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LA MANO NEGRA DE SAN MARTÍN
El 2 de diciembre de 1816 el general SAN MARTÍN le remitió al capitán general de Chile, FRANCISCO CASIMIRO MARCÓ DEL PONT, una copia del Acta de la Independencia de las Provincias Unidas en Sud América, como preanuncio de lo que pronto llegaría al país trasandino. Portador de ésta fue el sargento mayor JOSÉ ANTONIO ALVAREZ CONDARCO, quien, de paso, oficiando de espía, debía observar detalladamente el terreno y la situación interna de Santiago de Chile (ver Astucias de San Martín). El emisario fue recibido con frialdad, y por mano de verdugo el Acta fue quemada en la plaza santiagueña.
Luego MARCÓ DEL PONT extendió pasaporte a ALVAREZ CONDARCO con la precisa advertencia de que no haría otro tanto si llegara otro emisario de los «insurgentes» y queriendo ofender al remitente del Acta, cuando firmaba dicho pasaporte, le expresó: “—Yo firmo con mano blanca, no como la de su general, que es negra”, una expresión que era doblemente intencionada. Por una parte, hacía referencia a su carácter de “hidalgo español” y por otra al color de la piel de San Martín, a quien los realistas suponían mestizo y lo llamaban “El Cholo de Misiones, porque en la época “ cholo” significaba indio.
No satisfecho, expresando así su desprecio por quienes se habían alzado en armas contra su rey, MARCÓ DEL PONT tasó en ocho pesos la cabeza de cada uno de los rebeldes muertos, sin discriminaciones de grados, Lejos estaba de pensar que sólo un mes después, producida la batalla de Chacabuco, debió huir de Santiago con la intención de dirigirse a Valparaíso para poder escapar a Lima, donde encontraría refugio junto al todavía vigente virrey.
Pero el fugitivo no pudo ocultarse por mucho tiempo. Las patrullas patriotas de exploración vigilaban permanentemente la zona, contando con el apoyo y la colaboración de los campesinos, que les avisaban sobre los movimientos de los realistas. Así fue, que por informaciones brindadas por un anciano chileno, una patrulla al mando del capitán JOSÉ ALDAO, el 15 de febrero de 1817 lo encontró escondido, con una corta comitiva, en las proximidades de San Antonio. Fueron todos apresados y despachados de inmediato hacia Santiago. Siete días duró el largo viaje hasta la capital de Chile, que fue, según comentaron luego sus captores, una larga agonía para los prisioneros, pensando quizás que los esperaba la muerte, como condena a las tropelías de las que se los acusaba, arrepentido quizás su jefe, de haber tasado en ocho pesos, las cabezas de esos «sectarios de la esclavitud y el vicio «.
La comitiva llegó a Santiago el 22 de febrero, y MARCÓ DEL PONT fue llevado enseguida a presencia de SAN MARTÍN, en el palacio gubernamental. Durante largo rato se lo hizo esperar en antesalas, con fiera vigilancia armada. De pronto la tensa expectativa de MARCÓ DEL PONT llegó al momento crítico, pues la puerta de testera se abrió lentamente. Unos segundos después aparecía allí el general vencedor, vestido con sencillo uniforme de campaña, que avanzando hacia el prisionero lo miraba fijamente, con gesto adusto. Llegado junto a MARCÓ DEL PONT, SAN MARTÍN cambió de fisonomía y, sonriente, le extendió su diestra mientras le decía: —¡Venga esa mano blanca, mi general!…
Marcó del Pont, como todos los prisioneros tomados en Chacabuco, fue posteriormente internado en San Luis y en 1819 ensayaron una fuga de la prisión, cuyo fracaso se debió a la oportuna y decidida Intervención de un preso riojano que purgaba allí delitos políticos: Juan Facundo Qulroga (ver Sublevación de presos en San Luis).
Muy instructivas esas anécdotas. Las necesitamos para continuar aprendiendo y deconstruyendo la mentira del relato oficial.