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EL PUJLLAY
El pujllay es el espíritu del Carnaval diaguita-calchaquí que preside a ese, que es, una de las fiestas tradicionales más importantes del norte argentino.
Los naturales de las regiones el noroeste argentino, por influencia de costumbres anteriores a la conquista por parte de los españoles, tuvieron creencias y supersticiones en las que, con frecuencia, se mezclaban y confundían lo religioso y lo pagano El pujllay, también llamado “pucllay” (en quichua), parece ser, que originalmente fue una especie de divinidad protectora de la agricultura, del cultivo del maíz, con mayor exactitud, cereal que dio vida y fundamento a la civilización incaica (ver Mitos, leyendas y supersticiones).
Pero con el correr del tiempo, el mito del pùjllay como divinidad protectora, fue debilitándose y se transformó en símbolo o patrono del carnaval, llamada “chaya” en esos territorios. Esta transformación se explica mejor si se recuerda que el carnaval o “chaya”, cierra el tiempo de la cosecha del algarrobo, que ha sido durante muchos años alimento capital de los pobres en varias regiones de la Argentina y que con la harina del algarrobo, se hace el “patay”, especie de pan barato y una bebida alcohólica llamada “aloja”, ambos productos que eran generosamente consumidos durante esas fiestas.
La “chaya” es una fiesta anual de muy larga supervivencia y acaso la que mayor entusiasmo despertaba y despierta aún entre los nativos de aquellas regiones. Durante siete días, el hombre se libera y se desinhibe y festeja el advenimiento del Carnaval con la caja chayera, las coloridas ropas collas, la aloja y el vino, llenando el aire con su excitante olor a albahaca y la “Chaya” (el carnaval), tiene su encarnación en el “Pujllay”, un personaje al que algunos le atribuyen un papel divino, dándole el carácter de una divinidad menor en la escala mitológica de la región; mientras que otros le conceden sólo el papel de personaje principal de la Chaya, desacralizándolo.
El “Pujllay” es entonces, el dios del olvido y de la alegría, conjunción que logra mediante la farsa que él induce y hace estallar en vidalitas, bebidas, coros y en el entierro ceremonial. Se lo representa con un muñeco vestido con ropas estrafalarias hechas con trapos de vivos colores y paja, pintarrajeado y con manchas de almidón en la cara, que viene montado sobre un burro o un chivo. Lleva la guitarra y la caja atadas en una mano, y botellas llenas de aloja y vino, colgando de sus hombros.
Preside todas las ceremonias que se celebran mientras dura el carnaval y cuando termina, es su víctima propiciatoria. El miércoles de ceniza, “el entierro del carnaval”, no es otra cosa que el “entierro del pujllay”. Llevan el muñeco en andas, a lomo de mula o burro acompañado por una multitud de “celebrantes” hasta el lugar de un descampado, en las afueras del pueblo, donde previamente han cavado un pozo o sepultura.
Al paso de la caravana que lo lleva, los espectadores, cuyos rostros reflejan claramente las huellas que han dejado esos días de desenfreno, alcohol y lujuria que han vivido durante la “chaya”, cantan una copla tradicional que dice: “ya se acabó el carnaval, ya lo llevan a enterrar, Échenle poquita tierra, que se vuelva a levantar !!. A esta caravana festiva y alborozada se la conoce con el nombre quichua de “cacharpaya”, derivado de “kachar” (hacer ruido, tocar música, producir sonidos) y “paya” (hacer compañía en una demostración de dolor, pero con exceso y desorden o remedo).
A esta ceremonia final, acude todo el pueblo y gentes que se acercan desde lejanos lugares, para enterrar al muñeco, en medio de una loca algarabía. Tal vez por eso se lo describe como un dios efímero que se pone a llorar como un ebrio lírico y sentimental, hecho que lo aleja de la solemnidad divina que inspira terror y lo acerca a la farsa dolorosa y humana.
Para terminar el ritual se lo cubre con ramas de albahaca, aloja y vino. Luego, en la tumba del “Pujllay” se echan frutos para que el año que viene, sean duplicados, una despedida melancólica, en la que va explícita la ilusión de un retorno que ha de realizarse a plazo fijo, “al año cabal” como lo dicen en otra copla que cantan.
A veces, el papel del “pujllay” es desempeñado por un hombre de carácter alegre que se presta complacido para reemplazar al muñeco, pero como se comprenderá, en esas oportunidades, el entierro era solamente simbólico.