LAS CARRETAS

Lo que sigue, es una descripción de las carretas y su entorno, escrita en 1773 por el cronista CONCOLOCORVO:
“Las dos ruedas son de dos y media varas, puntos más o menos, cuyo centro es de una maza gruesa de dos a tres cuartas. En el centro de ésta, atraviesa un eje de quince cuartas sobre el cual está el lecho o cajón de la carreta.

Este se compone de una viga que se llama “pértigo”, de siete y media varas de largo, a que acompañan otras dos de cuatro y media y éstas, unidas con el “pértigo”, por cuatro varas o varejones que llaman “teleras”, forman en cajón, cuyo ancho es de vara y media».

«Sobre este plan, lleva de cada costado seis estacas clavadas y en cada dos, va un arco, que siendo de madera a especie de mimbre, hacen un techo ovalado. Los costados se cubren de junco tejido, que es más fuerte que la totora que gastan los mendocinos y por encima, para preservar las aguas y lo soles, se cubren cueros de toro cosidos y para que esta carreta camine y sirva, se le pone al extremo de aquella viga de siete y media varas, un yugo de dos y media, en que se uncen los bueyes de atrás, que regularmente llaman “perdigueros”.

«En viajes dilatados, con carga regular de 150 arrobas, siempre la tiran cuatro o deis bueyes, que llaman, a los de adelante “cuarteros”. Estos tienen su tiro desde el “pértigo” por medio de un lazo que llaman “tirador”, el cual es del grosor correspondiente al ministerio doblado en cuatro y de cuero fuerte de toro o de novillo de edad».

«Van igualmente estos bueyes uncidos en un yugo igual al de los pertigueros que va asido por dicho lazo. Estos cuarteros van distantes de los “pertigueros” tres varas, poco más o menos, a correspondencia de la picana, que llaman de cuarta, que regularmente es de caña brava, de extraordinario grosor o de madera que hay al propósito. Se compone de varias piezas y los peones la adornan con plumas de colores.

«Esta picana pende, como en balanza, de una vara que sobresale del techo de la carreta, del largo de vara y media a dos, de modo que, puesta en equilibrio, puedan picar los bueyes cuarteros con una mano, mientras  que con la otra, que llaman “picanilla”, puedan picar a , porque es preciso picar a los cuatro bueyes, casi al mismo tiempo».

«Para cada carreta es indispensable un peón, que va sentado bajo el techo delantero, sobre un petacón en que lleva sus trastes y solo se apea cuando se descompone alguna de las coyundas o para cuartear algún pasaje de ríos y otros malos pasos».

«Además de las ciento cincuenta arrobas, llevan una botija grande de barro con agua y maderos para la compostura de la carreta, que con el peso del peón y sus trastes, llega a las doscientas arrobas. En las carretas no hay hierro alguno ni clavo, porque todo es de madera».

«Casi todos los días dan sebo al eje y bocinas de las ruedas, para que no se gasten las mazas, porque en estas carretas, va firme el eje en el lecho y la rueda sólo es la que da vuelta. Los carretones no tienen más diferencia que ser las cajas todas de madera, a modo de un camarote de navio. Desde el suelo al plan de la carreta, o carretón, hay vara y media y se sube por una escalerilla, y desde el plan al techo hay nueve cuartas. El lecho de la carreta se hace con carrizo o de cuero, que estando bien estirado es más suave».

«A los bueyes sólo Ies fatiga el calor del sol, por lo que regu­larmente paran a las diez del día, y cada picador, después de hecho el rodeo, que es a proporción del número de carretas, desunce sus cuatro bueyes con gran presteza y el huevero los junta con las remudas para que coman, beban v descansen a lo menos hasta las cuatro de la tarde».

«En estas seis horas, poco más o menos, se hace de comer para la gente, contentándose los peones con asar mal, cada uno, un trozo de carne. Matan sus reses si hay necesidad y también dan sebo a las mazas de las ruedas, que todo ejecutan con mucha velocidad».

«Los pasajeros se ponen a la sombra de los elevados árboles unos, y otros a la que hacen las carretas, que por su elevación es dilatada; pero la más segura, permanente y con ventilación, será pareando dos carretas de modo que quepa otra en el medio».

«Se atraviesan sobre las altas toldas dos o tres picanas y sobre ella se extiende la carpa o toldo para atajar los rayos del sol y se forma un techo campestre capaz de dar sombra cómodamente a ocho personas. Algunos llevan sus taburetitos de una doble tijera, con sus asientos de baqueta o lona».

«Este género lo tengo por mejor, porque, aunque se moje, se seca fácilmente y no queda tan tieso y expuesto a rasgarse como la baqueta, porque estos muebles los acomodan siempre los peones en la toldilla, a un lado de la caja, de la banda de afuera, por lo que se mojan y muchas veces se rompen con las ramas que salen al camino real de los árboles de corta altura, por lo que el curioso podrá tomar el partido de acomodarlos dentro de su carreta o carretón, como asimismo la mesita de campaña, que es muy cómoda para comer, leer y escribir».

«A las cuatro de la tarde se da principio a caminar nuevamente y se para por segunda vez el tiempo suficiente para hacer la cena, porque en caso de estar la noche clara y el camino sin estorbos, vuelven a uncir a las once de la noche y se camina hasta el amanecer y mientras se remudan los bueyes, hay tiempo para desayunar con chocolates, mate o alguna fritanguilla ligera para los aficionados a aforrarse más sólidamente, porque a la hora, se vuelve a caminar hasta las diez del día».

«Los poltrones se mantienen en el carretón con las ventanas y puertas abiertas, leyendo u observando el camino y demás que se presenta a la vista. Los alentados y más curiosos montan a caballo y se adelantan o atrasan a su arbitrio, reconociendo los ranchos cercanos y sus pobladores, que generalmente son mujeres, porque sus hombres han salido a campear antes del amanecer y no vuelven hasta que el sol lo apura, y muchas veces el hambre, que sacian con cuatro libras netas de carne gorda y descansada, como llaman a la que traen de los montes y matan sobre la marcha».

«Algunos caminantes llevan caballos propios, que compran por lo general  a dos pesos cada uno. Este es un error grande, porque por la noche se escapan y vuelven a sus querencias. Lo más seguro es arreglarse con el dueño o mayordomo de la tropa, a quien rara vez se le pierde un caballo y muchas veces aumentan sus  tropillas con los que capturan de los muchos que hay en el campo sin dueño».

«Con estas prevenciones y otras que dicta la prudencia, se pueden hacer los viajes con mucha comodidad, teniendo siempre cuidado de entoldar bien la carreta para preservarse de las goteras, mandando abrir dos ventanillas, una enfrente de la otra, en los dos costados, para la ventilación y para ver a través de ellas, el hermoso espectáculo de la aurora en el campo».

«Hay que tener cuidado con las velas que se encienden de noche, porque con facilidad se prende el junco seco que cubre los costados de la carreta, peligro que no llevan los carretones abiertos, que además están libres de los insectos (piojos, pulgas y hormigas), que infectan a las carretas, especialmente si se viaja por el Tucumán, donde el clima favorece su abundancia».

«Las linternas son necesarias para alumbrar la entrada y la salida de noche, tanto en las carretas como en los carretones y también para manejarse afuera, en las noches oscuras y ventosas. Para los tiempos de lluvia será conveniente llevar una carpita en forma de tijera para que los criados puedan guisar cómodamente y no se les apague el fuego. Tampoco debe olvidarse de llevar abundantes velas, pajuelas, eslabón y yesca, cuidando de ellas con mucho celo, para que los criados no las desperdicien, como lo hacen con todo lo que está a su cargo y es de necesidad irreparable» (ver La carreta, navío de las pampas).

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