LA PLATERÍA EN LA ARGENTINA. SUS ORÍGENES

La “platería”, el trabajo artístico realizado por “orfebres”, con plata u otros metales preciosos o aleaciones aptas para ello, fue una actividad intensamente desarrollada por los aborígenes en la América precolombina y las distintas culturas que aquí se desarrollaron, han dejado su impronta en los “plateros” europeos que llegaron luego de Colón, permitiendo que hoy, en todo el mundo, la platería “indoamericana” sea admirada por su belleza y calidad de confección.

metales América precolombina

La platería precolombina
El arte precolombino americano, entre ellos la platería (como un componente de la orfebrería), comprende todos aquellos objetos de arte creados por los diferentes pueblos originarios antes de que llegara Colón y de que fueran influenciados por el arte español.

Posee características estéticas y técnicas, funciones sociales y estilos muy diferentes del arte europeo y por otra parte, no existe un solo arte precolombino, aunque todas las obras de las diferentes culturas ese período de la Historia de América, se caracterizan por una gran riqueza y diversidad de temas.

Destacados principalmente por sus trabajos en oro, durante los periodos precolombino primero y de la conquista luego, hubo una gran cantidad y variedad de artesanos que realizaban trabajos con ese material y aunque muchos de esos trabajos fueron usadas por los conquistadores para fundición y han sido destruidos, porque solo apreciaban el valor del metal con el que estaban hechos, afortunadamente algunos de ellos han sobrevivido y nos permiten observar la técnica que empleaban; similar en todos ellos, pero con grandes diferencias de estilo en el diseño, que caracterizaba a cada una de las etnias existentes.

En las regiones que hoy conforman la República Argentina, los grupos indígenas que las habitaban, elaboraban diversos objetos, al principio en oro, y más tarde utilizando también la plata y el cobre. Anillos para la nariz (narigueras), pulseras, collares, petos y cabezales y hasta ofrendas para las ceremonias de culto, eran confeccionadas, utilizando para ello, dos técnicas distintas, pero de similar importancia: la del “martillado” y la de la “fundición” o cera perdida, logrando con ambas hermosas joyas que aún asombran por la delicadeza de su diseño y la calidad de su trabajo, sorprendentemente realizado con tecnologías y herramientas muy primitivas.

Pedro Cieza de León, cronista del siglo XVI, en 1553, es decir, antes de los cambios tecnológicos que luego empezaron a condicionarlos, dijo a este respecto, en un informe que presentó, refiriéndose la tecnología empleada por los plateros aborígenes: “… lo que más se nota es, que tienen pocas herramientas y aparejos para fazer lo que hacen: y con mucha facilidad lo dan hecho con gran primor. Baste que afirmo auer visto que con dos pedaços de cobre, y otras dos o tres piedras vi fazer baxillas, y tan bien labradas, … que tuvieran bien que fazer otros oficiales en hacerlo tal y tan bueno con todos los adereços y herramientas que tienen”.

De la tecnología orfebre precolombina a la colonial

El martillado
Como los materiales que utilizaban eran suaves y maleables, por lo que podían ser extendidos hasta formar una lámina, la técnica del martillado consistía en trabajar directamente el metal golpeándolo sobre una superficie de piedra llamada “yunque”. A medida que se martillaba, el metal se iba poniendo rígido y empezaba a fracturarse en los bordes; para evitarlo los orfebres calentaban la lámina y seguían martillando en caliente. Luego, con cinceles de metal o piedra, se cortaba la lámina metálica así obtenida, según la forma que se le quisiera dar al objeto. Finalmente se decoraba la pieza con la técnica de repujado, que consistía en darle a esa lámina las formas deseadas, presionándola con puntas romas de metal, piedra o hueso de manera que el diseño quedara en relieve por el frente del objeto.

La fundición
Con esta técnica, se manufacturaron la mayoría de los objetos de la metalurgia prehispánica. El primer paso consistía en elaborar el diseño en cera de abejas silvestres. Primero se la calentaba y purificaba y luego se combinaba con resinas naturales para formar una pasta homogénea para modelar con ella los diseños.

Una vez finalizado el diseño en cera, se hacía un molde con arcilla refractaria para que pudiera soportar altas temperaturas. Se colocaba sobre ese molde, el objeto hecho con la pasta de cera y resina. Se lo cubría con arcilla refractaria, pero en estado líquido, cuidando de no dejar huecos ni burbujas de aire y se introducían “respiraderos por donde saldrían luego los gases y la cera excedente.

El molde se dejaba secar para eliminar la humedad de la arcilla y cuando esto sucedía, se lo calentaba en una hoguera para que la arcilla adquiriera dureza y escapara la cera excedente, que, derretida, salía por el conducto de fundición, quedando finalmente en el interior del molde, un espacio vacío con la forma del objeto diseñado. Volcando luego allí el material elegido (oro, plata o cobre) se obtenía la pieza diseñada, que finalmente era sometida a un delicado tratamiento para quitarle rebarbas, pulirla y bruñirla.

Primeros plateros europeos
En 1536. con Pedro de Mendoza, llegó al Río de la Plata Juan Velázquez, natural de Utrera y platero de oficio. Posteriormente, ya en 1582, con Juan Ortiz de Zárate, vinieron a Buenos Aires dos plateros de profesión, llamados Francisco Ruiz y Francisco Carrasco y eso es todo lo que se sabe acerca de los comienzos del arte de la platería en el Río de la Plata, pues no existen hoy ejemplares ni mención alguna de ninguno de sus trabajos.

Poco es entonces lo que se sabe después de la platería bonaerense del siglo XVI, hasta que en los comienzos del siglo XVII, en el año 1603, entró en la ciudad de Buenos Aires, sin la debida licencia, el portugués Rodrigo Ferreira, que no pudo hacer gala de sus habilidades porque fue expulsado inmediatamente después de que intentara desembarcar.

Finalmente, en 1606 llega al Río de la Plata y se instala en Buenos Aires, un tal Francisco López, que según registros del Cabildo, fue el primer y único platero español que habitó en esta ciudad, hasta que en el año 1615, oficiando de “platero de oro”, aparecen Miguel Pérez y el platero Melchor Migues, que por causarle heridas a un tercero durante una disputa, fue condenado a labrar el escudo de la ciudad, reproduciendo “un pelicano con cinco hijos”.

En 1627, se instaló aquí Esteban Salas, que se registró como “oficial platero”, título que también les fue conferido en 1633 a Carlos Rodríguez, Manuel Lejas o Cajas y Bernardo Denis Lejas o Cajas y Francisco de Acosta, este último, un lusitano, que fue el más grande orfebre que tuvo la ciudad en esa época.

En 1635 aparece registrado otro platero. Se trata de Antonio Rivero, quien en 1639 proseguía en Buenos Aires y a partir de entonces, poco a poco, más orfebres van arribando a Buenos Aires y algunos se radican en el interior, llegando a ser tantos, que ya en el siglo XVIII se hizo conveniente agruparlos en un gremio, creando una entidad jurídica que recién comenzó a existir como corporación en el año 1736.

Pronto muchos aborígenes y criollos comenzarán a incursionar en la actividad. Los originarios, incorporando a su inspiración, conocimientos y aptitudes ancestrales, los nuevos motivos que fueron conociendo y las nuevas técnicas que fueron aprendiendo y los criollos, aceptando el papel de aprendices primero, rápidamente se fueron convirtiendo en excelentes “plateros”, término que siguió usándose durante mucho tiempo, como sinónimo de “orfebre”.

Fuentes: “La orfebrería colonial en Hispanoamérica·. José Torre Revello, Ed. Huarpes, Buenos Aires, 1945; “El arte de los argentinos”. José León Pagano, Buenos Aires, 1937; “La cultura en Buenos Aires hasta 1810”. Luis Trenti Roamora, Ed. Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1948; “El gremio de los plateros en las Indias Occidentales”. José Torre Revello, Ed. Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, Buenos Aires, 1932; “Archivos” del Museo Nacional de Bellas Artes y Museo Nacional de Arte Decorativo, Buenos Aires; “Orfebreria Precolombina y Colonial”. Emma Sánchez Montañés, Ed. Anaya, Madrid, España, 1988.

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