PRINCIPALES TRIBUS DE ABORÍGENES INVOLUCRADAS EN LA LUCHA POR LA POSESIÓN DE SUS TIERRAS

No todos los aborígenes que habitaron en el actual territorio ocupado por la República Argentina reaccionaron de igual modo. ante la presencia de los españoles primero y la violencia del avance hacia sus tierras  luego.

Muchos de ellos, pacíficos y laboriosos, aceptaron la irrupción del hombre blanco en sus vidas. Muchas tribus firmaron Tratados de Paz y convivieron con el «huinca»; muchos aborígenes ingresaron a las Misiones, abrazaron la fe cristiana, aprendieron un oficio y mejoraron sus condiciones de vida y hasta hubo muchos que colaboraron con los blancos en sus luchas por su soberanía e Independencia.

Pero hubo también muchos otros que se sintieron invadidos por extraños que venían a quitarles lo que era suyo y liberaron la violencia que llevaban dentro de si y ofrecieron una resistencia irracional al avance de la civilización.

También hubo quienes habiendo encontrado en tierras ajenas, la prosperidad que no le ofrecía la suya, defendieron su conquista encarnizadamente, otros que  por razones de «lealtad étnica» fueron arrastrados a esa violencia y finalmente otros, que se sumaron a ella, buscando una riqueza pronta y fácil, recurriendo al robo, al asalto y al saqueo, enmascarándose en la nobleza de una lucha que apelaba al derecho de vivir como siempre se había vivido.

Entre éstos últimos, se destacaron algunas tribus que por su ferocidad e intransigencia, muchas veces ante la ferocidad y la intransigencia de los blancos, fueron protagonistas de una guerra, que como hemos dicho en otra parte de este espacio, los llevó a su aniquilación y al blanco lo llevó al escarnio y a su vergüenza (ver «Confrontación con los aborígenes)

En la frontera Sur: Los pueblos involucrados al principio fueron principalmente los “tehuelches” (o “patagones”)  y los  “pehuenches”, conocidos ambos como “los pampas” por habitar esos territorios, pero  luego de laexpansión de los mapuches procedentes de Chile, la guerra se llevó contra estos y los diversos pueblos surgidos de su mezcla con ellos o dominados por ellos.

Valga como ejemplo, recordar que los “pampas” o “hetoquerandíes”, luego de ser dominados por los mapuches, pasaron a ser los “ranqueles” después de que se incorporaran a la cultura “mapuche” en el siglo XVIII). Acotemos que los»querandíes» eran pampásicos, así llamados por los «guaraníes», endilgándoles peyorativamente ese nombre que significa «comedores de grasa».

Los Araucanos
“Araucano”, es un término que significa habitante de Arauco, una región que se encuentra en territorio chileno. Por extensión se ha utilizado la expresión para referirse a las personas o comunidades de lengua mapuche aunque habitaran fuera de Arauco. A estas tribus, pertenecían los caciques COLIQUEO, TRACALEU, MARCELO NAHUEL, JUAN SALPÚ, NAMUNCURÁ, ZUNIGA, PURRÁN. SAYHUEQUE, estaban en la provincia de Neuquén.

A principios del siglo XIX fue el cacique COLIQUEO quien al frente de su numerosa tribu, cruzó la Cordillera desde Chile para afincarse en Los Toldos, provincia de Buenos Aires, desde donde tuvo en jaque a los efectivos del ejército y a los pobladores que habitaban los territorios conocidos como la frontera sur del país de aquella época.

El cacique araucano YANQUETRUZ, por su parte, se estableció con su tribu entre los ranqueles, ocupando territorios al sur de Córdoba, Santa Fe, San Luis y La Pampa, tomó el mando de los ranqueles al morir el cacique CARIPILÚN y los llevó a la guerra contra el blanco, apoyado por los “aucas”, una tribu de belicosos aborígenes escindidos de los araucanos que se dieron el nombre de aucas (que significa “pueblo libre”) y que habitaba sobre las márgenes de los ríos Negro y Colorado (ver Media Argentina  entregada a…).

Dos fueron los grandes “loncos” (cacique) mapuches que cruzando la Cordillera de los Andes, desde la Araucania (Chile), se instalaron en la pampa argentina e influyeron en forma fundamental en el desarrollo de los sangrientos sucesos que tuvieron por escenario la frontera sur de la provincia de Buenos Aires, aunque su actuación tuvo diferentes matices y formas de actuar.

El primero de ellos, fue IGNACIO COLIQUEO un lonco mapuche boroano, nacido en Huincul, en la actual provincia de Temuco en Chile, Se decía que era descendiente del líder indígena CAUPOLICÁN, famoso por la resistencia que le opuso al conquistador español.

A principios de 1820, abandonó Boroa junto con otro boroanos ―incentivado por parientes y amigos que ya vivían en los territorios de la pampa argentina y luego de cruzar la Cordillera de los Andes, se instaló primero en la zona que luego se denominó Los Toldos, en la provincia de Buenos Aires, para trasladarse luego a las cercanías de Masallé, en tierras próximas a la  localidad de Carhué, entre los médanos que rodeaban la Laguna Epecuén.

Fue uno de los más encarnizados enemigos que tuvieron los criollos en su avance sobre la frontera sur de Buenos Aires hasta 1830, pero luego, comprendiendo que a largo plazo el pueblo mapuche perdería la guerra contra los “huincas”, buscó un acuerdo con los hombres blancos, logrando que se lo reconociera como un “indio amigo” por las autoridades argentinas.

Logró escapar de la “matanza de Masallé” encabezada por CALFUCURÁ  (9 de setiembre de 1834) y con su tribu, se refugiaron entre los ranqueles de YANQUETRUZ en la Laguna Pubué, entrando en relaciones con el coronel MANUEL BAIGORRIA, un militar unitario que vivía entre ellos y que se casó con una de sus hijas.

Cuando CALFUCURÁ, después de Caseros convocó a todas las tribus para lanzar una guerra total contra el blanco, COLIQUEO no aceptó unírsele, prefiriendo aliarse con JUSTO JOSÉ DE URQUIZA, junto a quien combatió con su gente en la batalla de Cepeda (23 de octubre de 1859), obteniendo por ello el indulto definitivo por sus anteriores correrías y la posesión de tierras para su tribu (ver “Cacique Coliqueo” )

El otro fue CALFUCURÁ, un cacique (lonco) mapuche que en 1830, luego de atravesar la Cordillera, se instaló con su tribu en la pampa argentina, llamado por los boroanos, que eran perseguidos por JUAN MANUEL DE ROSAS decidido a castigarlos por haber incumplido el Tratado de Paz que habían firmado con él.

Los caciques boroanos, especialmente Rondeao y Melín y tal vez otros como Cañuquir y Cañuillan, pidieron la protección de Calfucurá, pero éste llegó después de que éstos, ya habían parlamentado y acordado nuevamente la paz con Rosas, por lo que trataron de impedir que Calfucurá maloneara y atacara poblados y establecimientos instalados en la provincia de Buenos Aires.

CALFUCURÁ, al verse traicionado y furiosos por la ejecución de su amigo el cacique TORIANO en Tandil, decidió tomar venganza y el 9 de setiembre de 1834, en la llamada “masacre de Masallé”, mató a los caciques boroanos y a los hombres de sus tribus, incendió y destruyó sus tolderías y ante el resto de los caciques de la región, se proclamó, “por voluntad del dios “Güenechén”, Jefe supremo del gobierno de las Salinas Grandes (o cacique general de la Pampa), iniciando a partir de entonces, una feroz escalada de la violencia contra el blanco y contra las trubus que no acataban sus órdenes, cubriendo de sangre los territorios de la frontera sur de la provincia de Buenos Aires.

Hasta que en 1841, cuando el feroz cacique se convenció de la imposibilidad de imponerse sobre tantos enemigos que se había creado, entró en tratos con ROSAS, logrando que éste reconociera su liderazgo, otorgándole el grado de coronel del ejército de la Confederación Argentina (ver “Cacique Calfucurá” ).

Los Aucas
Originariamente los “aucas” eran un pueblo indígena ecuatoriano que habitaba en la Amazonia Oriental de El Ecuador y eran conocidos por ser sus integrantes guerreros intrépidos y cazadores extraordinarios. Históricamente, a ellos se los ha llamado “aucas”, un término peyorativo que en idioma quichua significa «personas de la selva, salvajes», debido a su actitud agresiva hacia otros pueblos indígenas, colonos y «blancos». En la actualidad la palabra Aucas esta en desuso entre la comunidad amazónica ecuatoriana.

En la República Argentina, los “aucas” eran una tribu de indígenas muy aguerridos y belicosos que habitaba sobre las márgenes de los ríos Negro y Colorado, territorios que actualmente ocupa la provincia argentina de Río Negro (El nombre Río Negro es traducción literal del vocablo mapuche KURU=negro, LEUVU=río, que según el padre Falkner, era como los nativos denominaban a este río.).

Se autonombraron “aucas”, dándole a esta palabra el significado de “pueblo libre” y fue una de las tribus que más combatió la presencia del blanco en lo que consideraba sus tierras, constituyéndose en un valioso aliado de los araucanos, etnia de la que se consideraba parte.

Alrededor de 1870, varias familias nómades de “aucas”, quien sabe porque caminos, atravesaron los Andes y llegaron a Chile y se establecieron en tierras donde hoy se encuentran las ciudades de Concepción y Valdivia, limitando con el río Bío-Bío y allí sostuvieron encarnizadas batallas con los pueblos nativos de la zona, cuyo recuerdo perdura aún en una piedra tallada que existe en el “Valle de Cauquenes”.

De alli, pasaron a territorio argentino y se instalaron en la falda oriental de la Cordillera de los Andes, al este de la actual provincia de Mendoza, siguiendo a las inmensas manadas de ganado vacuno que poblaban la pampa. Se infiltraron entre los «Pampas», y llegaron a dominarlos totalmente, haciendo que los acompañaran en sus tropelías.

Fueron ellos los que comenzaron un período de terror que cundió sobre los territorios al sur de la provincia de Buenos Aires, cuando grandes «malones» compuestos por gran cantidad de guerreros, asolaban los poblados y establecimientos instalados por los «blancos». Ese fue el inicio de lo que se llama la «araucanización» de las tribus nativas, cuando se fundieron de tal manera sus idiomas, usos y costumbres, que fue una sola su existencia y su destino.

Los Boroganos (o boroanos)
Se conoce como boroanos, borogas o boroganos (en cualquiera de los tres casos también se los encuentra en la bibliografía escritos con v), al grupo de mapuches originarios de Boroa (o Voroa) en la Araucanía chilena.

Su lugar de origen se encontraba en el territorio actualmente chileno que se extiende, entre los ríos Cautín y Toltén, cerca de La Imperial. Su nombre deriva del arroyo Vorohue («lugar donde hay huesos», aunque según algunas versiones estos «huesos» serían mazorcas de maíz). Durante la guerra e la Independencia de Chile (1819/1821), la mayoría de los boroganos lucharon junto a los realistas, acaudillados por el cacique Curiqueo, pero algunos otros lo hicieron del lado de los «patriotas» (independentistas).

A partir de 1818, comenzaron a realizar incursiones al oriente de la Cordillera de los Andes, llegando hasta la actual provincia de Buenos Aires en donde formaron una federación gobernada por un consejo de seis caciques mayores: Cañiullan, Melín, Alún, Gauyquil, Mariano Rondeau y Cañiuquir, del cual dependían otros veinte caciques menores.

Se unieron al general chileno José Miguel Carrera, que luego de ser derrotado en su patria, había huído hacia la Argentina y lo secundaron en sus correrías hasta que este fue derrotado el 30 de agosto de 1821 en Punta del Médano por las fuerzas del coronel José Albino Gutiérrez.

En  1823, comenzaron a trasladarse a las Salinas Grandes y a la Sierra de la Ventana, donde se asentaron. y en agosto de 1828, atacaron Carmen de Patagones y la “Fortaleza Protectora Argentina”. El boroga Caniucuiz (Cañiuquir o Cañiquir) asumió el mando de los boroganos y éstos intentaron unirse al levantamiento unitario de Juan Galo de Lavalle, pero Juan Manuel de Rosas  logró impedir esto, llegando a un arreglo con los boroganos por medio de una de las esposas (Luisa) del cacique mayor Cañiuquir, que mantenía prisionera en su estancia de Los Cerrillos.

Más tarde, de la mano del cacique Rondeau  buscaron acercarse a las autoridades y vivieron un tiempo en paz, hasta que el araucano Calfucurá, considerándolos traidores a “la causa araucana”, asesinó a Rondeau y a todos sus capitanejos.

Los Huilliches
En el siglo XVI cuando los españoles llegaron a Chile, los Huilliches (o “gente del sur”), ocupaban el territorio ubicado entre  el río Toltén y el canal del Chacao, lo que hoy  se conoce como “las regiones de los Ríos” y parte de Los Lagos, específicamente las actales localidades de Osorno, Llanquihue y Valdivia.

Al norte habitaban los “mapuches”, una nación íntimamente ligada a ellos por razones de idioma (los huilliches hablaban “ste-sungun”, una variación del “mapudungun”cuyo nombre significa «el hablar de la gente» en lengua mapuche), creencias religiosas, vivienda y habilidades para subsistir, por lo que los huilliches, no son considerados como una etnia aparte, sino como la rama meridional de los “mapuches”.

Al contrario de sus vecinos no eran belicosos, pero se sometieron a ellos y por “lealtad étnica”, los acompañaron en sus correrías. Creían en el culto de sus ancestros y se conectaban con un supuesto mundo extraterrenal, a través de sus chamanes mientras tocaban las “trutucas” (especie de trompeta) y el “kultrum” (especie de timbal de madera).

La suya era una estructura patriarcal. Se dividía en tribus que no aceptaban un jefe único y central, sino que cada una tenía el que elegían  entre sus propios integrantes. Construían sus viviendas con largas y finas ramas de árbol que luego cubrían con ramas menores y hojas, dándoles una apariencia que recuerada a la de las “rucas” de los mapuches, sus primos hermanos.

Su principal ocupación era la pesca de peces y mariscos, que hacían lanzando sus redes en los abundantes ríos y lagos de la región, utilizando canoas que fabricaban ahuecando grandes troncos con fuego y hacha.

Se dedicaban también a la caza y a la recolección terrestre;  utilizaban la madera que extraían de los inmensos bosques del lugar, para usarla en sus construcciones y como leña en  sus hogares. Desarrollaron una incipiente y rústica actividad minera y metalúrgica y se desempeñaban como ingeniosos plateros. Criaban guanacos y huemules domésticamente, para aprovechas su carne para alimento,  sus pieles para hacer sus vestimentas y abrigos y su lana para tejerla.

Los Mapuches
Mapuche,  es la palabra que ellos utilizan l para designarse a sí mismos. Deriva de las expresiones «mapu» (tierra) y «che» (persona o gente). El origen de esta “gente de la tierra”, que habitaba en Chile, arrancaría de una población remota de pescadores y cultivadores, de lengua mapuche dominados por los “moluches” (guerreros), que los habría invadido hacia los siglos XII o XII (según R.L. Latcham). Uno de sus componentes habría derivado de una básica vinculación amazónica y el otro sería de raza “ándida”. No se sabe en qué medida intervinieron elementos oceánicos que aportarían una fuerte influencia polinésica a esta etnia (toquis o hachas ceremoniales, arcos cortos, inhumación de sus muertos en una canoa, anclas de cuatro uñas y velas trapezoidales para sus embarcaciones).

Los mapuches, desplazados por la invasión de los “moluches”, se extendieron hacia el norte (fueron los picunches), y hacia el sur (huilliches). Quizás esta etnia que había llegado a tener  unos 400.000 individuos se afincó al oeste de la Cordillera de los Andes (1) y cuando llegaron los conquistadores españoles, los llamaron “araucanos”, gentilicio derivado de “Arauco”, voz corrupta equivalente al topónimo “ragco” (agua gredosa), según F. Erize.

Los mapuches cultivaban la papa el maíz, el ají y la quinoa. Su vivienda (la ruca), era rectangular y estaba construída con maderas, ramas y techo de paja. Con lana de llama tejían en un telar vertical las prendas que vestían: los hombre una manta cuadrada sujeta a la cintura y poncho. Las mujeres, una larga manta que se ataba sobre un hombro y pasaba por debajo del otro brazo. Sus armas eran el arco y las flechas con punta de piedra que llevaban en un carcaj de cuero, una larga lanza, cachiporra con cabeza de piedra y honda.

La alfarería, generalmente sin decoración se reducía a cántaros provistos con un asa vertical junto a su boca, siendo frecuente además el uso de recipientes de madera. Los grupos que habitaban en las costas, construían embarcaciones con troncos de árboles o con juncos o totora. Influenciados por la cultura incaica, desarrollaron una avanzada industria textil con decoraciones geométricas y la platería, metal con el que hacían hermosos pectorales, adornos para llevar en la frente, prendedores y otros ornamentos. Su lengua era el “”mapudungun”, que el jesuita LUIS DE VALDIVIA fue el primero en recoger en su obra “Arte y Vocabulario”, aún es hablada por los sobrevivientes de ese pueblo.

Los Pampas
Con este nombre que proviene del quichua (campo raso), aludimos a los indígenas primigenios que habitaban en las pampas, desde mucho antes de la llegada de los españoles y comenzaron a extinguirse a principios del siglo XVIII, exterminados por aborígenes “araucanos”, que provenientes de Chile, cruzaron la Cordillera de los Andes en procura de mejores tierras y bienes, escapando de la “hambruna” a que los sometían los inhóspitos territorios que habitaban desde sus orígenes.

Los pampas vivían en el territorio que va desde el sur de San Luis y de Córdoba hasta la provincia de Buenos Aires, en las llanuras a las que le dieron su nombre. Abarcaban a los “taluhet” del noreste (que incluía a los “querandíes”), y a los “diluhet” del sudoeste de dichas llanuras.

Altos, robustos y de piel oscura, eran feroces guerreros, especialmente los querandíes. Hacían vida nómade y se dedicaban a la caza de guanacos y venados, abundantes en esos tiempos en los territorios que ocupaban. Sin duda, a causa de esta actividad, adquirieron esas extraordinarias aptitudes de velocidad,  resistencia y manejo de del arco y las boleadoras, que admiraron los españoles, espantados además por la costumbre de estos “salvajes que, muerta la presa, beben  su sangre caliente”, según lo consignaban en sus diarios.

A veces recogían raíces, algarrobas y langostas, cuando las había. Su industria principal era el trabajo de la piedra, con la que fabricaban algunos útiles, puntas de flecha y “sobadores” para la preparación de las pieles. Se guarecían al amparo de paravientos hechos con estacas, cueros y ramas y más tarde en toldos.

Los hombres vestían un taparrabo triangular  y usaban “barbote”, también llamado “tembetá”, voz guaraní («tembé»: labio, «Ita»: piedra),  que designa a una varilla de metal, madera  u otro material que atraviesa el labio inferior de los miembros de la tribu, como señal de madurez sexual.

Eran notables cesteros y en los últimos tiempos de su existencia, de pueblos más avanzados aprendieron a modelar una tosca alfarería que adornaban con dibujos geométricos. Las mujeres se cubrían con “pampanillas” y unos y otros se abrigaban con mantos hechos con pieles de zorro, guanaco o nutrias cosidas entre si y según las circunstancias (fiesta o guerra), se pintaban el cuerpo.

Los pampas han sido llamados también puelches, o “gente del este” por sus vecinos, los moloches o araucanos. La “araucanización” que sufrió este pueblo, hace muy difícil que hoy se encuentre algún individuo de esa etnia en estado puro.

Los Moluches
En los territorios que van desde el sur de las provincias de San Juan y Mendoza hasta el paralelo que pasa por las islas de Chiloé (en Chile), habitaban los moluches, un desprendimiento de los araucanos chilenos que ocuparon territorios de la pampa argentina desde el año 1750 haciendo definitiva su radicación en ella, luego de haberla visitado, cruzando la cordillera de los Andes,  para unirse a los Puelches y a los “Pehuelches”, en sus correrías para apoderarse de caballos y vacunos que se desarrollaban en gran cantidad en esas fértiles  tierras.

Los Pehuenches
Pehuenches es una voz mapuche que significa “gente de los pinares”. Originariamente, los pehuenches, como integrantes de los huarpes,  habrían formado parte de grupos nómades de recolectores y cazadores de la Cordillera de los Andes, que tenían lengua y cultura propias.

En el siglo XVII se los puede ubicar habitando la región centro-sur de Chile, entre el río Maule y el volcán “Lonquimay” y ya se evidencia el comienzo de una progresiva “araucanización” o “mapuchización” de este pueblo, de modo que desde el siglo XIX son un grupo de cultura mapuche que ahora vive en las zonas cordilleranas de la VIII y IX Regiones de Chile y por su carácter de “pueblo nómade”, es sabido que en sus prolongadas marchas, algunos pequeños grupos, atravesaban los Andes llegando hasta el sur del río Neuquén (en la provincia argentina homónima), incluso hasta Mendoza y Buenos Aires, donde se los llamaba “Indios Pampa”, durante la época de la Colonia y se los reconocía como temibles guerreros que utilizaban con singular destreza las boleadoras, el arco y las flechas.,

Hacia el siglo XVIII gran parte de los pehuenche ya casi totalmente aculturados por los mapuches, avanzaron desde la región andina hacia el centro de la región pampeana, especialmente hacia el territorio boscoso poblado de caldenes y algarrobos llamado Mamüll Mapu (Tierra de los Leños), territorio que corresponde al actual suroeste de la provincia de Córdoba, sureste de la provincia de San Luis y el centro noroccidental de la provincia de la Pampa, allí constituyeron uno de los linajes principales de la etnia “ranquel”.

Eran hábiles cazadores y se especializaban en la caza de guanacos, ñandúes y ciervos andinos y en la recolección del piñón o “pehuén”, fruto que les otorga el nombre (pehuenche en idioma mapudungum“, significa “hombre de pehuén”) y la esencia de su cultura y con el que fabricaban una especie de harina que se podía almacenar por varios meses. Además recolectaban otros frutos y con algunos de ellos elaboraban una bebida parecida a la chicha. Todos los víveres eran almacenados en silos construidos debajo de la tierra, siendo utilizados durante las épocas de escasez.

Construían sus viviendas con ramas que cubrían con pieles, cerca de ríos y esteros. Cada familia o “banda” era presidida por el miembro masculino de mayor edad, quien ejercía el poder en calidad de lonko o cabeza de familia. Los pehuenches creían en una vida después de la muerte, y lo manifestaban enterrando a sus difuntos acompañados con sus posesiones más preciadas: armas, utensilios y adornos que había usado en vida.  .

En un principio, su lejanía de los centros más importantes, los mantuvo lejos de los conquistadores españoles y sólo establecían esporádicos contactos con ellos, pero ello les sirvió para conocer el caballo, y asimilarlo a sus costumbres.

Con el paso del tiempo, la relación entre los pehuenches y los españoles estuvo dominada por el tráfico y el comercio de diversos productos como pieles, ponchos, plumas de avestruz a cambio de: trigo, licor, espuelas y plata, pero habiendo descubierto las grandes riquezas que podían encontrar, al otro lado de los Andes, mediante asaltos y “maloqueos” a las haciendas, los pehuenches lograron controlar grandes arreos de ganado que comercializaban a ambos lados de la Cordillera.

Eran altos, delgados y de tez oscura. Muy ágiles y ligeros en la carrera, una vez que conocieron el caballo, se hicieron diestros jinetes y se sirvieron de él para recorrer largas distancias en su búsqueda de buena caza o de buenos lugares para su asentamiento, pero también se aficionaron a su carne para alimentarse.

Se vestían con las pieles de los animales que cazaban, adornándolas con plumas y se untaban con la grasa de éstos, para preservarse de los grandes fríos que debían soportar.

Las pinturas rupestres encontradas en la Patagonia que datan de 3.000 años a.C. algunas y de 11.000 años muestran imágenes que se asemejan a llamas montadas y cargadas, indicio de la vinculación de estas tribus con las del altiplano. Pero lo más sugestivo fue el hallazgo de imágenes de jinetes a caballo, lo que podría corroborar la existencia del “caballo fósil” (Equus rectidens).

Utilizaban el arco y flechas con punta triangular de piedra, las boleadora de dos bolas y al comenzar su “araucanización”, usaron también unas largas lanzas de más de tres metros de largo. Trabajaban el cuero para fabricarse prendas de vestir, cubiertas para sus toldos y recipientes y usaban una especie de odre hecho con piel de guanaco para llevar agua.

Es probable que hayan construido balsas, probablemente con juncos o totora, los que vivían cerca de los lagos. Los trabajos para hacer adornos con plumas eran una de las ocupaciones principales de los hombres, aunque en lo que más se distinguieron fue en el arte de la cestería, que aprendieron de sus vecinos, los huarpes.

Los Picunches
Eran aborígenes originariamente chilenos pertenecientes a la rama septentrional del pueblo mapuche, cuyo nombre en  mapudungun quiere decir “gente del norte”. Habitaban en proximidades de los ríos “El Choapa” y “El Itata”. Eran polígamos y su unidad básica era la familia. Se instalaban en pequeñas aldeas en grupos de aproximadamente 300 individuos, viviendo en cada casa, que construían con paredes de barro y techo de paja,  unas 30 personas, entre el padre, las esposas, los hijos y otros familiares directos

Los hombres ejercían el derecho de mando sobre el resto de la familia y la máxima autoridad era el padre y luego el hijo mayor. Sólo en caso de emergencia, en especial si ocurría una guerra, había un jefe que lideraba a los demás, constituyéndose en el cacique de ese grupo. Criaban guanacos y llamas para utilizar su carne para alimentarse y  sus pieles y su lana, para vestirse y abrigarse.

Era hábiles agricultores y lograban excelentes cosechas aplicando un sistema de cultivo que se conocía como “roza” y que consistía en limpiar de árboles y piedras un sector de los valles de esa región, para después quemar todo y con la ceniza que quedaban,  abonarlo y plantar luego las semillas o las estacas.

Cultivaban así maíz, porotos, teca, ají, calabazas y guinoa, que regaban, construyendo acequias para traer el agua que bajaba desde las montañas. Practicaban un sistema agrícola denominado «Roza», que consistía en derribar árboles y quemarlos. Luego sobre las cenizas, que servían de abono, echaban encima semillas.

Eran diestros alfareros y fabricaban sus jarros, vasijas y fuentes de greda. Originalmente su idioma era el mapudungun, pero dado el gran número de quechuismos incorporados por el  español chileno, es de suponer que después de las campañas de expansión del imperio inca y durante la colonia, se extendió el uso del quechua entre ellos.

Creían en la vida después de la muerte, por lo acompañaban al difunto con los bienes y posesiojes que lo habían acompañado en vida y sus tumbas se presentaban como simples túmulos de tierra rodeados con piedras.

Los Puelches
O “puelches algarroberos” era un pueblo patagónico que originariamente habitaba en  la zona cordillerana de Valdivia y Osorno en territorios ubicados al norte de la zona pehuenche, cuando la actual provincia de Mendoza pertenecía a la Capitanía de Chile. Vivían por ello, cerca de los huilliches y los araucanos, cercanía que aprovechaban para asaltarlos y saquear sus alimentos.

Era un grupo afín a los “pehuenches”, que también pertenecía al grupo “huárpido”, que posiblemente en el siglo XVIII emigró y cruzando la Cordillera de los Andes se instaló en territorios que hoy ocupan las provincias argentinas de Neuquén y Río Negro.

De ahí su nombre que significa “gente del este”, voz araucana que se emplea también para denominar a los pueblos del este de los Andes y que se ha utilizado además para llamar así a los pueblos como los “gününa kune”, los “aonikenk” e incluso para mapuches o tehuelches que han sido mapuchizados

En general los estudios tienden a asociar a los pehuenches con los puelches. Sin embargo, trabajos recientes no consideran adecuado identificar culturalmente a ambos pueblos como uno solo. Su pertenencia al grupo de los huárpidos es fácilmente detectable debido a que eran altos, delgados, de cabeza alargada y alta.

Su piel era más oscura que la de los demás indios circunvecinos. Pero más allá de su aspecto físico, se diferencian de los pehuenches recolectores, en que los puelches son fundamentalmente cazadores. Además los puelches no recolectaban piñones de araucaria sino semillas de algarrobos y molles.

Su vida y organización social eran parecidas a la de los mapuches. Su alimento principal fue la algarroba y como diferencia sustancial con los pehuenches que eran básicamente recolectores, ellos eran fundamentalmente cazadores.

La primera referencia de los “puelches algarroberos” la hizo en 1594 MIGUEL DE OLAVARRÍA, quien lo describió como individuos altos, delgados, de cabeza alargada y alta. Su piel era más oscura que la de los demás indios circunvecinos.

Más allá de lo anterior, la diferencia fundamental se basa en la organización económica, pues el modo de vida recolector de los pehuenches se contrapone con el carácter fundamentalmente cazador de los puelches. Además los puelches no recolectaban piñones de araucaria sino semillas de algarrobos y molles.

Su vivienda, que debido a su condición de nómades, era un toldo de cuero, transportable, hecho con una serie de palos terminados en horqueta y dispuestos rectangularmente en el suelo, cubiertos con otros palos encima y todo recubierto con pieles con el pelo hacia fuera. Sus armas eran las boleadoras, la onda, el arco y la flecha. Como arma defensiva usaban un coleto que a modo de túnica les cubría el cuerpo hasta las rodillas. La vestimenta estaba constituida de pieles que se complementaban con plumajes.

Se depilaban el cuerpo y las cejas y se pintaban de rojo y negro tanto para las expediciones de guerra como para las ceremonias funerarias. Entre los puelches existía el matrimonio por compra, además de la bigamia y la poligamia para los matrimonios pudientes. Los puelches se dividían socialmente en numerosas bandas dirigidas por un cacique menor.

Creían en la existencia de un dios supremo llamado “gamakia” y rara vez se le rogaba directamente a él,  sino que se dirigían a los espíritus de sus antepasados, para que éstos a su vez, elevaran sus ruegos y peticiones.

El vocabulario de estos aborígenes muestra una serie de significativas particularidades. Valga como ejemplo de ello, recordar que dividían el año en doce “quiyenes” (o meses), que contaban de acuerdo con las fases de la luna. Cada mes tenía una característica que lo hacía especial y diferente de los otros y así se llamaba por ejemplo: «gualenquiyen» (mes caliente”) a enero, “ynamquiyen” (segundo mes caliente) a febrero, «atenquiyen» (tiempo de la semilla de araucana) a marzo y «uneimnimi» (tiempo de la perdíz) a abril.

A los eclipses solares los llamaban “layantü” que significa el sol se ha muerto y a este respecto creen que el fenómeno, anuncia la muerte de alguna persona de la tribu. En cuanto a los eclipses lunares ellos considerabn que era un presagio de la muerte de uno de sus enemigos.

Los Ranqueles
Es la castellanización de la palabra mapuche “rangkülche”,  que proviene de «rangkül» (caña) y «che» (persona) y que era utilizada para denominarse a sí mismos. Para los mapuches eran una de las cuatro identidades territoriales del Puelmapú. La República Argentina utiliza oficialmente la designación rankulche.

Surgidos de la expansión de los rasgos culturales de un sector de los tehuelches septentrionales, dominaban el sur de las provincias de Mendoza, Córdoba y San Luis y el norte de La Pampa, capitaneados por los caciques EPUMER ROSAS -EPUMER PAINE, REUMAY, PINCÉN, CARIPILÚN, MANUEL GRANDE, TRIPAILAO, y RAMÓN CABRAL o RAMÓN PLATERO.

Los Salineros
Aliados naturales de los ranqueles, el núcleo principal se ubicaba en las Salinas Grandes, en el noroeste de la provincia de Buenos Aires. Estaban dirigidos por la dinastía araucana de los Curá, que ocupaban el sudeste de La Pampa y el oeste de Buenos Aires, mientras que la tribu del cacique PINCÉN ocupaba  el noroeste de Buenos Aires.

Los Tehuelches
En idioma mapuche, tehuelche es una palabra derivada del “mapudungun”, que significa “gente”, para identificar a un conjunto de pueblos que habitaban la Patagonia argentina. Otras opiniones aseguran que la palabra tehuelche deriva del araucano,  donde “tehuel” quiere decir “sur” y “che” significa “gente”: es decir “gente del sur. También llamados patagones, son los que le dieron el nombre a esa vasta región del sur de la República Argentina.

Es la denominación genérica con que los españoles y argentinos llaman a diversos grupos nómades de la Patagonia. La agrupación de varios pueblos en una sola palabra, produjo históricamente confusión sobre la identidad de cada uno de ellos.

En 1995 el antropólogo argentino ROODOLFO CASAMIQUELA identificó a los pueblos tehuelches del siguiente modo: Tehuelches insulares: los “selnám” y los “manekenk o haush”); Tehuelches meridionales australes: los “aónik’enk” y los “patagones” o “chewelches”; Tehuelches meridionales boreales: los “mech’arn”; Tehuelches septentrionales australes o gününa kena, llamados también “pampas”, “chewelches”, “tehuelches”, “williches”, y “puelches” (un subgrupo de ellos son los “chüwach a künna”); Tehuelches septentrionales boreales: los “querandíes” y los “puelches” del norte del Neuquén). En La República Argentina, se utiliza oficialmente la designación tehuelche para referirse a los habitantes de la Patagonia.

Vivían en la zona de Tapalqué, provincia de Buenos Aires, en Río Negro, Neuquén y Chubut. A esta etnia pertenecían la tribus de los caciques JUAN SACAMATA, MANUEL QUILCHAMAL, tehuelches de la cordillera de los andes, CATRIEL, que vivían en la zona de Azul y la tribu del cacique principal MANUEL BAIGORRITA.

Eran los aborígenes más altos y desarrollados físicamente de América, lo que dio lugar a que se los considerase como legendarios gigantes, tejiéndose alrededor de ellos un sinfín de leyendas. Hacían vida nómade y se alimentaban de la caza, principalmente del guanaco y del avestruz y de raíces, frutos y semillas silvestres. Usaban el arco y las flechas con puntas de piedra y después de la llegada de los españoles, comenzaron a usar el caballo, la lanza y las boleadoras.

Su vivienda era un simple tinglado de palos y pieles de guanaco y se cubrían con grandes mantos hechos con pieles de guanaco, zorro o gato montés, adornados con dibujos geométricos.

Desconocían la cerámica y la cestería y para los usos domésticos se servían de caparazones de armadillo o mulita, valvas de moluscos y de utensilios que hacían con piedra, hueso o cuero. Su organización social era muy primitiva y se fundaba en el núcleo familiar; eran por lo general monógamos y el matrimonio se concertaba mediante la compra de la novia a sus parientes.

Las familias se agrupaban en parcialidades bajo la autoridad de un cacique, a quien le correspondía principalmente, dirigir las expediciones de caza y marcar el rumbo en las contínuas migraciones que realizaban. Entre sus hábitos funerarios estaba el de enterrar a sus muertos en las cimas de las colinas y cubrían las sepulturas (llamadas “chenques”), con grandes piedras, sobre las cuales sacrificaban animales que hubieran pertenecido al difunto.

A comienzos del siglo XIX fueron diezmados por los araucanos provenientes de Chile y los que sobrevivieron, fueron completamente absorbidos por éstos. Eran politeístas y adoraban a numerosos espíritus guiados por sus hechiceros.

En la frontera Norte (“Campaña al Gran Chaco”)
Los Abipones
Al igual que los «guaycurúes» eran aborígenes muy belicosos. A comienzos del siglo XVIII adoptaron el caballo y se dedicaron a vivir del pillaje y la depredación, atacando estancias y poblados de los españoles. Iban amados arco y flechas con puntas de madera tallada, lanzas y macanas (especie de garrote de madera dura). Vivían en chozas cupulares hechas con ramas y paja o junto a “paravientos” que hacían con cuero. Se embriagaban a menudo y fumaban tabaco en pipas de madera.

Les gustaba bailar al compás de tambores y sonajas de calabaza  y de pezuñas de ciervo o simplemente acompañándose con una monótona cantilena. Creían en la vida después de la muerte y por eso, sepultaban a sus muertos con todos sus efectos personales Se subdividieron en tres ramas: gente de campo, gente del bosque y gente del agua (aunque es posible que estos últimos fuesen restos de los “mopenes” que se radicaron allí.

Los Matacos (o mataguayos)
Una nación con una cultura muy primitiva, que llegó desde el norte y se ubicó en los bosques occidentales del Chaco, Formosa y este de Salta. Era una de las dos grandes naciones que habitaban en la región chaqueña que va desde los ríos Paraná y Paraguay hasta los primeros faldeos de la Cordillera de Los Andes y desde el río Pilcomayo hasta el río Salado.

Estaba integrada por las tribus de los “Matarás” y los “Mataguayos” y los “Mocovíes”. Ocuparon el norte de estos territorios, que compartían con los “Guaycurúes”, habitantes del sur. De pequeña estatura, piernas cortas y nariz muy aplastada, su estilo de vida se asemejaba mucho al de sus vecinos, los “guaycurúes”. Tenían una agricultura muy rudimentaria, pero eran diestros cazadores, recolectores y pescadores.

Sabían hacer sus canoas (llamadas “piraguas”), ahuecando un tronco (generalmente “timbó”) con fuego y rústicas hachas de piedra y para pescar, se servían diestramente de un arpón con punta hecha con cuerno vacuno. Eran hábiles tejedores y tejían la lana y el algodón para hacer trenzados con los que confeccionar bolsas y redes con los que transportaban frutos. Poseían un arte cerámico rudimentario.

Para su adorno personal se pintaban el cuerpo, se tatuaban y empleaban plumas. Muy afectos a los bailes y danzas, por lo general con significados mágicos, que se acompañaban con un canto monótono de los bailarines. Dejaban a sus muertos sobre una plataforma construída en la copa de algún árbol o en una fosa abierta en la tierra hasta que se descarnaba. Luego bajaban los restos y los enterraban en nichos.

Eran generalmente pacíficos, pero cuando llegaron los españoles, se unieron a otras tribus para combatirlos y para asaltar sus instalaciones. Utilizaban arco y flechas, lanzas y macanas (garrote de madera dura (generalmente quebracho). Nunca incorporaron el uso del caballo a sus costumbres, como sí lo hicieron otras tribus que habitaron esas regiones del Chaco. Construían sus viviendas clavando largas y flexibles ramas al suelo, que unían en su parte superior para formar una especie de arco, que luego cubrían con cueros o ramas.

Cuando se instalaron las misiones jesuíticas, muchos fueron los matacos que se incorporaron a ellas: “Centa”, “Nuestra Señora de las Angustias”, “Orán”, Saldúa” y “Río Seco” fueron algunas de las que los recibieron durante el período de dominación española.  Más tarde se fusionaron con las comunidades blancas que comenzaron a radicarse en ese territorio, trabajaron en los obrajes, en las plantaciones de algodón y de caña de azúcar y muchos se instalaron en las colonias protestantes (especialmente anglicanas), como “Algarrobal”, “Yuto”, “San Patricio” y “San Andrés”.

Los Mocovíes
Hacia el siglo XV, los mocovíes vivían en las fronteras del antigüo Tucumán, ocupando las tierras al oeste de los abipones y al este de los lules, esto es, en territorios correspondientes a la actual provincia del Chaco y a parte de la provincia de Santiago del Estero. Antes de la llegada de los colonizadores españoles, vivían casi exclusivamente de la caza, de la pesca  y de la recolección. Los hombres cazaban avestruces, iguanas, tatúes y jaguares y para hacerlo se camuflaban con hojas con lo que lograban acercarse lo suficiente para abatirlos con flechas.

También eran hábiles pescadores con arpones, lanzas, flechas y redes. Las mujeres recolectaban los frutos del algarrobo y del chañar, del mistol, de la tusca y del molle; higos de tuna, pequeños ananás silvestres, porotos de monte, raíces y cogollos de palmera. Como los pampas, sus congéneres del sur, comían langostas y numerosos animales de pequeño tamaño. Su indumentaria era un manto hecho con pieles cosidas unas con otras y pintadas con líneas de color rojo, vinchas y mocasines de cuero.

Eran individuos de gran contextura física y los españoles los llamaban “frentones”, ya que tenían la costumbre de raparse la parte anterior de sus cabezas. Vivían en pequeñas aldeas y sus casas estaban construidas como paravientos de ramas. Practicaban el casamiento por compra y los pretendientes debían demostrar su destreza como pescadores y cazadores ante el padre de la novia.

Eran buenos observadores del cielo y de las estrellas para orientarse, predecir el tiempo y hasta para ver reflejado en él a un inmenso “ñandú celestial”, al que llamaban “Mañí” en sus plegarias.

Era un pueblo muy guerrero que vivía en permanente  guerra con algunos de sus vecinos, pero cuando llegaron los españoles y aliados con los abipones, a partir de su adopción del caballo, comenzaron a atacar los poblados y posesiones de los éstos y en sus correrías, contribuyeron en gran medida a la destrucción de “Concepción del Bermejo” y en los ataques que se llevaban a cabo sobre Salta, Tucumán, Santiago del Estero y Córdoba.

Recordar que el Viernes Santo de 1866, unos 800 mocovíes arrasaron la ciudad de “Esteco” y aunque un puñado de españoles logró resistir, la población jamás se recuperó y desapareció 6 años después en un terremoto catastrófico. En junio de 1690 atacaron “San Miguel de Tucumán” matando a 45 personas.

Alejados de esos centros de población por la expedición que ESTEBAN DE IURIZAR Y ARESPACOCHAGA llevara contra ellos en 1770, hizo que los mocovíes, al mando del cacique NOTINIRÍ se trasladaran hacia el sur de la provincia del Chaco y norte de la provincia de Santa Fe en tierras de los abipones, con quienes se dedicaron a hostilizar poblaciones y estancias de Santa Fe, llegando a atacar a la misma la ciudad de “Santa Fe” en varias ocasiones.

Los Pilagaes
Habitaban en la parte central de la provincia de Formosa, sobre la margen derecha del río Pilcomayo, en las zonas anegadizas del estero “Patiño”. Son los únicos de la familia de los  “guaycurúes” que todavía tienen una importante cultura autóctona

Los Sanavirones
Habitaban el bajo río Dulce y en la cuenca de Mar Chiquita, hasta el río Primero, en territorios que hoy ocupa la provincia de Córdoba, compartiendo esos territorios con los “Comechingones” a quienes hostigaban permanentemente. Formaban pequeños poblados independientes y hablaban la lengua “quichua” además de las suyas propias. Fueron los que más fácil y rápidamente aprendieron y abrazaron la doctrina cristiana que les enseñaron los sacerdotes jesuitas.

Los hombres lucían una tupida barba, que los diferenciaba de las demás tribus de la región y cazaban guanacos, ciervos y liebres, pescaban y criaban en domesticidad rebaños de “llamas”, con cuya lana tejían sus vestidos y mantas. Sus mujeres recolectaban frutos del algarrobo y el chañar y cultivaban el maíz y la quinoa.

Construían sus viviendas cavando la tierra hasta que quedaban cuatro costados que cubrían con troncos, ramas y otros elementos vegetales y techaban con paja. Solían rodear sus poblados con cercos espinosos, como protección contra ataques de tribus enemigas. Conocían la cerámica, el hilado y el tejido.

Usaban como armas el arco y las flechas y la macana (garrote de madera dura). Enterraban a sus muertos en urnas o tinajas de barro cocido. Cuando llegaron los españoles, habiendo comprobado que les era más rendidor atacar a sus posesiones, dejaron de molestar a sus vecinos y mantuvieron un permanente estado de guerra con éstos, asaltando y saqueando sus establecimientos y robando su ganado, pero no pudieron resistir la represión a la que se los sometió y a partir de 1573, según registros de la época, comenzaron a extinguirse por muerte o migración .

Los Tobas
A los pueblos que habitaban en el Chaco Oriental, los españoles les dieron el nombre de “frentones” (“tobas en lengua guaraní), por la costumbre muy común entre ellos de raparse la parte anterior de la cabeza, dando la impresión de una frente más amplia de lo normal.

Los Tobas eran una comunidad “guaicurú”, que ocupaba originariamente  ambas márgenes del río Pilcomayo en el territorio que hoy ocupa la provincia de Formosa; después se replegaron hacia el este, extendiéndose luego hacia el norte y el sur en tierras hoy ocupdas por la provincia del Chaco.

En el siglo XVIII también adoptaron el caballo y así aumentó su peligrosidad, pues como hábiles jinetes, les resultó muy conveniente la velocidad con que sus montados les permitían ataques relámpago a estancias y poblados de esos territorios.

En el siglo XVIII adoptaron el caballo y se hicieron expertos inetes, nómades montados, siempre dispuestos a atacar las poblaciones españolas y al saqueo de los establecimientos ganaderos, pero como éstos eran pequeños y de escaso valor, sus correrías no tuvieron la trascendencia de las que llevaban a cabo otros grupos de “guaycurúes” que operaban en la zona. Altos y de fuerte constitución física, con piernas robustas y anchas espaldas.

Excelentes cazadores y recolectores. Utilizaban el arco y las flechas para cazar y guerrear. Actualmente, la mayor parte de ellos  se ha desplazado a regiones más meridionales del Chaco.

1 Comentario

  1. Dino

    Felicitaciones por este resumen. Es lo único que encontré bien completo respecto de los pueblos indígenas que habitaron la Argentina.

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