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COLECTIVIDADES
Desde sus orígenes, la República Argentina ha sido receptora de inmigración, y las colectividades que aquí se instalaron, han ido variando la composición social y características de la población argentina.
Por lo tanto, si evaluamos la influencia de los movimientos migratorios (europeo, limítrofe o interno) en nuestro país, diremos que este proceso significó una verdadera revolución demográfica que transformó radicalmente las características étnicas, sociales, económicas y políticas de la Argentina.
Desde el siglo XVII hasta el siglo XIX, la población del territorio del Río de la Plata, se caracterizó por una escasa cantidad de pobladores españoles, un reducido ingreso de extranjeros (debido a las restricciones de las Autoridades) y a la introducción de negros (esclavos), dada la escasez de mano de obra indígena.
Así fue que el ingreso de extranjeros se constituyó en una variable permanente y fundamental de la dinámica y el crecimiento poblacional argentino, desde sus orígenes hasta mediados del siglo XX. Entre 1830 y 1930, más de cincuenta millones de europeos, emigraron hacia América, aunque concentró su mayor volumen en los 50 años comprendidos entre 1880 y 1930.
“Los movimientos migratorios y el contacto entre culturas, dan cuenta de la historia de la humanidad. A veces, como movimientos forzados por cuestiones climáticas o para la obtención de recursos naturales. Otras, como medio de obtener mano de obra esclava. Y otros como movimientos relativamente libres, cuando tienen que ver con decisiones personales impulsadas por la búsqueda de una mejor calidad de vida”.
Los primeros gobiernos patrios levantaron las restricciones al ingreso de extranjeros y un ejemplo de ello es el Decreto de “Promoción de la Inmigración del 4 de setiembre de 1812, que no obtuvo el resultado que se buscaba. No llegaron inmigrantes en forma masiva, pero si algunos ingleses, franceses, irlandeses, italianos y alemanes se establecieron en Buenos Aires y en su campaña.
En el siglo XIX, la solución a los problemas económicos, demográficos, políticos y religiosos de Europa, derivó en una emigración que se vio favorecida por los adelantos producidos en el ámbito del transporte marítimo y por la aparición de nuevos países en América, África y Oceanía.
La emigración europea, fue muy importante desde principios del siglo XIX hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial (setiembre de 1939) y su destino principal fue América. Estados Unidos fue el país que recibió mayor cantidad de inmigrantes, siguiéndole en importancia la Argentina, una de las naciones del mundo que más corriente inmigratoria recibió en la época moderna;
Los españoles en la Argentina (1845)
La constituída por los españoles, es la segunda mayor comunidad europea asentada en la República Argentina, detrás de la de los italianos y por delante de las de los alemanes y portugueses. Los españoles comenzaron a llegar al país durante la época de la conquista, formando parte de las expediciones que recorrieron el territorio del Río de la Plata, regándolo con su sangre y difundiendo la fe cristiana.
Más tarde, ya durante la colonización, lo hicieron, destinados por la corona española, para ocupar cargos en los organismos reales, ejerciendo el comercio y asumiendo responsabilidades administrativas y políticas en esta Colonia.
Acompañando a todos estos españoles que llegaron a América, en cumplimiento de una misión, muchos de sus compatriotas subieron a los barcos en busca de la “tierra prometida”: algunos encandilados por las expectativas creadas alrededor de alucinadas leyendas que prometían grandes existencias de oro y plata en estas tierras y otros, buscando un mejor destino y calidad de vida para ellos y sus familias, deseando alejarse de un futuro de miseria y hambre, destino que aguardaba a las clases bajas de una España convulsionada por los horrores de la guerra con Inglaterra.
Durante el tiempo que España ejerció el poder colonial en los territorios del Río de la Plata, hasta la declaración de Independencia Argentina, en el año 1816, casi todos los colonos europeos que se asentaban aquí, eran españoles que fueron instalándose en los nuevos poblados y ciudades que iban surgiendo con los años.
No hay registros acerca de esta primera inmigración de españoles, pero se estima que no fue muy trascendente. Lo que si fue trascendente, fue que estos primeros españoles, rápidamente se mestizaron y cruzándose con los aborígenes y los afrodescendientes, dieron como resultado a los “criollos”, columna vertebral de la futura sociedad argentina
Después de la llegada de inmigrantes ingleses particularmente durante los años 1821, 1822 y 1823, no se registró una entrada importante de extranjeros al país, en calidad de inmigrantes. Había entonces unos pocos alemanes, algunos portugueses, franceses y por supuesto españoles, muchos españoles que habían llegado para “hacerse la América” en esta colonias, rica posesión de la “Madre Patria”.
Un segundo movimiento migratorio, esta vez importante desde España, se produjo a partir de 1845 y se prolongó hasta mediados del siglo XX, con la llegada principalmente de “gallegos” procedentes casi en su mayoría de Pontevedra y La Coruña, y en menor escala de “asturianos”, “leoneses” y “catalanes”, seguidos por los “vascos” y los “canarios”
En la época de Rosas, alrededor del año 1845, empezaron a llegar los primeros que pueden ser considerados “inmigrantes”. Eran gallegos, que venían consignados a la casa de “Llavallol e hijos” para trabajar en aquellas actividades que no contaban con mano de obra apropiada, dada la “natural indolencia del criollo” y la escasez de esclavos negros, por lo que rápidamente se dispersaban por la ciudad y la campaña, bien empleados generalmente como sirvientes, o bien como peones, para toda clase de trabajo.
Venían salvajemente amontonados en las bodegas de buques de vela, sufriendo los rigores de un viaje largo y penoso, durante los cuales, se declararon los primeros casos de “fiebre tifoidea”, una peste que empezó a propagarse desde la llegada de esas siniestras “barcadas” a nuestras playas, traída por esos infelices, inhumanamente hacinados y obligados a comer carne salada, quizás en no muy buenas condiciones, nada de verduras ni de frutas y agua de barril.
Empezaron luego a venir los vascos, magnífica inmigración, compuesta, en su mayor parte, de hombres atléticos, honrados y laboriosos que aparecieron con su boina, su ancho pantalón, su andar especial y su aire satisfecho, formando notable contraste con el resto de la población, que vestía la librea que Rosas había impuesto, al extremo de que ver a uno de ellos, era ver a todos.
Sus habilidades, su preverbial fuerza y su “tozudez”, fueron prontamente aprovechadas y rápidamente fueron absorbidos especialmente para trabajar en la campaña y en los saladeros, aunque bien adaptados al medio, sus ocupaciones comenzaron a ser más variadas. Se hicieron labradores, lecheros, horneros, etc.
Algunos se ocuparon como picadores en las tropas de carreta, habiendo llegado muchos de ellos a ser dueños de tropas bien organizadas, con peones vascos también; haciendo largas travesías a través de la campaña, bien familiarizados ya con esta clase de trabajo, como lo estaban los hijos del país. Otros tenían buenas majadas y aun rodeos en establecimientos donde lucía el aseo, la prolijidad y el buen gobierno.
Peninsulares. Este término se empleaba para referirse a los españoles nacidos en España, para distinguirlos de los criollos de padres españoles. Se los reconocia como individuos de pura sangre española, considerados socialmente por encima de los nativos de otras naciones europeas, eran claramente diferenciados política y económicamente y constituían un influyente grupo de poder durante la época de la colonia y hasta bien avanzada la lucha por la Independencia.
Transcribimos a continuación una serie de opiniones y comentarios acerca de la presencia de españoles en la Argentina, seleccionados por la escritora María González Rouco
«Veníamos del pueblo que dio la variedad más grande de “genio” en términos humanos, escribió Eduardo Mallea. Y agregó: “mas eso era anterior a nosotros y por lo tanto diferente”. Aquel pueblo era, en realidad, un mosaico unido bajo una misma bandera y por un mismo futuro en común, y así, con su misma riqueza y diversidad, vino a nuestro suelo y nos dio un origen de pluralidad».
«Desde los tiempos del virreinato hubo, aquí, españoles de todas las regiones, sin distinción. Y junto a los criollos de la nueva tierra, empezaron a organizar –con el aporte indígena y el de otros pueblos- lo que es hoy nuestro país».
«Mucho antes de la Independencia, los españoles introdujeron los primeros ejemplares de ganado caballar (1536), ovino (1550) y bovino (1553). Este último se reprodujo en forma inesperada, a punto tal que, al fin del Virreinato superaba los seis millones y medio de cabezas.
Ya por esa época, había grandes estancieros de origen español, como los Ezeiza, con campos en Entre Ríos, los López de Osornio (estancia «Rincón del Salado») y los Miguens (estancia «Las Víboras») afincados en la Provincia de Buenos Aires, o los Toledo, los Alvarado, los Arenales y los Güemes, arraigados en Salta».
«Entre 1857 y 1909, después de un período de escasa relación, llegaron a nuestro suelo 882.271 españoles».
«En 1866 llegaron a Rosario, José y Manuel Arijón, que fueron empresarios y colonizadores: Manuel fundó el pueblo de Saladillo. Un año después, falleció Esteban Rams, que había sido explorador de los ríos Salado y Dulce, director del primer ferrocarril argentino, destacado hombre de empresa y colonizador también».
«Una figura excepcional es la de Carlos Casado del Alisal, que fundó la Colonia La Candelaria, de la cual salió, en 1878, la primera exportación de trigo del país. En menos de veinte años, La Candelaria llegó a tener 3000 habitantes. En 1883, Casado construyó el Ferrocarril del Oeste Santafesino, uniendo La Candelaria con Rosario, su puerto de exportación cerealera. También estuvo ligado a la fundación de Casilda y a la colonización del Chaco».
En Santa Fe, en las afueras de Rosario, «Nueva España» fue colonia hortícola; también hubo colonos españoles –de regiones diversas- en San Carlos (Santa Fe), en Urquiza (Entre Ríos) y en otras colonias agrícolas del resto del país. Españoles fueron pioneros de Río Gallegos, Comodoro Rivadavia, Colonia José de San Martín y en la Península Valdés».
«Los gallegos y los catalanes se radicaron, en general, en la ciudad de Buenos Aires. Los meridionales, en Mendoza, Río Negro y Entre Ríos, dedicándose, principalmente al trabajo rural en las plantaciones. Los valencianos fueron a Corrientes y a Misiones.
Los asturianos se instalaron en las provincias andinas, en el noroeste de nuestro país. Los andaluces se dedicaron, mayormente, a la horticultura. Arana, Aguirre, Irigoyen, Elortondo, Iraola, Anchorena, Urquiza, Alzaga, Atucha, Elizalde, Ezcurra, Gorostiaga, Casares, Urribelarrea, Azcuénaga, Udaondo, Olazábal, Madariaga, Guerrico, Anasagasti: son todos apellidos españoles de origen vasco, ligados a la historia del campo argentino. Los vascos, legendario y antiquísimo pueblo de Europa, se dedicaron a nuestro campo con empeño singular, como ganaderos, tamberos y fruticultores. La figura del vasco tambero integra nuestra más pura tradición nacional».
«Canals fue uno de quienes más impulsaron el progreso de Rosario. Otros españoles contribuyeron al crecimiento de los viñedos mendocinos y sanjuaninos. Español era el origen de los fundadores de «La Martona», creada en 1900 por la familia Casares. Ocho años después, un grupo de tamberos de procedencia evidente, fundó otra compañía láctea: «La Vascongada». Y en ese mismo año, «La Cantábrica», inició el rumbo que la llevara a la fabricación de maquinaria agrícola con la que sembró todo el país».
«Aquella variedad genial española de que hablaba Mallea, retoñó en nuestra Patria. A lo largo y a lo ancho de nuestro campo, hubo peninsulares que se hicieron argentinos mientras labraban la tierra, criaban ganado, sembraban frutales o cereal y organizaron su vínculo fraternal, cultivaron el suelo, sirvieron a la Patria y agrandaron nuestro patrimonio espiritual».
Gabriel Báñez, en su novela “Virgen”, afirma que la protagonista «Había llegado a un país de tanos y gallegos y de rusos y turcos, y todo lo que no entrara en el dos por cuatro de esa conclusión elemental, era una rareza de apellido pero nunca de nacionalidad”.
«A todos los italianos se los incluirá en «la categoría “tano” –señalan Alvarez y Pinotti-; del mismo modo que a los españoles se los llamará unánimemente “gallegos”; a todo aquel que venga del Imperio Otomano “turco” y actualmente, ‘bolita’ designa a todo el que venga del área andina, sea boliviano, peruano, ecuatoriano, o simplemente jujeño. Este uso de rótulo sirve para homogeneizar la diversidad apabullante y de paso descalificar el “Otro”.
Los italianos en la Argentina (1857)
Italia fue siempre un importante socio comercial de la República Argentina, y los inmigrantes italianos constituyen el mayor grupo étnico en la Nación.
El clima, la actividad económica preponderante en Argentina, principalmente agraria y su compartido origen latino, potenciados por una efectiva política inmigratoria de parte del gobierno argentino, fueron los factores fundamentales que justificaron la llegada masiva de italianos desde 1857 hasta 1958, período durante el cual los italianos conformaron aproximadamente el 46% del total de la masa inmigratoria que llegó a la Argentina, sobrepasando aun a los españoles, que representaron el 33% de ese total y como resultado de ello, en la actualidad, el 65-70% de los argentinos tienen línea genealógica de esta nacionalidad.
Es posible reconocer diversas corrientes inmigratorias de italianos hacia la Argentina, que según se ha concluido, comenzó a mediados del siglo XIX, cuando surgió lo que se conoce como “la Italia moderna”.
Para llegar a este “status”, tuvieron que producirse trascendentes cambios de carácter económico, social y demográfico que afectaron a su población, que se vio, en muchos casos agredida o por lo menos incomodada, especialmente en los niveles sociales de menor poder adquisitivo.
Esta situación, unida a las noticias que llegaban del “nuevo mundo”, acerca de la prosperidad y de tentadoras condiciones que ofrecía para progresar, generó una comprensible expectativa y un urgente deseo de viajar hacia esos países que les garantizaba una vida mejor. Estados Unidos, Brasil y Argentina, eran en esa época los destinos que más atraían a los futuros inmigrantes y las cuatro principales causas que llevaron a los italianos a movilizarse fueron:
a). La epidemia del cólera que azotó la península entre 1835-1885. b). La falta de adaptación del italiano medio a la “revolución industrial” que se produjo en aquellos años y que generó una importante crisis económica. c). La escasez de tierras cultivables para satisfacer la demanda de una población cada vez más numerosa. d). La necesidad de escapar de los horrores de las guerras que ensombrecieron a Europa durante gran parte de la primera mitad del siglo XX.
Proviniendo principalmente de las regiones del norte de Italia, destacándose entre ellas Lombardía, Calabria, Piamonte y Liguria y Sicilia y Campania en menor volumen, numerosos italianos, compartiendo una común herencia cultural mediterránea, la misma religión identificada como “catolicismo romano” y un idioma de muy similares características, se asentaron principalmente en Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos, Santa Fe y Mendoza, adaptándose allí rápidamente a las nuevas formas de vida y costumbres que les ofrecía su nuevo destino.
Y al mismo tiempo en que renovaron y fortalecieron las tradicionales habilidades argentinas (cultivo de frutas, producción de vino, irrigación, transportes, cultivo de cereales, comercio, actividad bancaria, etc.), también trajeron los tan necesitados nuevos conocimientos industriales y tecnológicos.
Dispuestos a comenzar humildemente pero trabajando muy duro, con el fin de acumular capital, tierras y educación, los padres venidos de Italia y sus hijos nacidos aquí, lograron ocupar un lugar destacado en la sociedad. En todo el territorio de la nación Argentina, los italianos constituyeron gran parte de la creciente clase media urbana y rural, desempeñándose como artesanos, cultivadores de trigo y maíz en grandes extensiones, como navegantes ribereños, propietarios de pequeños viñedos y montes frutales en Mendoza y Río Negro, etc..
Los acontecimientos que se produjeron en Italia durante la Primera y Segunda Guerras Mundiales se vieron reflejados crudamente en la Argentina. Durante la primera contienda, numerosos italianos regresaron a su país, para colaborar con su madre patria, dejando inconclusos muchos de los proyectos y actividades que habían iniciado.
Y durante el período comprendido entre las dos guerras, fueron muchos los argentinos que se sintieron atraídos por “la nueva Italia fascista de Mussolini”, viendo en ese totalitarismo, una similitud con el gobierno de los caudillos argentinos y creyendo que esta moderna forma corporativa de gobierno podía ofrecer nuevas respuestas a algunos de los problemas políticos argentinos.
Y fue precisamente JOSÉ FÉLIX URIBURU, quien desde su cargo de Presidente de la Nación (1930-1932), fue uno de ellos, actitud que le valió ser acusado de pretender instalar un gobierno fascista en la República Argentina.
Durante la Segunda Guerra Mundial, gran número de argentinos, de todos los niveles sociales, y que contaban con estrechos vínculos familiares en Italia, fueron quizás, quienes más influyeron en el fortalecimiento del tradicional deseo argentino de permanecer neutral en las guerras mundiales y en lugar de unirse a los aliados contra las fuerzas del Eje, que incluían a Italia, mantuvieron su neutralidad. Una vez terminada la guerra, todo volvió a la normalidad y la inmigración italiana se renovó una vez más con marcada intensidad.
La sangre italiana ha dado a la Argentina algunos de sus más grandes hombres durante los últimos ciento cincuenta años, comenzando con el general patriota MANUEL BELGRANO en el período de la independencia, para seguir con numerosos intelectuales, artistas, científicos, educadores y hasta presidentes de la nación como BARTOLOMÉ MITRE, CARLOS PELLEGRINI, ARTURO HUMBERTO ILLIA, JUAN DOMINGO PERÓN y ARTURO FRONDIZI.
Fueron muchas las figuras trascendentes de la literatura, la música, la poesía, la pintura y otras artes de origen italiano, que se unieron para fortalecer el sistema educativo argentino y llevarlo a su máximo potencial. Aportes en el espectáculo, el teatro y la música le son hoy reconocidos y hasta nuestra música ciudadana: el Tango, se vio enriquecida con la participación de notables compositores e intérpretes como TANTURI, BAFFA, DE ANGELIS, DARIENZO y tantos otros
Y no sería justo terminar esta lista, sin agregar a la misma, los aportes que la comunidad italiana hizo en los hábitos alimenticios, sociales y lúdicos de los argentinos. Los italianos nos trajeron “las pastas”, la pizza, el fainá, la polenta y la milanesa.
Originales postres, el helado, el tiramisú, el panetone navideño y la torta de ricota, sin olvidar la costumbre de acompañar los almuerzos y cenas con un delicioso vino. El gusto por la Ópera y el “bell canto”, la alegría de las reuniones familiares de los domingos y la devoción por santos y vírgenes, en los cuales millones de personas, depositan hoy sus esperanzas a la espera de un milagro, que enderece sus vidas.
Hasta nuestro idioma coloquial se ha visto renovado con el aporte traído por los italianos: muchas de las expresiones que son comunes hoy en la Argentina, han sido traídas por ellos: nuestro cariñoso “pibe”, para nombrar a un niño, deriva de su “pive”, que en dialecto genovés sería igual a “aprendiz”; “mina”, nombre con el con los argentinos nombramos a una mujer es una adaptación de su “femmina”, (mujer); “laburo” que tiene su origen en la palabra “lavoro” (trabajo en italiano).
Fueron y son tantas las cosas que nos trajeron, que nos enseñaron y que supieron mejorarnos, que hoy en todo nuestro territorio, el 3 de junio de cada año, se celebra el “Día de la Inmigración Italiana”.
Los portugueses en la Argentina
Desde 1641 ya había en Buenos Aires ciento ocho inmigrantes portugueses y el secular enfrentamiento que mantenían España y Portugal por la posesión de las tierras de América, potenció en grado sumo la radicación en ellas, de súbditos, tanto españoles como portugueses, llegando a ser entre ambos, el 20% del total de población extranjera en todo el territorio del Río de la Plata. .
España y Portugal estuvieron en pugna acerca de sus respectivas reivindicaciones en el hemisferio occidental, desde el mismo día en que América fue descubierta.
La línea trazada por el Tratado de Tordesillas (1494) concedía a Portugal el derecho de reclamar el este del Brasil, mientras el resto de las Américas se reservaba para España. Como nadie sabía, excepto teóricamente. por dónde pasaba esa línea, todo el interior de Sudamérica meridional quedaba abierta a la exploración, reivindicación, uso y colonización por ambas naciones a través de las colonias de España en el Río de la Plata y el Alto Perú y de Portugal en el Brasil.
Puede ser que los exploradores portugueses hayan descubierto el Río de la Plata y las Islas Malvinas, pero no hicieron reclamaciones, por lo se considera que un navegante portugués, HERNANDO DE MAGALLANES, fue el primero en navegar y recorrer la costa atlántica de la Argentina y atravesar los estrechos del sur, pero efectuaba su viaje bajo mandato de la Corona española, por lo que PEDRO DE MENDOZA fue enviada para ocupar y hacer efectiva la reclamación de España por el Río de la Plata (1535- 1536).
CABEZA DE VACA y otros funcionarios y conquistadores españoles, antes y después de él, utilizaron libremente la ruta entre la isla de Santa Catalina y Asunción, primitiva capital de los asentamientos españoles; tanto los españoles como los portugueses trataron infructuosamente de establecer asentamientos en esta región.
Los jesuitas, con sus reducciones guaraníes lo hicieron, finalmente, a principios de la década de 1600; mientras tanto, durante el período en el cual tanto Portugal como España estuvieron sometidas a la misma Corona española, los brasileños aprovecharon esta situación para presionar firmemente hacia el oeste, internarse en el valle del Alto Paraná y comerciar, con cierta legalidad, con el nuevamente fundado puerto de Buenos Aires (1580).
En 1641 había ciento ocho portugueses en Buenos Aires, la mayoría de los cuales eran gente prominente y de holgada situación económica; constituían casi el 20% de la población europea en toda el área del Río de la Plata (trescientos setenta portugueses, mil quinientos españoles).
A comienzos del siglo XVII la intrusión portuguesa había obligado a los jesuitas a trasladar sus misiones río abajo y en 1680 los brasileños establecieron su base comercial y su primer asentamiento permanente en Colonia del Sacramento, en la margen norte del Río de la Plata.
Durante el siglo XVIII, nuevos y más estrechos vínculos entre Portugal y Gran Bretaña, ambos enemigos de España la mayor parte del tiempo, hicieron del Río de la Plata una de las principales zonas de peligro y obligaron a la Corona española a prestarle más atención; ambas naciones reclamaban las provincias de Santa Catalina y Rio Grande do Sul, al sur del territorio brasileño, el este del Paraguay y Misiones, y el Uruguay.
Todas estas tierras cambiaron de manos varias veces en la década de 1700; en 1777 por el tratado de San Ildefonso se dio a España lo que hoy es el Uruguay y el resto a Brasil, designándose una comisión de límites para fiscalizar la ubicación exacta de la línea. Aunque estos problemas no quedaron resueltos en su totalidad hasta después de la Guerra del Paraguay (q.v.), casi un siglo después, el territorio se hallaba colonizado en forma sumamente dispersa y reinó la paz durante cierto tiempo
El siglo XIX entrañó nuevas situaciones: Gran Bretaña aspiraba a un mejor arreglo comercial con Portugal, y existe cierta evidencia de que la captura de Buenos Aires por Sir Home Popham en 1806 (véase Invasiones Inglesas) fue parcialmente motivada por el deseo de apoderarse del floreciente comercio portugués de la trata de esclavos en Buenos Aires.
La invasión de la península ibérica por Napoleón puso a España, Portugal y Gran Bretaña del mismo lado y la firma de un tratado comercial mucho más favorable entre Gran Bretaña y la Corona portuguesa en Río de Janeiro (1810) dejó a aquélla en condiciones de ejercer mayor influencia y presión sobre América Hispana; en su mayor parte utilizó este poder para restringir la expansión portuguesa en el Río de la Plata y mantener allí un equilibrio de poder favorable a los intereses comerciales británicos.
El estallido de la guerra por la independencia argentina y la inestabilidad imperante en la Banda Oriental provocaron la transitoria ocupación brasileña de esta última; el imperio brasileño, tras declarar su propia independencia (1822), continuó la misma política.
Portugal fue uno de los primeros países que reconoció la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, haciéndolo en abril de 1821, alrededor de un año antes que los Estados Unidos-
Recordemos que en el siglo XIX, ocurrieron dos contiendas que involucraron a la Argentina y el Brasil; la guerra con ese Imperio, en 1825 y la Guerra del Paraguay (1865-1870), en la cual, los dos países eran aliados y no enemigos. Durante el período moderno los inmigrantes portugueses han proseguido su desplazamiento hacia la Argentina en busca de mejores oportunidades económicas.
Los judíos en la Argentina (1857)
Argentina posee una gran población judía en comparación con otros países de Latinoamérica y siempre, ya desde la época de la conquista, hubo numerosos judíos que se asentaron en estas tierras.
Se calcula que entre 1888 y 1938, entre 200.000 a 250.000 judíos de todo el mundo llegaron a la Argentina. En sus comienzos, la mayoría eran de origen “sefardí” y la mayoría de los restantes eran “askenazi” (rusos o polacos por ascendencia o nacimiento).
Durante la época colonial, los sefardíes fueron los de mayor presencia y ya durante el período de consolidación nacional, los askenazis comenzaron a llegar. Todos ellos estuvieron siempre sujetos a limitaciones legales y hasta fueron objeto de vigilancia y persecución por parte de la Inquisición durante el período colonial, pero el destierro de esa funesta institución y el advenimiento de la Revolución de Mayo, posibilitaron una mayor libertd de culto, derecho que se tornará pleno, a partir de la promulgación de la Constitución de 1853.
Nació así una verdadera “tierra de promisión” para los perseguidos judíos europeos, quienes contaban aquí con más garantías legales que limitaciones, en una tierra que los acogió con afecto y que les proporcionaba nuevs oportunidades para su desarrollo personal, viviendo en paz.
Un gran número de inmigrantes judíos, comenzó a llegar en forma individual y muchos, en grupos destinados a las “colonias y emprendimientos agrarios” con el fin de constituir aquí sus hogares.
Es imposible calcular el número de judíos sefardíes (principalmente aquellos de origen o ascendencia española y portuguesa) que ingresó al territorio argentino durante el período colonial, ya sea que vinieran directamente desde España o Portugal, o bien, indirectamente, a través de Perú y Brasil.
A a juzgar por los registros de la Inquisición y por las repetidas solicitudes para el establecimiento del tribunal de la Inquisición en Argentina, a fin de tratar más efectivamente tales casos (ver “La Inquisición en el Río de la Plata” en Crónicas), se considera que el número puede haber sido elevado y su presencia significativa, a pesar de las limitaciones que entonces se les imponía.
Ya llegado el siglo XIX, abiertas las puertas a la inmigración, fieles las autoridades nacionales al principio sustentado por JUAN BAUTISTA ALBERDI que decía “Gobernar es poblar”, se puso en marcha el primer proyecto de colonización que se concretó felizmente en el país, con la instalación de la primera colonia agrícola, en la provincia de Santa Fe: la llamada “Colonia Esperanza” que fuera fundada por AARON CASTELLANOS el 11 de marzo de 1857.
Más tarde, como resultado de la gestión del barón MAURICIO DE HIRSCH, un banquero que financió estos asentamientos en este otro lado del mundo, se fundaron las colonias “Mauricio” (1891), “Villa Clara” y “San Antonio” (ambas en 1892) y “Lucienville” (1894) en la provincia de Entre Ríos.
Los judíos no colonos, también conformaron una significativa parte de la corriente inmigratoria con este destino, permaneciendo muchos de éstos en Buenos Ares, donde crearon organizaciones para hacerse cargo de los diversos requerimientos, especialmente de aquellos relacionados con el culto.
Se estima que los primeros inmigrantes judíos “no colonos”comenzaron a llegar a la Argentina a mediados del siglo XIX. Eran profesionales y personas con altos cargos en empresas exportadoras de Alemania, Francia e Inglaterra. Llegaron de a uno, por cuestiones laborales y el célebre AARÓN CASTELLANOS (q.v.) fue uno de ellos y se lo recuerda principalmente porque en 1862, propició la construcción de la primera sinagoga que se levantó en la provincia de Santa Fe.
En 1868, cuando no serían todavía más de cincuenta, formaron la “Congregación Israelita de Buenos Aires”, que hoy es la “Congregación Israelita de la República Argentina», institución que en 1875 construyó un templo para la colectividad judía en la ciudad de Buenos Aires y que a partir de 1883 estuvo a cargo del rabino HENRY JOSEPH. En 1897 este templo fue reemplazado pr uno mucho mayor y la “Congregación Israelita” recibió la autorización legal para registrar nacimientos, matrimonios y defunciones.
Los colonos judíos. A fines del siglo XIX, comienza una gran persecución en la Rusia zarista contra los judíos. Ese hecho coincidió con que, en 1881, el presidente JULIO A. ROCA por medio del decreto Nº 12.011, designó a un «agente honorario de inmigración en Europa, con especial encargo de dirigir a la República Argentina a miembros de esa colectividad y así empezó a forjarse la inmigración judía en la Argentina, procedente de Rusia, Polonia y Rumania.
En 1880 llegaron los primeros judíos marroquíes. Fue esta una inmigración más cohesionada, y se instalaron alrededor de otras familias judías que ya se habían afincado. Llegado el año 1888, ya eran mil los judíos que eligieron vivir en la Argentina, estableciéndose la casi totalidad de ellos en Buenos Aires o en Santa Fe, pero fue el 14 de agosto de 1889, cuando arribó el primer grupo de judíos organizados. Iniciando la gran corriente inmigratoria del pueblo judío hacia estas tierras.
Ese día, el vapor alemán Weser ancló en el puerto de Buenos Aires. Allí viajaban 820 personas que habían podido escapar de las violentas persecuciones antisemitas en la Rusia zarista. Estos hombres y mujeres venían pata asentarse en zonas rurales, de Santa Fe y Entre Ríos. Las familias que se asentaron en campos de la provincia de Santa Fe. Fundaron “Moisés Ville”, el primer asentamiento judío colectivo del país y se convertirían en los pioneros de la colonización agrícola, un hito en la diàspora judía, que se concretó durante el período comprendido entre 1857 y 1894.
En 1891 MAURICIO DE HIRSCH, fundó la “Jewish Colonization Association”, a través de la cual compró las 80.265 hectáreas que conformaron la “Colonia Clara” (un emprendimiento que hoy abarca los pueblos de Villa Domínguez, Villa Clara, Ingeniero Sajarof y Villaguay en Entre Ríos) y las 30.631 hectáreas de “Colonia Lucienville”, cuya extensión actualmente se encuentra circunscripta a la localidad de Basavilbaso.
La “Jewish” les otorgó a los colonos parcelas de entre 75 y 100 hectáreas y el primer contingente, compuesto por 245 familias destinadas a ellas, arribó en 1892 a bordo del vapor «Pampa». Otras 240 llegaron dos años después en el «Orione», completándose así un total, 1.500 personas.Desde entonces, la “Jewish Colonization Association (JCA), ayudó a crear decenas de colonias agrícolas donde los «gauchos judíos» aprendieron a tomar mate y arar la tierra al ritmo de sus canciones en idish, pero Hirsh no llegó a conocer el éxito de su obra: murió en 1895, a punto de subirse a un barco junto a un grupo de periodistas, que venían a Entre Ríos para visitarla.
En 1892, tras el asesinato del zar Alejandro II, la vida de los judíos en Rusia se tornó más dificultosa, ya que, a las condiciones de explotación y opresión que ya venían padeciendo, se les sumó el haber sido sindicados como los promotores del atentado.
Convertidos en una suerte de enemigos públicos, algunos intentaron emigrar, pero no les resultó fácil. Se encontraron con la resistencia que suponía el antisemitismo de varios países de Europa central. Eso los obligó a buscar nuevos destinos, y uno de ellos fue la Argentina, que abrió sus puertas a la inmigración. Durante el período comprendido entre 1892 y 1914, miles de askenazíes (judíos de habla yiddish de Europa central y oriental), llegaron a Argentina bajo el auspicio de la Asociación Colonizadora Judía, a recomenzar sus vidas.
Pero no todo les fue fácil a partir de ahí. Debieron sortear la adversidad, ya que desconocían el idioma, no tenían experiencia como agricultores y las tierras que les asignaron formaban parte de un vasto monte de exuberante vegetación. Pese a todo, muchos de los inmigrantes judíos que llegaron desde Rusia a partir de 1892, y que se instalaron en el centro de Entre Ríos, fundaron prósperas colonias que forman parte de la historia del país.
La “Asociación Mutual Israelita Argentina”. En 1894 se estableció la “Asociación Mutual Israelita Argentina” (AMIA), contando con la adhesión de 85 miembros de la colectividad (en 1958, ya serán 48.000), desde donde la dirigencia judía se proyectó hacia todo el país, brindando un servicio mutual de excelencia, que pronto, aprovechando su experiencia como servidora de las familias rurales judías, estuvo en capacidad para atender las necesidades de la comunidad judía, radicada en cualquier lugar del país.
Pasado el tiempo la AMIA se ha convertido en una de las más poderosas mutuales que operan en la Argentina. Está a cargo del mantenimiento de tres cementerios, lleva a cabo grandes obras de beneficencia, y ha establecido una red educativa que abarca desde jardines de infantes hasta escuelas secundarias, contando con maestros provenientes de su propia Escuela Normal para instruir a todos los niños judíos, tanto en las áreas rurales como en las urbanas, en religión, idioma y cultura hebreas.
La influencia judía dio como resultado una agricultura más tecnificada y el establecimiento de institutos científicos; así como también se hizo sentir en los campos industriales, económicos y profesionales, la literatura y el periodismo. El primer periódico hebreo apareció en 1892 y tuvo un vida muy efímera, aunque su prédica la retomaron otras publicaciones hasta que en 1957 apareció “El Amanecer”, el primer periódico judío en el mundo publicado en español.
Era editado por LÁZARO SCHALLMAN y desde sus páginas se difundió vigorosamente la realidad judía y su influencia en la colonización, historia y literatura argentinas.
Los «gauchos judíos». Así se conocíó a un grupo de colonos judíos europeos traídos a la Colonia Esperanza», que sin poder adaptarse al estilo de vida impuesto en esa colonia, se trasladaron a los campos de las provincias de Santa Fe y Entre Ríos y se mimetizaron con el criollo, adoptando sus costumbres gauchescas.
ALBERTO GERCHUNOFF, nacido en 1883 en la aldea rusa de Roskuroff, fue uno de los que llegaron en 1892, a bordo del vapor “Pampa”, junto a su familia y aquí encontró su destino como escritor de éxito. Venía a trabajar la tierra y primero se instaló en Moisesville, donde su padre fue apuñalado por un gaucho ebrio. Después en Colonia Clara, uno de los grandes asentamientos judíos en Entre Ríos. En 1910, publicó “Los gauchos judíos”, una obra, quizás su libro más famoso, donde relata pormenores de aquella época que le toco vivir personalmente.
Hoy se pueden ver todavía algunas viviendas de entonces, que dan muestras de los comienzos de Colonia Clara, incluyendo lo que fue la Escuela y la Biblioteca. En Villa Domínguez, está aún el Hotel de Inmigrantes, un galpón ubicado junto a las vías de ferrocarril, que fue el primer destino de los colonos, antes de ser derivados desde ahí a las parcelas que les había asignado la «Jewish Colonization Association».
También se puede recorrer el “Museo Histórico” y el “Archivo Regional de las Colonias”, armado con donaciones realizadas por familias de la zona y donde se guarda valiosa documentación sobre la inmigración judía, incluidos los listados de los primeros inmigrantes que llegaron entre 1892 y 1894.
La Escuela ORT, suma hoy con su presencia, otro testimonio de aquella época, lo mismo que el Hospital “Noe Yarcho”, primer centro asistencial israelita de Sudamérica y el local del Fondo Comunal Clara, una de las primeras cooperativas impulsadas por la comunidad judía (recomposición de un artículo firmado por el señor Oscar Londero para el Diario Clarín)
A continuación un texto extraído del “Diccionario Histórico Argentino” de Ione S. Wright y Lisa M. Nekhom, Emecé Editores, Brasil 1994:
“Durante gran parte del siglo XIX, el antisemitismo constituyó periódicamente un factor desequilibrante en la vida argentina, a pesar de las leyes y de la posición oficial; las especiales circunstancias o épocas de tensión, surgidas de los asuntos internos o reacciones ante situaciones externas, originaron acciones o movimientos antijudíos.
Por ejemplo, en la década de 1890, la inauguración de la sede en Buenos Aires de la Asociación Colonizadora Judía desató una ola de acusaciones canalizadas a través del periodismo, donde se manifestaba que la cultura nacional sería sumergida por los “millones” de colonos judíos que llegarían al país, aun en ese momento tan escasamente poblado; pero estos temores públicos, sustentados por dichas manifestaciones, pronto desaparecieron cuando las colonias agrícolas de la ACJ comenzaron a instalarse y, con posterioridad a este inicial período de penurias, dieron inicio al aporte de diversas contribuciones a la economía y sociedad argentinas.
El desarrollo en Buenos Aires de varias poderosas industrias cerealeras, cerveceras y textiles bajo dirección judía, así como también en otras ciudades costeras, alimentó el odio antisemita latente aunque no condujo a una activa persecución; la situación empeoró en la década de 1930 cuando las cambiantes circunstancias europeas dieron lugar al arribo de nuevos contingentes de inmigrantes alemanes-judíos que huían de la persecución nazi, al mismo tiempo en que el nacionalismo argentino alcanzaba nuevos picos de resentimiento contra lo que se consideraba como el imperialismo económico y cultural de Europa Occidental.
Asimismo, los logros obtenidos por el nazismo y el fascismo italiano atraían la atención y admiración de algunos sectores de la sociedad argentina y cuando las naciones americanas se involucraron activamente en la Segunda Guerra Mundial, los sentimientos antidemocráticos y antisemitas se tradujeron en actos al estilo nazi llevados a cabo por grupos de derecha tales como Tacuara (q.v.), contando a veces con el apoyo de la derecha católica.
Mientras, los judíos argentinos habían comenzado a formar comisiones para la ayuda de los judíos europeos en dificultades; en 1933, esos grupos se unieron para constituir la DAIA. (Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas), que finalmente se convirtió en la agencia coordinadora para casi la totalidad de grupos argentinos formados para ayudar a los perseguidos judíos, en especial antes y durante la Segunda Guerra Mundial, para posteriormente brindar apoyo a Israel, para mantener lazos con las comunidades judías de todo el mundo y para combatir el antisemitismo a través de la información pública, la educación, la acción política y el proceso legal.
En términos generales. Los judíos argentinos son políticamente liberales; la DAIA colabora con otras organizaciones que buscan promover la idea de la hermandad humana, trabajando con la UNESCO y reconocida por ella; asimismo, esta institución se encuentra alineada con otros grupos democráticos argentinos que poseen ideales y objetivos similares”
Los galeses en la Argentina (1865)
El velero “Mimosa arribó a la costa de Puerto Madryn, en la provincia de Chubut, el 28 de julio de 1865 y cuando sus 153 pasajeros, todos ellos integrantes de sólo cuatro familias, llegaron a estas playas, descomunales, incoloras, se pusieron a buscar árboles de los bosque tupidos, el agua fresca de los manantiales y las casas de chimeneas humeantes de las que les habían hablado los libros de viajes. Pero no encontraron nada de eso.
Habían pasado dos meses desde su partida de Liverpool, en Inglaterra, y allí, desorientados sobre la arena, el contingente galés todavía estaba lejos de imaginar que en ese momento comenzaba lo que, hoy, sus descendientes llaman “la colonización pacífica más importante de América”.
La historia cuenta que LEWIS JONES y EDWIN ROBERTS se habían adelantado al contingente que venía a bordo del «Mimosa» y que, desde la costa, recibieron al resto con mala cara: no era el lugar que soñaban. Sin embargo, para los galeses, esa tierra árida y desierta significaba mucho más que eso: oprimidos en su tierra natal, buscaban librarse del despótico imperio inglés que, a fines del siglo XVIII, había decidido arrendarles sus propias tierras. Empobrecidos y diezmados prefirieron hacerse a la mar.
Tras el desembarco, el primer desafío fue convivir con los indios tehuelches y pampas, que abundaban en la zona casi tanto como las historias de sus crueldades. Pero, enseguida y sin palabras, los colonos abrieron el diálogo. “De los españoles, los indios habían recibido bebidas embriagadoras y les había gustado la embriaguez.
Lo primero que nos pidieron fue cognac o brandy. Pero en la colonia sólo teníamos tres botellas de ginebra. Era difícil negarles algo por el miedo que les teníamos. Le dimos la ginebra al cacique. Y después trajo un hermoso caballo de regalo, en agradecimiento por el licor”. Esta anécdota, que el predicador ABRAHAM MATTHEWS cuenta en su “Crónica de la colonia galesa en la Patagonia”, da una idea de lo que fueron aquellos días.
Por entonces, Puerto Madryn no era la tierra prometida. Por eso, a pie y a caballo comenzaron el éxodo en busca de mejores tierras y agua dulce. Así llegaron al río, sinuoso y rodeado de sauces. Y como todavía era invierno, comenzaron a construir casas para refundar la colonia.
Enseguida, el gobierno argentino envió al coronel JULIÁN MURGA para que entregara esas tierras a los colonos. Era el 15 setiembre de 1865 cuando, en un acto solemne, fue izada la Bandera argentina en el sitio al que los galeses llamaban “Tre Rawson” (Pueblo de Rawson) en homenaje al entonces ministro del Interior argentino, gestor incansable del proyecto que los trajo.
Después llegaron a Gaiman. Y los más aventureros, a la cordillera, donde se instalaron en la “Colonia 16 de Octubre”, hoy “Trevelin”. Allí sucedieron mil y una historias dramáticas y aunque muchas veces el pueblo estuvo al borde del abismo, montañeses rudos y tercos, los galeses nunca abandonaron la lucha que, hoy, se centra en la defensa de su idioma porque, según ellos, “quien pierde su lengua, se pierde a sí mismo”.
Es por eso que los descendientes de los pasajeros del «Mimosa» conservan su idioma intacto, que florean en poesías y canciones como homenaje a aquellos colonos. Hombres y mujeres que se animaron a lo desconocido y amanecieron en la Patagonia, donde sembraron sus sueños para regarlos de libertad (extraído de una nota de Carlos Guajardo, Corresponsal del diario Clarín en Rawson).
Los alemanes en la Argentina (1870)
Desde el siglo XVI las relaciones de las colonias españolas en América con Alemania fueron primordialmente económicas, representadas en el comercio y posterior colonización, o personales, como quedó demostrado por los alemanes que tomaron parte en la conquista (ULRICO SCHMIDT), como misioneros jesuitas (DOBRIZHOFFER y PAUCKE), o como educadores, científicos, intelectuales (BURMEISTER, KORN).
Hacia fines del siglo XVII, los tejidos alemanes tenían una gran demanda en el área del Río de la Plata y los gobernantes de los diversos estados germánicos utilizaron todos los medios diplomáticos posibles para mantener este comercio abierto con Buenos Aires durante las guerras por la independencia, a pesar de la oposición de España (véase Karl Wilhelm Korner, La independencia de la América española y la diplomacia alemana, Buenos Aires, 1968).
Durante el gobierno de JUAN MANUEL DE ROSAS, el comercio y las inversiones alemanas se incrementaron, aunque nunca llegaron a igualar a las de los ingleses. Después de 1870, cuando tanto Argentina como Alemania se habían consolidado como naciones unificadas, las relaciones asumieron nuevas características: un gran número de colonos agricultores vinieron desde Alemania y la Argentina comenzó a producir cereales para ser exportados, que junto con la carne, eran los productos del intercambio que se realizaba con las manufacturas alemanas.
Alemania entonces incrementó sus inversiones en la Argentina y estableció líneas marítimas directas que competían eficazmente con las más antiguas.
En 1899, cuando la Argentina estaba en proceso de modernizar y profesionalizar sus fuerzas armadas, encontró una ayuda en Alemania y desde ese momento, las misiones militares, los consejeros y el armamento alemán predominaron en el ejército. Los oficiales argentinos comenzaron a viajar a Alemania para entrenarse
Durante la Primera Guerra Mundial, el presidente HIPÓLITO YRIGOYEN, que quería reducir el poderío económico inglés en la Argentina, permaneció neutral y SE comportó en forma escrupulosamente correcta en su trato hacia los alemanes y más tarde, durante el período que trnascurrió entre las dos guerras, Alemania incrementó su comercio con la Argentina y estableció una aerolínea hasta Buenos Aires que se llamaba “Lufthansa”. Y en 1939, se vinculó con la aerolínea argentina.
En 1934, muchos nacionalistas que temían que la dominación inglesa del comercio e inversiones en la Argentina, hicieran de la República una dependencia económica si no política de Gran Bretaña, dieron la bienvenida al retorno del poder y de la riqueza alemana bajo el gobierno de Hitler; otros admiraron su gobierno totalitario, especialmente cuando esta información provenía de la España de Franco, con sus ecos en el movimiento de la Hispanidad.
Durante la Segunda Guerra Mundial (1939/1945), la Argentina trató de mantener su tradicional política de neutralidad a pesar de la fuerte propaganda difundida por la embajada alemana y cuando los aliados ganaron el contralor sobre el Atlántico, el comercio entre ambos países, fue casi totalmente suspendido.
Finalmente, cuando el Eje enfrentaba la derrota, como la Argentina quería ser parte integrante de las nuevas organizaciones internacionales a crearse (Naciones Unidas y nueva Organización Inter-Americana), le declaró la guerra a las naciones del Eje, Muchos vieron en esta maniobra además, el interés del gobierno argentino por tomar posesión de los bienes y patentes alemanes en el país después de la guerra.
Alemania Occidental se recuperó ampliamente y volvió a tomar parte en el comercio de importaciones argentinas hacia la década de 1950 y hacia 1952 ya había sobrepasado a Gran Bretaña en este terreno y se encontraba en tercer lugar después de los Estados Unidos y Brasil. El presidente JUAN DOMINGO PERÓN parecía estar reviviendo la antigua estima militar por Alemania y esperaba utilizarla como la contraparte de los Estados Unidos en su «Tercera Posición»; el continuo desarrollo industrial argentino durante las décadas de 1960 y de 1970 debe mucho a la importación de maquinaria industrial alemana.
Los japoneses en la Argentina (1908)
Después de Brasil y Perú, la República Argentina es el país de Latinoamérica, con más inmigrantes japoneses residiendo y trabajando en su territorio. Durante décadas (entre 1900 y 1970), la población de origen japonés fue casi la única población procedente del Extremo Oriente, establecida en Argentina.
El ingreso de japoneses al territorio argentino comenzó en 1908 con el arribo de inmigrantes, que provenientes de Okinawa y Kagoshima y luego de Hokkaido, Kumamoto, Hiroshima, Akita, etc. y es durante el período comprendido entre 1920 y 1960, cuando se registra la mayor afluencia de inmigrantes. Llegaban principalmente a través de Brasil o de otros países limítrofes, habiendo hecho una escala previa, como parece ser les fue común a todos ellos.
En los años anteriores a la primera guerra mundial, los inmigrantes japoneses se afincaban en Buenos Aires y se concentraban en las pequeñas empresas urbanas, en especial las de lavado de ropa, tintorerías y cafés, mientras que algunos trabajaban en el servicio doméstico, en fábricas o como estibadores, o radicándose en zonas rurales, pequeños grupos se establecían con granjas y criaderos de aves.
Desde la Segunda Guerra Mundial, Japón y los japoneses han protagonizado un papel de creciente importancia en la economía y sociedad argentina: En enero de 1944, a fin de integrar su política dentro de los lineamientos adoptados por los países americanos. Argentina cortó las relaciones diplomáticas con Japón y el 27 de marzo de 1945, aunque tarde, le declaró la guerra, sin que eso alterara la relación de la sociedad argentina con los residentes japoneses.
En el período de posguerra, como resultado de convenios de inmigración planificada concertados con Japón en 1950, proyectos como el de las colonias japonesas en las provincias de Misiones y Mendoza y la Colonia Urquiza en la ciudad de La Plata, se pusieron en marcha y llegado el año 1952, el gobierno de JUAN DOMINGO PERÓN, suscribió un importante nuevo acuerdo con Japón y la afluencia de inmigrantes japoneses se potenció.
En 1959 Japón dio comienzo al proyecto de colonización en Misiones que proponía el aprovechamiento de las técnicas aprendidas durante el siglo de colonización europea en Argentina, lo que señaló un punto de partida por las modernas innovaciones y especializaciones sociales y económicas que produjo. El proyecto fue respaldado por la agencia de colonización del gobierno japonés, Kaigai Ijyu Jigyodan (KIJ), y cuidadosamente planeado antes de ser emprendido.
Un grupo de cien familias japonesas llegó a la Colonia Luján en en el municipio de Garuhapé en la provincia de Misiones a fin de establecer una colonia agrícola en las 3.000 hectáreas que habían sido adquiridas a una empresa privada, ubicadas donde hoy se encuentra en.
El “KIJ” eligió para esta experiencia de colonización a la provincia de Misiones, debido a su distante ubicación de grandes centros urbanos y a la existencia cercana de otras poblaciones de diversos orígenes étnicos, incluso algunos residentes japoneses, que habrían de reducir los problemas que podrían provocar las diferencias culturales.
El lugar estaba bien ubicado, bordeando el Alto Paraná, en un punto intermedio entre Posadas y Puerto Iguazú y con la ruta 12 a sus espaldas, lo que le aseguraba una salida directa hacia Buenos Aires. El campo era lo suficientemente grande como para satisfacer, tanto la subsistencia de las familias residentes, como la explotación agrícola-ganadera en mediana escala.
Las familias japonesas, que participaron en el proyecto, en gran medida agricultores, habían sido cuidadosamente seleccionadas entre las residentes en distintas y distantes regiones del Japón, en parte para experimentar con sus diversas y particulares técnicas agropecuarias y en parte, considerando que por vivir alejadas unas de otras, no habían establecido sólidos vínculos entre sí, sería más fácil que los crearan en su nuevo ámbito de permanencia y se integraran rápidamente a la vida de los argentinos.
Desde un principio los recién llegados intentaron vestirse, hablar, comer, llamar a sus niños, así como también adoptar otro tipo de actitudes, imitando a los argentinos, abandonando conscientemente las costumbres japonesas; invitaron a los pioneros experimentados de la región, especialmente a aquellos que hablaban español, a que se unieran a ellos y enviaran a sus hijos a las escuelas públicas establecidas en ese lugar por el gobierno argentino.
Dado que el precio de la yerba mate, el cultivo tradicional de exportación de Misiones, estaba sufriendo una seria baja, los japoneses se dedicaron a diversificar los cultivos experimentando tanto los productos argentinos como los japoneses; rápidamente iniciaron la producción de maíz, mandioca y verduras para la subsistencia y de tung, té, tabaco (con el cual alcanzaron un gran éxito), arroz, soja, naranjas y otras frutas para la venta; también utilizaron técnicas diversificadas, cultivando arrozales y huertas al estilo familiar japonés.
Tajeron a obreros paraguayos para que trabajaran en los huertos y en las cosechas de tung con el cual estaban más familiarizados, utilizando, dentro de lo posible, modernas maquinarias y se dedicaron a talar árboles así como a la reforestación. Crearon una Cooperativa que administraba la financiación de las más importantes construcciones y mejoras que les eran necesarias y ejerciendo la dirección del trabajo y de las operaciones de comercialización; se estableció una estación experimental para los nuevos desarrollos agrícolas y ganaderos.
La Colonia prosperó y rápidamente comenzó a embarcar frutas y verduras a los vecinos puertos de Puerto Rico y Montecarlo sobre el Paraná y hacia 1965 ya se enviaban anualmente a Buenos Aires 300 toneladas de tabaco, 2.000 de naranjas, así como también crecientes cargamentos de arroz y garbanzos.
En la década de 1970, “Garuhapé” comenzó a sufrir los problemas típicos del desarrollo; necesitaba más tierra, sus ambiciosos jóvenes deseaban mejores escuelas para prepararse para su ingreso en la Universidad y para colmo de males, surgieron graves inconvenientes vinculados con el contrabando ribereño, una tradicional mala práctica común en esos territorios. A pesar de todo, la templanza y el ancestral espíritu de sacrificio y firmeza moral de los japoneses, les permitió sobrellevar estos inconvenientes y afianzar eléxito de este proyecto que nació en 1859 y aún perdura como un proyecto de colonización exitoso. .
Hoy pueden hallarse japoneses en todas las regiones de la República Argentina, afincados en mayor número en Buenos Aires, Misiones, Córdoba, Santa Fe, Mendoza y Corrientes. Cultivando té y arroz, especialmente en el Chaco y Corrientes y los cítricos en la región cuyana. Dedicados a la horticultura, la floricultura o la pesca, o como protagonistas en el mundo de la industria y el comercio a lo largo de todo el territorio argentino.
El Censo Nacional realizado en 2010, estableció la existencia de 4.036 personas nacidas en Japón como residentes permanentes en diversas regiones de la Argentina, los que sumados a los argentinos con ascendencia japonesa da un total de casi 50.000 personas de origen japonés, que viven, trabajan y han ligado su futuro con el del país que los acogió.
Además de sus asentamientos en la provincias de Misiones y Mendoza, en la ciudad de La Plata, la ciudad de Escobar, el Partido de José C. Paz y en Pilar (estas tres últimas en la provincia de Buenos Aires), un importante grupo de japoneses se radicó en el barrio porteño de Almagro y en 1970 llegaron a Zelaya, un poblado rural donde desarrollan una importante actividad dedicada a la floricultura, cuya máxima expresión es la “Fiesta Nacional de la Flor”, evento que junto a sus compatriotas radicados en Escobar, organizan todos los años, mostrando sus logros en esta actividad que los ha constituído en líderes mundiales de la misma.
Actualmente la comunidad japonesa se halla representada en un gran número de asociaciones tanto en el Área Metropolitana de Buenos Aires, como en el interior del país. Recientemente además de las asociaciones han surgido gran variedad de institutos que difunden diferentes manifestaciones de la cultura japonesa y su idioma, principalmente debido al interés creciente de argentinos no descendientes de japoneses que se ven atraídos hacia a ella.
Existen a su vez distintas publicaciones que informan sobre cuestiones de la comunidad, la cultura y actualidad japonesas y la Argentina y su relación entre ellas. Ejemplo de esto es el periódico “La Plata Hochi”, una publicación bilingüe editada en castellano y japonés desde 1947.
Los holandeses en la Argentina (1889)
La ciudad e Tres Arroyos, en la provincia de Buenos Aires, alberga desde lejanas épocas, a la colectividad holandesa. El encuentro con la llanura local, no borró el recuerdo de la patria distante, pero permitió conciliar costumbres ajenas con las nuestras
Aunque no pasaron de largo los apremios materiales en la colonia holandesa de Tres Arroyos. Hoy, una bandada de nenes rubios, bien alimentados, gorgea infatigable. Su patética contrafigura la constituyen las tumbas prematuras de otros niños, que murieron de hambre a poco de llegar.
Fue en 1889, casi al finalizar una década en que la euforia oficial contabilizó 1.089.851 inmigrantes del Viejo Mundo. Pero ignorando el idioma, sin herramientas ni oficios adecuados, con otros hábitos de comida, los primeros holandeses acumularon infortunios. La mayoría regresó. Los demás —antes que la última lágrima se evaporara— empezaron a trabajar.
Veinte años después tenían su Iglesia Reformada. En 1923 importaban de Holanda —según la regocijante expresión de un vocero autorizado— «maridos para las hijas casaderas»:
A lo lejos de esas épocas de vacas flacas ha sucedido la de las vacas gordas y hoy luce en sus cuidados prados, un numeroso hato de rubicundas vacas “Holando-argentino”: Fuertes, con islotes renegridos salpicándoles el cuero blanquísimo, son, presumiblemente, descendientes del legendario “Otto”, un torito nacido en Frisia el 31 de marzo de 1908 —consignan las escrupulosos ficheros de la Sociedad Rural—. Iniciándose así la genealogía Holando Argentina, una raza productora de leche que es hoy uno de los pilares fundamentales de nuestra industria lechera..
Turcos.
A fines del siglo XIX, este término, se empleaba indiscriminadamente para referirse a los oriundos del Cercano Oriente, pertenecientes al Imperio Otomano, aunque éstos no fueran turcos. Se calcula que entre 1857 y 1941, más de 100.000 de ellos emigraron a la Argentina y se convirtieron en residentes, dedicándose principalmente al comercio.
Fuentes consultadas: Archivo de la Dirección Nacional de Migraciones, Ministerio del Interior), Diccionario Histórico Argentino” de Ione S. Wright y Lisa M. Nekhom, Emecé Editores, Brasil 1994; “La inmigración europea en la República Argentina”, 1898 y “La inmigración en el primer siglo de la independencia”,1910, ambas obras de Juan A. Alsina (primer director de la Oficina de Inmigración Argentina; ); “Inmigración y colonización en la Argentina”, Gastón Gori, 1964; “Inmigración en la Argentina”, José Panettieri, 1970; “Inmigración y Colonización Suizas en la República Argentina en el siglo XIX”, Juan Schobinger, Buenos Aires, 1957; Hemeroteca particular..