EL CRUCE DE LOS ANDES. CURIOSIDADES (18/01/1817)

El cruce de la Cordillera de los Andes planificado y llevado a cabo por el general JOSÉ DE SAN MARTÍN  como paso previo e inicial para cumplir su sueño de libertad, fue una epopeya que demando meses de cuidadosa preparación, agotadoras jornadas dedicadas al estudio del terreno, esmerada dedicación en la búsqueda de materiales y equipamiento, selección del personal y hasta estudios meteorológicos.

La misma creación del Ejército de los Andesconstituye un hecho histórico de significativa trascendencia en la evolución de la guerra por la emancipación de Hispanoamérica.

Hasta ese momento, las operaciones militares se hallaban a cargo de ejércitos improvisados, deficientemente instruídos, con escasa disciplina y carentes de armamento y equipos adecuados, lo que sumado a la ausencia de planes estratégicos y a la casi nula preparación de sus jefes y oficiales, repercutía negativamente en su calidad bélica.

Los altibajos que experimentaron las distintas campañas realizadas durante la primera etapa de la guerra: victorias en Suipacha, Campichuelo, Las Piedras, Tucumán y Salta, debidas más al coraje que a la capacidad castrense de sus comandos; derrotas en Huaqui, Tacuarí, Vilcapugio, Ayohuma y Sipe-Sipe, por la incapacidad de sus comandos superiores, cuya errónea conducción malogró los esfuerzos de su tropa.

La aparición del Ejército de los Andes puso fin a esa conducción tan irregular, para encauzarla en sus cánones clásicos y su artífice fue el coronel José de San Martín. Ya llegado a Buenos Aires en 1812, había dado los primeros pasos para la regularización de las fuerzas armadas de los patriotas con la creación del Regimiento de Granaderos a aballo, disciplinado e instruido a la usanza europea y con el cual obtuvo un brillante triunfo en San Lorenzo, mostrando cómo, con una fuerza numéricamente inferior, se podía vender a tropas más numerosas.

El 22 de marzo de 1814 en una carta dirigida a Nicolás Rodríguez Peña le dice refiriéndose a su pedido de ser relevado en el mando del Ejército del Norte y enviado a Cuyo como primer paso del plan que tiene en mente: “La Patria no hará camino por este lado del Norte que no sea una guerra permanentemente defensiva y nada más. Para eso bastan los valientes gauchos de Salta apoyados con dos escuadrones de veteranos. Pensar otra cosa es echar al Pozo de Ayrón, hombres y dinero. Ya le he dicho a usted mi secreto. Un ejército pequeño y bien disciplinado y armado para pasar a Chile y acabar allí con los godos”..

Ya en Mendoza, asume como Gobernador de Cuyo y se dedica con ahinco a la organización de su ejército para llevar a cabo su hazaña: liberar a Chile y desde allí, marchar hacia Perú para desalojar definitivamente a los españoles de su enclave americano.

Perfecciona y pone en marcha estrictos métodos de instrucción para oficiales y tropa, ofrece la libertad a esclavos afrodescendientes que se incorporen a la fuerza, selecciona un excelente Estado Mayor, intensifica el adiestramiento y la capacitación del personal especializado (baqueanos, zapadores de montaña, milicianos, personal de sanidad, etc.), dispone compras y requisas para contar con una importante recua de mulas y caballos, instala un Hospital de Retaguardia en Mendoza y comprendiendo la importancia de contar con un eficiente servicio de ”Maestranza”, que le garantice la disponibilidad de servicios y dinero, armas, pólvora, vestuarios, equipos y pertrechos en abundancia, busca el hombre que cargará con esa responsabilidad.

Lo encontró en el fondo de la celda de una orden mendicante. Era fray Luis Beltrán, un franciscano de 30 años de edad que había realizado su aprendizaje como artillero acompañado al caudillo chileno Carrera en sus andanzas y fabricante de armas y de innumerables artefactos bélicos autodidacta. En 1816 colgó los hábitos y vistió el uniforme de Teniente de Artillería con un sueldo mensual de 25 pesos y así pasó a ser el Arquímedes del Ejército de los Andes al frente de una ‘romisoria fábrica de armamento liviano, atalajes y demás enseres (ver Beltrán, fray Luis).

En dos años de ardua labor, el Ejército de los Andes ya había alcanzado un grado de preparación para la guerra de extraordinaria eficiencia, dando por resultado una fuerza de combate jamás igualado por ningún ejército americano.

Una disciplina de hierro, una profunda conciencia patriótica, una ética militar sólidamente arraigada, un coraje temerario y un fervor místico por la misión que le encomendara su Patria, fueron los pilares de esta poderosa máquina de guerra que se dispuso entonces a cruzar los Andes y liberar a Chile.

Como es lógico entonces, todas estas tareas, pasado el tiempo, generaron infinidad de mitos, anécdotas y cuentos de fogón, algunos de los cuales integran este informe, un trabajo que fue realizado con contenidos del artículo “La organización del Ejército de los Andes”, firmado por el coronel Leopoldo E. Ornstein y publicado por la Biblioteca del Círculo Militar Argentino.

Apoyo chileno
En 1817, en Chile, ya nadie dudaba del destino de libertad que le esperaba al pueblo chileno y muchos se colaboraron para que esto así sucediera. Los “nombres de guerra”, tras los que se ocultaban para preservar sus vidas algunos de ellos, quedaron en la Historia como valientes soldados anónimos que secundaron decididamente los planes de SAN MARTÍN para liberar a su patria: CORRO, MACHUCA, TRIPILLA, FERVOR y ESCABECHE fueron quizás los más comprometidos, junto con alguien que no ocultó su nombre para cumplir con las misiones que se le encomendaban.

Fue el famoso guerrillero chileno MANUEL RODRÍGUEZ que lanzó a sus connacionales una proclama diciendo: “¡Chilenos! Vosotros que palpasteis la necesidad de asegurarnos por tierra y mar antes de repartirnos en empresas cuyo mal resultado desanimaba vuestro remedio, envolviéndonos en nuestras ruinas, veréis las huestes de la Libertad sobre los Andes, luego que descubran camino esos cerros de nieve”.

“El coronel mayor SAN MARTÍN, general nombrado, tiene fuerza para imponerse a los tiranos. El entusiasmo general y la disciplina del soldado justifican una felicidad suprema. Las Provincias Unidas, victoriosas en toda la redondez de su territorio y señoras del mar del Sur, no descubren otra atención que las desgracias de sus vecinos y de sus hermanos. Los esclavos de Abascal sentirán sobre sus cabezas las laureadas escenas que los aterran en el Perú y nos reponen en su dominación”.”

La guerra de zapa.
La guerra de zapa es un término castrense que identifica a un táctica empleada para desorientar y desinformar al enemigo, acerca de cuáles son las verdaderas intenciones y objetivos de su  rival. Con informaciones falsas y operaciones encubiertas de espionaje, San Martín preparó el mejor escenario para lograr el éxito de su travesía.

Hizo creer que el paso se efectuaría por donde jamás pensó hacerlo, supo engañar a los realistas acerca de la verdadera envergadura de sus tropas, mantuvo permanentemente hostilizados a las guardias y destacamentos que instalaban y confundió a sus “ojeadores” con movimientos y maniobras simuladas.

Pero la jugada genial que le permitió el éxito la realizó enviando al mayor José Antonio Álvarez Condarco -que dibujaba muy bien y tenía una memoria notable- por el Paso de los Patos, que se suponía, era el más largo, con una copia de la declaración de Independencia de las Provincias Unidas para el gobernador español de Santiago, Marcó del Pont.

El jefe realista, furioso, hizo quemar el acta y mandó a Condarco por el camino más corto posible, que resultó ser el Paso de Uspallata. El espía de San Martín regresó sano y salvo y pudo diseñar los mapas para el ejército libertador.

San Martín y los pehuenches
SAN MARTÍN, en su calidad de Gobernador intendente de Cuyo, considerando necesario lograr el apoyo de los aborígenes pehuenches de la región, para poder llevar a cabo sus planes para liberar a Chile del yugo español, luego de cruzar la Cordillera de los Andes, envió una comunicación oficial al cacique pehuenche ÑACUÑÁN, informándolo de su acceso a ese mando y expresándole su interés en mantener buenas relaciones con los indígenas.

Desde entonces, la colaboración entre los aborígenes y las autoridades patriotas de Cuyo, se mantuvieron en un excelente plano y a partir de entonces, los pehuenches fueron eficaces colaboradores como guías y arrieros del Ejército de los Andes (ver San Martín y los pehuenches).

Frente del operativo
Las tropas que realizaron el cruce, lo hicieron en un frente de 2.000 kilómetros, incluyendo los sectores por donde debió avanzar la columna principal y los ocupados por los varios grupos destacados con misiones de distracción.

Los efectivos
El ejército que llevó SAN MARTIN en su campaña libertadora de Chile, estaba compuesto por 3.987 soldados combatientes y 1.392 hombres de los distintos servicios de retaguardia.

El armamento
Llevaban fusil, sable o carabina y “bolas de mano”, 100 tiros y 5 piedras por plaza de Infantería y 120 tiros por pieza de Artillería. En total, incluidas las reservas,900.000 tiros de fusil y carabina para la Infantería y 2000 balas rasas y 200 botes de metralla para la Artillería, mientras que los Granaderos de Infantería llevaban consigo 600 granadas.

La Artillería
Además de un impresionante volumen de abastos y demás impedimentas comunes, las columnas patriotas que pasaron por Uspallata y Los Patos debieron transportar, cuatro obuses de a 6 y diez piezas de a 4, artillería ligera que debió ser manejada con zorras y cabrestantes.

El transporte
El transporte de las provisiones y demás bagaje que debió llevar el Ejército de los Andes para el cruce de la Cordillera demandó el empleo de más de 10.000 mulas (de carga y de montar) y 1.600 caballos. Las cargas de vino solamente, eran transportadas por 113 mulas. Las vacas arriadas para ser consumidas en el camino eran casi 700.

Los comestibles
Calculados para satisfacer sus necesidades durante 15 días, totalizaban un peso de 3.000 arrobas (una arroba equivalía entre 11 y 13 kilos, según fuera la región de España, lugar de origen de esta medida de peso) e incluían charqui, galletas de harina, harina de maíz y grasa.

Con estos elementos, agregándoles agua caliente y ají picante se preparaba el “charquicán”, una comida típica de la región de Cuyo y que fue el rancho principal de los expedicionarios. Acotemos que el “charquicán” ofrecía además la ventaja de que se podía empaquetar bien prensado, lo que facilitaba enormemente su trasporte y disponibilidad para su consumo inmediato.

El calzado
de le tropa mereció especial preocupación por parte de San Martín. Ya desde octubre de 1816 se mandó recoger trapos de lana en Mendoza para forrar los tamangos o zapatones que protegían los pies de los soldados en su marcha por los ásperos riscos andinos.

El ingenio suplió la falta de caramañolas
Los escasos recursos con que contaba San Martín para equipar a su tropa, lo obligaron a aplicar el ingenio más de una vez y una de ellas fue cuando ordenó hacer “chifles” con cuernos de vaca, para que cada uno de sus soldados llevara el agua que le sería necesaria durante la travesía.

El clima
El sol cae a pique en la Cordillera y la temperatura, durante el día llega a los 30 grados, contrastando violentamente con el frío de la noche, que es cuando baja hasta los 10 grados, mientras las montañas son barridas por un inclemente viento helado.

Este rigor climático castigaba a la tropa que durante el día, debían soportar calores extremos y que a la noche, a los hombres les era imposible conciliar el sueño, mientras ese viento helado azotaba sus refugios y amenazaba con el congelamiento a quienes debían cumplir tareas de exploración o vigilancia nocturna.

El mal de las alturas
La altura promedio de la cadena montañosa que debió cruzar SAN MARTÍN con su tropa, es de 3.000 metro sobre el nivel del mar y en algunos casos llega hasta los 5.000. Ello trajo numerosos problemas, pues muchos de estos hombres sufrieron fuertes dolores de cabeza, vómitos, fatiga y otros males propios conocidos como el mal de las alturas, apunamiento o soroche (del quechua suruqchi o suruqch’i ),

La salud de San Martín
San Martín, es sabido, no gozó de muy buena salud.  Según diversos autores, sufría de asma, reumatismo, hemorroides y gastritis producida por una úlcera estomacal, sin contar que algunas versiones afirman que además sufría de problemas pulmonares debido a una vieja herida de bala, jamás bien curada. Cuando cruzó la Cordillera tenía 34 años y quizás alguno de esos males, lo obligo a ser trasladado en camilla durante un trayecto de la marcha.

El reconocimiento de San Martín a uno de sus “espías”
Una de las primeras preocupaciones de San Martín al instalarse en Santiago, fue dirigirse al gobernador delegado de Mendoza para que se publicara la conducta patriótica y sacrificada de un vecino de esta última ciudad (se refería a MANUEL RODRÍGUEZ) que fingió durante dos años ser afecto a la causa realista para poder engañar a Marcó del Pont con falsos informes.

Así recibió San Martín a su vencido
La llegada como prisioneros del vencido MARCÓ DEL PONT, al Palacio Arzobispal donde se alojaba SAN MARTIN, despertó la curiosidad de numerosos oficiales patriotas y público que llenaban las antesalas del desde despacho del jefe patriota.

SAN MARTÍN recibió al derrotado ante una gran concurrencia y, sonriente, le extendió su diestra exclamando —»¡Venga esa mano blanca, general!» aludiendo a la infeliz expresión proferida por Marcó del Pont meses anteriores, cuando refiriéndose a SAN MARTÍN, dijo que éste firmaba sus documentos con una «mano negra». Luego, el militar argentino departió con el chileno y bromeando, sutilmente se refirió al Bando que éste había firmado imponiendo severas penas a los patriotas, incluso  a él mismo, si llegaban a pisar tierra chilena”,

Rutina de SAN MARTÍN en Santiago de Chile
Luego de lograda la liberación de Chile, San Martín se alojó en el Palacio Arzobispal de Santiago y la magnificencia del lugar no le hizo variar su espartano régimen de vida. Se levantaba a las cuatro de la mañana, trabajaba en su despacho durante varias horas y a partir de las 10 recibía a sus jefes y personajes que le solicitaban audiencia.

Luego almorzaba solo, en la cocina del palacio. Dormía una pequeña siesta de una hora y después bajaba para participar en las reuniones protocolares que con la asistencia de numerosos invitados se realizaban durante la tarde, aunque muchas veces, delegaba esa responsabilidad en alguno de sus jefes, para dirigirse a las barracas y cuarteles donde se hallaba su tropa, para conversar con ello, conocer sus necesidades y darles su apoyo y reconocimiento.

Presidía luego la comida que se servía a invitados especiales y luego de dar un breve paseo y despachar su correspondencia, se acostaba muy temprano.

Los militares extranjeros en el Ejército de los Andes
Al seguir las huellas de LINIERS, FOREST y BOUCHARD, llegados al Río de la Plata antes de 1810, varios oficiales franceses que habían servido a las órdenes de Napoleón Bonaparte dejaron su tierra después de la derrota de Waterloo y casi todos se incorporaron al Ejército de los Andes.

Pero lo que podríamos llamar el grueso de militares franceses embarcados con rumbo al Plata se formó, ya iniciados los movimientos independentistas en la América española, ora tras la abdica­ión de Napoleón en 1814, ora tras su prisión en Santa Elena, luego del fracaso en 1815 de la “Campaña de los Cien Días”. En particular, los venidos después de Waterloo traían en sus mochilas el mensaje de la Revolución Francesa, revivificado por el emperador al regresar de su exilio en Elba y retomar el mando.

No es arriesgado afirmar que todos o casi todos fueron convencidos por Bernardino Rivadavia para que viajaran a Buenos Aires, o que tomaron consejo favorable de su parte al consultarlo. Y esto debió ser así porque a la sazón nuestro compatriota residía en París ejerciendo, de hecho o de derecho, la representación diplo­mática de los gobiernos que se sucedían en las Provincias Unidas.

Como resulta imposible recordarlos a todos, escojamos ahora a nueve, casi todos desembarcados en la tierra criolla entre 1816 y 1818, casi todos destinados al Ejército de los Andes formado por SAN MARTÍN, casi todos dignos continuadores de una tradición militar que inscribía en sus banderas cien victorias por una derrota.

Los traía el ideal de la libertad
Antes de seguir adelante conviene hacer un distingo fundamental. Aquí, en el Río de la Plata, no ocurrió como en otras latitudes donde también se luchaba por la independencia americana. Muy lejos de nosotros hubo tropas enviadas por algún gobierno europeo cubiertas con el manto propio de los voluntarios. O, también, legiones mercenarias reclutadas por algún jefe hábil en estos menesteres. Unos y otros contribuyeron con su brazo y con sus armas a lograr la libertad política para el Nuevo Mundo, pero ése no fue su objetivo primero, sino que lo fue, la búsqueda de recompensas materiales

Es pertinente señalar, entonces, que los oficiales franceses que llegaron hasta aquí (podría decirse otro tanto de irlandeses, escoceses, ingleses y otros), vinieron individualmente, movidos por el afán de combatir por unos ideales que parecían haber fracasado en Europa por obra de la restauración de las monarquías absolutistas.

Jorge Beauchef
Nacido alrededor de 1785, este oficial francés se marchó a los Estados Unidos tras la caída de Napoleón y en 1817 vino a nuestro país, donde se incorporó al Ejército de los Andes. Hizo las campañas de Chile, donde una bala de cañón le destrozó un brazo, y del Perú. De regreso en el país trasandino, allí murió en 1840.

Federico Brandsen
De París, donde nació en 1785, sobresalió como oficial de los ejércitos de Napoleón, de quien llegó a ser ayudante de campo. Arribó al Plata en 1817 y enseguida pasó primero a Chile y después al Perú, a las órdenes de SAN MARTÍN, quien lo admiró por sus condiciones castrenses. Al iniciarse en 1826 la guerra con el Imperio, de Brasil, se incorporó al ejército rioplatense. Murió el 20 de febrero de 1827, en la batalla de Ituzaingó, al encabezar una carga de caballería en cumplimiento de una dura orden dada por el general Alvear. Sus restos fueron traídos a Buenos Aires y su memoria permanece viva entre los hombres de armas.

Los Brayer y los Bruix
MIGUEL y LUCIANO BRAYER, padre e hijo, ambos antiguos ofi­ciales napoleónicos, se incorporaron en 1817 al ejército de SAN MARTÍN, a la sazón en Chile. Mientras el progenitor actuó con poca fortuna, al punto de merecer el desdén del Libertador, su hijo LUCIANO combatió meritoriamente en Chile y en la guerra contra Brasil.

MIGUEL BRAYER retornó a Francia donde murió en 1840 y su hijo se radicó en Uruguay donde falleció en 1863. Los hermanos ALEJO y EUSTAQUIO BRUIX se incorporaron en Chile al Ejército del Libertador. Allí el segundo murió en combate y ALEJO por su parte, pasó después al Perú donde participó de numerosas campañas hasta el final de la guerra Estuvo en las batallas de Junín y Ayacucho. Falleció en Lima, en 1826.

Ambrosio Crámer
Nativo de París y oficial napoleónico, AMBROSIO CRÁMER cruzó los Andes con SAN MARTÍN y combatió en Chacabuco. De regreso en Buenos Aires, participó en las campañas contra los indios realizadas por el gobernador MARTÍN RODRÍGUEZ y después se estableció en Chascomús, donde se dedicó a la cría de ovejas. Su participación en la sublevación de los estancieros bonaerenses contra ROSAS lo llevó a morir en combate, en 1839.

Alejandro Dane
Fue separado del ejército francés después de Waterloo y llegó al país en 1818. Aquí intervino en las luchas libradas contra los caudillos federales y después participó en la guerra con el Brasil, haciéndolo junto a JUAN LAVALLE. Siguió a este jefe durante las luchas civiles y fue uno de los que condujo su cadáver a Bolivia viéndose obligado a descarnarlo para evitar su corrupción. Estuvo presente en la batalla de Caseros y murió en 1865.

Pedro Antonio Benoit
En 1818 solicitó incorporarse a nuestra Armada, pero permaneció poco tiempo allí. Después acompañó al sabio BOMPLAND en sus tareas científicas y enseguida co­menzó a actuar en Buenos Aires como ingeniero. Intervino en diversas obras, entre ellas la de la construcción de la Catedral, y murió en 1852. Según él mismo decía, en Francia, su país natal, había sido oficial en la escuadra napoleónica. ¿Pero era realmente él? Según FEDERICO ZAPIOLA, no era otro que el desgraciado hijo de Luis XVI, el Delfín, aquel niño maltratado por los revolucionarios de 1789 y entregado al zapatero SIMÓN para su custodia, que por esos avatares de la vida, recaló en Buenos Aires. Un atrayente misterio, que como ellos, ha subsistido hasta nuestros días (Extraído, de una nota de Enrique Mario Mayochi, publicada en el diario La Nación).

Evaluación de la epopeya sanmartiniana
Finalizando este informe, acotemos, para ponderar debidamente la magnitud de la proeza cumplida por SAN MARTÍN y el ejército que marchó bajo su mando, que en su célebre campaña de Italia, Napoleón Bonaparte condujo el grueso de su ejército por el Gran San Bernardo, salvándolo a 2.500 metros de altura.

San Martín, un cuarto de siglo más tarde, traspuso los Andes por Los Patos a través de cinco cordilleras cuya altura máxima llega a los 5.000 metros. Napoleón llevó rodados consigo; San Martín no pudo utilizar ruedas en ningún momento del cruce, debido a las dificultades que presentaba el terreno; abrupto, sinuoso y rodeado de precipicios, por lo que, todo el bagaje debió ser movido a pulso.

7 Comentarios

  1. Anónimo

    es muy largo y no tenia ganas

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  2. Anónimo

    Gracias bro

    Responder
    1. Anónimo

      De nada

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  3. Anónimo

    muy buenos los detalles!

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  4. Anónimo

    Gracias por la información. ¿Alguien podría decir cuál es la fuente de donde extrajeron esta información?

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  5. Anónimo

    messirve

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  6. Anónimo

    gracias, me sirvió para una tarea

    Responder

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