, el único vendedor y el único comprador, un sistema de comercio que recibe el nombre de monopolio, es decir, comercio con uno solo, un sistema muy desventajoso para las colonias, pues sólo a España podían venderles sus productos y sólo de España podían recibir los artículos europeos, faltando así la competencia comercial que tanto influye en los precios.

Y si bien el rey FERNANDO II DE ARAGÓN, en 1503, cuando firmó la real orden que así lo disponía, argumentaba que lo hacía con el fin de impedir la introducción del comercio ingles en sus colonias, la verdad era que mediante el monopolio, se pretendía mantener cautivo este mercado para la colocación de sus mercaderías y lo que era más importante para la corona (cuyas arcas estaban exhaustas), se garantizaba la exclusividad que necesitaba España para recibir los tesoros (oro y plata) que existían en América.

A partir del comienzo del siglo XVI, la captación de la riqueza del nuevo mundo para la metrópoli, se realizaba en forma directa e indirecta: por medio de la explotación de sus riquezas naturales a cargo de funcionarios de la corona o empresas privadas con control y participación estatal, o por medio de impuestos y contribuciones.

Este férreo sistema de comercio monopólico, dejó completamente marginado al puerto de Buenos Aires y a partir de entonces, el comercio se realizaba a través del Perú, recorriendo largos caminos por mar y por tierra, circunstancia que producía un nuevo aumento en los precios de compra y de venta, que eran recargados con los gastos de flete.

Pocos barcos o ninguno llegaban a Buenos Aires, directamente desde España. Dos veces al año, las flotas españolas salían de los puertos de Sevilla o Cádiz en la Península y se dirigían hacia el Caribe, en América Central, siempre escoltadas por barcos guerra, para defenderlas de los piratas.

Generalmente los barcos llegaban a la isla de Haití, donde la carga se separaba en dos grupos: el primer grupo iba al puerto de Veracruz, en México, y el segundo a Portobello. Las mercaderías llegadas a Portobello, eran llevadas por tierra a través del istmo de Panamá y embarcadas otra vez en un puerto del Pacífico o, con destino a los puertos del Callao, en el Perú (Perú) o a Valparaíso, en Chile.

La producción colonial (Siglo XVI)
Ningún punto del territorio argentino fue, hasta mediados del siglo XVIII, testigo de una actividad productiva fuertemente vinculada al comercio exterior. Esto determinó el escaso flujo de mano de obra y capitales hacia estas provincias y el carácter eminentemente cerrado que tuvieron las economías regionales durante todo el período colonial, con un consecuente bajo ritmo de desarrollo.

Enorme era la diferencia con Potosí que, en el siglo XVII con unos 160.00 habitantes era una de las ciudades más grandes del mundo bajo el motor de la explotación minera. Semejante cantidad de población implicaba una demanda de alimentos, tejidos y animales de carga, que solo se podía satisfacer desde el Río de la Plata, únicas actividades que por eso, tuvieron algún desarrollo en el territorio argentino.

Descontando entonces, esa producción primaria y artesanal, unos pocos bienes de consumo, algunas otras actividades conexas que tuvieron también un desarrollo significativo como lo fueron el transporte de ultramar y el tráfico de esclavos y sin tener en cuenta los intentos realizados a comienzos del siglo XVI, veremos que a partir del siglo XVII, las actividades de la economía colonial más exitosas, serán aquéllas estrechamente ligadas al comercio exterior.

La minería, los cultivos tropicales, las pesquerías, la caza y la explotación forestal, dedicadas fundamentalmente a la exportación, fueron las actividades expansivas que atrajeron capital y mano de obra, aunque existían rémoras que encarecían los costos, como lo eran las distancias que separaban los centros de producción del puerto de Buenos Aires, la precariedad de los medios de transporte disponibles y la acción de piratas, en permanente acecho.

Las regiones que más se desarrollaron fueron precisamente aquellas en que se asentaron las actividades exportadoras, mientras que las que se dedicaron a satisfacer el consumo interno o su propia subsistencia, tuvieron poca importancia dentro de la economía de la época. Fue por eso, que el noroeste argentino se constituyó durante toda la época colonial, en la región de mayor importancia económico-comercial, debido, fundamentalmente, a su cercanía a un centro exportador dinámico: Potosí.

Vaya como ejemplo de lo dicho, la producción de mulas en Córdoba destinadas a las minas de Potosí y la producción de paños en Tucumán con el mismo destino, fueron dos las pocas actividades exportadoras desarrolladas en nuestro territorio entre el siglo XVI y la primera mitad del siglo XVIII, que gozaron de alguna prosperidad.

La primera importación (02/09/1588)
Parte desde Brasil el primer barco con mercaderías para Buenos Aires, lo que constituye la primera importación que se registra en el Río de la Plata y el comienzo de las actividades vinculadas con el “Comercio Exterior” en la República Argentina.

Este tráfico comercial se interrumpe entre 1591 y 1595 por acción de los corsarios y también por gestiones del gobierno de Lima, que veía amenazados sus intereses comerciales con esta nueva vía creada, para satisfacer las necesidades de una población cada vez más numerosa en los territorios rioplatenses.

Primeras exportaciones (1602)
En 1602 se autoriza la primera exportación desde Buenos Aires. Autorizados por medio de una cédula real, se autoriza la exportación de carne seca a los puertos del Brasil, Guinea y “otras islas circunvecinas” y en virtud de ella, en 1603 partió desde el puerto de Buenos Aires la primera exportación de carnes hacia Brasil, Guinea y puertos aledaños. El producto era cecina y el volumen de exportación reducido (ver Primera Exportación de carne seca desde Buenos Aires) y en 1633, sale con destino a Perú, la primera exportación de ganado en pie (ver Primera exportación XXXXX).

Pero estas primeras operaciones y las que le siguieron durante hasta el siglo XVIII, no tuvieron demasiada significación ni estimularon la actividad, debido a las estrictas normas que en 1503, la corona española había impuesto a las colonias de Hispanoamérica, mediante la promulgación del “Reglamento de Libre Comercio”.

El primer inconveniente. Una balanza negativa en la actividad
Durante aproximadamente dos siglos y especialmente a partir de la declaración de su Independencia de España en 1810, el comercio exterior argentino ha consistido en el intercambio del producto rural del país basado en la ganadería y en la agricultura, por artículos manufacturados o bien por productos minerales o alimenticios de los cuales no se disponía fácilmente, una realidad que ha afectado gravemente nuestra economía, considerando que siempre han sido las importaciones, mucho mayores de las exportaciones y éstas sin el beneficio del valor agregado.

“Entre 1640 y 1655., las importaciones superaron largamente a las exportaciones, reflejando la salida del oro y de la plata. Las exportaciones variaron entre 25.000 y 40.000 pesos plata, los ingresos fiscales entre 20.000 y 200.000 pesos plata para la década. Todo ello brinda una idea aproximada de la pobreza de la colonia” («El comercio argentino antaño y hogaño», Francisco Latzina, Buenos Aires, 1909)

“El estudio de las crisis económicas argentinas reviste gran interés para economistas e historiadores por el impacto que producen en los ingresos de la población y en el nivel del empleo, provocando miseria, quiebra de empresas y pérdida de fortunas” (Pablo A. Chami, en “Las crisis económicas argentinas y el factor externo, 1870-1930”).

La economía argentina se nutría entonces en lo que producía para la exportación, proporcionando la ganadería y la agricultura, entre el 70 y el 95% de los ingresos generados por esta actividad. Los principales productos que se exportaban eran cereales, carne (tasajo, luego ganado en pie y más tarde refrigerada), lana (a partir de 1830), pieles, cueros, grasa animal, aceite de linaza y algunos pocos más y los países adonde se enviaban estos productos eran: Gran Bretaña, Estados Unidos, Brasil, Gibraltar y España, Francia, Europa, Habana (Cuba), China, Chile y Perú.

Reglamento de Libre Comercio (12/10/1778)
Recién en 1778, el rey FERNANDO II DE ARAGÓN, declaró libre el comercio entre los puertos de América y los de España, aunque estableciendo que «el monopolio comercial continuará, y las embarcaciones procedentes de América no podrán atracar en otro puerto que no sea español», declaró un vocero real.

Fue éste, el tercer paso para la liberalización del comercio entre América y España. En 1765 se había dado el primer paso, abriendo los puertos del Caribe al comercio directo con España y el segundo, en 1774, permitiendo el libre comercio entre puertos americanos.

En realidad, el “Reglamento de Libre Comercio”, cuyo verdadero nombre era “Reglamento y Aranceles Reales para el Comercio Libre de España a Indias”, no era para nada “libre”, ya que habilitaba nuevos puertos de llegada y salida, autorizaba solamente el comercio entre España y sus colonias en América.

Constaba de 55 artículos y autorizaba para comerciar a trece nuevos puertos de España (Santander, Gijón, La Coruña, Sevilla, Cádiz, Málaga, Cartagena, Alicante, Barcelona, Almería, Los Alfaques, Palma de Mallorca y Santa Cruz de Tenerife) y veintidos de América (La Habana, Cartagena, Montevideo, Buenos Aires, Valparaíso, Concepción, Arica, Callao, Guayaquíl, Puerto Rico, Santo Domingo, Montecristo, Santiago de Cuba, Trinidad, Margarita, Campeche, Santo Tomás de Castilla, Omoa, Santa Marta, Río de la Hacha, Portobelo y Chagres).

Establecía también que los dueños de los barcos y los dos tercios de la tripulación, debían ser españoles, disminuía las contribuciones en general y las suprimía en casos especiales y rebajaba además los derechos para el comercio de azúcar, tejidos, metales y otras manufacturas, para fomentar el tráfico entre las colonias hispanoamericanas.

Este Reglamento dio un notable impulso al comercio entre América y la metrópoli y trajo grandes beneficios a las colonias de Hispanoamérica, pues aunque España siguió detentando el monopolio comercial, el comercio con estas colonias facilitó el rápido desarrollo y afianzamiento de las ciudades de América al estar éstas, más y mejor abastecidas.

La realidad no fue muy halagûeña
En 1778, al sancionarse la Ley de Libre Comercio en el virreinato del Río de la Plata, la importación trajo la pobreza de las provincias. El alentador desarrollo de las industrias manufactureras propias que durante el virreinato, les había permitido alcanzar cierto nivel de prosperidad, fue violentamente afectado con la apertura del Puerto de Buenos Aires al libre comercio, pues sus manufacturas no pudieron resistir a la competencia de precios con las similares extranjeras.

Entre 1778 y 1796, la nueva política provocó un inmediato y duradero ascenso de las importaciones americanas. Entre 1779 y 1782, este comercio aumentó un 50 % y entre 1782 y 1787, la progresión alcanzó una media anual del 389%, con picos que alcanzaron hasta el 600 %

Pero los vinos de las provincias de Cuyo, ya no llegaban a los mercados del litoral, donde se consumían los vinos extranjeros a precios más reducidos. Abruptamente desaparecieron las industrias del arroz en Tucumán, por influjo de la competencia con el Brasil, y la azucarera de Jujuy y las manufacturas de tejidos de Córdoba, Catamarca y Corrientes, fueron fácilmente desalojadas por los géneros ingleses. En cambio, Buenos Aires y el litoral asistieron al proceso de valorización de los frutos ganaderos.

La Representación de los hacendados
El 30 de setiembre de 1809, el doctor MARIANO MORENO en representación de un grupo de comerciantes ingleses, presenta un petitorio conocido como la “Representación de los hacendados” donde define acertadamente la situación económica imperante en el Río de la Plata,  expone una dura crítica al sistema monopólico español y promueve proporcionar ingresos al erario por medio de un franco y legal comercio con la nación inglesa como medio para evitar el contrabando (ver La Representación de los Hacendados).

Libre Comercio 1809
El 6 de noviembre de 1809 y después de recibir el voto favorable del Consulado y el Cabildo, el virrey BALTASAR HIDALGO DE CISNEROS dicta el decreto que abre el puerto de Buenos Aires al comercio con el extranjero, sin exclusión de bandera alguna.

El sistema de monopolio comercial, férreamente impuesto a sus colonias en América, agravado por la mala comunicación que se tenía con la Metrópoli, no le produjo a España los beneficios y ventajas que presumía cuando lo aplicó.

Al contrario, comenzando ya el siglo XIX, las finanzas del virreinato pasaban por su peor momento ya que el monopolio había provocado una lenta pero inexorable agonía de la actividad comercial legal, dominada por una avasallante actividad del contrabando, propiciada por grandes potencias extranjeras, especialmente Gran Bretaña y Francia, que vieron entonces, enriquecer sus arcas, a costa de la intransigencia española.

Desde 1804, el tráfico comercial del Virreinato con España se encontraba prácticamente paralizado, como consecuencia del estado de guerra existente en Europa. Los británicos, valiéndose de su dominio absoluto de los mares, aprovecharon esa circunstancia y a través del contrabando, se adueñaron progresivamente del comercio exterior rioplatense.

En 1809 el tráfico clandestino realizado por los ingleses ya alcanzaba un valor de más de 2.000.000 de libras esterlinas anuales. Llegadas las cosas a tales extremos, la corona española se vio obligada a dar marcha atrás en sus ideas monopólicas y diversos factores y presiones, ejercidas fundamentalmente por los hacendados y comerciantes locales, le impusieron la apertura del comercio libre para sus colonias.

En 1812, el gobierno declaró libre de derechos, la exportación de carnes, por virtud de cuya medida adquirió vuelo el negocio de saladeros. Ocurrió entonces que lo más importante del novillo empezó a ser la carne y hubo que discutir si la seguirían comiendo gratis los gauchos del litoral o si debía ser vendida en provecho de los hacendados, a los propietarios de esclavos del Brasil, África y Antillas.

El sistema de cazar vacas sin otro cargo que el de “entregar los cueros al propietario de la estancia”, iba a ser substituido por el de trabajar algunos meses en el saladero y comprar con el jornal la carne que se pudiese, al precio marcado por los consumidores del extranjero.

La salazón de carnes era empresa de capitalistas y no se pensó reconocer a los gauchos como socios. Con los años, se hizo evidente el alza inusitada en los precios de la carne, al punto de que Pueyrredón, durante la administración del Directorio, declaró el cierre de los saladeros.

Exportar es bueno o es malo?
A principios de 1813, esa era la gran pregunta en la Provincias Unidas del Río de la Plata, dos años después de su Independencia. La política económica del Primer Triunvirato había oscilado entre proteger los intereses locales lesionados por el libre comercio y estimular el tráfico exterior a fin de conservar las rentas aduaneras.

La protesta de comerciantes y productores locales ante ciertos aspectos de la política comercial anglo- platense puesta en práctica hasta ese momento, pareció encontrar eco en el seno de la Asamblea del Año XII.

Se consideró entonces una rectificación de rumbos y luego de amplios debates “se repuso a la fuerza” la disposición de Cisneros de 1809 que exigía que las transacciones comerciales se realicen a través de consignatarios nativos y se aceptó una moción del diputado TOMÁS para que se reservase a los nacionales la navegación de cabotaje y que se prohíba a los extranjeros la introducción de mercancías perjudiciales a nuestra manufactura.

La nueva Ley, entró en vigencia el 3 de marzo de 1813 (recordemos que esta medida había sido derogada en setiembre de 1812 por el primer Triunvirato). Fue aprobada con entusiasmo por comerciantes locales que consideraron que esa medida era “una razonable respuesta a los afanes excesivamente liberales de algunas corrientes de opinión de esta plaza”.

Fue también considerado como muy positivo, el hecho de que por primera vez se exponía públicamente lo inadecuado de aplicar principios económicos que estaban en contradicción con la realidad local.

En junio de ese año, se debatió también, la necesidad de contemplar de alguna manera la exportación legal de los beneficios aportados por el comercio y JUAN LARREA, manifestando su aprobación al proyecto, escribió un informe proponiendo una escala de aranceles a la exportación de oro y plata, imprescindible para equilibrar la balanza de Pagos.

Nuestro Comercio Exterior en la mira de Gran Bretaña
El 10 de octubre de 1823, al designar a WOODBINE PARISH cónsul británico en Buenos Aires, el primer minis­tro inglés GEORGE CANNING le ordenó enviar desde esta ciudad un informe completo sobre la situación económica del Río de la Plata. Cumpliendo con esa directiva, PARISH elevó, el 30 de julio de 1824, una extensa Memoria que fue preparada y redactada por una comisión de comerciantes británicos radicados en Buenos Aires. Transcribimos algunos de los principales párrafos de ese documento donde se detalla el comercio de importación rioplatense en esa época,

«El monto de las importaciones fue aquí muy fluctuante, desde la apertura del comercio hasta fines de 1816. En este año y en el siguiente, las importaciones fueron menos considerables que en los primeros años de la Independencia. Considerando las estadísticas presentadas al Parlamento británico, se deduce que las exportaciones de productos y manufacturas de Gran Bretaña a Buenos Aires fueron: en 1817, 311.657 libras; en 1818, 548.689 libras y en 7819, 730.808 libras”.

En 1820 las importaciones declinaron aún más. en parte por haber sido excesivas el año precedente, ya que habían sobrepasado largamente las necesidades básicas del, país, pero principalmente porque se interrumpieron las comunicaciones con muchas de las más ricas provincias del antiguo virreinato y ello provocó que el comercio de Buenos Aires quedara reducido ese año a una limitada extensión de territorio, dentro del cual ha quedado confinado desde entonces.

Desde 1820 se han interrumpido totalmente las comunicaciones con el Alto Perú; la Provincia del Paraguay se ha opuesto tenazmente a todo intercambio con Buenos Aires; Entre Ríos y la Banda Oriental se han abastecido en parte a través de Montevideo y los disensos internos que han conmovido continuamente a las provincias de Salta, Tucumán, Santiago del Estero y Córdoba han hecho que nuestro comercio con esas regiones se desarrollara precariamente.

La totalidad de las importaciones en 1822, estimadas por los valores -que le fueron asignados por la Aduana, lo que puede representar un 20 % menos que su valor de venta en el mercado, sumaban un monto de pesos fuertes 11.267.622. de los cuales fueron importados de Gran Bretaña, Estados Unidos, Brasil, Gibraltar y España, Francia, Europa, China, Cuba, Chile y Perú.

Los principales artículos de importación de Gran Bretaña fueron las telas lisas y estampadas, por un valor de dos millones de dólares y son aquí de una necesidad esencial. La población del país depende enteramente de las manufacturas británicas en general y debemos, por lo tanto, calcular que nuestro comercio mantendrá su presente supremacía sobre los de todos los demás. Inglaterra es el gran mercado para los productos de Buenos Aires, y, puesto que las importaciones británicas consisten en su totalidad en artículos esenciales que son consumidos en todo el país y por todas las clases, nuestro comercio no experimentará probablemente las fluc­tuaciones que sufren los artículos de lujo o los que pueden ser producidos en el país.»

Carta de Lord Strangford al canciller inglés George Canning desde Río de Janeiro. “Es en verdad, que el virrey, general Cisneros ha declarado y ha recibido órdenes rotundas de su gobierno de reforzar las leyes coloniales de España, sobre monopolio comercial, pero no hay ninguna razón para creer que Liniers se hubiera aventurado a suspenderlas o derogarlas. La declaración de Cisneros es la que todo virrey español hace al ascender a su cargo, pero en conformidad a la cual, muy pocos están predispuestos a actuar” (“Mayo Documental”. Documento Nº 1138)

Carta de Alexander Mackinnon al ministro inglés Gorge Canning (29/09/1809. Aprovecho la partida del Bergantín de Su Majestad, «Cheerly», rumbo a Río de Janeiro e Inglaterra para trasmitir a Vuestra Excelencia, una copia del decreto aún «in limine», para abrir el comercio entre este río y nuestro país”.

“Los viejos comerciantes españoles han hecho una colecta de alrededor de un millón de dólares, como préstamo para inducir al gobierno a mantener los puertos cerrados; esa suma, sin embargo, se ha de acabar pronto como el contenido limitado de un estanque, en cambio el comercio tiene una constante reserva de recursos, como un río que corre, e irriga y rinde beneficios mientras se mantiene en movimiento”.

“Le he hecho notar esto al Virrey, al igual que los motivos interesados que impulsan a los viejos españoles a oponerse a toda cosa que pudiera impedirles el contrabando. El Virrey está advertido además, de que los criollos requieren un trato delicado o en este momento, cuando insurrecciones serias siguen ganando terreno en el interior, en La Paz, Chuquisaca y Cochabamba (“Mayo documental”, Documento Nº1180, página 51).

Finalmente
Luego de la reunificación política de la República en 1862 y del exitoso establecimiento de la agricultura comercial por parte de las colonias de inmigrantes, el comercio exterior argentino se incrementó rápidamente durante las administraciones de Sarmiento, Avellaneda y sus sucesores.

Ya en la década de 1880, los cereales comenzaron a competir con los productos ganaderos en su valor de exportación; la naturaleza de las importaciones había variado en cierta medida: los textiles (algodón, lana, lino y seda), los productos manufacturados, especialmente aquellos de hierro y acero, y los combustibles continuaron constituyendo la mayor parte de la importación, pero Argentina había empezado a moler su propia harina de trigo y estaba bien encaminada para autoabastecerse de azúcar y vinos.

Más tarde, durante el período anterior a la Segunda Guerra Mundial, la exportación argentina proporcionó al mercado internacional el 70% de su linaza, 60% del maíz, 20% del trigo, 40% de su carne refrigerada y congelada y el 12% de lana. A partir de la Segunda Guerra Mundial, la República Argentina ha estado empeñada en una continua revolución industrial, dirigida a satisfacer el mercado interno y a generar una independencia económica nacional, con el comercio exterior más estrechamente controlado por el gobierno y los intereses y exportaciones agropecuarias sufriendo en ciertas oportunidades a causa de intereses económicos diversificados

Fuentes. “Documentos para la Historia Argentina”, Tomo VI, Editado por la Facultad de Filosofía y Letras, Buenos Aires 1915; «El comercio argentino antaño y hogaño», Francisco Latzina, Buenos Aires, 1909; “Buenos Aires. Desde su fundación hasta nuestros días. Siglos XVIII y XIX”. Manuel Bilbao, Ed. Imprenta Alsina, Buenos Aires 1902; “Crónica Argentina”. Ed. Codex, Buenos Aires, 1979; “El fin del antiguo régimen. El reinado de Carlos IV”. Enrique Giménez López, Madrid, 1996; “Los comerciantes porteños durante el monopolio español”. Historia y Biografías; “Comercio y mercados en América Latina Colonial”. Pedro Pérez Herrero, Ed. Mapfre, Madrid, 1992; “Breve Historia de los argentinos”. Félix Luna, Ed. Planeta, Buenos Aires, 1994; “Una historia desconocida sobre los navíos de registro arribados a Buenos Aires en el siglo XVII”. Raúl Molina en Revista Historia, No.16, Ed. Sellares, Buenos Aires, 1959; “Actas y Asientos del extinguido Cabildo y Ayuntamiento de Buenos Aires”. Manuel Ricardo Trelles, Ed. Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1885; “Buenos Aires, historia de cuatro siglos”, José Luis Romero y Luis Alberto Romero, Editorial Abril, Buenos Aires, 1983; Varias páginas de Internet que abordan el tema; Buenos Aires, cuatro siglos”. Ricardo Luis Molinari, Ed. TEA, Buenos Aires, 1983; “Buenos Aires, desde setenta años atrás”. José Antonio Wilde, Ed. Imprenta y Librería de Mayo, Buenos Aires, 1881; “La Historia en mis documentos”. Graciela Meroni, Ed. Huemul, Buenos Aires, 1969; “Historia Argentina”. José María Rosa, Editorial Oriente S.A., Buenos Aires, 198; «Historia Argentina. Cronología», una Monografía de Marina Ivnisky, instalada en PDF.

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