EL PETIZO OREJUDO (1896/1944)

El petizo orejudo fue el apodo de Cayetano Santos Godino, un siniestro asesino que escandalizó a la Argentina de principios de siglo XX. Tal vez fue una consecuencia de la miseria, de la ignorancia o de la anomalía psicológica que pudo haber padecido, pero la verdad es que la suma de estas circunstancias, no siempre da el mismo resultado que se dio en este sujeto. Los asesinos pueden salir también de hogares bien puestos, con principios religiosos, como lo muestra la historia de nuestro país.

Lo cierto es que Cayetano Godino, que recibió el apodo del “Petiso Orejudo” por sus grandes y separadas orejas, nació en 1896, en el seno de una familia de inmigrantes italianos más que humilde y cargada de hijos. Se crió en un conventillo promiscuo y la calle fue su escuela.

Comenzó su vida delictiva siendo apenas un chico y tenía 8 años cuando fue detenido por primera vez por el intento de asesinato de un bebé. De allí en adelante continuó una carrera de rara depravación haciendo de los niños y de los animales domésticos sus víctimas favoritas.

En 1908, después de intentar sin éxito una serie de ataques criminales contra distintos niños fue detenido y encerrado en la colonia de Marcos Paz, a pedido de sus propios padres que no podían controlarlo. Salió en 1911 y pocos días más tarde reinició sus crímenes torturando y dando muerte a tres chicos. Sentía además una extraña fascinación por el fuego, lo que lo llevó a incendiar varios edificios, entre ellos una estación de tranvías. Para entonces sus actos criminales habían logrado estremecer al país.

El 3 de diciembre de 1912, Santos Godino, asesinó a una criatura de tres años llamado Josualdo Giordano. Lo había llevado hasta un terreno baldío que estaba en la manzana delimitada por las calles Dean Funes, Brasil, Caseros y Catamarca, donde lo estranguló con una cuerda.

Pero el “petizo orejudo” como lo bautizó la prensa, no conforme con eso le clavó en la cabeza un enorme clavo que encontró en el lugar. Al día siguiente, 4 de diciembre de 1912,  este desalmado fue apresado.

En el momento de ser detenido, tenía 16 años y con pasmosa frialdad y sin dar muestras de ningún arrepentimiento, se entregó a la policía. Fue juzgado y durante el juicio dijo: «Salía a la calle, y como no conseguía trabajo, me daban ganas de matar a alguien».

Confesó haber cometido algunos de los crímenes por los que se lo acusaba (reconoció sólo cuatro de ellos), aunque también se declaró culpable de haber enterrado vida a una niña que había  desaparecido en 1906 y que nunca pudo ser hallada. Relató que atraía a los niños con caricias y caramelos, y los estrangulaba con un hilo.

No fue condenado a la pena de muerte, aunque imperaba en esa época, porque era menor de edad. Los médicos dijeron que era insano y dos de los jueces del tribunal que lo juzgó, lo absolvieron por inimputable. Luego de muchos trámites, la Cámara de Apelaciones resolvió que fuera confinado en una Penitenciaría por tiempo indeterminado.

 Fue enviado a la prisión de Ushuaia ante la apatía de este personaje siniestro y allí, pasaba sus días entre una calma indiferente y una furia homicida que hasta a los mismos presos, causaba temor. Mataba ratas como diversión y en 1944, colmó la paciencia de todos y tuvo que ser encerrado en solitario. Había estrangulado a un pequeño gatito que era la mascota de sus compañeros de prisión y este increíble acto de crueldad, no le fue personado por éstos.

Los problemas que este preso seguía provocando, aunque estuviera confinado “en solitario” y la gestión de hábiles y corruptos hombres de leyes, presagiaba hasta una posible libertad del asesino, “por ser imposible controlarlo, dada su falta de conciencia moral”.

Pero la justicia vino de la mano de la Providencia. Cuando ya había pasado 30 años desde su ingreso al penal, una mañana a fines de 1944, Santos Godino fue encontrado muerto en su celda, hecho que fue atribuído a quienes vengaron así la muerte de su mascota. Tenía entonces 48 años y fue enterrado en el camposanto del mismo penal y felizmente el tiempo ha borrado hasta las huellas del lugar donde quedaron depositados sus huesos.

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