LA AUSTERIDAD DE ARTIGAS (1815)

Extraído de “Crónica Argentina”. Ed. Codex, Buenos Aires, 1979, reproducimos los principales párrafos del “Diario”  del sacerdote oriental DÁMASO ANTONIO DE LARRAÑAGA, donde relata la entrevista que, en junio de 1815, sostuvo con JOSÉ GERVASIO DE ARTIGAS, y describe la extrema pobreza que reinaba en el campamento del caudillo, emplazado en Paysandú:

Paysandú, 12 de junio. “Paysandú es pueblo de indios que está sobre la costa orien­tal del Uruguay. Se puede regular su población en 29 vecinos, la mayor parte indios cristianos. Nuestro alojamiento fue en la habitación del general. Este se componía de dos piezas de azotea, una de cuatro varas y la otra de seis, con otro rancho que servía de cocina.

Los muebles se reducían a una petaca de cuero y unos catres de lo mismo, sin colchones, que servían de cama y sofás al mismo tiempo. En cada una de las piezas había una mesa para escribir y otra para comer; me parece que había también un banco y tres sillas muy pobres. Todo daba indicio de un verdadero espartanísmo.

El general estaba ausente y había ido a comer a bordo de un falucho en que se hallaban los diputados de Buenos Aires. Este buque con una goleta había saludado el día antes al general con el mismo motivo. Fuimos recibidos por don MIGUEL MANUEL BARRELRO, joven de 29 años, pariente y secretario del general, y que ha participado de todos sus trabajos y privaciones.

Es menudo y débil de complexión, aunque tiene talento extraordinario, es afluente en su conversación y su semblante es cogitabundo, carácter que no desmienten sus escritos en las largas contestaciones, principalmente con el gobierno de Buenos Aires, como ya es bien notorio.

A las cuatro de la tarde, llegó el general Artigas, acompañado de un ayudante y una pequeña escolta. Nos recibió sin la menor etiqueta. En nada parecía a un general. Su traje era de paisano y muy sencillo; pantalón y chaqueta azul sin vivos ni vuelta, zapatos y medias blancos y un capote de bayetón eran todas sus galas, y aun todo esto pobre y viejo.

Es hombre de una estatura regular y robusta, de color bastante blanco, de muy buenas facciones, con la nariz aguileña, pelo negro y con pocas canas; aparenta tener unos cuarenta y ocho años. Su conversación tiene atractivo, habla de quedo y pau­sado; no es fácil sorprenderlo con largos razonamientos, pues reduce la dificultad a pocas palabras, y lleno de experiencia tiene una previsión y un tino extraordinarios.

Conoce mucho el corazón humano, principalmente el de nuestros paisanos, y así no hay quien lo iguale en el arte de manejarlos. Todos le rodean y todos le siguen con amor, no obstante que viven desnudos y llenos de miseria a su lado, no por falta de recursos sino por no oprimir los pueblos con contribuciones.

Nuestras sesiones duraron hasta la hora de la cena. Esta fue correspondiente al tono y trato de nuestro general: un poco de asado de vaca, caldo, un guiso de carne, pan ordinario y vino servido en una taza por falta de vasos de vidrio: cuatro cucharas de hierro estañadas, sin tenedor ni cuchillos, sino los que cada uno traía, dos o tres platos de loza, una fuente de peltre, cuyos bordes estaban despegados.

Por asientos tres sillas y la petaca, quedando los demás en pie. Véase aquí en lo que consistía el servicio de nuestra mesa cubierta de unos manteles de algodón de Misiones, pero sin servilletas, y aun, según supe, mucho de esto era prestado. Acabada la cena, fuimos a dormir, y el general me cede, no sólo su catre de cuero, sino también su cuarto y se retira a un rancho; no oyó mis excusas, desatendió re­sistencias y no hubo forma de hacerlo ceder en este punto…

Paysandún 13 de junio. Muy temprano, asi que vino el día, tuvimos en casa al general, que nos pilló en cama; nos levantamos inmediatamente, dije misa y se trató el desayuno, pero éste no fue ni de té ni de café, ni de leche, ni de huevos, porque ni lo había ni menos el servicio correspondiente. Tampoco se sirvió mate, sino un “gloriado”, que es una especie de ponche muy caliente que se hizo con dos huevos batidos, que con mucho trabajo encontraron. Se hizo en un gran jarro y por medio de una bombilla iba pasando de mano en mano, y no hubo otro recurso que acostumbrarnos a esta espartana forma de vivir” (ver Artigas, José Gervasio de)

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