LOS HOMBRES DE MAYO, NI PRAGMÁTICOS NI REALISTAS (1810)

¿Qué era la Argentina en 1810 ?. Desierto áspero. Vacío. Espacio sin tiempo. El mundo como el primer día de la creación. Grandes, dulces, terribles ríos del litoral. Pampas humedas y barrosas en invierno; resecas en el verano ardiente. Salitrales en el Norte, abandonados fondos marinos. El Sur, del mar bravio, de aguas heladas y mercuriales, batiendo los roquedales oscuros. Pajaradas litorales, peces ingenuos, tropillas salvajes; todavía no amenazados por la cruel y utilitaria presencia humana.

A lo lejos, cruzando este mundo del primer día, la diligencia, la «mensajería», con sus postillones transformados en máscaras de polvo ocre, divisando vizcacheras y quebradas. Es apenas un punto en la inmensidad levantando un altísimo cono de polvo reseco, como el humo del vapor en la inmensi­dad oceánica. En esa diligencia, a los tumbos, que apuntaba hacia Tucumán entre cardales y el faro verde de algún ombú, de levita y reloj suizo en el chaleco, iría algún fundador de la Patria. Laprida o Boedo, o quizás el cura Oro.

Tanto para tan pocos
Por la ventanilla de la mensajería mirarían ese espacio como un desproporcionado regalo de la grandeza de Dios. (¡Tanto para tan pocos!) Y pensarían -ya civilizada y constitucionalmente organizada, en rescatar el espacio abierto, lo enorme y vincularlo y asimilarlo con el tiempo del hombre.

Había que alcanzar Córdoba, Río Cuarto, La Rioja o Santiago. Luego, con suerte, serían una semana o diez días de tumbos y sed para llegar a Tucumán, con su frescura de huerto, de casas con umbría de persianas largas. Caserones con sábanas de hilo, fuentes con las famosas naranjas, refrescos de limón sutil y caña de azúcar pelada, para que el viajero pueda morder su dulzura.

Esos hombres aparentemente sensatos, capaces de la cita en latín o francés, estaban llevados por una inexplicable locura, seguramente de raíz ibérica, puramente quijotesca. Se proponían la independencia y la libertad.

Fundar la Argentina, las Provincias Unidas. Decían: «Si aquí no hay nada, si éstos son desiertos y potreros olvidados por Dios y a tres meses de navegación de las potencias civilizadas, nosotros, por voluntad cojonal, haremos aquí una gran nación. Y, como no hay nada, estableceremos lo mejor. Será una nación para vivir y existir, no para sobrevivir sin pena ni gloria».

Ni pragmáticos ni realistas
Nadie puede explicar el origen de tan quijotesco, desmesurado e infundado propósito fundador. No había en esa gente freno de sensatez. No eran pragmáticos ni realistas.

Nadie dijo, en la casa de los ARÁOZ, donde se reunían solemnemente durante el día y donde bailaban por la noche tomando vino de Cuyo, que el propósito era irreal o carente de realismo o de ló­gica. Ni siquiera dudaron cuando se les susurró que estaban condenados por las potencias centrales reunidas en 1815 en el Congreso de Viena (Tayllerand, Metternich) y que se preparaban expediciones militares de castigo en España e Inglaterra.

El acta que firmó Laprida en primer término, cuando se oían vivas y gritos en el salón de piso de ladrillo encerado de los ARÁOZ, decía que unánimemente habían declarado su independencia ante la faz del mundo, votando cada uno de los congresales “comprometiéndose al cumplimiento y sostén de su voluntad de independencia, manifestada bajo el seguro y garantía de sus vidas, haberes y fama”

La tosudez de un  «general nuevo»
La duda no fue tema del Congreso. San Martín, el «general nuevo», se reunía en secreto con Pueyrredón, no para defenderse de la amenaza realista,  sino para atacar con una maniobra militarmente desaconsejada por los técnicos: cruzar los Andes y llevar por mar un ejército y las caballadas al Perú.. .

¿Por qué creyeron en la posibilidad de lo mejor, después de haber cruzado ese desierto de polvo y de caranchos?. Habían establecido su voluntad sobre la nada y en poco más de un siglo, en aquellos desiertos se alzaría una nación con una calidad de vida similar a la de las más progresistas de la Tierra. Y aquel aldeón llamado Buenos Aires, donde las gallinas picoteaban por los zócalos del Cabildo y del Fuerte, sería una de las diez metrópolis más importantes del planeta (extraído de un texto de Abel Pose publicado en el diario La Nación).

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