GÜEMES, Juan Miguel Martín de la Mata (1785-1821).

Nació en Salta el 7 de febrero de 1785. Segundo vástago varón de GABRIEL DE GÜEMES MONTERO, natural de Santander, España, Tesorero real de la Intendencia de Salta y MAGDALENA DE GOYECHEA Y DE LA CORTE, perteneciente a una antigua y noble familia jujeña, muchas de las cuales habían subsidiado el establecimiento del Tesoro Real allí, en 1778 y uno de cuyos antepasados fue Francisco de Argarañaz y Murguía, fundador de la ciudad de San Salvador de Jujuy).

Falsedades sobre Güemes

Fue educado en su hogar y en escuelas franciscanas e ingresó a la carrera militar a los catorce años como Cadete del Regimiento Fijo de Buenos Aires, que formaba parte de la guardia permanente del Virrey con asiento en Salta. En 1806 y 1807, combatió durante las invasiones inglesas y se destacó como Edecán de SANTIAGO DE LINIERS durante la segunda invasión, mereciendo ser ascendido a teniente.

Volvió a Salta, su provincia natal y en 1810, al producirse la Revolución de Mayo, se incorporó al movimiento patriota., creando unidades de caballería y observación para ser utilizadas por la Junta de Buenos Aires. Reunió posteriormente un cuerpo de voluntarios con el cual intervino en la batalla de Suipacha, donde, como señaló años más tarde el Cabildo de Salta, “se cubrió de gloria’, contribuyendo decisivamente en la victoria lograda 7 de noviembre de 1810.

Tenía ya el grado de capitán cuando marchó a promover la insurrección de Tarija y al producirse la derrota de Huaqui fue en ayuda de JUAN MARTÍN DE PUEYRREDÓN que, acosado por los realistas, se retiraba de Potosí conduciendo los caudales de la Casa de Moneda.

Regreso luego a Buenos Aires, donde sirvió en carácter de agregado al Estado Mayor del Ejército Nacional, pasando al poco tiempo a la Banda Oriental para tomar parte en el sitio de Montevideo, baluarte de la resistencia realista en América.

Luego, a las órdenes de Balcarce, formó parte del Ejército del Norte, donde empezó a destacarse por su valor y prestigio entre la tropa. Acompañó al general JOSÉ RONDEAU en la última e infructuosa invasión al Alto Perú.

En 1813, derrotado el ejército patriota en Vilcapugio y Ayohuma, Belgrano se retiró a Tucumán, dejando a GÜEMES y sus gauchos la difícil y sacrificada misión de impedir el avance de los españoles hacia el sur. SAN MARTÍN, reemplazante de BELGRANO como comandante del Ejército del Norte en 1814, al impartirle estas órdenes, le hizo comprender la necesidad de este sacrificio, ya que era imperioso detener a los realistas en el norte, a fin de que él pudiera preparar el ejército de los Andes y libertar a Chile. A partir de ese momento. GÜEMES y sus gauchos se convirtieron en la barrera infranqueable que impidió a los españoles concretar su irrupción por la frontera norte contra la cual se estrellaron uno tras otro, los ejércitos realistas (ver Los gauchos de Güemes detienen a los vencedores de Napoleón).

En abril de 1814, al frente de una partida de 60 hombres, comandó la defensa de la Quebrada de Humahuaca y mereció del gobernador FELICIANO CHICLANA la calificación de “oficial infatigable”. En abril de 1815, regresó a Salta después de la victoria de Puesto del Marqués, no queriendo seguir bajo las órdenes de RONDEAU.

Tomó a su cargo la dirección de la resistencia popular contra los realistas, neutralizando con sus partidas de “gauchos” los movimientos de los españoles durante cinco años y asegurando así las fronteras de Salta para que el general SAN MARTÍN llevara a cabo su campaña libertadora. “La espada de GÜEMES —dirá MITRE— trazó con una línea imborrable la frontera definitiva de la nación argentina por el norte”.

El 6 de mayo de 1815, el Cabildo de Salta, decidiendo de tal manera su independencia de Buenos Aires, lo nombró gobernador de Salta, cargo que mantuvo hasta el 31 de mayo de 1820. Luego fue designado para el mismo cargo en la provincia de Jujuy, debiendo cumplir así, hasta su muerte, con tres responsabilidades: gobernar a la provincia, desempeñarse como custodio de la frontera y como oficial nacional, servir de nexo entre la Nación y la Provincia escindida. Y bien que cumplió con lo prometido a San Martín, hasta que la novena vez que se aprestó a evitar que los realistas invadieran Salta, lo pagó con su vida.

 En 1821 estando en Jujuy tuvo que enfrentar una invasión a su provincia por tropas tucumanas que pretendieron derrocarlo. Vuelto a Salta, desbarató la rebelión, pero, aprovechando el caos, la noche del 7 de junio de 1821, Valdés ocupó la ciudad de Salta y, en una confusa acción, al salir a combatirlo, Martín Miguel de Güemes fue herido por una bala.

Sus fieles gauchos, para que no cayera en manos del enemigo lo llevaron hasta una hacienda llamada “La Higuera”, ubicada a dos leguas de la ciudad de Salta, en el bosque de la Cruz (otros historiadores dicen que fue en “La Cañada de La Horqueta y otros hasta que en su fuga, había podido llegar a “Los Horcones”, la Estancia paterna).

Allí recibió a dos oficiales realistas enviados por Valdés que le ofrecieron trasladarlo a Buenos Aires, donde recibiría el mejor tratamiento, con la condición de ordenar el alto el fuego contra los realistas y GÜEMES, debilitado por la abundante hemorragia, quebrantado por fuertes dolores, viendo que se le escapaba la vida, casi en estado agónico, aún tuvo aliento para decirle: “Señor oficial: Dígale usted a su jefe que agradezco sus ofrecimientos sin aceptarlos. Está usted despachado”. Luego, rodeados por sus gauchos les pidió: “Juradme que moriréis todos como yo muero, antes que capitular con los tiranos españoles”. Poco después, el 17 de junio de 1821, cerraba sus ojos. Al día siguiente fue sepultado en la capilla de El Chamical, hoy San Francisco.

Había muerto a los 36 años, luego de soportar durante 10 días intensos dolores por las heridas recibidas. Yacía a la intemperie, en un catre improvisado por el capitán de gauchos MATEO RÍOS. Luego su cadáver fue inhumado en la Capilla del Chamical, habiendo sido el único general argentino, caído en acción de guerra exterior.

Desde que supo de la muerte de su esposo, CARMEN PUCH se encerró en su habitación de la finca de su familia, y falleció el 3 de abril de 1822, a los 25 años. La tradición afirma que se dejó morir de hambre, posiblemente víctima de una depresión.

Tres días después de estos sucesos, el general SAN MARTÍN entraba triunfante en Lima por lo que puede decirse, que el general GÜEMES recién murió, cuando había visto cumplido su deber.

Y así fue que Salta cayó en manos de los realistas. Esta había sido la novena intentona que habían hecho con ese fin, pero poco les duró la gloria ya que fue la última vez que las tropas realistas pisaron tierra argentina, pues los gauchos de GÜEMES, cumpliendo el juramento dado a su jefe moribundo, el 7 de julio de ese mismo año, arrojaron al invasor de nuestra tierra, sellando así con la sangre de GÜEMES la Independencia de nuestra Patria.

No existen retratos auténticos de GÜEMES. Los cuadros que lo representan son el resultada de la reconstrucción imaginativa de sus autores, lograda sobre la base de los testimonios de la época que sobre su persona se han conservado y hasta hay una versión asegurando que la imagen que hasta hoy se ha dado por válida, fue confeccionada sobre la base fisonómica de su hermana MACHACA,, que parece ser, era de un extraordinario parecido con su hermano.

El historiador y biógrafo de GÜEMES, BERNARDO FRÍAS, valiéndose de esos testimonios, describe así la estampa física del célebre caudillo: «Tenía GÜEMES un cuerpo esbelto, bien desarrollado, de talle erguido y alzada estatura, cuyo conjunto le daba una imponente presencia. No sobresalía por la hermosura de su fisonomía, que era de un blanco pálido; pero tenía no pocos rasgos de indiscutible belleza».

«Así eran sus perfiles delicados; su nariz alta, larga, ligeramente curva, casi recta. El corte de su boca de notabilísima perfección: “los ojos de color pardo, con los párpados superiores llenos, notándose en uno de ellos la antigua cicatriz que, cuando niño, le dejara una caída sufrida del caballo. Tania una frente espaciosa. Su barba —que tomaba por expediente político para con sus gauchos, la usaba entera y crecida a despecho de la moda, y que, de regreso de sus campañas, le llegaba a tocar el pecho— era renegrida y brillante, cuadrando varonilmente su rostro de expresión agradable y bondadosa, al que daba mayor atracción y vida la profunda animación de sus ojos».

«Como su barba, era igualmente negro su cabello y abundante, el cual lo llevaba de la misma manera que sus gauchos, peinado hacia atrás y proporcionalmente largo”.

Su nombre repercutía épicamente en todas las poblaciones del norte. Ejercía sobre sus “gauchos” el mando con extraño influjo. ¡Los gauchos de GÚEMES! eran palabras que admiraban y aún provocan profunda admiración. “Usaba en el chambergo negro, a modo de distintivo, una pluma blanca de avestruz y los demás gauchos también la llevaban, pues con ella simbolizaban su lealtad al jefe, y cuando no tenían una pluma a mano colocaban en su lugar una flor de cortadera.

Esa pluma llegó más allá del reinado agreste del campo de batalla o los recintos sociales. La madre del prócer, doña MARÍA MAGDALENA DE GOYENECHEA Y LA CORTE, la usó en su peinado en un baile en honor al general MANUEL BELGRANO, con quien bailó el primer minué”. JUANA MANUELA GORRITI, la célebre escritora salteña, conoció a GÜEMES en su infancia. En uno de sus libros ha registrado el siguiente testimonio sobre la extraordinaria influencia que ejercía el caudillo sobre el paisanaje.

Al llegar GÜEMES a la estancia de los padres de JUANA MANUELA GORRITI, situada en Horcones, los paisanos se precipitaron a su encuentro, gritando con delirante entusiasmo: ¡Güemes! ¡Güemes! ¡Güemes! ¡Viva nuestro General! Y lo rodearon, unos de rodillas, descalzándole las espuelas, otros besando sus manos, otros el puño de su espada”.

Agrega después la escritora que la noticia de la presencia de GÚEMES en la estancia paterna “Los Horcones”, se esparció con increíble rapidez, y, en menos de una hora, la casa y las cercanías estaban llenas de una multitud ansiosa que pedía con gritos entusiastas la dicha de contemplar al héroe, ídolo de los corazones y columna de la patria.

El les salió al encuentro, afable y sencillo en su grandeza, tendiéndoles los brazos y llamando a todos por sus nombres, con esa prodigiosa memoria del corazón que sólo poseen los grandes capitanes, y que tan mágico poder ejerce sobre las masas populares. Lo rodearon centenares de hombres que habían abandonado el arado y, ciñendo el pintoresco chiripá, armados de sus puñales le pedían sitio en sus invencibles huestes.”

En 1815, creó un cuerpo militar denominado «División Infernal de Gauchos de Línea», que aunque no fue autorizado por el gobierno central de Buenos Aires funcionó exitosamente hasta su muerte, destacándose en la Tercera Defensa de las Provincias Unidas en Salta y en la Batalla del Valle de Lerma en 1817.

Las milicias de GÚEMES contaban con una organización militar rigurosamente reglada. Contaban con un Estado Mayor y cuadros superiores organizados, entre los que se encontraban Fernández Campero, el coronel Pérez de Uriondo, responsable militar de Tarija, el coronel Manuel Arias, a cargo de Orán, y el coronel José María Pérez de Urdininea, proveniente de las filas del Ejército del Norte en Humahuaca.

En el valle de Jujuy estuvieron los coroneles Domingo Arenas, ubicado en Perico y el teniente coronel Eustaquio Medina, a cargo del río Negro. Más movilidad tenían otros jefes, como José Ignacio Gorriti, Pablo Latorre o José Antonio Rojas. El frente de combate que tenía a su cargo, conocido como “la Línea del Pasaje”, tenía una extensión de más de setecientos kilómetros, desde la localidad de Volcán, en Jujuy, hasta más allá de San Ramón de a Nueva Orán.

Las funciones de GÚEMES en este grupo de combate, no solo eran las de organizar la estrategia general y financiarla, sino que siempre estaba al frente de sus «gauchos» y sus hombres se hubieran hecho matar por su jefe.

Y aunque algunos historiadores “revisionistas” han plantado la versión de que Güemes era hemofílico y que por tal razón nunca entraba en combate por temor a que tan solo una pequeña herida que recibiera, sería una condena a muerta por su condición, encontrando cobardía en esa actitud, se ha podido establecer que Güemes no era hemofílico.

Se ha comprobado fehacientemente que fue la herida recibida en su baja espalda la que que infecto y que debido a la mala praxis y carencia de medicamentos adecuados, generó una septicemia general que fue mortal.

Un tardío reconocimiento
Estratégicamente, la actuación de GÚEMES en la guerra de la Independencia argentina fue crucial: sin su desesperada resistencia no hubiera sido posible defender la frontera norte del actual país, ni hubieran sido posibles las campañas del general SAN MARTÍN que permitieron obtener tanto la Independencia de Chile, como la posterior Independencia del Perú. Bajo su mando, las ciudades de Salta y Jujuy y su campaña defendieron al resto de las provincias de abajo, sin ayuda exterior.

Sin embargo, en Buenos Aires GÚEMES no era visto así: la noticia de su muerte fue publicada bajo el título «Ya tenemos un cacique menos»; el artículo que lo anunciaba demostraba más alivio por la muerte de un enemigo ideológico que pesar por la pérdida de la ciudad de Salta en manos realistas.

Durante la mayor parte del siglo xix, tanto en Salta como en el resto de la Argentina, la figura de GÚEMES fue interpretada solamente como la de un caudillo más que había soliviantado a las masas campesinas contra las clases altas de la sociedad, situación que el patriotismo demostrado a lo largo de su carrera militar no alcanzaba a compensar.

Solo a principios del siglo XX, esa imagen comenzó a cambiar a través de su más conocido biógrafo: BERNARDO FRÍAS, quien presentó la vida de un jefe militar y político patriótico y desinteresado, capaz de movilizar a la masas en contra del enemigo; aunque no intentó librarse de la visión elitista de la sociedad, ya que mostraba poco aprecio por sus gauchos.

Solo a partir de ese momento, GÜEMES comenzó a aparecer como el esforzado y heroico jefe de la frontera norte, héroe absoluto de la provincia de Salta y comenzaron a ser muchas (aunque tardías) las propuestas y homenajes que se presentaron a la consideración de las autoridades nacionales para reivindicar al prócer.

Su gesta militar fue recordada e identificada por el escritor LEOPOLDO LUGONES como la Guerra Gaucha, nombre con que se la conoce desde entonces. Una de sus biografías más extensas es la de Atilio Cornejo, que sigue la línea tradicional, así como la monumental obra “Güemes documentado”, de su descendiente LUIS GÚEMES, publicada en trece tomos.

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