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LA LITERATURA ARGENTINA. SUS ORÍGENES
No se puede hablar de una literatura argentina, hasta promediar el siglo XVIII. Si bien es cierto que inmediatamente después de producido el descubrimiento de América y la colonización de estas tierras, comienzan a escribirse y a publicarse obras relativas a estas regiones, eran escritos que estaban muy lejos de poder ser considerados como obras literarias integrantes de una historia que podría llamarse “de la literatura porteña”, que es como decir de la Literatura argentina, ya que Buenos Aires, fue desde un principio y durante muchos años, sede, cabecera y esencia de todo lo argentino.
Se trataba, con algunas pocas excepciones, de libros de viajes o crónicas, relatos y no sólo no eran de autores residentes (españoles o criollos) en estas regiones, sino que eran escritos por viajeros extranjeros que exponían sus experiencias, refiriéndose en la mayoría de los casos a escenarios, itinerarios y curiosidades de las regiones que visitaban, sin que sus trabajos tuvieran ni la más mínima estructura ni mérito literario.
Este tipo de obra, referido a Buenos Aires y al interior de las Provincias Unidas del Río de la Plata, y especialmente al Paraguay, como centro de irradiación de la colonización, fue redactada también y muy profusamente, por los curas pertenecientes a la orden de la Compañía de Jesús, por lo que es lícito reconocerlos como una fundamental fuente básica de la antigua historia argentina.
Recordemos que algunos de aquellos primeros cronistas y poetas no nativos de nuestra Historia, fueron Luis de Miranda, clérigo que llegó en la expedición de Pedro de Mendoza, y que entre los años 1541-1545 escribió “Un romance elegíaco”, cuyos versos son los primeros que se escribieron en el Río de la Plata, obra en la que personifica a Buenos Aires en una sirena que atrae y sacrifica a los navegantes;
Cosme Buenos, autor de “Descripción del Gran Chaco” (1751); los poetas Luis Pardo y Mateo Rosas de Oquendo; Pedro Hernández, que redactó los “Comentarios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca; Ulrico Schmid, soldado bávaro ,que llegó con Pedro de Mendoza y que en 1567 publicó en alemán sus “Memorias”, con los veinte años que pasó en estas tierras, obra que es considerada como la primera crónica escrita en prosa en el Río de la Plata.
El Arcediano Martín del Barco Centenera, que en 1572 escribió el poema “Argentina” (imponiéndole así el nombre que a partir de entonces identificará a estas tierras); Manuel Azamor y Ramírez autor de “Miserere” (1777); José Joaquín Araujo, “Guía de forasteros del virreinato de Buenos Aires” (1792); Manuel Belgrano, “Memorias Consulares” (1797); Heinrich Oltsen, navegante holandés que llegó a Buenos Aires en 1599 y que cuatro años después publicó una crónica de su viaje llamada “Corto y verídico relato de la desgraciada navegación de un buque de Amsterdam”;
Ruy Díaz de Guzmán, que en 1612 escribió la primera historia orgánica del descubrimiento, conquista y colonización del Río de la Plata, obra que fue conocida con el nombre de “Argentina manuscrita”; seguidos luego en el tiempo por los jesuítas Nicolás del Techo (“Historia de la Provincia del Paraguay”).
Pedro Francisco Javier Charlevoix (“Historia del Paraguay”); Pedro Lozano (“Gran Chaco Gualamba”, “Historia de la Compañía de Jesús en el Paraguay” y “La historia civil del Río de la Plata”); José Guevara (“Historia de la Compañía de Jesús en el Paraguay”); José Manuel Peramás (“Sobre las costumbres de los indios guaraníes” y “De la vida y costumbres de seis sacerdotes paraguayos”); José Sánchez Labrador (“Paraguay católico”, “Paraguay natural” y “Paraguay cultivado”). Florián Baucke, que redactó sus memorias con bellas ilustraciones dibujadas por él mismo y Martín Dobrizhoffer (“Historia de aponibus”).
Sintetizando, se puede afirmar que la literatura porteña, que es como decir, la literatura argentina propiamente dicha, empezó como tal, recién al promediar el siglo XVIII, según los documentos que disponemos hasta hoy y que arrancan por aquellos años. Y fue gracias a los estudios y diligencias del sacerdote porteño Saturnino Segurola (1776-1854), quien, coleccionando la mayoría de estas obras, que donó luego a la Biblioteca Nacional, podemos hoy conocer esos orígenes.
Por ellos se ha establecido que quizás, la primera manifestación literaria en nuestro país, cuyo autor era nativo de estas tierras, fue una poesía que apareció en 1747. En esa fecha, nuestra ciudad juró solemnemente, como era costumbre, fidelidad al flamante monarca Fernando VI, y el acontecimiento dio lugar a múltiples festejos, entre los que se incluyó la representación de “Una loa de aprobado metro”, que, aunque se ignora quién fue su autor, se sabe que fue escrita en Buenos Aires por un ciudadano nativo de esta ciudad.
Merece ser nombrado ahora, por su gran valor, a fray Domingo de Neyra. Nacido en Buenos Aires en 1684 y fallecido en la misma ciudad en 1757. En 1747? Publicó una obra con el título de “Ordenanzas, Actas primeras de la moderna Provincia de San Agustín de Buenos Aires, Tucumán y Paraguay del Orden de Predicadores”, por lo que se lo puede considerar como el primer autor que escribió un libro, y lo que es más significativo, el primer autor nacional.
Muy rara vez se tropieza con alguna pieza literaria en prosa escrita en esos años y las poesías, que fueron mayoría en la literatura vernácula, tenían en verdad, muy escasos valores. Nuestros poetas, además de ser faltos de inspiración, escribían en complicadas maneras: generalmente acrósticos, a veces con raras combinaciones, como ser en terminar todos los versos en una vocal fija.
Existe en los archivos, copia de una Octava acróstica, cuyas letras iniciales y la postrera del último verso forman el nombre de “Pedro Meló” y se conoce el texto de un Soneto triple, compuesto en honor al virrey Pedro de Cevallos, en el cual “empezando la sección desde el principio y desde las dos rayas se leen tres diferentes especies de versos que son soneto, redondillas, mayores y menores”.
Cabe destacar el hecho de que también se componían algunos versos en latín. Para las honras de Carlos III se hizo una composición en este idioma; y el obispo Manuel Azamor y Ramírez, que llegó a Buenos Aires en 1788, escribió tres décimas dedicadas a Cristo con cabezales y finales en ese idioma.
La prosa aparece después que la poesía, pero sus adictos no tratan con ella temas de ficción, sino que abordan cuestiones de orden filosófico, social e histórico. Lo poco que se conoce en prosa es muy superior a la poesía, aunque no se trata de piezas de importancia, pero sí de composiciones escritas con corrección y hasta con cierta elegancia.
Sus autores, la mayoría de las veces, escribieron para informar a un superior acerca de cualquier asunto y en muy rara ocasión para ser leídos por el público.
La instalación en 1780 de la Imprenta de los Niños Expósitos, no cabe duda, estimuló a la producción literaria y permitió que muchos de sus trabajos llegaran hasta nuestros días. Lo que más se editó, fueron novenarios, que si bien la gran mayoría eran anónimos, no cabe duda, que fueron redactados en Buenos Aires.
Fue en sus talleres donde en 1801 se imprimió el periódico, “El Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiográfico del Río de la Plata”, dirigido por Francisco Antonio Cabello y Mesa, en el cual se publicaron a partir de entonces, las primeras obras literarias de nuestra historia.
Valiosos trabajos en prosa y hermosas poesías, entre ellas las fábulas de Domingo de Azcuénaga tituladas “El toro, el oso y el loro”, “El mono enfermo”, “El comerciante y la cotorra”, “Los papagayos y la lechuza”, “Los sátiros”, “El mono y el tordo”.
Obras de su mismo editor Cabello y Mesa, de Eugenio Portillo (que firmaba con el seudónimo de Enio Tullio Grope), del porteño Manuel de Lavardén que publicó la hoy divulgadísima “Oda al magestuoso río Paraná”, sin duda la obra mejor escrita hasta ese momento.
Y muchos más escritores y poetas que a través del tiempo fueron forjando un estilo, que pronto permitió hablar de una verdadera literatura argentina, que identifica nuestra nacionalidad y que dio vida a la literatura y la poesía gauchesca, luego de que en 1872, apareciera el “Martín Fierro” de José Hernández (Nota compuesta con material extraído fundamentalmente de “La Literatura” (La cultura en Buenos Aires hasta 1810”, de Luis Trenti Rocamora).
Fuentes: “Historia Argentina”, Ed. Océano, Barcelona, España, 1982; “La literatura argentina”; “Historia de las Instituciones Políticas y Sociales Argentinas”. José C. Ibañez, Ed. Troquel, Buenos Aires, 1962; “Historia Argentina”. A. Haber, Ed. Cesarini Hnos, Buenos Aires, 1952; “La Historia en mis documentos”. Graciela Meroni, Ed. Huemul, Buenos Aires, 1969; “La cultura en Buenos Aires”. Luis Trenti Rocamora, Ed. Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1948; “El clérigo Luis de Abad de Santillán”. José Torre Revello, Ed. Librería Cervantes, Buenos Aires, 1937; “Historia Argentina”. Diego Abad de Santillán, Ed. Tipográfica Argentina, Buenos Aires, 1965; “Crónica Argentina”. Ed. Codex, Buenos Aires, 1979.