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ALCARAZ, UN POLICÍA DURO (1812)
Poco después de la revolución de Mayo, a raíz de las campañas militares que alejaron las tropas de la ciudad, y de la disolución de ciertos mecanismos de represión, se produjo un alarmante aumento de la delincuencia en Buenos Aires. Allá por el año 1812, la actividad de los maleantes llegó a la categoría de mal epidémico y (al parecer) incurable. Todos los días se producían robos, asaltos, asesinatos; en las pulperías de los suburbios el malevaje bullía, alborotaba, se iba a las manos en frecuentes duelos criollos o mataba impunemente.
El gobierno del primer Triunvirato comprendió la necesidad de imponer algún orden en medio de tantos desmanes, y nombró una Comisión Extraordinaria de Justicia, presidida por el Doctor MIGUEL DE IRIGOYEN para que contando con el asesoramiento legal de los doctores PEDRO JOSÉ AGRELO y ECHEVERRÍA, se encargara de imponer la autoridad por medios sumarísimos, practicando una justicia exenta de los habituales procedimientos legales.
Pero el brazo ejecutor material de aquella justicia sumaria fue un policía llamado RAFAEL ALCARAZ. Este personaje, hombre bueno pero muy enérgico —según la tradición—, era, además de valiente y buen jinete, un conocedor de todos los andurriales que entre cercos de tunas, ceibales y cardales enmarañados rodeaban a la ciudad.
En ese tiempo, los arrabales no estaban a mucha distancia de la Plaza de Mayo y las iglesias de la Concepción, de Monserrat, de la Piedad y de San Nicolás quedaban poco menos que en las orillas. Y esas orillas, tupidas de arbustos silvestres y pobladas por un rancherío incontrolado, eran el habitual refugio de los maleantes.
Las partidas de Alcaraz penetraba entre los tunales y alcanzaba a los delincuentes en sus escondrijos más insospechados. El Jefe de la partida no rehuía los encuentros mano a mano, y su sable de caballería dio cuenta de más de un bandido. Su justicia era rápida.
Los que caían en sus manos iban a parar a la cárcel, o a engrosar los batallones, o en casos extremos, a la horca. En poco tiempo el nombre de ALCARAZ se hizo famoso. Sus hazañas se contaban en las pulperías con un temor reverencial. Pero también se comentaban en los estrados de las tertulias burguesas.
El preboste de policía se fue convirtiendo así en un personaje mitológico, en una especie de Hércules criollo que tenía la virtud de vencer a todos los enemigos de la sociedad. Esa fama duró varios años, por lo menos hasta el de su muerte, en 1825. Después su nombre se fue olvidando, hasta el punto de que VICENTE FIDEL LÓPEZ, en su “Historia de la República Argentina”, cree oportuno recordar sus hazañas, pero lo llama José de Alcahaz, en lugar de Rafael.